jueves, 18 de julio de 2013

El ejercicio más lúcido que un crítico pueda hacer

:: LECTURAS ::

El policial y su manifiesto

17-07-2013 | Ezequiel de Rosso, Leonora Djament

Se es joven y se seguirá siendo joven mientras se lean relatos policiales. Leonora Djament presenta Nuevos Secretos (Liber Editores), el libro en el que Ezequiel de Rosso analiza la muerte del género policial clásico y su transformación en otra cosa.

Por Leonora Djament.

Los que conocemos o creemos conocer a Ezequiel De Rosso sabemos de su fascinación secreta por los manifiestos (manifiestos vanguardistas, políticos, estéticos). El manifiesto como pancarta pero, también, en su valor performático: el manifiesto se manifiesta, rompe, impugna en o por el acto mismo de su proferición.

Cuando todos pensábamos que De Rosso estaba escribiendo su tesis doctoral, transformada luego criteriosamente en el libro de ensayo que hoy presentamos, en realidad estaba escribiendo un manifiesto, su manifiesto: estético, crítico, político y, por supuesto, generacional. Ya desde los dos epígrafes que abren el libro la idea de juventud es convocada: las citas de Alfonso Reyes y de Guy Debord proponen las series juventud y novela policial, juventud y rebeldía. Se es joven y se seguirá siendo joven mientras se lean relatos policiales; seremos jóvenes, también, mientras no sentemos cabeza. De un epígrafe al otro, podemos simplificar los términos comunes de cada frase (la juventud) y vamos a escuchar que leer policiales es y será una forma de rebeldía, una forma de no sentar cabeza, una forma de resistir.


Y así, establecido este presupuesto, Nuevos secretos comienza sin dilación con una declaración generacional. “Mi generación” dice Ezequiel. Y se propone como primera tarea definir su infancia, la infancia de esa generación. Ahora bien, resulta que esta infancia se define menos por los logros conquistados, por ejemplo, que por el delay con el que llegó aparentemente a todos los sucesos importantes: una generación que no vio la consagración de Borges sino solo su muerte, una generación que “llegó tarde al pop y al compromiso”, una generación que “aprendió a ver cine en VHS” y, sobre todo, una generación que llegó “a la literatura con el fantasma de los géneros”. “Nacimos a la literatura -nos dice Ezequiel- celebrando que el desvío fuera la condición de posibilidad del género”.

De este modo, encontramos en el comienzo de este libro juventud y rebeldía, pero también una muerte: la muerte del género, la muerte del policial tal y como era considerado canónicamente por lo menos hasta la década del 70. Así es que podemos leer Nuevos secretos, paradójicamente, como la superposición de dos géneros: un manifiesto generacional que deviene o se solapa “libro de fantasmas”: efectivamente aquí el crítico se va a ocupar de los espectros que siguen rondándonos: no ya el policial modélico, sino las formas espectrales que adopta a fines del siglo XX, para intentar comprender qué vienen a decirnos. Uniendo, entonces, las dos ideas -la de juventud y la de muerte del género- podamos decir que hay que ser joven o, mejor, hay que seguir siendo muy joven, siempre, para poder ver estos espectros, confiar en ellos y poder escucharlos. Solo quien todavía cree, como los niños, puede ver y hablar con los fantasmas (I see dead people). Así planteado, habría otra asociación en este libro, ahora entre juventud y crítica: solo aquel que se empecina en seguir siendo joven, aquel que todavía cree, puede ser un buen crítico.

Este libro, entonces, plantea una lectura desde el género o lo que queda de él, y este gesto tiene por lo menos dos valores que a mí me interesan particularmente: por un lado el poderoso modo en que parte de la nueva crítica contemporánea sostiene categorías del siglo XX que parecían perimidas, obsoletas, desgastadas. Viejas categorías como totalidad, producción, género, estilo, están siendo reutilizadas, dándoles una sobrevida afortunada en el discurso crítico del presente, combatiendo tanto la jerga vacía en que a veces cae el academicismo por un lado, como el comentario impresionista que abunda en el extremo opuesto. Pero, además, por otro lado, Nuevos secretos, con su mirada empecinadamente genérica sobre novelas latinoamericanas de fin de siglo se adelanta a la lectura que reclamará hoy parte de la literatura de este comienzo de siglo: los géneros o los retazos de género que quedaron vivos son las herramientas que eligen hoy algunos escritores jóvenes para narrar el presente: novelas de zombies, de terror, de fantasmas o policiales se han impuesto como un modo de la ficción. Tal vez hay ciertas cosas que solo pueden ser dichas en la actualidad a través de estas hilachas de género. Tal vez la literatura en su descomposición recurre a los moldes genéricos para asegurarse una continuidad. (En todo caso, este es otro análisis o será el próximo libro de Ezequiel. No me adelanto.)

Lo que este libro que presentamos hoy viene a estudiar, entonces, son los restos o espectros de un género que surgió y se consolidó a lo largo del siglo XX y que en la década del 90 encuentra sus ejemplos más valiosos justamente en aquellas novelas que no pueden terminar de adscribir al género. Más que el policial, entonces, los límites del policial: todas las novelas latinoamericanas con las que va a trabajar este libro, nos recuerda Ezequiel, tienen una adscripción inestable al género. Y lo que se va a interrogar es, justamente, esa inestabilidad y sus modos de relación con la matriz genérica.

