“No soy una poeta que vive encerrada en recitales”. Entrevista a Andrea Cabel
Andrea Cabel regresa de Pittsburgh con nuevo libro editado en México, A dónde volver. Poemas reunidos (2016). Sus poemas pueden bailarse, según sugiere la solicitud de una artista de la danza contemporánea para realizar el montaje de uno de sus textos. Asegura y demuestra, que más allá del trabajo textual, el poeta es un ser humano que busca armonizar con su entorno para brindar afecto y apoyo solidariamente. Conversamos con ella amplio y sin cortapisas. A continuación, la poeta al desnudo.
Por: Jota Picón Ocampo
Crédito de las fotos: Fernando Criollo
“No soy una poeta que vive encerrada en recitales”.
Entrevista a Andrea Cabel
Jota Picón [JP]: El título sugiere un regreso a lo trazado por tu obra, una autoevaluación, tal vez. ¿Cuánto le cuesta a un poeta regresar por el camino de su obra, en todo caso, desandar un poco lo avanzado
Andrea Cabel [AC]: A veces, para avanzar en la vida, en los escritos, en las carreras que uno emprende es necesario retroceder un paso, o dos, para mirar todo más lentamente, para evaluar mejor, para volver a entenderse uno mismo. Duele retroceder porque este proceso implica cierta humildad para aceptar los errores y reconocerlos con cariño como parte de uno mismo, para dejarlos ir libres, y seguir andando. El título, más que una invitación a la autoevaluación es un grito de ayuda, como cuando uno es chico y por primera vez se pierde en un lugar que luego, con el tiempo, le será familiar. Digo ayuda porque a mí me pasó muchas veces sentir una ansiedad terrible, mucha angustia, por no saber desandar los pasos que había dado para volver al punto del que había partido. Desandar lo avanzado siempre es un reto de paciencia, tolerancia y aceptación.
No sé cuánto le cueste a un poeta empezar un proceso de reflexión de este tipo, cada poeta es distinto del otro, y cada uno entiende su vida y sus versos de modo muy particular, algunos se creen perfectos, otros ven al arte como perfecto per se, otros no vinculan la vida con el arte, qué se yo, mis versos y yo nos parecemos mucho, y yo los necesito tanto como ellos a mí. Por ello, pensar y repensar eventos, conceptos, ilaciones, dialogismos entre poemas y poemarios, o entre personajes y tramas de mis poemas o de mi vida, no me resulta problemático sino enriquecedor. Creo que mientras más capas de complejidad se encuentren en un texto más productivo puede resultar para un poeta/lector. Y en todo caso, creo que a cualquier persona, sea poeta o no, le cuesta mucho volver sus pasos para comenzar un proceso muy personal de (re) lectura propia. ¿A quién le gusta pensar en un pasado que no ha sido del todo amable, o que pudo haber sido mejor? ¿Acaso regresar por la obra de uno mismo no es regresar por episodios clave, por contextos clave de formación de la vida de uno mismo? ¿Acaso esto no despierta ciertas dudas y nostalgias? Por todo esto, “A dónde volver” no es únicamente una búsqueda en el pasado, es también un intento por mirar más allá de lo conocido para ver si hay otras posibilidades fuera.
[JP]: En el prólogo, nuestro desaparecido poeta Eduardo Chirinos, ya advierte que no se trata estrictamente de una antología, sino más bien de reordenación de textos. ¿Cuáles fueron los criterios que elegiste para este proceso?
[AC]: Eduardo, siempre agudo lector y sensible amigo, no se equivocó en esa afirmación. El libro nació y se hizo hasta el final en un durísimo proceso personal del que prefiero no comentar mucho. Los criterios que elegí para seleccionar los poemas fueron básicamente dos. Elegí primero los que me parecían mejor logrados y segundo, los que me parecieron más representativos del momento o etapa en el que los escribí. Por otro lado, los criterios que utilicé para separar las partes del libro fueron un poco más difíciles. Cada fracción del libro tiene una razón distinta de ser y el orden que tienen también tiene una razón.
