martes, 17 de marzo de 2015

Habitar un cuerpo feminizado


Dice en feis Virginia Cano
1 hora · Editado · 
El primer abuso sexual por parte de un varón que recuerdo fue de cuando tenía 12 años. Mientras dormía en la casa de una amiga, su hermano mayor decidió entrar al cuarto y tocarme el orto. Me desperté sobresaltada y lo perseguí para preguntarle qué hacía. No hubo respuesta. 
Podría decirles que ese hecho signó mi vida, y sería verdad. Pero no lo hizo porque fuera el más traumático, doloroso o irreversible acontecimiento de la misma. Tampoco porque fuera único o irrepetible en su especie. En todo caso, aquella noche signó mi vida porque marcó un camino plagado de violencias sexuales (más o menos) cotidianas para lo que sería mi vida como sujeta asignada al género-mujer. Fue el primer indicio (que recuerdo) de un amplio y variado espectro de violencias corporales y simbólicas a las que sería (y aún lo soy) sometida una y otra vez. En ese sentido, fue una más de las múltiples experiencias de mierda que se insertaría en una larga seguidilla de violencias sexuales a la que sería sometida por el mero hecho de ser (percibida como) mujer (y luego como lesbiana). Luego vino el profe de gimnasia que nos sostenía de la cola a mí y a mis compañeras con más insistencia de la necesaria, el señor al que le pareció que podìa simplemente meterme una mano por debajo de la pollera del uniforme del colegio un día en que caminaba con una amiga por una plaza, el pibe en el boliche cheto de Palermo al que se le ocurrió que podía sacar su pija de su pantalón y apoyármela mientras bailaba a mi alrededor, las incontables toqueteadas que he recibido en la calle o en los transportes público, y ni que decir de los insultos y acosos verbales callejeros que me han acompañado desde que pisé la pubertad.
Otro tanto ocurrió cuando dejé de ser percibida como una "simple" mujer, y pasé a ser (in)visibilizada como lesbiana. Los supuestos "piropos" (y no, no son lindos, y no, no me gustaron nunca, y no, no te pedí tu opinión) dieron lugar a los más variados y violentos insultos. La masculinidad-femenina que progresivamente construí para mí me reparó de algunas de esas violencias, aunque me sometió a otras nuevas. La misoginia se lleva muy bien con la lesbofobia.
El continnum de violencia sexual al que me vi -y me veo- sometida constantemente no hace más que actualizar algo que aprendí esa noche, siendo bastante pequeña: ser (percibida como) mujer tiene un costo social altísimo del que no se puede rehuir (sin importar los anuncios marketineros de la muerte del patriarcado y el fin de la hetero-cis-sexualidad obligatoria). ¿Y saben qué es lo más triste? que cuando leo el diario o prendo la tele y veo una noticia como la de Daiana (o Marita, o Florencia, o Wanda, o La Pepa, o Pamela, o Ángeles...) no puedo más que pensar que la saqué "barata", que no me fue tan mal en esto de tener que habitar un cuerpo feminizado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario