Siempre tuve miedo de mi propia locura, el vértigo de no estar segura de en qué plano tenía los pies y la cabeza, la sensación de alfombra que se me corre cuando piso o de volarme como un globo por la ventana. Ahora estoy más parecida al Leve Pedro cada día: no tengo ganas de ir a la escuela, ni de ser razonable con la gente, ni de vestirme, ni de comer, ni de barrer, ni de hacer nada que no sea seguir mi propio hilo.
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