martes, 19 de diciembre de 2017

Nuestros corazones talismanes (en términos de Olga Orozco)

Dice Mariana Komiseroff en feis:


A Giselle la conocí en la secundaria vespertina. Era una época en la que yo no le caía bien a casi a nadie porque tenía 16 años era madre y creía que había leído mucho, tanto que flasheaba que pertenecía a otra clase social. Mantenía esa farza conmigo misma con el promedio más alto de todos los cursos y todos los turnos. Mostraba mis conocimientos con una soberbia asquerosa y más de una vez me quisieron pegar a la salida, Giselle no, otras. Me lo merecía, yo también hubiera querido pegarme.
Yo en cambio admiraba a Giselle porque era más grande, tenía 18, y su hijo era dos más grande que mi recién nacido. Ella no se acuerda del día que me prestó su buzo para que me pusiera sobre el delantal que se me había mojado de leche, tu bebé debe tener hambre, dijo. Y ahí le empecé a entender algo de esa sabiduría intransferible que también yo estaba gestando en mí después de gestar y parir.
Intenté por todos los medios hacerme su amiga. Me costó pero lo logré. Analí era un intermedio entre los dos extremos: la timidez recia de Giselle y mi prepotencia escandalosa. Así anduvimos las tres toda la secundaria nocturna haciéndole frente a la vida y a la violencia doméstica como si fuéramos grandes.
El último año empecé a trabajar en el comedor de la BMW y según ellas me llevaba las sobras de comida al colegio y juntábamos monedas para cigarrillos sueltos. Yo no lo recuerdo. Exageran, les gusta reírse de eso. No teníamos tanta hambre, pero ellas insisten en recordarme medio heroína. Es la amistad que distorsiona todo a favor de les amigues.
La novela, Una nena muy blanca, que el año que viene va a publicarme Emecé es una ficción que tiene que ver con cosas de ellas dos y también de Daniela. Podría decir que sus vidas son los orígenes de mis tragedias.
Nos reímos siempre de las cuestiones más patéticas, de las más oscuras y las más tristes. La risa y la burla son nuestros mecanismos de supervivencia. Hablamos del sonido obsceno del cadáver de un ser querido que se cae de una camilla y estallamos en risas. Hablamos de la desilusión de los amores que han hecho de nuestros corazones talismanes (en términos de Olga Orozco) y nos atragantamos la carcajada con el mate. Nos duelen nuestras familias en el estómago después de reírnos tanto.
Para Giselle este año fue particularmente un año duro. Aunque nosotras siempre nos empeñamos en pensar que nuestras viditas son un poco peores que las del resto, un poco más dificiles, como si eso nos hiciera más dignas, estoicismo de calle de tierra le llamamos, pero es verdad, perdió mucho este año. Aprendió más. Aun así, con ese cuerpo que adelgazó 10 kilos de tristezas, me acompañó a la Feria del Libro de Guadalajara. En el lago Chapala nos subimos a un barquito ebrias de tequila y nos acomodó de un saque la belleza inexplicable, incapturable por la cámara y los recuerdos, del agua y el paisaje. Como si fuera un director de cine el paisano que manejaba la embarcación precaria musicalizó el momento con un bolero mexicano sobre la infancia. No pudimos más que llorar y abrazarnos aunque a Giselle no le gustan mucho esas muestras de cariño. Después seguimos escabiando y riendo. Cuando volvimos al hotel lavamos las bombachas y las colgamos en un perchero. No hay hotel 4 estrellas que te borre lo conurbano. Después nos fuimos a gastar nuestros ahorros a Puerto Vallarta. Ahí hablamos de educación, jerarquías de clase y género y regueton a pleno y psicología académica y la otra, la de barrio. No sabemos de dónde verga sale esa culpa que rige nuestras maternidades pero volvimos con sobrepeso en las valijas por los regalos que trajimos para nuestres hijes.
Ahora en Buenos Aires miramos las noticias con rabia y tristeza. Nos mandamos mensajes incrédulas sobretodo de tener la edad suficiente como para que ésta no sea nuestra primera crisis grave del país. A mí se me brotó todo el cuerpo, hoy me desperté con la lengua hinchada y me cuesta tragar. Aún no sé si son las secuelas de la intoxicación mexicana o es mi istmo de las fauces que no soporta la realidad argentina, extraño a mi amiga o es simplemente que me enfermo como resistencia porque apesar de toda la mierda política y personal pienso a la ligera un balance anual y me da positivo por afano. No soy de esas que se lo bancan como si nada y festejan. Repito: estoicismo de clase. Una pelotuda.

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