miércoles, 2 de abril de 2014

La esperanza de una revuelta

Semilla

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Yo quiero estar en la respiración dificultosa del chico moribundo,
el ladrón adolescente tirado en el asfalto mientras una multitud
lo muele a golpes, ser la catarata de imágenes
que aparecen para liberarlo de la fealdad de lo que ve:
los pasos inseguros sobre el piso de tierra, la alegría de poder
pararse al fin sobre las dos piernas, un árbol pequeño el cuerpo
guiado por una rama vieja, un tutor que no lo deja crecer
hacia el sol aunque le permita recibir algo de su tibieza.
Quiero vivir el día en que se desató la cuerda y la rabia quedó suelta,
a merced del terror que iba a empezar a alimentarse en el estómago
de la bestia, su propia mala estrella concibiéndose desde antes
de su nacimiento, antes de que pudiera hablar, pensar, antes
de que supiera que iba a vivir una vida donde el oxígeno
nunca iba a alcanzar para él, donde tendría que respirar
conteniendo el aire, como si estuviera en el fondo del océano,
y aunque hubiera suficiente para todos, más de una vez
amanecería boqueando como un pez fuera del agua,
casi muerto. Que allí, tirado en el cemento, no haya
sido ese pez en la orilla al que las aves carroñeras
miraban morir desde su cielo, que se haya sentido
de repente como un ciervo de los pantanos
o un topo malherido en medio del monte
y haya podido saber lo que saben ellos
acerca del momento en que se pierde
todo lo que se tiene: el mundo, la selva, las largas caminatas
de la manada hacia las tierras más fértiles, el aire pesado
de los humedales, el placer físico de correr desesperadamente,
el olor de la tierra empapada por un temporal
poderoso y breve, el hambre, la dentellada que se da
y se recibe, el corazón desbocado que se enlentece,
el dolor, la vida que se dispersa en el aire como una semilla,
un ramalazo de luz que pasa a través de las ramas y descansa
sobre el pasto mojado. Que haya sentido en la sangre,
junto con la gracia de haber estado vivo, la esperanza
de una revuelta que escriba otra historia para él,
donde la peste incubada en los otros no le caiga sobre el cuerpo
desde la niñez y lo maldiga.
Claudia Masin
Hace varios días que estoy consternada por el chico -David Moreira- al que 50 personas lincharon (y asesinaron) en Rosario. Escribí este poema, creo que es todo lo que puedo decir al respecto. En la foto que lo acompaña aparece su mamá mostrando una foto de él y su hermanito. 30 de marzo de 2014.


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