domingo, 22 de enero de 2017

Ni naturalmente nada, ni puras, ni “conversas”


Dice en feis Laura Arnes
23 horas ·
Después de leer un texto que nos paró los pelos y a colación de un debate que se dió en el tortazo, las bisexuales feministas escribimos este manifiesto que compartimos acá:




En estos días alguien recordaba en su fb una frase de Buenaventura Durruti: “al fascismo no se le discute, se le combate”. Y nosotras acá, un siglo después, interpeladas por un texto plagado de referencias militares y cristianas, un texto que señala con el dedo y juzga, etiqueta y jerarquiza; que para celebrar ataca, que busca infiltradas, espías y pureza, que se cree bueno y contra-ideológico. Y para peor, escrito en un gesto lesbiano festivo y político. Un poco fuerte. Nosotras vamos a hacerle caso a Durruti pero vamos a combatir dialogando, porque creemos que sólo se puede construir (en) sororidad (“la sororidad mató al macho”, dicen nuestras remeras): las molotov las reservamos para la policía y el botoneo se lo dejamos al fascismo. Porque salir de una dictadura (la hetero-patriarcal) para entrar en otra, no es nuestra apuesta y, porque, además, creemos que esta es una charla que nos debemos y que excede al texto que nos convocó puntualmente.
Cierto: nosotras nos decimos bisexuales (algunas llevamos años en un activismo bastante invisibilizado por el colectivo LGBT, otras acabamos de empezar a movernos en el ambiente). Entonces quizás pueden pensar: quién les dio vela en este entierro? Digamos que fuimos convocadas por el espíritu del futuro cuerpo que el enfoque casi eugenésico del texto en cuestión despacha; por esos deseos que quedan boqueando bajo una palada de tierra al grito de liberación! Pero fuimos convocadas, además, porque lo que tenemos en común no es el hecho de no ser lesbianas (ni conversas, ni estrellas doradas, ni la que dio el mal paso, ni ninguna de esas etiquetas que les encanta poner a algunas tortas) ni tampoco heteroflexibles (aunque muchxs también insistan en llamarnos así). Lo que tenemos en común es que somos, ante todo, feministas. Y nos parece que ahí está el quid de la cuestión. Nuestras prácticas feministas y comunitarias, nuestra lucha, no está en las manos de quien nos toca el culo, no muere cuando chupamos una pija ni asciende hasta la aurora boreal cuando hacemos la tijereta. No depende de un/x otrx que nos acompaña en algún tramo de nuestra vida. Nuestras prácticas feministas y sororales -que apuntan a darle cuerpo a otras sensibilidades y a construir otras formas de lo común- pueden verse en los modos que buscamos construir “familias” alternativas, en los temas que abordamos cuando damos clase o conversamos entre colegas, en los repartos afectivos que hacemos, en las prácticas sexuales que tenemos, en los modos que cuestionamos el amor romántico, en cómo nos visibilizamos, en qué futuros imaginamos. Pero nunca nuestra práctica feminista ni la celebración de lo que “somos” se va a centrar en la discriminación ni en el prejuicio. Y lo decimos así con comillas porque los esencialismos son colonialistas: ni naturalmente nada, ni puras, ni “conversas” (la última vez que nos convertimos perdimos las costumbre de las orgías so pena de terminar en la hoguera). Lo nuestro, bien latinoamericano, es el devenir y el mestizaje: un cuestionar constante de nuestro deseo. También un dejarnos llevar por él. Es un habitar las contradicciones, desarmar las prohibiciones, cuestionar valores y honores heredados, sobre-entendidos y expectativas. Lograr salir del “deber ser” nos costó mucho. No nos vamos a meter en otro aunque esté disfrazado de revolución. Como decía la poeta June Jordan: “Si sos libre, no sos predecible y no sos controlable. En mi opinión, ese es el significado, muy positivo y político de la afirmación bisexual". De cualquier modo, el punto no es señalarnos y ver quién tiene la opresión más larga o la espada más alta. Eso es imposible de medir. Además, no tiene sentido hacerlo.
Sabemos que nacimos en mundo con matriz heterosexual. Entendemos también los modos del patriarcado, el tráfico y consumo de mujeres y el reparto de privilegios. Pero no pensamos que la respuesta revulsiva esté en dividir el mundo en dos (y eliminar una de las mitades). Porque el problema no es sólo una cuestión de género ni de con quién se coge. Ni, claramente, el mundo está dividido en dos. Todo es mucho más complicado. Así que sí, es cierto, nosotrxs podemos tener relaciones sexo-afectivas con personas asignadas o (auto)percibidas como varones pero no por eso les “servimos” ni “somos para ellos” (horror de los horrores). Tampoco los despiojamos ni les enjuagamos los pies con nuestro pelo: sorpresa!. A veces les chupamos el orto (aunque no lo crean no es algo que todos quieran) pero, eso sí, las medias se las lavan solos. Tampoco, a pesar de lo que dice el texto en cuestión, los varones nos resultan imprescindibles pero -y, agárrense los calzones,-: las mujeres tampoco (ni lesbianas ni no lesbianas). Que lo irremplazable dependa de un género no nos convence. Sí, por supuesto, hay algunas personas que nos resultan vitales. Y también algunos animales.
