viernes, 31 de mayo de 2013

Del cóver en la literatura

:: MARTES DE ETERNA CADENCIA ::


Lo que escribimos, lo que nos reescribe


30-05-2013 | Lucas Soares


El martes pasado, Lucas Soares, Florencia Abadi y Matías Pailos discutieron en la librería acerca del cóver en la literatura como concepto y un procedimiento técnico. Este fue el texto que leyó Soares.


Por Lucas Soares.



Del mito al cover. El cover como concepto y procedimiento técnico es inherente a la historia de la literatura y de la filosofía. Labra el acta de nacimiento de la literatura occidental, porque, si nos ponemos desmesurados, la Ilíada y la Odisea son los primeros covers literarios. Al fin y al cabo, lo que hizo Homero fue nada más y nada menos que poner en orden y por escrito un conjunto de cantos míticos trasmitidos por la tradición oral y forjados por poetas anónimos griegos. O sea que ya desde el siglo IX a.C., donde supuestamente ubicamos a Homero, la literatura arraiga en una tendencia a versionar que, para ese entonces, era vista como una práctica natural de difusión de ideas y escritos (pensemos también en las reversiones puestas en juego por Chaucer, Marlowe, Shakespeare y, ya más acá, Eliot, que podía llegar a hacer un poema sin una sola línea de él). Homero, el “amigo del mito” -para usar una fórmula de Aristóteles- termina por ser un amigo del cover.


Esto también puede aplicarse a la historia de la filosofía, que no es otra cosa que la repetición incansablemente fecunda de las mismas aporías que atormentaban a los griegos: los diálogos de Platón son un cover de sus conversaciones con Sócrates. Otra vez se trata aquí de un versionar que supone un pasaje de la oralidad a la escritura. En el siglo V-IV a. C. se había formado en torno a Sócrates un género literario: los sokratikoi logoi o “conversaciones con Sócrates”. Cada discípulo -ya sea Platón, Jenofonte, Antístenes- hace un cover de esas conversaciones, ofreciendo su versión de Sócrates. El cover platónico implica –como todo buen cover- una reinvención de la palabra socrática. Saliendo de la plataforma griega, podemos pensar la literatura filosófica del último Heidegger como un cover de Heráclito: el ser heideggeriano no es otra cosa que la naturaleza heraclítea que ama ocultarse o, lo que es lo mismo, la armonía de tensiones opuestas. Todo ese largo rodeo poético y oracular en torno a la necesidad de replantear la pregunta por el ser y su imposibilidad de cercarlo conceptualmente es una versión del tono heraclíteo. Para pensar, entonces, la cuestión del cover no hace falta tipificarlo como un procedimiento vanguardista, sino como algo que motoriza la historia misma de la literatura y de la filosofía desde sus inicios.

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Meter un hit. Más allá de la dicotomía entre literatura de procedimiento y literatura de trama y personajes, no puede pensarse hoy la literatura sustraída de la lógica de lo recombinante y del hipervínculo. El signo epocal, en términos de resonancia literaria, pasa por un libro, ya no por la obra, tal como podía advertirse antes. A lo máximo que podemos aspirar hoy es a meter una canción, y, si contamos con el visto bueno del tribunal del tiempo, a lograr que esa canción llegue justamente a ser coveriada. Y así la historia sigue. Como cuando aprendemos a tocar un instrumento, al empezar a escribir tocamos temas de otros con vistas a tocar en el futuro los temas propios. Pero a esta altura deberíamos plantearnos si no acontece lo contrario: si quizá el versionar no sea la finalidad misma de la escritura. Porque, seamos francos: se hace literatura desde la imposibilidad de decir algo que ya no se haya dicho.

