miércoles, 22 de junio de 2016

Ver en tus ojos el nivel del invierno

Cinco textos cortos inéditos de Efraim Medina Reyes

AUSENCIA

Cuando pienso en ti el dolor regresa y me aplasta como hacen los niños con las hormigas. Tu ausencia es mi castigo. Aunque sé que no puedo encontrarte, recorro día y noche el laberinto. Y dentro de mi estúpido corazón el deseo de verte crece y crece como un tumor de terciopelo. Tu ausencia marca el ritmo de mis horas e insomnios. He olvidado mi nombre, he olvidado cada cosa que no se relaciona contigo. La muerte me desgasta incesante y no quisiera morir sin ver en tus ojos el nivel del invierno. La vida es corta pero las horas son infinitas. Tu ausencia me rodea, me ahoga, me desgarra. Tu ausencia es mi único pecado y mi mayor condena. Tu ausencia es el beso invisible del ansia, el verano oscuro, las caricias invisibles. Las nubes pasan, las palabras se apagan y el dolor permanece. El dolor es mi perro fiel, el guardián implacable de esta cárcel atroz, de esta celda sin paredes a la que estoy confinado. Siento tu boca que roza la mía y huye hasta el fin del mundo. Tu imagen se forma y deforma en mi mente, las fuerzas me abandonan y sólo el dolor me sostiene. El dolor es mi único alivio. Busco el dolor como los insectos buscan la luz que les quema el alma. La vida te destruye en algún remoto lugar y mi memoria perfecciona cada uno de tus rasgos. Eres como siempre el resplandor y la lágrima, la dueña imposible de mis emociones. Antes de soñar el amor ya te soñaba a ti. Estás hecha de mi sangre y de mi nombre. Sé que aunque grite no vendrás, que tu ausencia invadirá mis huesos y borrará mi imagen de la mente de quienes me conocieron y juraron recordarme. Hoy es un día soleado, estoy a la deriva en un bosque de pinos. No sé cómo llegué aquí. Estoy esperando una señal, un evento secreto. Inmóvil sobre la hierba.


NADIE AFUERA

No sé que hacen los otros un domingo; tendido en el sofá observo el techo y busco una razón para no pegarme un tiro. El domingo es una dura experiencia, una prueba de fuego a la imaginación. Antes me deprimía y ya era algo, ahora sólo me quedo inmóvil soportando mi humanidad. ¿Qué es todo esto? No hay nadie afuera, soy la última sombra en un mundo de sombras. Como no tengo una pistola optó por masturbarme y mientras lo hago elimino recuerdos e imágenes. El ligero placer anula los detalles, se trata de quemar el mayor tiempo posible. Y me demoro allí, aferrado a esa última opción. Si pienso en qué cosa soy y que haré las justificaciones sobran, pero no intento justificarme. Suspendido en esa delgada línea entre el placer y el asco me pregunto dónde dejé a Efraim Medina sin esperar respuesta. Me levantó del sofá y voy a la ducha, el agua caliente arrastra mis detritus por el desagüe. ¿Qué es todo esto? Afuera el silencio camina en sus zapatos tenis y millones de personas no se conocerán jamás. A través de la ventana veo la luz del atardecer. Bajó, enciendo la tele y viajo por los canales. Me detengo en el 414 para ver un guepardo persiguiendo un antílope. El domingo persiste y mi interruptor de placer sigue en off. Observo la fotografía de una chica desnuda que sostiene un enorme diamante, en vez de una sensación erótica me hace sentir triste. ¿Cómo se llamará esa chica? No hay nadie afuera, también yo soy una foto borrosa en el álbum de recuerdos de Dios.


