viernes, 5 de junio de 2015

Nuevo ciclo narrativo de la Bodoc


Literatura argentina

Alas, fuego y mujeres


La primera entrega del nuevo ciclo narrativo de Liliana Bodoc abreva en los relatos de dragones, aunque su compleja y emotiva intriga se centra en diversos pueblos fantásticos


Por Elvio E. Gandolfo | Para LA NACION
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Dentro de la muy amplia literatura fantástica, los anglosajones han imaginado abundantes ramas laterales: fantasy, cuentos de fantasmas, cajas embrujadas, espadas y brujería, fantasía heroica. La aplanadora del mercado y la simplificación hasta han promovido el estante "Tolkien", como si se tratara de una categoría más que de un autor. Allí han colocado a menudo la exitosa y extensa trilogía de la argentina Liliana Bodoc La saga de los confines (Los días del venado, Los días de la sombra, Los días del fuego) que empleó razas, animales y lugares extraños (con sabor a Patagonia), agregándoles su gran talento de narradora. Ahora el primer tomo de otra saga épica declara desde el título su pertenencia a otro subgénero: los relatos de dragones que, para decirlo mal y pronto, están de moda.

Basta pensar en la serie de largometrajes de dibujos animados Cómo entrenar a tu dragón, en los dragones de la serie Juego de tronos, en la voz de Sean Connery para el bicho llameante de Corazón de dragón, en el dragón verborreico de las dos últimas partes de El hobbit en cine. En la literatura los ejemplos se multiplican: están los casos remotos de la leyenda y los de relativa actualidad: desde la pionera Anne McCaffrey (y su saga Los jinetes de dragones de Pern) hasta la muy reciente El llamado del dragón de la dinamarquesa Lene Kaaberbøl, otro inicio de una tetralogía.

En el caso de Bodoc, la presencia de los dragones es bastante breve en este primer tomo, La profecía imperfecta. Habitantes de un mundo con tres pueblos principales (los autoritarios "dratewkas", los industriosos "tzarús" y los engañosamente simples "arayés"), los animales voladores tratan de ser doblegados por los dratewkas y huyen a otro plano. Un valor del estilo de Bodoc es la sencillez para adaptar términos trillados. Así, el vector por el que los dragones huyen (y algún día volverán) se denomina "la Caña", o la Perforación, en vez de El Umbral o La Puerta.

La misma virtud aparece al dar saltos en el tiempo para ir desplegando la compleja trama. Esa red incluye pasiones mortales entre dirigentes, la dificultad para vivir (también llamada "ganarse la vida") de los pueblos ("gente a medio camino, sin parientes, sin pasado"), y una abundante serie de personajes (alquimistas, ballesteros, "guras") y actividades extrañas: "el antiguo arte de hacer sonar el agua como un tambor" es la principal.

Al emplear una profecía inventada y escrita por diecisiete monjes sitiados y a punto de morir, y convertirla en motor (falible) de lo que va ocurriendo a través de las décadas en ese mundo extraño, Bodoc lo hace sin recostarse en el ingenio de haber encontrado el recurso, sino buscando con esmero el mayor rendimiento "histórico" y emocional. En ese sentido resulta tan única como dos autores hoy poco recordados en castellano: Fritz Leiber (y su serie de Fafhrd y el Ratonero Gris) y el inagotable Jack Vance. Como en ellos, en su obra se cruzan el temor con la ironía, las imágenes intensas y los momentos de desilusión o fracaso.

Las mujeres (buenas, malas y vacilantes) tienen un peso especial, sin ser depositarias de la seguridad ni de la perfección. Una de ellas, Fara, cuida a Antón, un "hijo" que tendrá una importancia crucial en el futuro. Pero el vínculo no es armónico, está tensado sin cesar por los complejos resortes que la corroen, y que se trasladan a él cuando quiere aprender el arte de "tocar" sobre el agua: "Era un muchacho de once años, confundido. Amaba a su madre y sufría por las humillaciones que soportaba. Y al mismo tiempo se preguntaba si no habría sido más sencillo que le hubiera permitido hacer sonar el agua como un tambor".

Este primer tomo se sostiene con peso propio. Aunque las páginas finales controlan el despliegue para dejar vibrando la intriga de lo que seguirá. En ese sentido la breve reaparición de los dragones abre el apetito en vez de saciarlo. En el recorrido, Bodoc aplica con virtuosismo el arte de la frase aforística, de sabiduría vital o política: "Lo primero que suelen perder los que están cerca de la muerte es la curiosidad"; "Los tiranos suelen confiar tanto en su potestad que no advierten que las amenazas generan mentiras y que, bajo aviso de muerte, cualquiera inventará respuestas y noticias". O la metáfora. Cuando unos personajes tienen una expresión incierta ante un hecho, comenta: "Tal vez la misma que mostraría una manada de monos que hubiesen logrado cazar el arcoíris".

Con esas herramientas avanza el argumento, pero también se despliegan con verosimilitud todo tipo de relaciones familiares, afectivas, comerciales y guerreras. Aquí los personajes sólo usan un tramo de ese mapa de lugares que no existen en la Tierra que conocemos, incluyendo Merec, Terentigani, Singure y los Condados del Sur.

Los adictos a este tipo de relato épico (el abundante grupo que sigue a Bodoc), disfrutarán a fondo. Los lectores generales, una vez admitida la sorpresa inicial, si decidieron arriesgarse a pesar del claro aviso sobre el género de la tapa, podrán descubrir que bajo el manto inventivo y complejo se provocan emociones y temores, momentos de iluminación y oscuridad tanto (o más) que en las obras que se declaran solamente literarias. Tener una escritora así, entregada con pasión y delicadeza a la vez a un género resbaladizo (como tener a un H. G. Oesterheld en el género de la ciencia ficción) es uno de los varios lujos que exhibe la literatura argentina.




Tiempo de dragones. La profecía imperfecta

Liliana Bodoc

Plaza &Janés

315 páginas

$ 199.

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