martes, 15 de abril de 2014

Querido Azul

La gauchesca da pelea: fue central en una reunión de escritores en Azul

Por Gabriela Cabezón Cámara

Estuvieron Hebe Uhart, Sergio Olguín, Pedro Mairal, Juan Sasturain, Vivi Tellas, Sergio Chejfec y María Negroni.





Azul. Enviada Especial. - 14/04/14

“Hay que tener en cuenta, cuando uno viaja, que todas las ciudades y pueblos, por lindos que sean, son fachadas. Hay que ver un poco siempre lo que hay alrededor”: lo dijo Hebe Uhart el jueves, cuando arrancó el Filba Nacional, la edición ampliada del festival literario que se instaló en Buenos Aires en 2008 y que esta vez llegó a Azul. Una ciudad muy linda, por cierto, con su arquitectura de fines del XIX y principios del XX conservada con esmero, su plaza hecha por el arquitecto de la pampa, Salamone, autor también del cementerio y su portal, un R.I.P. monumental que intenta, con imperativo hecho de cemento dispuesto en ángulos rectos, quebrar la horizontalidad del paisaje.

Como si hubiera estado planeado, de eso, de lo que a primera vista no aparece, habló Sergio Chejfec en el breve ensayo que escribió para este evento, Un recienvenido encuentra en el Azul los emblemas de la nueva ficción. Recordó a un viajero inglés, William McCann, que pasó por estas tierras cuando prácticamente no eran nada más que eso. Tierra: “Tras una marcha de pocas horas, entramos en Azul, ciudad de origen reciente que no pasa de ser una simple agrupación de ranchos. En el centro existe un fuerte con algunos cañones; hay también una pequeña iglesia y una tahona movida por mulas. Se estaban construyendo varias casas de ladrillo: entre los trabajadores figuraban hijos del país y algunos ingleses. La población es de unas mil quinientas personas y los indios fronterizos la habían mantenido siempre en estado de alarma. Le estaba reservado al general Rosas, imponerles un verdadero escarmiento con su expedición de 1833”. El indio y los fortines son parte de eso que no se ve en Azul, como sucede en toda la región, aunque, hay que decirlo, más que estar alrededor como decía Uhart, están abajo. De esos fantasmas se pasa rápido a la gauchesca y Chejfec lo hizo, recordando a “Aballay”, el cuento de Antonio Di Benedetto que Fernando Spiner transformó en una película western-gauchesca. Casi al mismo tiempo, en otra sede del festival, la hermosa biblioteca Ronco –que con sus más de trescientas ediciones de El Quijote hizo de Azul la ciudad cervantina del país– Pedro Mairal, autor del El gran surubí, y Oscar Fariña, que escribió El guacho Martín Fierro, hablaban de gauchesca, de sus vueltas en la historia de la literatura argentina. Cuando se debatía cuáles serían los rasgos de una gauchesca de este siglo, Sasturain alzó la voz y precisó: “la gauchesca es una opción de lengua”, y todo el mundo estuvo de acuerdo, incluyendo al público, entusiasta y numeroso en cada uno de los muchos eventos que llenaron la ciudad de actividad desde el jueves.

Más o menos de esos temas habló toda la delegación de escritores que trajo el Filba a Azul. Uhart iba y venía como una hormiguita, inquieta, sin hacer ruido, tomando notas. Y cada tanto decía algo que hacía reír a todos. Por ejemplo, que no toda las personas que se acercan a sus talleres, colmados desde hace poco más de un lustro, cuando la autora comenzó a recibir el reconocimiento que se merecía hacía mucho, lo hacen de manera auténtica: “Hay cholulos. El cholulismo se nutre de un prestigio vicario”, dijo. Otro tema casi omnipresente fue César Aira: inevitable en la literatura hispanoamericana contemporánea y más aún en nuestro país y todavía más en la pampa. ¿Cómo podría evitarse recordar Ema la cautiva o La liebre?, dos de sus maravillosas novelas de llanura. En una charla con Chejfec, Ariel Idez, autor de La última novela de César Aira, afirmó que convivir con el prolífico escritor de Pringles debe ser semejante a convivir con Borges décadas atrás.

Alrededor de las mesas con comida y vino que el festival les deparó, los literatos hablaban de sus cosas, como los miembros de cualquier otro gremio. Por ejemplo, de lo diferente que es escribir a mano, a máquina o en computadora. Chejfec decía que, para él, la experiencia más mediada es la de la máquina de escribir: por el ruido y por la mecánica. La poeta y académica María Negroni, de vuelta en el país luego de vivir dos décadas en Estados Unidos, charlaba con Rita Pauls, sentada al lado de su mamá Vivi Tellas –listas para poner en marcha Las declamadoras, obra de la que la madre es autora y directora y la joven una de las actrices–. Rita le hablaba a Negroni de Terror Anal, libro de Beatriz Preciado en que se cambia el órgano castrado: pasa a ser el ano y se postula que por el mismo lugar podría pasar la liberación. Hablaban también los escritores, como todo el mundo, sobre los trabajos y el dinero. Esa charla era menos alegre. Pero lo que caracterizó a este festival que cerró ayer fue la fiesta: los miles de lectores azuleños yendo y viniendo, las lecturas con brindis, el asado para doscientas personas que Pablo Braun, presidente de Fundación Filba y director de Eterna Cadencia, hizo en la inauguración de la Biblioteca Popular “El viejo aserradero”, que Filba deja como huella en Azul.

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