Cuando vuelvo, me encara. "Dejaste la boya al revés", dice. Saco al perro que la está mordisqueando, la acomodo, me acerco al enchufe, reviso entre el pasto en busca de la ficha perdida. "Ya busqué, no está, te la llevaste", dice. Estoy agachado de espaldas al tipo. Presiento que está armado, que acaba de sacar su arma y que en breves instantes me va a ejecutar. La sensación primero es intensa y sé que si pego un salto vuelo hasta el techo de la casa, salto a la del vecino y escapo sin problema. Pero la sensación pasa rápido y sé que lo único que voy a poder hacer es morir como un gil. Así que me olvido de que el tipo está armado. Me levanto, me doy vuelta, veo que, en efecto, no está armado, le digo "disculpame, ya vuelvo", salgo a la calle, subo a la chata, arranco y me voy. Al rato me escribe: "Y la pileta? Y el enchufe?" "Dejalo así. Suerte en tu vida", le escribo.
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