Estoy inestable. Y lo peor es que no me tengo paciencia, que me exijo estar bien y no me perdono las flaquezas. De repente extraño al idiota y al minuto me vuelve todo el odio que tanto necesito para alejarme. De repente, como hace dos segundos, me agarra taquicardia porque pienso en llamarlo, en preguntarle cómo está (y a mí qué me importa cómo está el HDP si siempre está igual de pelotudo). Un post como el que pego en la próxima entrada me devuelve a mi centro: mi vida no tiene nada nada pero nada que ver con Gustavo.
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