Por otro lado, y ya que estamos, hablemos de ese privilegio heterosexual del que supuestamente gozamos: nadie nos mira raro si vamos de la mano o nos damos un beso con un varón (eso en la calle, porque en la reunión de amigas lesbianas es un gran tema a superar) pero la verdad es que para una feminista y bisexual no monogámica ese “privilegio” más que ganancia es pérdida: todo el rato marcando límites y diferencias con la expectativa del mundo. Pero, queremos decir además que, oh sorpresa! ya sabemos que el deseo lesbiano no implica per se un acto de renuncia a la matriz heteropatriarcal. Todas vimos reproducir modelos opresivos y machistas entre compañeras: la identidad no quita lo machista, la renuncia a los formatos heterosexistas y patriarcales sólo se puede lograr con un ejercicio constante de cuestionamiento de prácticas y privilegios. El contexto pide, exige, apertura y reflexión: los cuerpos y los deseos también. Nosotras (nos) lo exigimos.
Saben, además, lo que agota? La idea de que quien no tiene una sexualidad lesbiana cerrada, sin fisuras, “sin vueltas y sin retorno” sea traidora, espía, infiltrada. Pero no sólo agota. Da miedo. Da miedo que en el siglo XXI sigan vigentes -en un ambiente crítico y cuestionador- estos imaginarios retrógrados que cuestionan el deseo ajeno y ubican el propio en un altar (para seguir con el tono de lo converso e inquisitorial) venerado como contrahegemónico y disruptivo.
Y ya que estamos, otra cosa que cansa: escuchar a algunas lesbianas criticar a quienes les dan besos en alguna fiesta y luego “vuelven con sus novios”. No están acaso para eso las fiestas? para darse besos y celebrar los cuerpos? Y qué importa quién está en la casa esperando (o no esperando)? Algunas lesbianas también dan besos, un perreo y después no atienden más el teléfono, pero nadie las acusa de volver a su(s) novix(s) con el vibrador en la mano (el sí a un beso no tiene porqué traducirse en sí al sexo, eso ya lo aprendimos en la primera clase de feminismo). Así, la vida misma: no nos dejan por otrx (varón, mujer o cualquier otra identidad), nos dejan porque no nos quieren. Listo. Al hecho, pecho. El llanto de la traicionada por la injustísima heteroflexible o por la malísima hetero-curiosa olvida que la curiosidad es la llave de todos los saberes y placeres y que si hay algo que sí queremos es el tráfico de saberes, el desparramo feminista, que las abejitas lleven el polen de un lado para el otro y florezca otro paisaje!!! (nos pusimos poéticas, disculpen la hibridación genérica).
La construcción conjunta es imprescindible. Llevar los debates a todos los espacios que habitamos también (aunque eso devenga en acusaciones de “heteroinfiltradas”). Entendemos que en la construcción identitaria se juegan procesos subjetivos y sociales, y no vamos a ser quienes marquen el ritmo ni la forma que deban adquirir, y mucho menos vamos a condenar a una mujer que experimenta su sexualidad y su deseo negándole alguna porción de placer, exigiéndole sacrificios, como si fuéramos regentas de los orgasmos y vigilantas de la revolución deseante. La bifobia, la panfobia, la transfobia…. ningún tipo de prejuicio discriminatorio tiene espacio en la sororidad feminista que nos une, cojamos con quien cojamos cuando se cierre -o abra- la puerta. Vamos a seguir sosteniendo juntxs la bandera contra el heteropatriarcado, y también vamos a seguir poniéndole el cuerpo a esa B perdida en el acrónimo que nos engloba como colectivo.
Las Bisexuales Feministas construimos un espacio (quedan todas invitadas) que ayudó (y ayuda) a muchas de nosotras a nombrarnos, a visibilizarnos, a lidiar con la bifobia y la culpa que quieren inculcarnos por nuestra constante disidencia, por esa elección que hacemos y que muchxs consideran una no elección. Construimos un espacio de amistad en el que siempre nos invitamos al debate y a la reflexión, a deconstruirnos, acompañarnos y luchar. Inmersas en esta experiencia, nos parece importante que al construir una ética liberadora no caigamos en una ética con aires de revolución pero normativa al fin. No está en nosotras imponer las condiciones de la libertad; o para decirlo con palabras de Audre Lorde, (una feminista que ha pensado mucho el activismo y la interseccionalidad): No desmontaremos la casa del amo con las herramientas del amo.


BISEXUALES FEMINISTAS
*El texto que disparó la reflexión se titula: “Reflexiones, Acercándose el día de la lesbiana conversa, 13 de enero. (Hablemos de heteroinfiltradas)” escrito por Patricia Karina Vergara Sánchez.

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