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La literatura en la época de su reproducción coverística. Parafraseando el epígrafe de Valéry con el que Benjamin abre su ensayo sobre la obra de arte, diría que el procedimiento del cover modifica hondamente la noción misma de literatura. “Cada día cobra una vigencia más irrecusable la necesidad de adueñarse de los objetos en la más próxima de las cercanías, en la imagen, más bien en la copia, en la reproducción”. Esta frase de Benjamin, donde se condensa todo su ensayo, se ajusta perfectamente al caso porque, si la versionamos, cada día cobra una vigencia más irrecusable la necesidad de adueñarnos de lo ya escrito en la más próxima de las cercanías, en la reescritura, en el cover. Benjamin estaría de acuerdo en que un buen cover emancipa a la copia de la obra coveriada, al devolvernos una imagen renovada de ella, recargada de nuevas texturas y sonoridades. O sea, una nueva obra. De modo que en la historia de la literatura -y también la de la filosofía- el cover no es un procedimiento añadido y exterior, sino que se revela como un principio constitutivo de la escritura filosófica y literaria. La novedad que viene a aportar la literatura contemporánea es que el cover deviene reproducción de una obra que justamente se crea para ser covereada. En este sentido puede pensarse la obra literaria como un loop, algo creado especialmente para ser repetido. Y a la historia de la literatura surcada por diferentes loops que se superponen. Una parte importante del significado de un texto deriva de su posibilidad de llegar a ser covereado. Mal que le pese a Platón, la literatura es, desde su inicio, copia de copias, reescritura.

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El cover y sus precursores. Gerardo Deniz organiza las antologías de sus poemas siguiendo una idea genial, según la cual un poema gana en sentido al ser extraído del contexto que lo acompañaba originariamente. Por ejemplo, en la antología Mansalva, reordena poemas de sus primeros libros procurando que nunca queden pegados dos poemas del mismo libro. En sus palabras: que nunca entren en contacto gemelos, sólo medio hermanos lo más distante posible. Apunta en el prólogo de esa antología: “Los poemas tienden a volverse mamíferos recoletos que se acostumbran a cambiar sólo de postura dentro de sus madrigueras. Salir les hace bien, no obstante. Desprendidos de esos invernaderos donde vegetan en la connivencia de hermanos de igual carnada, se ven de pronto obligados a vivir cada uno de su combustible propio, y a veces los resultados son sorprendentes: el poema exhibe una vitalidad estimable y unas inesperadas posibilidades de rearticulación (o sea de compatibilidad, de valoración mutua, de complementariedad) con poemas engendrados en otras alcobas”. Siguiendo esta idea de Deniz, el procedimiento del cover termina por revitalizar a la obra coveriada. Porque a la obra dejarse coveriar le hace bien; la saca de su modorra, de su comodidad. El cover viene a potenciar su vitalidad y sus inesperadas posibilidades de rearticulación con otros significantes. Muchas veces llegamos tarde al “original”, descubriéndolo a través de su cover. Allí, borgeanamente hablando, el cover crea a sus precursores, en tanto la reescritura que pone en juego modifica nuestra concepción de la obra coveriada al disolver la dicotomía platónica modelo-copia, y llevarse puesto todo vestigio esencialista en relación con la obra de arte.

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Del jam session al cover. Podemos tender un puente entre las reescrituras de Homero y las aplicadas por Leónidas Lamborghini sobre la literatura gauchesca, las letras de tango, la poesía clásica y Eva Perón: “En el trabajo con las reescrituras -dice Leónidas- el modelo sale de su esclerosis. Vuelve al caos original, porque se le van cambiando la sintaxis y la combinatoria. El modelo va cobrando nueva vida, nuevo sentido, nuevas intenciones”. Mientras reescribía La razón de mi vida de Eva Perón, Lamborghini contaba que se pasó un año escuchando un disco de jam session, observando cómo se tocaba, descomponía y variaba el tema, para después volver a tocarlo completo. La jam session ofició de modelo para su reescritura del texto de Evita, sobre la base procedimental de la enunciación, descomposición, variación y recomposición. Hoy podría decirse que, fuera de la jam session, el procedimiento del cover opera como modelo de las nuevas reescrituras. Cuando el “original” se esclerotiza o estandariza, lo covereamos. Y al coverearlo lo reanimamos, ofreciéndole la posibilidad de una nueva vida. Siguiendo en la estela lamborghiniana, también la parodia puede pensarse como una hermana menor del cover. Porque éste guarda algo de la risa de aquélla, de la disonancia que la parodia busca producir. El cover malo se hace de una obra en particular. El bueno se hace desde la obra en particular. Toda la cuestión se juega en la preposición que prioricemos a la hora de coverear. ¿Será que la literatura es, en esencia, obsesiva, y que justamente por eso su reflejo natural es el de un taparse o cubrirse (to cover) con distintas variaciones de sí misma?



Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2013/28800#more-28800

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