La primera parte titulada “Retratos” tiene un énfasis especial en las imágenes que me impactaron más en mi vida: el rostro de mi padre, el de mi hermana, mi cuerpo luego de un accidente sucedido en el 2012, el de mi madre, y claro, el impacto de verme por primera vez en un espejo llorando. Son rostros que yo tenía en mi memoria como fotografías vivas, como trazos que respiraban y que no se iban ni al pasado ni al futuro ni al presente, sino que se quedaban siempre ahí, en un eterno plano que me perseguía y que decidí nombrar y encerrar en esta primera parte del libro. La segunda parte es enteramente lo que el epígrafe que la engloba dice, es el único momento de mi vida en el que sentí absoluto amor. “La eternidad de una esquirla”, digamos, la eternidad de un desencuentro, es una breve pieza de teatro, tipo teatro del absurdo (pienso en Beckett) en donde como en Esperando a Godot hay dos personajes que viven un absurdo, el absurdo de la espera, el absurdo de una distancia inexacta, en fin. Una historia que marcó mucho mi vida y que saqué de la plaqueta “Uno rojo”, plaqueta que salió en la colección Underwood poco antes de que yo me fuera de Lima a Estados Unidos, justamente a comenzar el camino que ahora desando. “Fruta partida”, que es la tercera parte, es diferente. Es un momento más frío. Ya no es teatro, sino que busco las voces de la narrativa, ensayo voces de personajes, espacios, tramas, ensayo otro tipo de comunicación. Esos poemas los hice salteados entre España y Lima, mucho antes de irme a Estados Unidos, y mucho antes, claro, de enamorarme terriblemente, de ser una parte de esa esquirla. Decidí colocar esta colección de poemas, “Fruta partida”, porque me gustó la forma como pensaba en ese momento y la forma como se conectaban los fragmentos que me habían dejado el teatro y sus búsquedas, con el intento de unidad que buscaba en la narrativa. Aquí lo que da orden son las letras del alfabeto, me gustaba pensar que más allá de los números, las letras podían dar otra forma de equilibrio y tensión. Además, me gustaba sentir ese vaivén entre las dos voces tan diferentes de ambas partes, aparentemente desligadas pero muy complementarias. La última parte del libro, “A dónde volver”, es posiblemente la parte que reivindica la pequeña ruptura que siempre pulula en las partes anteriores. Aquí están los siete inéditos, que en realidad pudieron ser más, junto con otros poemas que salieron en revistas internacionales y otras publicaciones. Todos estos poemas remiten al total abandono. A la angustia, a casi la muerte en vida, y puede sonar exagerado pero corresponde a una determinada etapa de cierre vital y poético. En medio de todo, conforme iba escribiendo los poemas e iban pasando los días y la temperatura por allá –Pittsburgh– iba bajando, mi ánimo y los versos también comenzaron a cambiar. Decidí terminar el libro, y parte del proceso, así como el último poema, con una tregua. Con un pedido a la calma, a la paz, con una aceptación silenciosa y respetuosa por todo eso que se agolpaba y que otra vez me hacía regresar a Lima y cerrar con eso la historia o la conclusión de esa parte del libro, que bueno, como toda pregunta, implica un proceso de respuesta.
Por supuesto, todo esto que te comento sobre las partes del libro puede ser completamente omitido, o alternado por un lector que tenga otra lectura. Eso sería completamente válido.
[JP]: ¿Piensas que esta dinámica refuerza la idea de una obra unitaria?
[AC]: Honestamente, no lo hice pensando en generar una dinámica que produzca esta idea. Pero me parece interesante que se pueda pensar así y de hecho me gustaría que hubiera más lectores atentos como tú que se la planteen, pero queda a la libertad del lector.
[JP]: Muchos de los poemas recorren las estancias íntimas de la vida familiar. Hay referencias a tu padre. ¿Cómo opera el lenguaje en tu poética atravesado de esas emociones tan íntimas y a veces silenciosas?
