miércoles, 26 de agosto de 2015

El robot funciona hasta que quiere ser humano

Sentencia de vida

Cuando asumes que todos los muertos los llevarás dentro de ti días, meses, uno quiere leer más de Guadalupe Nettel


Como en las viejas películas. Suban a un taxi y ordenen: rápido, siga a esa chica. Intenten que el conductor deje de trastear con el GPS (algunos taxistas han dejado de ser Torrente para ser el primo torpe del Capitán Kirk) y no pierdan de vista a Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973), rutilante ganadora del Premio Herralde de este año. Nettel había sido ya finalista de ese premio en 2005 con El huésped, que también publicó Anagrama. Con ella son ya cinco los autores mexicanos que ganan el Herralde de los últimos diez fallos (Sada, Pitol, Villoro, Enrigue y ahora Nettel). No, no la pierdan de vista porque la recurrente etiqueta de imprescindible nueva sensación de las letras hispanoamericanas desprende un aroma a comentario certero. Cuando uno acaba de leer esta novela. Cuando se recupera de ella. De su trabajo y su dolor, de la luz amarillenta de desesperanza y fe en nada, en seguir, en no dejarse caer porque a nadie importa que te caigas. Cuando lo consigues, mucho después de finalizar las 270 páginas de la novela. Cuando asumes que todos los muertos los llevarás dentro de ti días, meses, uno quiere leer más de Guadalupe Nettel. Lo cual imagino que es de lo mejor que puede pasarle a un escritor y a un certamen literario.
Es Después del invierno, una novela escrita desde cualquier lugar de la habitación menos desde el centro. Los personajes, las situaciones, los barrios y sus ciudades, los afectos y las amistades, los traumas y los miedos son esquinados, de perfil punzante pero difícil de ver en una fotografía que no tenga su relieve ni granulado. Son postales, canciones, cartas, mensajes en contestadores, soliloquios nacidos y desarrollados en los márgenes, las cuatro esquinas del otro que quiero ser yo. Claudio —cubano, residente en Nueva York que trabaja en una editorial— y Cecilia —mexicana, vive en París y estudiante de tesis— son los personajes centrales pero ¿quién podrá olvidar a los magníficamente dibujados secundarios Ruth, Tom, Haydée, Susana…? Atrapados todos en la misma cápsula que les protege. Sus neurosis, sus excusas, sus heridas, su pertinaz manera de sobrevivir en un ambiente hostil o simplemente indiferente.
Nettel nos sirve una novela sobre el extrañamiento. Los personajes están en otros climas y ciudades —míticas— que no son en donde nacieron. Han acudido hasta allí deformes, lisiados, huyendo de cuerpos, familias y culturas en los que nunca estuvieron armónicos ni integrados. Pero llegan a donde nadie les espera ni les ve ni escucha. Su existencia es la de bacterias que son rechazadas por el cuerpo al que acuden al ser portadoras del virus de la extrañeza, de la decepción. No las rechaza ese cuerpo con una muralla o una vacuna (París, Londres, el amor, la salud) sino que las asume para aislarlas y hacerlas inofensivas, irrelevantes, nada. Personajes que se desconstruyen y construyen con neurosis e inercias, cada vez con menos y peores piezas del rompecabezas. La vida no es una historia con final justo y feliz. La Nettel novelesca nos recuerda eso y que, en el mejor de los casos, conseguirás llegar a la conclusión de que tienes límites, de que hay cosas y sentimientos que no podrás tener o sentir, y con eso deberás elegir si quieres seguir adelante.
Es difícil transitar de un modo tan soberbio como lo hace Nettel por este paseo entre vidas en apartamentos que parecen nichos y nichos que son pozos con un eco que nos recuerda que estamos vivos. EnDespués del invierno, Claudio vive una relación complicada pero solvente con una dopada mujer mayor que él y de posibles, Ruth, y arrastra el recuerdo de su primera novia, Susana. Claudio es solipsismo absoluto altamente rentable. El robot funciona hasta que quiere ser humano. Cecilia tiene una relación especial con Tom, un italiano de salud delicada y querencia por igual a comer bien y los cementerios. En París se encuentran Claudio y Cecilia y la novela parece tomar un cierto derrotero. Prosigue el deslumbramiento amoroso en Nueva York. Pero Nettel sabe lo que se lleva entre manos y coloca pétalos y espinas en cada rosa. Pasiones, fobias, miedos hacen que como bolas de billar unos personajes choquen contra otros. De un chispazo, aparecen el cariño, el deseo, la pasión, el tedio o un pertinaz detestarse. No hay soluciones ni respuestas. Como las grandes novelas solo preguntas y pequeños momentos de luz, armonía y soledad. Todo ello desarrollado con mucho talento. Con páginas que respiran y personajes que se levantan del papel así como los fantasmas que hay en ellos (Vallejo o el Cortázar parisiense), pero todo retorcido, personal muy cercano a ese Planeta Nettel que solo conoce ella. Los diálogos funcionan, las escenas —solo tenemos la sensación de embarrarnos en el sistema dual de explicarnos la relación de los días vividos por Claudio y Cecilia— son un caleidoscopio que no gira sino que va hacia delante. Buen principio, desarrollo y final con aroma a amarga fábula moral o amoral, aún no lo sé días después de su lectura. En taxi, en bicicleta o corriendo: sigan a esta escritora. Produce una inquietante y aterradora compañía leerla, casi como pasear un día de lluvia por un cementerio.
Después del invierno. Guadalupe Nettel. Anagrama. Barcelona, 2014. 270 páginas. 17,90 euros (digital: 13,99)

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