viernes, 18 de agosto de 2017

Resistencia y mutación

Yeguas femininjas
Hace siete años Clítoris comenzó como una revista independiente que se planteaba cruzar feminismo e historietas. Luego se transformó en un libro y ahora vuelve en forma de manifiesto femininja viral.
“Relatos gráficos para femininjas” es el subtítulo de una nueva corporalidad de Clítoris, que en 2010 fue una revista de y sobre historietas y feminismos, que después derivó en un primer libro y ahora se prolonga en otro, con renovación total de quienes se proponen graficar sus relatos, con nuevas voces y alianzas de colaboración que se fueron gestando en el cruce de artivismos feministas y queer. La palabra femininja, creada originalmente como oposición al machista e idiota mote de “feminazi”, no aparece definida en ningún texto o historieta, ni siquiera en el exhaustivo prólogo de Mariela Acevedo, compiladora e ideóloga germinal de Clítoris. Y está bien que así sea, porque ser femininja es una forma de resistencia y mutación que solo puede expresarse la deriva de relatos que no se estancan ni se consumen, por lo tanto no petrifican al feminismo sino que le dan una dinámica como fuga de definiciones cristalizadoras, totalizantes. Para buscar las ramificaciones ninjas del feminismo mutante están, como un manifiesto derramado, los cuatro textos y ocho historietas de Clítoris, más unos dibujos que van narrando desde la tapa hasta la última página, pasando por las portadas de cada capítulo, como un grupo de seis mujeres que se preparan para una marcha. Porque, para empezar, la palabra femininja no tiene un género determinante, sino que más bien gusta de desmontar las determinantes del género, por eso puede ser una, un, le o lo femininja. En alianza con la disidencia del movimiento queer (que no es teoría ni práctica sino una contaminación entre ambas), la forma femininja de Clítoris es una máquina artística-activista que declara la guerra montada en una “yegua de Troya” (Mariela Acevedo) y golpea a su contrincante con un libro de Simone de Beavoir (Mariana Salina y Maru de las Casas). La femininja cuando se organiza es “hermostra” (Supnem) y cuando les amigxs hacen de su lucha una moda: unfollow y block (Lucas Fauno Gutiérrez). Para la femininja la pequeña Pony mata He-Man (Verónica García), hay que denunciar al personaje femenino secundario agregado a la historieta para cumplir con el cupo femenino (Javi Hildenbrandt y Nahuel Sagárnaga) y saber que el aborto que dibujamos es el que pensamos, porque construir imágenes también es construir pensamientos (Nayla Vacarezza). La femininja también sabe que el mito se puede usar para bien, para mal, y para más o menos: el mito es la sangre de la menstruación acumulada en las tetas como leche materna, pero además es parir conejos en una playa de Necochea (Carina Maguregui y Delfina Pérez Adan). La femininja extraña a Effy Beth, grita absolución para Higui a los chupones con otra femininja (Cecilia “Gato” Fernández), y también es una lesbiana trans cuya existencia es una forma de resistencia (Aylin e Irass de Akntiendz Chik). Femininja es poder decir que no como primera conquista (Mariela Acevedo y Cam Rapetti) y transicionar de la soledad atrás de un monitor hacia el calor de la manada en la calle sosteniendo la pancarta de una lucha colectiva (Julia Inés Mamone y Maximiliano Blanco), porque siempre hay un destino de encontrarse en las marchas con otras femininjas (Maia Venturini Szarykalo). Todo eso es apenas una posible lectura de cada propuesta separada, pero juntas hacen un libro que detona la diversidad para garabatear, pronunciar, reescribir y borrar las marcas que la cultura disciplinaria y censora renueva en cada agresión sobre nuestras maneras libertarias de vivir. Es decir: no hay un texto ni una historieta que se ponga de acuerdo en estilo verbal o visual con las que forman este corpus, sino que cada quien hace y deshace a sus modos. Y en el contexto actual de expresiones de la diversidad que se convirtieron en pose lineal, en póster de campaña del fraude, en un tic demagógico de clase media/o progre, en discursos sin sustento de cuerpos, historias y estéticas que resistan a y desistan de la uniformación ideológica y moral, un libro como Clítoris se hace femininja para abrir otros territorios donde la permeabilidad, el diálogo y el riesgo de la experimentación son la sustancia del afecto que abraza una pluralidad que se transforma en comunitaria, pero nunca de una comunidad anquilosada, sino en un frente viral, virósico y virulento de circulación, de intercambios estilíticos y activismos políticos.


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