LA ÚLTIMA VEZ

Soy, en la oscura noche, como un salvaje pájaro sediento de amor. Las palabras zumban como abejas asesinas y luego llega el silencio, tus ojos me observan y logran intimidarme, pero el deseo es una joya absurda que destruye los espejismos. Te levantas de la banca y caminas por un sendero del parque, te sigo, respiro el olor de tu pelo. Sabes que no puedo escapar, que durante mil años esperé este momento. Dejas atrás el parque y te detienes frente a un edificio, el portero abre y le hablas al oído. Te sigo por las brillantes escaleras de madera. Tus piernas se mueven dentro de la estrecha falda, tus senos se agitan, y de repente te detienes, te sientas en uno de los peldaños, recoges la falda y abres las piernas. Me miras desafiante. En la delgada tela del oscuro calzón tu sexo se marca como un sed antigua. Me inclino lentamente y te beso en los labios, abro la bragueta y saco mi sexo, tu boca se libera de la mía, me aferras de la cintura y chupas mi sexo. Te abro los broches de la blusa y las puntas de tus senos se clavan en mi pecho, siento el olor de tu pelo, te lamo la nuca, dibujo con la lengua tus vértebras. Mi sexo se expande dentro de tu boca, tu garganta es caliente y profunda, mis dedos apartan el calzón y acarician tu sexo que se moja lentamente. Mi lengua lame tus senos. Me aferro a tus muslos, a la amplia curva de tus caderas. Meto las manos bajo tus nalgas y te levanto un poco de la superficie fría de la escalera. Durante un breve instante permanecemos suspendidos y luego mi sexo escapa de tu boca y busca tu sexo, te penetro con fuerza, la madera cruje bajo el peso de nuestros cuerpos, mi boca se come tu boca. Y golpeo una y otra vez dentro de ti, tu corazón late contra el mío y el tiempo se eterniza. Giramos, mi espalda se apoya en el borde de aquel peldaño, pero el deseo borra el dolor. Me aferro a tus nalgas y acerco tu sexo a mi boca y lo lamo lentamente, lamo cada hendidura, aprendo formas y sabores mientras tu boca susurra palabrotas cerca de mi oído. Nuestros sudores se confunden. Y luego te sientas en mis piernas y mi sexo entra de nuevo en el tuyo, y subes y bajas. Mi sexo vibra a punto de estallar y te aprieto las nalgas y hundo mi dedo en tu culo y te beso la cara, te lamo el cuello y tu sexo me aprieta más y más... Y entonces giras y me pides gimiendo meterlo atrás y penetro tu culo húmedo y estrecho y te quejas bajito y luego te mueves clavada allí, te mueves cada vez más frenética, tus nalgas golpean contra mi pelvis, el placer destruye el último fragmento de lucidez y me pierdo dentro de ti...


EN UNA BALDOSA

Ser el resultado de una incesante mezcla de culturas es un innegable lastre que me persigue cuando atravieso las ciudades del hombre blanco, al mismo tiempo me define y fortalece. Soy un mestizo de 1.87 m, peso 83 kilos y he aprendido mucho observando a los otros desde mi jodida condición de colombiano. La madre de la primera mujer que amé solía decirle que yo era un pequeño error que estaba a tiempo de corregir y estoy seguro que esa pobre mujer lanzó un suspiro de alivio cuando su hija me mandó al infierno. A ella, la madre, le gustaba la música andina. Siempre he odiado la música andina y amado el rockandroll; detesto la cumbia y adoro el tango y el bolero. Puedo bailar ritmos antillanos tres días seguidos en una baldosa y beber whisky, ron y tequila sin desfallecer jamás. Antes me inquietaba aterrizar en países extraños, lentamente he perdido los miedos inútiles. Sé que ser lo que soy es un lío, que la violencia, la crueldad y el odio son mi sello de fábrica. Y que en Colombia nadie es tan blanco como se siente, nadie puede estar seguro de lo que hicieron o les hicieron a sus más antiguos parientes. Es curioso como en Europa el término extra-comunitario una gente de tantas razas y calañas en una misma fila. Y viajo con mi estúpido pasaporte que despierta suspicacias. Piensa mal y acertarás es el axioma; Europa resiste a duras penas. Chinos, hispanos, eslavos, africanos... la lista se extiende y el miedo crece a la misma velocidad que el racismo. Y lo que más les asusta es nuestra rabiosa capacidad de reproducirnos y mezclarnos. Quizá hayan olvidado que hace algunos siglos Europa nos "enseñó" con implacable crueldad a mezclarnos. Al menos nosotros lo hacemos de una forma más humana y divertida. Mi campo visual es amplio como las sangres que me integran. Escucho música africana cantada en francés este amanecer de otoño, lo hago en una casa al norte de Italia. Desde mi ventana puedo ver en el horizonte los Alpes. Mi perro, Gonzalo se llama, vino de Hungría. Por las calles de esta ciudad transitan mujeres de todas las índoles y pelambres y todas me parecen bellas, a todas las deseo. Me gustan las camisas de Cavalli y los pantalones que diseña Valentino, hay un almacén a media hora de aquí donde puedo comprarlos a bajos precios cuando cambia la estación. A mí me importa un pito el giro de la moda; me pongo un Valentino de 2004 este otoño y me paseo sonriente entre esas bellas mujeres. No tengo parámetros ni ideologías, después de todo soy sólo un pequeño error.


