domingo, 23 de junio de 2019

López, Neptuno y el poeta


Julián López R
Ayer a la mañana me fui a El hipopótamo (!) a leer el libro que de a ratos me está salvando del embate disoluto de Neptuno tocándome la cúspide de IV (la concha de tu madreh) cuando se apersonó un señor grande, no diría un anciano, por lo connotante ah re, aunque el solo verlo caminar y deambular por las mesas del bar portando una carpeta y hablando el lenguaje más amable, más consciente, más ajustado y a la vez atildado, hacía suponer que la añada, que el tiempo, que la acumulación, son mareas que vienen a licuar esa idea porfiada en la que uno se inscribe a sí mismo como en una contemporaneidad (ajá, sí, sí, claro, claro).
Pues el señor llegó hasta mí, en rigor hasta mi mesa, y se detuvo para interrumpirme. Era un poeta, ofrecía sus poemas a la venta y decía ser de una asociación de escritores de Buenos Aires que daba talleres gratuitos y no sé que otros beneficios a una comunidad sorda.
Ofrecía textos de temáticas absolutas y diversas (a saber y a la sazón: el hombre, la mujer, el mar, la niñez, el tango) y mostraba los folios de polietileno de una carpeta llena de fotocopias, llena de imágenes de copias (¿me hablas así, me hablas a mí, hablás conmigo, Neptuno?) El pago es a voluntad, dijo.
Por suerte contuve mi humor exquisito y pude no interrumpir el momento retrucándole que justo eso (voluntad, ¡oh, Neptuno!) yo, de eso, no tengo.
Le pedí un poema sobre Buenos Aires y le di un billete violeta; él me ofreció elegir algunos otros. Le dije que no, que estaba bien. Le hubiera dicho que era hermoso verlo, que era un hombre muy afortunado de haber estado ahí justo cuando su bólido pasaba, que llegó justo en medio y que su interrupción fue dicha, que adoro a les poetas, que adoro a Buenos Aires, que usted, señor, es el hombre más educado y hermoso que conocí en mi vida, que un varón educado y hermoso me recuerda por qué me gustan los varones, que yo también intenté juntarme con escritorxs para una asociación y que por suerte pude salir de ahí, que Buenos Aires es un grano el el ojete del alma pero ¿vio, señor, qué hermosa, qué imbatible, qué maravilla que no deja de doler y de resistir?
Le hubiera dicho, pero no le dije; voy a confiar otra vez en la magia, ese recurso brutal del impotente, del que no puede decir: hola, ¿vamos a tomar una coquita?, voy a confiar en que mis ojos dijeron lo que debía decirse.
Dejo acá, para salvar del agua, una foto de la fotocopia (Neptuno, Neptuno, la concha de tu madreh). No se va a leer, pero quién necesita precisión cuando está braceando.
El libro que mencionaba al principio es Cartas de navegación (¿es esa bomba estruendosa que todo lo descascara tu risa, viejo Neptuno?) escrituras clínicas, de Horacio Medina, Victoria Larrosa y Fernando Montañez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario