sábado, 22 de septiembre de 2018

En las playas de Barcelona

Para mí, hasta ahora, eran el lugar donde había sido derrotado Don Quijote y me extraña que nadie capitalice ese dato para el turismo. Me encontré, en cambio, con una ciudad bellísima, un pueblo cosmopolita, lleno de gente vieja y de barrio que te saluda en catalán y se aviene a contestarte en castellano, con avenidas y ramblas de gran urbe al lado de las playas divinas y las callecitas de tu barrio con la panadería en la esquina y una fuente de agua en medio de la peatonal donde la argentina melancólica pudo lavar su racimo de uvas.
El lugar donde paramos, el piso de Rafaella, es una belleza y está en una calle que se corta contra la peatonal del barrio y en dos días te hace sentir que podés tener un pedacito de hogar un pocquito ahí lejitos.

En las playas propiamente dichas la pasé de maravilas, salvo por el espectáculo decadente de los argentinitos que se te paraban delante ( de las chicas en topless) y se ponían a hacer standap no pedido sobre sus borracheras, trucos financieros o decadencias artísticas y viajeriles, a los gritos y cogoteando a ver quién los miraba.

También me di el lujo de vomitar detrás del baño público: exceso de cerveza durante 15 días y uvas calientes.


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