ACERCA DE LOS MAMÍFEROS

Me despierto en la oscura habitación de un hotel en Roma, me asomo en la ventana. En el amanecer la gente va de un lado a otro. Imagino que en mil lugares distintos está ocurriendo lo mismo. Cada día millones de mamíferos se levantan y corren desesperados. Me tumbo en la cama y miro un punto en el vacío. No tengo intenciones de correr a ningún lado, de hacer parte de la manada. La vida es una cosa miserable allá afuera. Pienso en los millones de mamíferos que corren en busca de migajas como las cucarachas; migajas de oficios varios, de sexo recalentado, de oficinas piojosas, de estúpidas gerencias y lánguidas fiestas que sólo dejan mugre y grasa en sus almas. ¿Qué tipo de mamífero eres? No se tú, pero yo pienso mucho en eso. Y trato de girar a mi modo, de seguir mi ritmo. Y pienso en los mamíferos con propósitos e intenciones cuyas vidas jamás empezaron, en los mamíferos que van a la deriva siguiendo la corriente de los otros fantasmas. Odio eso, odio esa mierda de buena voluntad, las sociedades sin ánimo de lucro y la falsa rebeldía. Y los mamíferos repiten día tras día su rutina, hundidos en la mierda sonríen. Los mamíferos no caen en cuenta, no tratan de imaginarse, están seguros de tener "una vida" y llaman VIDA a eso que tienen, a la estrecha y hedionda vida familiar, a sus frustraciones, a su sexo funcional y su televisor de pantalla gigante. Odio eso, odio a las mujeres que se entregan al tipo "adecuado" por temor de quedarse solas. Odio a las mujeres que se entregan a cambio de estabilidad y compañía. Y que se pasean con su mamífero imitando la plenitud y el bienestar. A las mujeres que soportan, que culpan a sus hijos, que no me sueñan y desean cada madrugada. Y los mamíferos corren para no perder el tranvía, y se resecan lentamente encerrados en esa chata prisión que llaman con arrogancia "mi realidad". Y compran cremas contra las arrugas y canciones de moda. Los mamíferos se saludan en los ascensores, en los estadios, a la salida del cinema. Pequeños fantasmas que inundan los supermercados en busca de carnes frías y desodorantes. Pequeñas alimañas que confunden dependencia con amor, que se revuelcan en su propia mierda y comparten pedos y babas hasta la muerte. Odio eso, odio a las bellas mujeres que no conocen a Emily Dickinson. Odio a las mujeres feas que no conocen al poeta peruano César Vallejo. Y los mamíferos saludan a sus amos sin sopesar la enorme ventaja que habría sido para ellos nacer muertos. Las diminutas e inofensivas alimañas sin voz ni voto; reducidas a sus complejos, sus miedos atroces, su eficacia laboral. Los alegres mamíferos esclavos de su mediocre panorama y de sus perezosas obligaciones. Medio alegres, medio tristes, medio impotentes, medio frígidas... La medianía es su condición natural. Y el pellejo se les escurre mientras tratan de aferrarse a eventos y citas, a telenovelas y noticieros para olvidar que los segundos pasan y nada cambia. Que los segundos pasan y sus traseros engordan, que están condenados a arrastrar sus traseros y alimentarse de sobras. Y se casan, se traicionan, tapan el vacío con hijos y electrodomésticos. Y trabajan en las fábricas del infierno soñando con ganar la lotería. Y compran seguros de vida (ja, ja, ja). Los patéticos mamíferos compran seguros de vida. ¿De cuál vida, carajo? Y van a las discotecas y tararean canciones y miran de soslayo el culo de las mujeres que pasan. Y se llenan de ansia y temor, de livianas sensaciones, de sexo trasnochado, obligado, homologado, escueto una y otra vez. Y cada amanecer es la misma tumba, el mismo epitafio, los mismos chistes y saludos, el mismo rencor. Y se aferran a la vida como babosas; en vez de pedir la muerte como regalo cada Navidad, la temen. Ignoran que quizá muertos resultarían más vitales de lo que jamás serán en vida.



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