lunes, 21 de septiembre de 2015

La nota es pedorrísima pero ¿quién hubiera podido negársela?



Los escritores del reviente argentino

Sus novelas están cargadas de ferocidad y personajes entre el reviente y el vacío. "Somos el último escupitajo del los 90", dicen. Liteartura y vidas a pura incorrección política.

Llegan a la redacción y, más que escritores, parecen una banda de rock: las uñas de una mano pintadas de negro, las de la otra de rojo, muñequeras con tachas, collares, actitud entre despreocupada y desafiante, sobre todo con el mundillo literario. Disparan sobre Aira, un intocable, y sus seguidores; elogian a Fogwill, por su talento, sus excesos, su mitología: Los pichiciegos escrita en una semana, bajo el impulso de 21 gramos de cocaína. Con matices, representan a una generación que creció en los 90 y que, según ellos, vivió a puro hedonismo –sexo sin culpa, drogas, hiperconsumismo– hasta que se encontró pedaleando en el vacío. Sus novelas, cargadas de rabia e indiferencia, reflejan a una clase social y un espíritu de época, una forma de estar o de ausentarse del mundo.
Con ustedes, Loyds (ignoramos su nombre real, autor de Merca); Enzo Maqueira (Electrónica); Gonzalo Unamuno (hijo del histórico dirigente peronista Miguel Unamuno y autor de Que todo se detenga); Juan Sklar (Los catorce cuadernos) y Manuel Megías (Miserias de la abundancia). Escuchen cómo se definen: “Somos el último escupitajo de los 90, los restos de una fiesta que nunca ocurrió o a la que no fuimos invitados” (Unamuno). “Somos sobrevivientes de la devastación económica y cultural del neoliberalismo, con algunos vicios de aquella época, como venir a sacarnos fotos a Viva” (Maqueira). Sklar es el único que duda de que su libro dialogue con el menemismo. Los demás le dicen que sí, que claramente, y se ataja: “Lo que se fue al carajo es la mentira del deseo, de la pasión, del sé feliz. Antes y ahora”.
Por la charla desfilan Michel Houellebecq, Bret Easton Ellis, Chuck Palahniuk, Roberto Arlt y la película Trainspotting. El quinteto visitante escribe en primera persona fluida, oral, feroz, desbocada, en muchos casos con personajes revulsivos, como los protagonistas de Merca yMiserias... “Adoptar el punto de vista y el tono de un hijo de puta te da mucha libertad y te divierte. Podés exacerbar sus características, llevarlo al paroxismo. Lo único que hay que evitar es la moraleja”, dice Loyds. “Mi personaje llega a pegarle a una mina que ni conoce. No quise ponerle diques morales. Sabía que en su descenso al infierno no cabía la redención”, dice Megías.
Resume Maqueira: “Le damos la espalda a la gran tradición argentina. El faro es Borges. Y, si uno le da la espalda a Borges, se la da a Europa. Tampoco miramos hacia Latinoamérica, a la literatura del boom. Nuestros personajes no salen a más de quince cuadras de sus casas. La única tradición que rescatamos es la del grupo Boedo, sólo que esta vez vamos a ganarle a los de Florida. Ja”.
La cocina
“Escribimos desde el cuerpo, no desde la pose intelectual, a pura entraña, para contar nuestras vidas o para sacarnos demonios. Nuestras novelas parecen vomitadas en una noche de merca, pero están muy laburadas” (Maqueira). 
“Usamos la primera persona para golpear a la mandíbula. Si no, es casi como mentir, seas Carver, Chejov, Maiakovski o Tolstoi. Tal vez en el futuro escriba libros menos honestos, con otras herramientas literarias” (Unamuno).
“No jodamos. La primera persona es también hija de la era del yo. La selfie, el posteo desde el fotolog, Gran Hermano, la mierda del celular, el tipo o la mina que se exponen como si fueran obras de arte y quieren ser pasión de multitudes. Hasta los noticieros son hoy en primera persona” (Maqueira).
“Es cierto que nuestros libros son hiperrealistas. Pero si alguno confunde la voz del narrador con la del autor es problema de él. Nuestras novelas tienen mucho trabajo, correcciones, opinión de gente en la que confiamos; se defienden solas. No les tenemos miedo a los críticos. No nos preocupan los debates sino escribir libros” (Loyds).
Drogas y drogones
La droga es un elemento común entre estos libros. La cocaína en Merca, obvio, y en Que todo se detenga. El éxtasis en Electrónica. La marihuana en Los catorce cuadernos. Hasta se diría que el ritmo narrativo está marcado por la sustancia que cada personaje consume. 
Maqueira: “El éxtasis y la música electrónica marcaron un cambio de paradigma. Veníamos del rock, más vinculado a la cocaína, al enojo con el sistema, y el éxtasis llegó en convivencia con ideas nuevas, como la pansexualidad, con el coger todos con todos, con la idea de que no hay que ser tolerante con el gay sino borrar las divisiones. Nuestros personajes odian pero en el fondo no quieren destruir el sistema, no son rebeldes”.
Unamuno: “En ningún caso terminás diciendo que son libros sobre drogones de mierda. Porque van más allá y están bien escritos. La cocaína, en mi novela, funciona como un paradigma de los 90”. 
