viernes, 18 de marzo de 2016

Aguantar el invierno juntos

Dice en feis Felix Bruzzone
22 min
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Tengo una clienta con un pato (un pato de verdad) y otra con una boya en forma de pato. 
La de la boya en forma de pato también tiene un estanque con fuente y, sobre la orilla del estanque, un sapo de piedra y un perro de piedra. El perro es apenas más grande que el sapo. Un perro chico y un sapo grande, podrían ser. Pero el mundo real no tiene esa magia. Quizá el sapo de piedra sea demasiado grande para ser un sapo posible. El perro creo que está bien. Y el pato-boya también. Un pato pequeño, un pato bebé. El cuento de hadas, claramente, lo pone el sapo. Y el estanque, tan cuidado que parece una joya, una esmeralda gigante que creció a un costado del jardín. Sin embargo, la dueña de todo eso, mi clienta, es una mujer dura, exigente y neurótica. Razona con precisión y se pinta las cejas, porque no tiene, o tiene apenas una línea muy débil. Sus manos son delgadas y sus dedos parecen demasiado articulados, como de máquina. Su voz es suave, pero cada dos o tres frases saltan algunas notas demasiado agudas. Una soprano frustrada, pienso cada vez que la escucho tocar el piano. El piano se escucha desde la calle y a veces tengo que esperar a que ella termine de tocar para que me atienda. Su marido nunca está. Viaja mucho, dice ella. Y sus hijos viven en otro país. Una vez me mostró una foto de su nieto en el celular. Acababa de nacer y me la mostró así, de la nada. Le pregunté si era varón o mujer y me dijo: "Se llama Jesús."
La otra clienta, la del pato verdadero, es adorable. Cuidadosa con su pato y con su piletero. Yo retribuyo su adorabilidad. El pato no tanto, es más bien un pato malo del que hay que aprender a cuidarse. Y su pileta también es algo poco claro. Una cosa descuidada y tosca, tomada por los hongos y las larvas de todo tipo de insectos. Pero como ella es tan buena todo se deja pasar. La bondad y la belleza tienen forma de descuido. Ahora que viene el frío seguramente me va a abandonar. Todas las descuidadas lo hacen, y no me quejo. Voy a tratar de convencerla de que siga. De que el cloro que hay que usar es muy poco, que puedo limpiar su pileta solo una vez por mes. Es el ritual de esta época. Tratar de convencer a alguien de quedarse, de aguantar el invierno juntos. Pero ella me va a mirar, adorable como es, y me va a decir: "¿Nos vemos el año que viene?, no extrañes a mi pato."

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