Dice en feis Felix Bruzzone
Tengo una clienta que solo me llama en enero. Tiene una quinta grande. Siempre la alquila en enero y quiere que le limpie la pileta a sus inquilinos. Diciembre y febrero no alquila. Solo enero. Me llama por teléfono en noviembre y reserva su lugarcito para enero y allá voy. Mi relación con ella es telefónica porque casi siempre termino arreglando con los inquilinos y ellos me pagan, me miman, me dan su bendición cuando les digo que el agua de la pileta está bendecida por mí, el mejor piletero de la zona y quizá del mundo. Pero este enero que acaba de terminar los inquilinos no querían manejar efectivo conmigo y entonces tuve que arreglar el pago con ella. Hacía tres años que no la veía y cuando me acerqué a cobrar pensaba que si ya hacía tres años era una vieja malhumorada y decrépita ahora qué iba a ser, estaba un poco asustado. Sin embargo la vieja era otra cosa. Era joven. En tres años rejuveneció diez o veinte, no podría calcular. La sorpresa hace crecer los números. Magnifica todo. Es como el horror. Y la que estaba en verdad magnífica era la vieja. Estaba con su marido, a quien se lo veía muy feliz, como con juguete nuevo. Y no fue un rejuvenecimiento quirúrgico, no, me fijé bien. Fue un rejuvenecimiento verdadero. Andá a saber. Cuestión que hablamos un rato de la pileta, de los inquilinos, y al final me pagó. Cuando conté el dinero faltaban 200 pesos. Estuve por no reclamarle, para qué. Siempre los malos entendidos en este rubro los paga uno. Es la tradición. Además, pensé que algo de su fuente de la juventud quizá me era transmitido en esos 200 pesos. Todo fue muy rápido. Todos estos pensamientos, quiero decir. Así que cuando dejé de pensar todavía estaba tiempo de reclamarle y lo hice. Me dio el dinero sin chistar. Igual revisé mi agenda, por las dudas. Esto pasó ayer y hoy me siento igual que siempre, ni más viejo ni más joven. Igual.
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