[AC]: En realidad hay solo un poema que tiene que ver directamente con mi padre, y después de ello no hay más referencias dirigidas a él. No sé si hay otros versos que podrían confundirse, no obstante, es cierto lo que comentas sobre las estancias familiares, sin duda, el poema que le hago a mi hermana menor, la presencia silenciosa de mi madre, la omnipresencia de mi abuela materna, quien me crío junto con mi abuelo y con mis siete tíos maternos también, sí sin duda, mi familia (materna) está por todos lados de una u otra forma. A veces aparecen trasformados en huracanes, o en frutas secas, otras veces son golpes del viento, pero sí, existen en todo mi universo.
El lenguaje en mi poética busca ser siempre plástico, evoca imágenes, sonidos, y texturas, hace poco una amiga me pidió uno de mis poemas que hablara de la piel para bailarlo, ella se dedica a la danza contemporánea. Imagino que si puedes reproducir las imágenes de un poema es que de alguna manera tanto las figuras como las tensiones de este están un poco logradas. Cada poema tiene su propio ritmo y su propia dinámica. Trato de que mi pasado y mi presente encuentren un cierto equilibrio, no una suma cero, sino un equilibrio en el que tengan sentido el uno para el otro, en el que produzcan belleza, en el que el mismo lenguaje los busque y su encuentro produzca algo que me enganche. Decir algo amargo con belleza, producir otros significados de mi pasado, de mi presente, todo eso también es parte de lo que intento que mi lenguaje produzca. De otro lado, también me interesa que el silencio tenga su propia carga de “silencio” pero que, dependiendo del contexto,tenga algo que decir y que sea lo que sea que diga, lo haga con plasticidad y belleza, con flexibilidad, como lo haría el agua si tuviera voz.
[JP]: Se ve en tu poesía gran cantidad de matices. Haces convivir imágenes de extrema ternura con otras más cercanas al ámbito tanático —la muerte es una entidad sugerida en tu trabajo—. ¿Te es fácil ponerte en el rol de “niña” y a la vez luchar por iluminar tus partes más oscuras?
[AC]: La niñez es una etapa que se me pasó muy rápido vitalmente hablando, y mis recuerdos son casi nulos. Quizás por ello no encuentro mucha inspiración o temas para hablar al respecto. No obstante, mi adolescencia fue y es una etapa de la que creo que recién ahora estoy saliendo, claro, dirigiéndome no sé exactamente hacia dónde. La adolescencia que tuve está sellada en mi cabeza con muchísimos recuerdos, y preguntas. Sobre todo preguntas. Siempre fui de las personas que pensaban más en preguntas que en respuestas. Creo que cuando uno tiene la creatividad de preguntarse cosas, puede resolver mejor o pensar mejor o con mejores herramientas sus problemas. Nunca pensé, en verdad, que mis poemas pudieran colocarme a mí, o a los sujetos poéticos que creo y recreo en justamente esa etapa de la que sé tan poco y que además me llama tan poco la atención. Lo que sí, como te comentaba, aparece en mis poemas un ser que adolece todo el tiempo, y la muerte es un tema que aparece más desde Uno Rojo. Hasta antes de esta plaqueta, es decir, en mi primer libro, yo no había pensado en la muerte, ni en ella ni en lo que podría implicar o en lo que estaba detrás de ella. La muerte se me hacía demasiado natural, se me hacía demasiado común. Tenía esta idea y esta sensación de aceptación de que morir todos los días un poco no era tan malo, sino que era parte de un ciclo, de un proceso de aprendizaje y de humildad. Hasta que llegaron en mancha la muerte de tres personas importantes en mi vida y entonces la muerte se me hizo menos natural y menos interesante. Comencé a sentir dolor, mis preguntas se hicieron menos comunes y mi cabeza dejo de funcionar. La muerte de mi abuelo, seguida por la de mi abuela, seguida por la de mi tío Marco fueron tres eventos seguidos que me golpearon mucho. Estas tres muertes empaparon los libros que siguieron aLas falsas actitudes del agua, y fueron también como el soundtrack detrás de varias de mis migraciones forzadas. Del dolor pasé a la contradicción, y de la contradicción a la mudez. Y creo que ahí me quedé. De otro lado, la ternura extrema o no, es completamente sin querer, se me escapa y creo que va de la mano con lo que te digo de esa larga adolescencia en la que uno migra a diversos lugares buscando respuestas, o buscando preguntas que alivien un poco el día a día.
[JP]: ¿A qué pulsión piensas que responde tu uso de imágenes con elementos “orgánicos”, corporales, entidades del reino animal y vegetal, cuerpos de una vitalidad agonizante?
[AC]: A una pulsión erótica sin duda. Una pulsión llena de vida, consecuentemente, una pulsión llena de contradicciones, de ganas inmensas de respirar en armonía con todo lo que rodea. Hace algún tiempo me puse a pensar como sería mi poesía si tuviera alguna forma, si pudiera ser algo, ¿sería un gato, un conejo, una planta, sería el mar, sería una roca? Me gustaría que fuera como la naturaleza, aunque suene medio rara esta respuesta, me gustaría que sea misteriosamente fuerte, con esos ciclos tan perfectos de regeneración y con ese amor tan exacto para producir otras vidas, otros ritmos. Me gustaría crear algo, aunque sea chiquito que se parezca, que tenga esa forma, que impacte así como cuando uno respira e hincha los pulmones en Sancayuni, en Puno, no sé, te lo digo como pensando en un lugar en donde vivir es profundamente placentero. Claro, para hacer algo así tendría que vivir y morir varias veces, pero no pierdo nada intentando crear algo vivo, que se muera y que pueda renacer tal cual lo hace la naturaleza, con un ciclo paciente, lleno de armonía y calma. Eso, algo así, algo que se parece al equilibrio. Los órganos del cuerpo, los tendones, la columna, los ojos, el sudor, la sangre, los intestinos, las uñas, el cabello, el cruce de todos estos elementos con el corazón que galopa todo el día incansable, o hasta que se cansa, claro. Todo eso me resulta mágico, me resulta invencible, minuciosamente perfecto. Algo así me imagino que podría ser el reino de la poesía. Algo así, pero más humildemente, claro, más imperfecto.
[JP]: También encuentro en tus textos, la idea de ocultamiento, de resguardarte de algo. ¿Te cuesta compartir tus sentimientos fuera del poema?
[AC]: En general me gusta ser generosa con mis sentimientos y entregarlos a quienes lo necesiten, es decir, si es posible a todos los seres sensibles. Entregar afecto es una de las pocas cosas que creo que puedo hacer bien y que me alegra poder hacer sin esperar nada a cambio. Claro, esto no ha sido algo constante en mi vida, creo que ya mencioné lo de mi larguísima adolescencia. Por ejemplo, hace poco vino a Lima un amigo mío, John Estela, quien perdió una pierna en el Baguazo. Él no estaba participando de este enfrentamiento. Simplemente estaba trabajando en su mototaxi. Entonces creo que tenía 21 años. Ese mismo 5 de junio del 2009 vio a su hermano morir cuando este lo intentaba sacar de la pista en la plaza de Bagua Grande para que no lo siguieran baleando. John vino a Lima buscando ayuda hace un par de meses. Buscando una ayuda para su prótesis que ni el Estado ni su abogado, ni las ONGs se habían tomado la molestia en tomar en cuenta. No entregarle mi afecto y compartir con él su dolor y mis sentimientos frente a lo que vive diariamente me hubiera resultado mezquino y contradictorio con mi propia experiencia vital. Del mismo modo sucede con otros amigos que pueden necesitar afecto y ayuda. Como la situación que atraviesa ahora mismo mi gran amiga, la líder shipiba Olinda Silvano, que sufre de cinco hernias discales y que no puede financiar su operación. He podido ayudarla con la fisioterapia vía el centro CRYMEF y sobre todo gracias al doctor Ricardo Bullón, pero ahora estamos viendo otras formas más efectivas para ahorrarle todo ese dolor innecesario.
En general, y aunque tu pregunta no vaya a esto, creo que me da pie a comentarlo. No soy una poeta que vive encerrada en recitales, que trata de tener muchas publicaciones, o que piensa en ferias y premios y cosas así. Me interesan más otras cosas, es decir, las que he venido haciendo, viajar a hacer trabajo de campo a la selva, investigar, conocer, sentir. Aprender. Me interesa conocer a la gente y solidarizarme y buscar soluciones para diversos problemas que nos involucran a todos. Y la poesía es una forma de hablar de eso y de otras cosas. Otra forma, por ejemplo, es un proyecto en el que vengo trabajando con cuatro amigos más: constituir una ONG con sede en Lima pero con proyectos en la selva. No puedo dar detalles ahora, pero estamos muy contentos de poder dedicar una (gran) parte de nuestra vida a ayudar a quien lo necesite.
