lunes, 15 de junio de 2015

Recomendación de Mariano Saba

El rostro duro de la verdad

Teatro. “Mi hijo sólo camina un poco más lento”, del croata Ivor Martinic pone en escena las negaciones de una familia frente al hijo diferente.

POR IVANNA SOTO




En una escena de El zoo de cristal, Amanda Wingfield le prohíbe a Laura, su hija, decir la palabra “tullida”. “¡Cuántas veces te he dicho que no la pronuncies!”, dice la madre en la obra de Tennessee Williams, de 1945. “No eres una tullida, sólo tienes un leve defecto.”Mi hijo sólo camina un poco más lento , del joven dramaturgo croata Ivor Martinic (1984) –su nombre lo deja claro- se emparenta con aquella negación y, sobre todo, con ese amor filial asfixiante.
“Escribí esta obra porque quería hablar sobre la gente que es diferente y de cómo es tratada por la sociedad”, explica Martinic, parte de la camada de nuevos dramaturgos de su país. Dirigida por el autor, actor y director Guillermo Cacace en el marco del Festival Internacional de Dramaturgia Europa + América, la obra se hizo en Buenos Aires en noviembre pasado, con dos únicas funciones. Para esa oportunidad, Martinic viajó a verla y Cacace, además, hizo una lectura de otra pieza del autor croata: Drama sobre Mirjana y los que la rodean. Sus obras –multipremiadas y traducidas a varios idiomas– son dramas familiares, escritos sin unidad de tiempo ni espacio. Una temática que encuentra su linaje en la escena porteña de los 90, cuando distintos tipos de familia empezaron a copar las tablas. La fragilidad de la familia vuelve aquí como motor de una sociedad en ruinas.
En la puesta local, que se podrá ver los domingos por la mañana, el hombre (¿el niño?) cumple 25 años y está en silla de ruedas. A su alrededor están su madre, su abuela, su hermana. Su padre, su abuelo, su tía, su tío. Una chica bien dispuesta. El novio de su hermana. Todos visten ropa deportiva y caminan (giran, escapan). Y a veces corren, en un espacio casi vacío donde hay sólo sillas. Allí veremos pequeños gestos cotidianos, tan tiernos como devastadores, que ocurren en una casa un día cualquiera. Los personajes siempre están en escena, incluso cuando están ausentes. El hombre-niño no los puede alcanzar (ya no lo intenta). La caminata aparece entonces como una acción fundamental. Caminar aquí es un símbolo de movimiento, de evolución, de mejora. O, al menos, la única forma posible de mantenerse vivos.
En esa ausencia de artificios, brillan las formas, desopilantes en su propia desmesura, de estos personajes entrañables y hasta reconocibles (de la mano de un elenco alucinante). En cómo se expresan hay algo de lo excesivo pero también de lo genuino. Y Cacace –director de obras como Mateo, Stéfano y Mustafá, entre otras– maneja con maestría la lengua de ese exceso. Esa sinceridad permite que se diga la verdad más cruel y genere risa. Y viceversa. Una forma de humor áspera. Como diría Roberto Arlt, la obra entera es un crossa la mandíbula, donde todo sucede provocando una sucesión de nudos en la garganta.
“Es como un Chéjov contemporáneo en el que las cosas no sólo están pasando todo el tiempo en un plano que se les escurre a las palabras –analiza Cacace–. Por momentos, los personajes dicen sin censura todo lo que están pensando, y no obstante, algo sigue siendo inasible.” Ese algo inasible tal vez sean los vínculos gastados y resguardados en el tiempo. Con didascalias habladas en escena, el mínimo contacto físico, entonces, quedará sólo en el plano narrativo. Todos corrieron tanto que ya ni siquiera pueden tocarse, salvo aquellos que van más lento. Y, claro, se lo permiten.
“Mamá, perdoname por no poder caminar”, susurra el hijo. Tras la negación, la madre asume la verdad. No que el hijo camina sólo un poco más lento. No camina y punto. Lo acepta: “¿No era eso lo que vos querías que yo dijera? Bueno, lo dije. Vos no caminás. No podés caminar. ¡Mi hijo no camina!, ¡sus piernas no funcionan!, ¡mi hijo no puede caminar!, ¡mi hijo no va a caminar nunca más! ¡Y yo lo puedo decir!”. Con dolor, vuelve a la realidad. Ya no es más Amanda Wingfield.

FICHA
Mi hijo sólo camina un poco más lento
De Ivor Martinic
Dirección: Guillermo Cacace
Dónde: Apacheta Sala Estudio (Pasco 623).
Cuándo: domingos a las 11.30. 

Duración: 75 minutos
APACHETA SALA ESTUDIO
Pasco 623 (mapa)
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Teléfonos: 4941-5669 / 1530142997
Web: http://apachetasalaestudio.blogspot.com
Entrada: $ 120,00 / $ 100,00 - Domingo - 11:30 hs
Entrada: $ 120,00 - Sábado - 16:30 hs
Entrada: $ 120,00 - Domingo - 14:00 hs
Entrada: $ 120,00 - Domingo - 16:00 hs - 28/06/2015, 26/07/2015 y 30/08/2015 

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