miércoles, 8 de abril de 2015
Los secretos de la clienta waldorf que no paga
Son
las 8 de la mañana. Mi clienta waldorf me abre el portón y se va a
dormir. Cuando te vayas cerrá, dice. ¿El pago? No pude pasar por el
cajero, te doy la próxima. Hoy no está en tetas. Ni en el jardín ni en
la casa. En la cama no sé. No importa que no me pague porque en la
huerta tiene rabanitos y plantas de lechuga. Y, lo que es más
importante, sobre una mesa de jardín forrada de azulejitos, su diario
íntimo olvidado. ¿Lo voy a leer? Y... sí. Abro al azar y encuentro el dibujo
de una sirena y al lado la frase: "Cola de pez no, de pescado". Más
adelante, una iguana y la frase: "Piel de secreto, espionaje". Más
atrás, un hombre bala: "Sin remos, alta en el cielo". Y todo así, pero
fechado y con anécdotas que acá no puedo contar porque los secretos son
para dejarlos guardados siempre, no para andar ventilándolos por ahí.
Ahora, los secretos están en ella, en su diario y en mí. Y listo.
Enchufo la bomba y voy a la pileta. Empiezo a trabajar, pero no me
aguanto y le cuento al agua los secretos que acabo de leer. Ella los
acepta. Es buena, el agua, y quizá también sea buena guardadora de
secretos. Pero entonces tengo un deja vu, como si mis propios secretos
se hubieran hundido en el agua, alguna vez. Sufro. Me duele la panza. La
mariposa del amor tiene alas de lata que se me hunden en el hígado, que
se rompe y regenera, se rompe y regenera. ¿Los rabanitos y la lechuga
calman algo de todo eso, alguien sabe? Cuando termino con la pileta
arranco algunas plantas y me voy. El ruido del escape roto de la
camioneta tapa todos los pensamientos, y dejo de sufrir. Por algo nunca
lo arreglé. El ruido siempre nos va a devolver el equilibrio.
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