lunes, 27 de julio de 2015
Cuando de algún tema no sé qué pienso, me pongo a escribir ficción
Literatura / La entrevista tácita
Carlos Gamerro: "La sumisión puede acarrear terribles consecuencias"
El escritor considera que desde el Martín Fierro "para los argentinos es más importante la amistad que la ley"
Por Martín De Ambrosio | Para LA NACION
El padre era biólogo y a él de chico le parecía un gran plan visitar el Museo de Ciencias de La Plata y meterse en los gabinetes de los científicos; por eso, antes de Letras probó un año con Veterinaria. Nació en 1962 y debió ir a Malvinas, pero aquel 2 de abril estaba de vacaciones enamorado en una playa mexicana. Como a todos, el jardín se le bifurcó en varios senderos; como pocos, Carlos Gamerro es literariamente consciente de todos los "pudo haber sido". Pero el destino siempre llega y por eso fue a Malvinas -es un decir- con su novela Las Islas y hasta quizás algún día pague la deuda pendiente que tiene con la biología y escriba ciencia ficción, a manera de revancha. El encuentro con el autor del flamante ensayo Facundo o Martín Fierro -que creó con la idea de que la literatura es fundamental para entender la Argentina- transcurre en su estudio de Almagro, en medio del té, el café y un par de medialunas que no tocaron los alumnos que se acaban de ir: entusiasmados en charlar sobre El Aleph, se olvidaron de beber y comer.
Si la Argentina hubiera canonizado el Facundo en lugar del Martín Fierro no sé qué hubiera pasado. Para Borges, está claro que éste sería un país sin peronismo, por eso lo lamenta. Porque además siente que él tiene su parte de culpa por sus cuentos gauchescos y de cuchilleros -su "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz", por ejemplo-, que colaboraron en la glorificación de la "barbarie".
Desde el Martín Fierro, para los argentinos es más importante la amistad que la ley. Lo cual, desde Borges, no está necesariamente planteado como algo negativo. Se tiende a leer como crítica lo que Borges dice en "Nuestro pobre individualismo", aquello de no creer en el Estado, de no respetar la ley y favorecer las relaciones personales. Para un alemán, que un hombre se haga amigo de otro para no entregarlo a la justicia es una incomprensible canallada. Pero Borges, cuando dice que está celebrado como mítico y ejemplar ese momento en que Cruz se da vuelta y lucha con Martín Fierro contra sus propios hombres, lo hace justo en el fin de la Segunda Guerra Mundial. Entonces el peligro más grande era el avance del Estado contra los individuos, y estaba la discusión sobre los alemanes que aceptaron el nazismo porque el Estado es encarnación de la Razón. La sumisión puede acarrear terribles consecuencias. Este individualismo argentino podría tener entonces su justificación.
Hoy los políticos no se sienten en la necesidad de leer literatura. Cuando Lugones dio su famosa conferencia de 1916 asistió todo el gabinete presidencial. Hoy eso es impensable, y lo digo sin el dedo admonitorio. A la vez, después de la última dictadura ya no se recurre a la literatura para explicar al país. Se va a la historia, al periodismo, a la investigación, y hasta al psicoanálisis. En la medida de lo posible, podría decir que tengo el sueño de que esto cambie un poquito, que se vuelva a poner a la literatura como sitio donde entender el país. Los mitos, la imaginación, a veces determinan más que las condiciones materiales.
Borges y Perón son los dos únicos aportes originales de la Argentina en su historia. En lo político y literario al menos (para no dejar afuera al Che, Maradona y Evita). Como idea política, como ideología, como propuesta, el peronismo es único; todas las demás políticas son variantes adaptadas y modificadas de ideologías que venían de otro lado. En cuanto a Borges, no quiero decir que no haya otros igualmente importantes y leídos, Cortázar, Puig, pero lo que propongo es que si se imagina la literatura mundial como edificio sacás los ladrillos Cortázar o a Puig y el edificio no tambalea. Sacás a Borges y se viene abajo. Hay una porción enorme de la literatura mundial que sin él no existiría.
El centro Pen se parece más a una ONG cuyo objetivo es defender la libertad de palabra. Por eso, en el affaire Kodama-Katchadjian no estamos diciendo que no hubo infracción de determinada ley. Citar sin pedir permiso puede ser una infracción. En lo que no estamos de acuerdo es en que eso sea un delito penal con embargo de bienes y la amenaza de cárcel, algo totalmente inaceptable. Y que engendra censura previa. ¿Cuántos se van a atrever a jorobar con textos ajenos ahora? Menos. Como el caso Rushdie: todos estamos de acuerdo en que la fatua está mal, pero a casi nadie le dan muchas ganas de parodiar a Mahoma. Ambos casos tienen efectos disuasorios.
Cuando de algún tema no sé qué pienso, me pongo a escribir ficción. Escribí novelas sobre Malvinas, sobre la guerrilla, sobre hacer una revolución por medios violentos, sobre el peronismo. Cuando me meto con desaparecidos no hago ficción con la situación de víctimas y victimarios porque sé de qué lado estoy; pero de repente aparece el tema de si sabía o no la sociedad civil, si es responsable de lo que pasó, y ahí hago ficción. Al final, después de escribir las novelas no tengo resueltas las contradicciones, pero sí tengo más claro cuáles son y por dónde pasan. La novela es el instrumento para explorar lo desconocido. Por eso son más difíciles y llevan más tiempo.
BUENOS AIRES, 1962
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