sábado, 19 de abril de 2014

Mañanas campestres en feis


Hoy me levanté epifánica.


Y no digan que me cambia el humor drásticamente de un día para otro. Porque no es cierto. Los cambios son minuto a minuto.


La epifanía del pan con manteca.


La epifanía de las nenas que salen en bici tempranito y me dejan el mate y la pava calientes y con cascaritas de naranja.


La puteada contra el nene (se me desvió lo epifánico) porque dejó la manteca y el dulce de leche fuera de la heladera toda la noche.


Está visto que en vez de los calores, lo mío, por ahora, son los arrebatos epifánicos.


La epifanía de recordar la cara de mi mamá en mi sueño de anoche. Uno de sus gestos más característicos y yo mintiéndole al decirle que yo lo repito con mi hija.



Abrazar en mi sueño a un hombre peludo y tierno y ver en perspectiva que no me depilé las piernas.


Mi sueño localizado en mi librería preferida, Eterna cadencia, y sin las derivas recurrentes que transforman mis espacios oníricos en laberintos que recorro más o menos asustada o angustiada. Me anclaba al lugar la sala próxima de lecturas y un abrazo amigo.


En una bolsa tenía caca, media banana y lombrices un poco tirando a culebras. Imágenes que mejor no analizar. No se asusten si digo que lavaba la media banana y me la comía.


Mi mamá entraba en el baño mientras yo me bañaba y se ponía a limpiar lo que yo todavía ni había tenido tiempo de hacerme cargo. Ella me lo reprochaba, yo se lo reprochaba pero, para consolarla, dado que estando muertita no me gusta ofenderla, le decía que yo hago lo mismo con mi hija. Ella sonreía y yo sabía que mi mentira la hacía feliz.

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