Lo veo llegando a mi cuarto de sanatorio, lo veo al final de mis brazos extendidos porque acabo de quebrarme, lo veo llevándome en su auto o en el mío, lo veo traerme helado de sorpresa, lo veo en mi cama (tantas tantas tantas veces). No vale la pena jerarquizar ni recortar las imágenes y sus intensidades. Qué difícil es para mí dejar correr los eventos y no tratar, no ya de explicarlos, sino, al menos, de entenderlos.
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