miércoles, 16 de diciembre de 2015

Era pálida como las gaviotas

EL CORAZON DE DANTE




Miguel Idelfonso





Aquella noche de 1987 la luna subía por las esferas de las lágrimas de Beatriz.
El sentido de caracol que habitaba en sus huesos guiaba a Dante hacia un bar.
Fuera del bar se había producido un choque entre dos autos.
Vidrios demolidos en la pista negra brillaban como las dulces lágrimas de Beatriz.
Dante se sentó en la barra y pidió una cerveza.
Del bolsillo de su saco cogió un papel viejo, casi amarillo,
y lo desdobló sobre la barra.
La música no mataba las intenciones ni las escondía,
todo lo contrario, más bien las almas bailaban pegaditas por las esferas de Beatriz.
La mesera rubia se apoyó en la barra,
mostrándole el nacimiento de sus senos preguntó a Dante. “¿Estuvo de viaje?”.
El hombre le respondió afirmativamente, guardó el papel,
pero se quedó pensando en lo del viaje,
puesto que no era cierto que hubiera viajado.
Avanzada la noche los bailarines cansados
y casi transparentes tan sólo bebían,
hablaban de terribles combates como si se tratara de carreras de caballos;
más tarde cuando uno decía algo gracioso los otros lo festejaban;
así era hasta que terminaban todos por llorar.
Dante fue al baño por tercera vez, se lavó la cara, pero no volvió a la barra.
se dirigió a la mesa más cercana a la puerta,
sin mirarla cogió de la mano a Beatriz, era pálida como las gaviotas
y trémula como un bote perdiéndose en la fría noche.
Sin decir nada salió casi arrastrándola:
eran dos cuerpos en uno o el mito de Platón
por las calles mojadas del Infierno.



Poema de Las ciudades fantasmas


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