Loyds: “Nuestros libros son como cortes a una clase social, alta o media alta. Un paneo, una toma de temperatura de la parte más acomodada de la Buenos Aires del siglo XXI. Detrás de la falopa, las cogidas y la violencia hay un retrato social, que es lo que más importa”. 
Sklar: “Con personajes que tienen todo y se dan cuenta de que están en la nada de siempre. No tienen razón para no ser felices. Esa es la verdadera tragedia”. 
Loyds: “El problema es que la aspiración de ahora es ser feliz. Antes era formar una familia, crear una empresa, algo que podía ser equivocado pero era concreto. Ahora ya cogiste, ya te drogaste, ya ganaste guita o no. Y tenés que ser feliz. ¿Qué carajo es ser feliz? ¿Existe?”
Sexo sin límites
El sexo, no siempre satisfactorio, sobreabunda en las novelas (y al parecer en las vidas) de estos muchachos. Sklar mitiga el lamento del periodista nacido fuera de época: “Nuestras vidas son más envidiables que gozosas, no creas que la pasamos bien”. Escuchemos qué piensan del asunto a nivel generacional. “Mi viejo me dice: ‘Cuando yo tenía tu edad, para coger había que trabajar en serio. ¿De qué te quejás?’ Hace una proyección: piensa que si él hubiera cogido como yo ahora habría sido feliz. Y no. Yo, padre, que puedo cumplir tu sueño, vivo la tragedia de saber que era una ilusión. El problema de nuestra generación es que no sabe qué hacer con los deseos cumplidos, aunque tal vez hayamos cumplidos los deseos de otros” (Sklar). 
“Nuestros padres también suponían que había que buscar el amor para toda la vida. Haber derribado esos mitos es un paso adelante. Saber que el sexo no es el camino, que por más que cojas con diez mil minas o chabones no llegás a ningún lado, que el amor para toda la vida no existe, que hacer la gran Olmedo, tener a la bruja en casa y los gatitos afuera, tampoco. Igual, por diez o por tres minutos, uno sigue buscando el placer y por ahí el amor. El bovarismo, siglo XIX, sigue vigente” (Maqueira).
Bajo las luces del ring 
A fines del año pasado, en una entrevista con Página/12, Maqueira encendió una mecha: “El postAira hizo que todo sea una pelotudez. Hay gente que malentendió a Aira y se puso a escribir boludeces. Como somos posmodernos, nos divertimos, nos burlamos de todo y no servimos para nada, entretenemos y nada más. Eso llevó a que el escritor perdiera su lugar social. Hoy en día a nadie le importa lo que dice un escritor”.
Maqueira (ahora para Viva): “En los 90 podías tomar dos caminos. Uno era ser Fabián Casas, Washington Cucurto y otros que escribían desde la problemática de esa década, la exclusión, los márgenes. O dedicarte a las historias fantásticas, lo que hizo Aira, una literatura que evade la realidad. No me parece mal. Pero pasaron más de veinte años. Que todavía se siga leyendo a Aira como vanguardia es absurdo y anacrónico. La literatura de Aira es escapismo”. 
Unamuno: “Salvo por tres libros buenos, la literatura de Aira no tiene fuerza, aburre, no va a ningún lado. Pero los cuatro tipos que arman el canon de la literatura nacional lo defienden y atacan al que no piensa como ellos. Aira es una lámpara floja en el museo de la literatura”.
Megías: “Yo lo dejaría tranquilo, no hablaría tanto. El último libro que leí de él me aburrió. Listo, lo dejo”.
Sklar: “Yo tampoco entiendo las disputas por el campo literario. Aira no me convoca mucho. Pero no me interesan las disputas. Voy a salir a pelear cuando digan que lo mío no vale un carajo”. 
Maqueira: “Te aviso que ya lo dijeron”.
Pateando puertas 
“No creo sólo en la condición de escritor sino de militante de mi literatura. No pido que me abran puertas, las pateo. Trato de escribir lo mejor que puedo, no en contra de alguien, pero al poner punto final no siento que esté todo listo. Me gusta confrontar, la esquina, la plaza, el contacto, dar pelea por el arte. Quiero imponer lo mío, ganar espacio en el mercado” (Unamuno). 
“Hablamos de tiradas de 1.000 libros en un país de 40 millones. Boludo, no podés pelearte por 1.000 libros” (Sklar). 
“La batalla es también simbólica. Acá somos cinco, pero atrás hay una legión. Transpiramos el teclado. Venimos del under, del potrero, nos fogueamos en las inferiores de la literatura, fuimos a ranchos a leer, a escabiar, a drogarnos, a leer poemas en pedacitos de papel. Aprendimos a autodifundirnos, a juntarnos, a ayudarnos” (Maqueira). 
“Aclaremos que encontrás más tipos que escriben que tipos que leen. Hoy escribe todo el mundo. Una cosa es volcar sobre la hoja, o en las redes, y otra bordar sobre papel. Hay pocos que bordan, pocos que leen mucho” (Unamuno).
Para qué escribir: bajón y epílogo 
“Una tragedia, man, todo se acaba. Escribo para tratar de ser un poquito inmortal, al pedo. No puedo creer que algún día voy a morirme, no lo tolero. La muerte es enemiga de la vida, no su complemento” (Unamuno).
“Sí, basta de la onda new age que dice qué bueno que nos morimos así valoramos la vida y escribimos libros. Yo quiero ser inmortal, no valorar la vida. Ser feliz, no escribir libros. Escribo para no entrar en pánico” (Sklar)

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