jueves, 2 de abril de 2015

Gracias a esa condición existe el amor

Hoy se cumple un año de la muerte del último frasquito de reactivo para medir el ph del agua de mis piletas. Mis piletas, sí, son mías. Hace un año que no las mido más. No les mido el ph ni el nivel de cloro. El frasquito para medir nivel de cloro había muerto desde antes y ayer una clienta que me obligó a agendarla con apellido "Kilombo" (ya algún día voy a hablar de este personaje ancestral y bardero), me pregunta: ¿no medís el cloro? No, trabajo a ojo. Tengo más de diez años en esto. La pileta que no se disciplina que se vaya, no me importa, no la quiero, sometimiento o exilio, soy el dictador de las piletas. Igual, es raro pensarlo así porque ellas mucho no se mueven, más bien siempre se quedan en el mismo lugar. Pero tampoco es tan raro si tenemos en cuenta que uno siempre piensa las cosas un poco distintas a como son en realidad. Gracias a esa condición existe el amor, por ejemplo, o cosas así. Pero volviendo al aniversario de la muerte de mi último frasquito de reactivo para medir el ph, tengo que decir que hace poco encontré su cadáver (el frasco vacío) en el fondo de la guantera. Estaba ahí desafiante. Llename otra vez, parecía decir, necesitás de mí, asumilo, ¿cuántas piletas se te pusieron verdes este verano? La verdad, las mismas que siempre, pero estuve por caer en la tentación, confieso. Y como nunca sé bien qué hay que hacer con los cadáveres, y ellos se aprovechan de mí y fantasmean y piden boludeces, se pone difícil. Además, los rituales mortuorios nunca son uniformes, ¿cómo decidir cuál es el más apropiado? Opté por lo más afín a mis convicciones: pienso, luego evito. Ok, le dije, pero por ahora quedate ahí, y cerré la guantera. Frasquito olvidado. Adiós. Ahora veremos cuánto dura el olvido.

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