Susana Torres Molina me leyó, por primera vez y en voz alta, los versos de Pizarnik. Yo era tan joven. Y tenía tanto miedo. Estaba tan sola. Ella me quedó en la cabeza, en los oídos, más adentro, como la voz que me garantizaba que no había peligro, que estaba bien escribir poesía, que la locura no era algo de lo que huir. Sigo necesitando esa garantía maternal de no estar derrapando completamente, de no estar arriesgando mi vida y la ajena cada vez que hago lo que amo.
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