miércoles, 29 de abril de 2015

Olimos el aire de una gruta donde duermen murciélagos centenarios

TERESA ARIJÓN


Amor
I
No cabía en sus manos, no cabía en sus pies, no cabía en su
alma cuando vino. Como una cebra montaraz, pequeña, como
el pelaje de una oveja descarriada. Como escribir un poema
en la mañana fría; como no escribirlo y dejar que suceda.

II
Deshizo para siempre el emblema de la memoria e incendió
las tierras alambradas, buscó el néctar pasado entre el humo
y no encontró nada. Antes de irse, rompió el cántaro y selló
la fuente.

III
Vino y trajo el mundo nuevo, y hablamos de ciudades como
cartas marcadas, de Praga y de Lisboa y del tren que nos
llevaría a Cascais mientras leíamos como si fuéramos un
poeta cetrino y su fantasma. Como si fuéramos la piedra y
la honda. La taza de plata de la que bebe el ogro y la medalla
de oro que luce la ogresa. Lo que se oculta y nombra. Lo que
nombra y lleva.

IV
Vino como el tumulto salvaje del corazón salvaje, y me hizo
conocer el relámpago y la selva verdadera, y olimos el aire de
una gruta donde duermen murciélagos centenarios.
Vino para hacerme tocar el río austero, enemigo y reflejo del
cielo. Vino para nombrar a Héspero, la mirada del vigía
en la tormenta, el filo del cuchillo en la penumbra de una
casa ajena.
Vino para secar el mar amargo, para que la sagrada espesura
del bosque vuelva a cerrarse, para que el lobo rompa su
clausura como quien congela el metal de un candado
y lo parte en dos.


(…)

Hasta que la muerte nos separe
de este cuerpo mortal, quedan un par de cosas por hacer.
Por ejemplo, dejar que la cigarra cante su canto
por enésima vez este verano
y no contrariarla. No leerle la fábula de la hormiga
precavida y rencorosa que, en vez de cantar,
eligió alzar un imperio.
Después, todo queda en la vidriera.
Hasta el sol de las mejores mañanas.
Después, no hay un mañana mejor.
Ni hay mañana.

Amor
¿Seré acaso la campana que soñaste,
ese fragmento de materia ciega
venido de otro tiempo para tañer despacio,
opacamente y solo —tal vez— para tu oído?
¿Seré ese caballo desbocado que sin freno
atravesó el paisaje en pleno mayo
para caer a tus pies?
¿Ese destino esquivo
de una campana antigua y su leyenda?
¿Un caballo en el fondo de un pozo
en la noche perfecta?

De: ALIBÍ   (Buenos Aires, La Rara Argentina, 1995)
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