Entonces, el policial; pero no el policial consolidado, modélico, sino su límite: filmar el momento en que algo se transforma en otra cosa. De modo que, si en un primer momento, o a simple vista, este libro podría parecer clásico (un libro de ensayos tradicional sobre el género policial), Nuevos secretos (un manifiesto, recordemos) frustra todas estas expectativas: el género policial en sus versiones más ricas y poderosas se ha deshilachado, se ha transformado en otra cosa que no sabemos todavía bien qué es pero, a la vez, propone que solo desde una lectura genérica se puede leer este presente del género, un cierto estado de los relatos y su relación con la sociedad y los imaginarios. Lo que observamos, entonces, son dos movimientos en uno: el género ya no existe (al menos como lo conocíamos) pero solo desde el género se puede leer y entender esto.

Pero también lo que se frustra en este libro son las expectativas respecto de la forma del ensayo tradicional, académico: más allá de su apariencia formal y argumentativa perfecta y cerrada, este libro desborda su molde, y se vuelve por momentos tan finisecular como los textos que analiza. Así es como podemos encontrar en este libro duplicaciones espejadas (hay dos capítulos con el mismo nombre: “Entre los sospechosos”); hay una proliferación de notas a pie de página que amplían, desvían, corrigen la argumentación principal, hay notas a pie de página digresivas, rizomáticas, hay ideas formuladas en las notas que podrían ser ensayos aparte, hay chistes, hay aforismos o sentencias, y también podemos encontrar -exactamente en la mitad del libro- en una nota a pie de página -al pasar- nada más y nada menos que la formulación del objetivo de este libro.

Ahora bien, la frustración de expectativas de este libro produce la felicidad de toda reivindicación: en este caso la reivindicación de las hilachas de los géneros “menores”. Pero entonces, “menores” tiene a esta altura por lo menos tres acepciones: estamos ante géneros menores para el mercado; se trata, también, de géneros menores de edad (retomando los epígrafes del libro y la declaración generacional del principio) y, finalmente, bajo la lúcida mirada de De Rosso este género menor –el policial en su versión finisecular- se transforma en literatura menor, en el sentido deleuziano o, para ser más precisos, en un uso menor de los procedimientos del policial: solo a través de una apropiación menor estas novelas pueden seguir narrando la complejidad del presente y devolverles su estatuto político. Esta lectura menor, entonces, es la que habilita a De Rosso para proponer una lectura política y epistemológica del género. De Rosso se ocupa de resaltar permanentemente cómo detrás de todo policial clásico encontramos las tríadas razón-verdad-justicia o razón-relato-verdad siempre unidas. Sin embargo, en las novelas de fin de siglo de las que se ocupa en este libro estas series se deshacen, ya no se pueden sostener, una no lleva ya a la otra, y lo que hay es un serio cuestionamiento del lugar de la razón, de la justicia y del Estado a través de una serie de procedimientos literarios agudamente analizados y disecados por Ezequiel. Sabemos que en estas novelas el Estado es impotente para organizar la sociedad; la violencia criminal se confunde con la violencia del Estado; sabemos que ya no hay ningún enigma que develar. Porque lo que hay es una nueva concepción de la verdad: la verdad no es ya algo que hay que descubrir para poder hacer justicia sino algo que se fabrica, se manipula o simplemente no existe.

Por eso, De Rosso distingue tan brillantemente los procedimientos utilizados y señala –como una de sus hipótesis centrales- que estas novelas ya no están fundadas sobre un enigma a develar sino sobre el secreto, donde lo que hay es menos un problema de revelación de verdades que un problema de circulación de discursividades. Así, podríamos agregar, si me permiten, que esta idea propone un tema capitalista, desde una mirada marxista: por un lado se trata del valor de cambio del secreto más que de su valor de uso; pero además, lo que importa, lo que determina la narración, son las diferentes maneras de producción del secreto.

Así es cómo De Rosso propone en Nuevos secretos dar cuenta de algo nuevo, de un modo nuevo del género o del “desgénero” (la manera en que un género trata de liberase de sí, pero a la vez no puede hacerlo de manera completa). La radicalidad y ambición de este libro es contarnos de estos fantasmas que rondan y que todavía no tienen un aparato teórico para ser leídos. Con rigurosidad y lucidez, De Rosso viene a proveernos de ese marco que hace visibles estos espectros y que les da legibilidad no solo a ellos, a estas novelas latinoamericanas finiseculares, sino que permite repensar el estatuto de la verdad o de los regímenes de la verdad.

En la línea de Jorge Lafforgue y Ricardo Piglia, Ezequiel De Rosso nos recuerda que los procedimientos del policial están presentes en la mejor literatura argentina, latinoamericana, y por lo tanto, rastrear estas marcas es preguntar a la ficción en general sobre su posibilidad de interrogar el estatuto de la verdad que cada discursividad produce. Pero para ese entonces, ya entendimos que no se trataba de un joven viendo fantasmas, sino del ejercicio más lúcido que un crítico pueda hacer sobre la materialidad de la letra.



Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2013/29547#more-29547

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