sábado, 25 de octubre de 2014
Y añoran la planicie despavorida más que ninguna promesa
LA ÚLTIMA ISLANDESA
MARÍA mONTERO ZELEDÓN
Soy la última de las mujeres islandesas
que jamás vivió en Islandia
ni supo pronunciar Reykjavik
ni mandó siquiera una carta a ningún amigo islandés
y de hecho no llegó a poner un pie más allá del paralelo 60.
Pero soy la última de esas mujeres que barren el viento con la cabeza y van llenas de escarcha a cualquier parte, insoportablemente lívidas, y dicen lo que tienen que decir y hacen lo que tienen que hacer en el fondo del único abismo rocoso de su barrio. Y ven la fuga de las cosas con devoción. Y casi se mueren de frío alrededor de sus hijos. Y añoran la planicie despavorida más que ninguna promesa.
Soy la última de las mujeres islandesas que jamás aceptó (pero entendió) la ley de un clima incompatible con el aburrimiento entre el Atlántico Norte y el océano Glacial Ártico, la combinación más generosa de las corrientes abruptas, la geografía abrupta y la irrupción permanente.
Soy la última de las mujeres islandesas sin código genético que tampoco experimentó la soledad en medio de la nada y aún así arriesgó todo en ese punto ciego y blanco de los confines. Soy la última de las mujeres heladas que desde lo profundo de los trópicos siempre supo que daba pasos en falso. Porque hay paisajes que no son lo que uno es.
Yo fui una mujer islandesa sin saberlo.
Ahora soy una mujer islandesa sin hogar.
Es decir, una piedra, la última ficción del hielo.
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