jueves, 21 de mayo de 2020

El orden vino después de que le permití al caos desatarse y ensuciarlo todo

ENTREVISTAS/RECOMENDACIONES

Mónica Ojeda: “Mi novela trabaja con lo indecible, con las experiencias de la mente y de la carne que nos dejan sin palabras, abrumados y solos”

Nefando (Candaya, 2016), novela de la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda, viene obteniendo no solo positivos saludos de la crítica, sino también forjando una fiel comunidad de lectores. Estamos ante un artefacto literario rotulado de novela, en la que temática y estructura van de la mano en pos de su destino: la experiencia de la inquietud. Videojuegos, violencia y sexualidad rubrican estas páginas que nos permiten ser partícipes de una verdadera innovación en la narrativa latinoamericana del nuevo siglo. A la fecha, Ojeda es vista como una autora con muchísima proyección, pero tras la lectura de esta novela, haríamos bien en catalogarla como una saludable realidad.
G. Ruiz Ortega
Cuéntanos primero sobre el proceso de escritura de Nefando. Te lo digo porque es posible detectar una madurez, entre el equilibrio de la construcción y la temática de la novela. Esta es la primera impresión que me deja la lectura.
La verdad es que soy una escritora caótica, así que te mentiría si te dijera que tenía un esquema o una ruta definitiva cuando empecé a escribir la novela. Mi proceso de escritura es abrazar el caos que hay en mi mente (que es muy grande y siempre gana todas las batallas), y darle su espacio para luego trabajar con él. Es decir, el orden vino después de que le permití al caos desatarse y ensuciarlo todo. Por eso, escribí Nefando con apenas unas cuantas intuiciones: sabía que quería escribir sobre experiencias físicas y psíquicas difíciles de palabrar, sobre la infancia y lo expuestos que estamos a la violencia en esa época, sobre la Deep Web… Había, incluso, pensado ya algunos personajes, pero no tenía idea de qué forma iba a tomar todo al final. Fui haciendo el camino sobre la marcha, así que fue 50% planificación y 50% improvisación. Me gusta escribir de ese modo. Me gusta que la escritura sea un proceso de descubrimiento y de asombro.
Percibo también en su escritura una deuda con la poesía. Y ahora que veo tus datos de la contratapa, también has publicado poesía. No sé si haya una relación de Nefando con tu poemario El ciclo de las piedras, pero tampoco te voy a negar que la palabra en la novela vendría a ser la protagonista silente a causa de su sensibilidad, una sensibilidad que proviene del ejercicio poético.
En donde hay palabra, hay peligro de poesía. Pienso que toda buena novela tiene su cuota de poesía, no porque se regodee en el lenguaje ni mucho menos, sino porque el lenguaje más prosaico, el más cotidiano, también puede devenir en poético cuando su transparencia es reveladora. En este caso, Nefando es una novela que trabaja con lo indecible, las experiencias de la mente y de la carne que nos dejan sin palabras, abrumados y solos, y ese tema la arrastra inevitablemente hacia la poesía, que es el lugar en donde se dice lo que de otra manera no podría ser dicho.
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Mónica Ojeda
Algo que percibo en la narración es el recurrente asombro de tus personajes, como si buscaran o anhelaran un periplo hacia la oscuridad.
Hay un verso de Enrique Verástegui que se me viene a la cabeza con tu comentario: “Lentamente hurgando en el asombro”. Para mí, la escritura no puede venir de otra parte: es una indagación de profundidades blancas. Y no intento ser poética, sino literal con lo que digo: hay zonas de nuestra conciencia tan hondas y resplandecientes que nos dejan ciegos. En Nefando, los personajes tratan de ver algo entre la excesiva luz. Ese algo es lo que los rodea, pero también su pasado que, de una u otra forma, los ha convertido en quienes son.
Uno de los temas de Nefando, es el trauma. Como bien sabes, puesto que viviste un tiempo fuera de tu país, las realidades políticas de España y Latinoamérica, más allá de sus propios matices, comparten más de un horroroso lazo en común. Dictaduras, corrupción, violación de Derechos Humanos, etc. Por ello, lo que también genera la novela es un quiebre de fronteras, es decir el lector no necesita instaurarse en un contexto específico para entenderla.
Lo que me encanta de la literatura es que abunda en lo que tenemos en común: nuestra humanidad. Nuestra humanidad es frágil, delicada, pero a la vez nos une con una potencia regeneradora incomparable. Cada vez que su abrazo se rompe nace uno nuevo, todavía más cálido, destinado a perecer como todos sus antecesores, pero también a seguir siendo posible. Eso es lo que hace que a pesar de que no somos troyanos nos conmueva hasta el día de hoy cuando Príamo, en la Ilíada, besa las manos de Aquiles, el asesino de su hijo. La historia de la humanidad es la historia de la guerra, pero también la de ese anciano besando la mano de quien mató a su hijo. En la literatura no hay fronteras. Si una buena novela me cuenta una guerra de oriente, esa guerra es en realidad el eco de la guerra de Troya y de todas las guerras que existieron antes y después; da igual en dónde sea y con quiénes sea, porque la guerra es guerra en todas partes y en cualquier época. La literatura nos desnuda y nos recuerda que en lo más hondo de nuestras experiencias hemos sido, en algún momento de nuestras vidas, ese otro del que nos queremos distanciar tan infructuosamente.
La estructura de la novela obedece a la estructura del videojuego homónimo del título. Y en sus páginas somos testigos de muchas referencias literarias, del mismo modo vemos más de un guiño a la cultura pop. Pienso que este uso de referencias, que también configuran a los personajes, refuerza los caminos, o atajos, ante la complejidad de la estructura.
Sí, las referencias no sólo configuran el pensamiento de los personajes y el mundo en el que se mueven, sino que también son puntos desde donde ellos establecen diálogos con el mundo. Los personajes de Nefando son jóvenes universitarios, unos interesados en la literatura, otros en la programación de ordenadores, otros en los videojuegos… Me parece natural que estas referencias sean parte de la novela puesto que son parte de los personajes. Además, creo que es interesante el modo en el que existe una conversación posible en cada una de las cosas que nos rodean: el cine, el internet, el arte, la literatura, etc., ya que nuestras narrativas vivas se desarrollan allí.
Sin duda, ya te han dicho que estamos ante una novela dura, en lo que podríamos entender sobre su dimensión. Cumple con inquietar al lector y esta intención no cae en el mero efectismo, por ejemplo, Easton Ellis. Y aquí surge el protagonista del que no se piensa y dice nada, el lector. Si la experiencia de lectura que genera tu novela llega a buen puerto es porque también ha contado con la participación del lector.
La agencia del lector es fundamental para que cualquier texto literario funcione. Escritor y lector no conversan, eso es imposible, pero sí que hay un intento del escritor de conectar con alguien, y ese alguien es el lector. Esa conexión, de darse, es un suceso maravilloso. ¿Para qué se escribe si no es para tocar tu experiencia con la experiencia de los demás? En ese sentido, el proceso de escribir y de leer da como resultado un acercamiento. En Nefando quise interpelar al lector porque yo misma me sentí interpelada ante, por ejemplo, el tema del abuso infantil. Problemas éticos como el lugar de la víctima y el lugar del victimario, asuntos delicados como la sexualidad infantil, nos obligan a opinar, a adoptar una postura, pero a veces nos encontramos frente a eventos de aguas turbias en donde las cosas no son tan claras como parecen. Quizás lo que inquieta de Nefando es que no tuve, ni tengo, la intención de limpiar esas aguas en mi escritura. Lo que me interesa es examinar la opacidad.
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¿Cuántas veces la has reescrito?
Ninguna. La escribí en el exacto orden en el que se encuentra. Escribí los capítulos y luego los revisé y corregí, pero nunca los reescribí.
Ahora, tus personajes muestran distintas maneras de ver la vida, cada cual más “oscura” que la otra, pero también comparten un rasgo, que me recuerda al desarraigo que leíamos en las novelas de Bolaño. No digo que el chileno haya sido una influencia para tu poética, pero sí me llama la atención esa desconexión de tus personajes para consigo mismos.
 El desarraigo es uno de sus rasgos comunes, el otro es que todos, de una u otra manera, han experimentado un suceso en su infancia que los marcó profundamente. El desarraigo, por otra parte, no es un tema territorial, sino mental. Es matar al padre y, con él, a la tradición. No creo que sean personajes especialmente rebeldes, sino que hoy en día el desarraigo es algo natural en las nuevas generaciones. Vivimos en un mundo globalizado en el que las narrativas de la identidad se resquebrajan.
Como entenderás, estamos ante una novela que despierta entusiasmos. A saber, durante su lectura experimentamos que asistimos a la experiencia de lo “nuevo”, que no deberíamos confundir con la novedad editorial. Quizá sea la novela que mejor conecte con las plataformas de comunicación del Siglo XXI, pero sin dejar de lado su herencia: la tradición de la novela latinoamericana, pienso en Puig, Fogwill, Bellatin…
Estoy muy contenta y agradecida con los que se han sentido entusiasmados con Nefando. Es una novela que le debe mucho a la tradición latinoamericana, pero sin dejar de intentar crear su propio lenguaje, su propia mirada sobre un mundo que ya no es el de la tradición, sino el nuestro. Incluye las plataformas que mencionas (la Deep Web, los videojuegos y la programación), porque son parte de nuestro día a día. En ese sentido, me he limitado a trabajar con mi época y los nuevos espacios en donde dañamos a otros. Pienso, por ejemplo, en el abuso infantil: hoy una persona ya no sólo viola a un niño, sino que graba la violación y sube el video a foros de pornografía infantil para que los pedófilos del mundo puedan verlo desde la comodidad de sus casas. La violencia se extiende y se amplifica de una forma monstruosa cuando hay miles de ojos que ven tu fragilidad y disfrutan de tu daño. Esto es parte del mundo en el que vivimos.
Algo me dice que eres una escritora que se toma su tiempo para publicar. Sabemos que la novela viene obteniendo buenos saludos de la crítica, pero también la mejor recepción: su recomendación entre los lectores.
No tengo una sed de publicaciones, pero sí una sed de escritura. Es mi terapia personal: me ayuda a estar menos asustada de mí misma, de los otros y del mundo; a extender mi empatía y a intentar comprender lo que de otro modo me abrumaría hasta la enfermedad. No todo lo que escribo quiero publicarlo porque no todo lo que escribo vale el tiempo del lector. Como lectora, detesto que me hagan perder el tiempo, así que intento no hacerle lo mismo a quienes deciden leerme. En ese sentido me alivia saber que muchos de los que se han acercado a Nefando no se han sentido estafados. Es, como dices, la mejor recepción posible.

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