martes, 18 de marzo de 2014

Como un animal perseguido que descubre de pronto el único lugar del mundo que se parece a su primer cubil

Empezamos a leer escritoras, digamos, “espontáneamente”, como un animal perseguido que descubre de pronto el único lugar del mundo que se parece a su primer cubil; pero fue allí, también casi por sorpresa, donde encontramos permiso para ser lo que se nos había prohibido, y armas para lograrlo.

Para horror de quienes sostienen que lo único importante es el texto, nunca buscamos solamente libros: buscábamos autores cuya experiencia pudiéramos adivinar detrás del enigma de sus obras. ¿Y cómo podía dejar de interesarnos un nombre de mujer en la tapa de un libro, si era la prueba de que alguien, en sociedades aun más opresivas que la nuestra, había hecho algo que los demás no esperaban de ella, y había pagado precios altísimos por hablar, ya que sus contemporáneos no podían comprenderla, con algún “hermano del futuro”, es decir, con nosotros mismos?



Leopoldo Brizuela

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