martes, 30 de diciembre de 2014

Construida para que ninguno encuentre el río

FÉLIX BRUZZONE

En "Las Chanchas" sobrevuela la desesperanza, el sarcasmo y la representación


La novela de Felix Bruzzone, Las chanchas, es como el eco amortiguado de una anterior, Los topos, en la que el tema de los desaparecidos durante la dictadura militar acapara el primer plano, pero aquí emerge con otras connotaciones, una puesta en escena donde sobrevuela la desesperanza, el sarcasmo y la representación.
"El disparador de la trama es la escena inicial, el tipo que sale con la basura a la calle y se encuentra con dos chicas, gritan que las quieren secuestrar y todo el libro es el desarrollo de esa situación", cuenta a Télam en un diálogo telefónico, entrecortado por el ruido del tren que lo lleva a la estación Retiro.

En Las chanchas -recién publicada por Random House- "creo que hay mucha idiotez de parte de los personajes, una enorme dificultad para relacionarse con lo que les pasa, y es cierto que la expresión para dar cuenta de esto es sarcástica", asiente el escritor.

Estructurada en tres partes, cada una con la voz de un personaje -Andy, Mara y Romina (aquella que tuvo un papel central en Los topos, publicada en 2008)- Bruzzone sostiene, al referirse a ellos, "que son ví­ctimas de una sucesión de cosas en escena, de ficciones que un poco inventan o se creen. Por ejemplo Andy se cree demasiado que las chicas están muy angustiadas, que alguien las persigue y termina no haciendo lo que tiene que hacer: llevarlas a su casa".

Todo transcurre en el planeta Marte, y en ese escenario inverosí­mil en el que se atisban marcianos y abundan los conejos, comienzan a desfilar los que narran y otros personajes como Lara, Gordini y Omi (un bebé, hijo de Romina y Andy).


"Creo que hay dos dimensiones: lo que pasa todo el tiempo y lo que ellos mismos empiezan a representar. Voy hilvanando lo que aparece, un trabajo más lineal, no de fondo en la escritura, en instancias de corrección sí­ trato de que ese hilvanado tenga algún sentido", desliza sobre esta novela que se sustenta por sí­ misma, aunque establezca ciertas recurrencias con "Los topos".

¿Por qué transportas a Romina a esta ficción?
En Los topos era alguien que se creía cosas que no estaban a su alcance. Y en esta novela sigue en ese cí­rculo, ella es la que lleva adelante esas marchas, la que lidera, la voz que pide justicia para esa chicas, tópicos que son recurrentes a la militancia que tení­a en HIJOS en el otro libro.

¿Pero no hay una mirada diferente, una acentuación más liviana frente al tema de los desaparecidos?
 Lo que resultaba muy siniestro y muy cercano en Los topos, con la historia reciente de la Argentina, acá se convierte en una ficción. Es como si hubiera un corrimiento, un personaje terrible en la otra novela como el alemán, que hace cosas tremendas, se permuta por Gordini, este no hace nada tremendo y es artí­fice de una situación -que puede ser una puesta en escena- y lo transfigura matando conejos, un perro...

Pareciera que en esta novela el pasado y el presente se articulan de manera distinta se ponen en juego otras cosas...
Sí­, como que los personajes hicieran su show, el acecho real está corrido de lugar, también Andy tiene miedo de ese 'otro' que está ahí­ amenazando a las chicas, ese otro que él llama marcianos y hace chistes con su hijo, porque su mujer no le da bola con eso. Son todas sensaciones menos reales que imaginarias. Y Gordini es una especie de doble de Andy, el que acciona, lo lleva a Andy de gira con las chicas, a hacer espectáculos de karaoke, shows de magia y termina matando conejos y un perro.

También reaparece el tema de la identidad...
Sí­ Mara y Lara son como dobles, se vuelve a repetir lo mismo que en Los topos con la búsqueda de un posible hermano que estaría desaparecido. A Mara le pasa un poco lo mismo en otro contexto, con otros padres y circunstancias.

Vos hablás de una búsqueda que está muy bien resumida en los dibujos del libro, esos esbozos de un mismo paisaje, en el que saques lo que saques -ya sea árboles o montañas- nunca se ve el rí­o.
La novela está un poco construida para que ninguno encuentre el río, la que parece que podrí­a encontrarlo es Romina, pero termina negando todo. Podrí­a resolver lo que pasa y no lo hace, decide mirar hacia otro lado y mirar al futuro otra vez.

Entonces, ¿la búsqueda es imposible?
En Los topos hay una imposibilidad real de encontrar a los desaparecidos, enLas chanchas hay una posibilidad real de encontrar, que al final se termina volviendo imposible, con un montón de acciones que no conducen a ningún lado.

Hay un juego con lo que se tiene a mano para forjar esa búsqueda de las chicas que pueden ser los palos de hockey, una idea de Andy -el personaje con mayor nivel de desidia de la novela- que agarra lo que tiene más cerca para que su mujer siga con las marchas.

¿Cómo se resignifica el pasado y qué conexión se establece con el presente? 
Lo que hay es un presente continuo que no está del todo atado a ese pasado tan fuerte, que se contamina de cosas que van apareciendo y que resultan más relevantes y sensibles que la historia de los personajes. El caso de Andy que les cuenta en un viaje su historia a las chicas, pero queda en un relato y no pasa nada.

En los años entre una novela y otra hay una continuidad pero también se ven temas que con el tiempo comienzan a ser procesados de forma distinta ¿Tenés esa percepción?
Sí­, Las chanchas es una novela más desencantada, desesperanzada y no sé si un poco desangelada, más que nada la parte de Romina, ella se vuelve más seca, como si la novela se fuera secando, no hay espacio para nada. Hay cosas que no conmueven, que perdieron su significante.


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