[JP]: ¿Cómo se articulan los inéditos con esta intención de dar orden a emocionalidad con la estructura que propones de tus textos ya publicados?
[AC]: Creo que los inéditos proponen una posibilidad más de búsqueda dentro de todas las que plantean las partes del libro. Cada parte en sí misma ofrece una posibilidad de búsqueda para volver, y también una forma de pensar el regreso sobre todo a uno mismo. Esta última parte contiene inéditos que dialogan con otros poemas antiguos, ya publicados y proponen un cambio de voz como un cambio de ruta. En estos poemas hay voces trilingües que saltan del portugués al inglés, y de ahí al español y que juegan con referencias reales e imaginarias. Digamos que los inéditos son una carta bajo la manga que apareció en medio de un juego en el que ya se había perdido todo, y de pronto, aparece algo que nos ayuda a remontar la jugada.
[JP]: Estuviste un tiempo fuera de Lima por estudios. ¿Cuál fue tu experiencia desde lo vital y lo poético con esa suerte de “exilio”?
[AC]: Vivir en Pittsburgh, una ciudad tranquila, llena de bosques y frente a la intersección de tres grandes ríos ha sido una buena experiencia vital. Estudiar, trabajar, compartir y conocer gente de tantos países me trajo buenas y malas experiencias de las que saque bastantes anécdotas y un aprendizaje que sigo procesando. Vitalmente, sobre todo, me quedo con lo bueno. Tengo un asesor de tesis (Gonzalo Lamana) excelente, que más que un profesor es un gran amigo, una persona con la que comparto opiniones, intereses, formas de pensar, y con la que puedo reírme tranquilamente. De otro lado, claro, es un hombre al que admiro y del que siempre tengo algo que aprender. En realidad, de todos los profesores he aprendido bastante vivencialmente. Siempre han tenido algún gesto conmigo y han sido atentos. Lo mismo con los chicos de la facultad. Cuando regrese a Pittsburgh luego de las vacaciones de medio año, me encontré con gente que sabía muchísimo de literatura, con chicos que también eran poetas, y que con todo eso, eran sencillos y no tenían este chip competitivo medio enfermizo que suele haber en las universidades gringas. Compañeros costarricenses, argentinos, bolivianos, brasileños, americanos, y chilenos, marcaron bastante la diferencia en Pittsburgh para mí. Creo que no solo compartieron conmigo clases, y discutieron y debatieron conmigo, sino que más allá de eso, me enseñaron a ser una mejor persona.
En lo poético, para serte honesta, no escribí ni un verso sino hasta noviembre del 2015. Durante todos esos años estuve llena de trabajos y compromisos académicos, sea para los cursos, o para para pasar el examen de maestría, o escribiendo mi propuesta doctoral, o aplicando a becas, diseñando proyectos, o escribiendo los constantes trabajos (“longpapers”) para las clases, o sino preparando las clases que dictaba. No tenía tiempo ni fuerzas para escribir poesía. Luego, cuando acabé todos los cursos del doctorado y me di cuenta que tenía cierta familiaridad con todo el espacio que me rodeaba, además que mi realidad comenzó a estar incompleta por ciertos temas personales, las palabras me comenzaron a atacar, y me comenzaron a llevar al papel. Me suele pasar que los poemas me buscan, me eligen, y eso, aunque suene bonito, no lo es tanto. No siempre te buscan, y a veces, cuando lo hacen, no es de la mejor forma. Lo cierto es, y esto si es fijo, que los poemas salvan. Siempre. Rescatan, dan aire, respiración, me renuevan la sangre, me limpian los ojos. No sé, escribirlos es un feliz acto de rebeldía y felicidad. De amor también, claro.
[JP]: ¿Qué vienes preparando?
[AC]: Mi tesis doctoral, de cual soy una feliz esclava.
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