sábado, 11 de mayo de 2013

Anoto todas las recomendaciones de Gabriela

:: MARTES DE ETERNA CADENCIA ::

Tendencias en la literatura argentina de hoy

10-05-2013 | Damián Tabarovsky, Gabriela Cabezón Cámara, Hernán Vanoli
Gabriela Cabezón Cámara, Damián Tabarovsky y Hernán Vanoli participaron en una mesa coordinada por Eugenia Zicavo y organizada por Fundación Typa.

Desgrabación: Irina Pinzucoti.



En el marco de las jornadas profesionales organizadas por Fundación Typa, el martes 23 de abril participaron en una mesa orientada a editores extranjeros Gabriela Cabezón Cámara, Damián Tabarovsky y Hernán Vanoli, con la coordinación de Eugenia Zicavo. El objetivo era reflexionar sobre lo que está ocurriendo en el campo literario argentino y trazar posibles mapas de lectura.

Aquí la desgrabación del encuentro.


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Eugenia Zicavo: Hola a todos. Bienvenidos. Estamos en las Jornadas Profesionales que organiza Typa para hablar de literatura argentina, de las tendencias actuales, de qué está pasando en el campo literario. Estamos con Hernán Vanoli, sociólogo, escritor, crítico, tiene una novela buenísima que se llama Pinamar y un libro de cuentos que se llama Varadero y Habana Maravillosa. También con Gabriela Cabezón Cámara, periodista, editora de Cultura en el diario Clarín, tiene una novela que me partió la cabeza que se llama La Virgen Cabeza y una nueva novela gráfica también muy recomendable, Beya. Y con Damián Tabarovsky, que es editor de Mardulce, además de escritor, autor de Literatura de izquierda, entre otros. Vamos a empezar con Gabriela, que hizo una suerte de mapa de grandes tendencias de lo que está pasando en la literatura.

Gabriela Cabezón Cámara: Hola y gracias por estar acá. Lo que hice es un mapa medio salvaje, dividí en grandes bloques y pensé en personas jóvenes o empezaron a publicar hace no más de cinco años, porque me dijeron que era una mesa pensada para editores extranjeros y presumo que a los grandes consagrados ya los conocen y no necesitan que nadie les cuente de ellos.

Últimamente uno de los núcleos estéticos más fuertes es el que yo diría “realismo folk”, que son novelas con mucho trabajo y mucha reflexión sobre la lengua. Uno lee a estos autores y puede llegar a pensar en Saer o en Flanery O’Connor como influencias. Trabajan siempre con una violencia a punto de estallar o que estalló antes del relato o que es elidida, pero hay algo siempre cociéndose a presión. Entre esos escritores puedo nombrar a Hernán Ronsino, Selva Almada, Iosi Havilio, hay muchísimos más. Los tres tuvieron el raro privilegio de ser apreciados por la crítica y el mercado, en la medida en que el mercado puede apreciar a la buena literatura, que siempre es una medida discreta.

Hay otro núcleo importante que tiene un punto de partida biográfico y es el de los hijos de desaparecidos. Entre ellos hay algunos grandes escritores como Félix Bruzzone, que se le escapa del realismo, está la perspectiva más autobiográfica de Laura Alcoba, y hay un caso como el de Mariana Eva Pérez que tiene un libro que se llama La princesa montonera, en donde discute con los lugares comunes y cristalizados con los que uno piensa que piensa un hijo de desaparecidos. Siguiendo por el lado político, hay lo que denominaría “novelas de ideas”. En ese terreno sobresalieron Pola Oloixarac, con Las teorías salvajes, y Damián Selci con Canción de la desconfianza. Son libros en los que, me parece a mí, importa menos la narración en el sentido de la historia que se cuenta que la tesis política que se está sosteniendo o se está construyendo. Y sus miradas son opuestas.

Otra zona que me interesa bastante, pero que tal vez sea menor en repercusión a lo que le vengo contando, es una literatura que revisita de algún modo la gauchesca, la literatura gutural argentina del siglo XIX. El guacho Martín Fierro es una especie de traducción al rioplatense contemporáneo y por ende también a las tensiones y las violencias sociales contemporáneas que padecemos en la Argentina, del poeta Oscar Fariña. Y el trabajo que hizo Pedro Mairal en El gran surubí, que es un poema narrativo hecho de sonetos que también cuenta una historia de violencia política. Y, siguiendo con la política, hay algo que yo denominaría un “género fantástico del peronismo”, que lleva adelante Juan Diego Incardona donde trabaja con ese imaginario mítico del primer peronismo. Hay otros cultores en ese estilo como Pandolfelli y unos cuantos más.

Lo que veo es que hay una especie de gran boom de los géneros, que no se escribía tanto en nuestro país. La novela negra y policial tiene dos festivales nacionales grandes: Azabache en Mar del Plata y el Ban! en Buenos Aires, que dan cuenta de este nuevo auge. Un género con antecedentes bastante ilustres como Borges y Bioy Casares y, en algún sentido, Piglia. Uno de sus mejores exponentes jóvenes es Leonardo Oyola, que no sólo puede contar historias con suspenso y violencia, sino que tiene un trabajo fuerte sobre la lengua. Y hay editoriales especializadas como Negro Absoluto. Hay otros géneros nuevos como el de los zombies, que no sé si llamarlo “Género zombie” o “Género Romero”, especialmente entre las personas más jóvenes, de treinta y cinco para abajo. En ese sector sobresalen Berazachussets, de Leandro Ávalos Blacha, que es un relato de zombies que deriva en una especie de delirio de conurbano, un lugar duro y de fuertes contrastes entre la riqueza y la pobreza. En ese mismo sentido me parece muy original la mirada de Esteban Castromán en Pulsión: él inventa unos “zombies fifadores”, una especie de zombies portadores de la liberación sexual y no ya un símbolo de la alienación del capitalismo como los que proponía Romero. Hubo un montón de antologías al respecto —por ejemplo una del CEC que dirigieron Terranova y Mavrakis— y están apareciendo un montón de libros. Se reproducen como los gremlins en el agua. La editorial Clase Turista retomó el pulp, aunque tal vez quiera hablar de eso Hernán [Vanoli] que publicó una novela notable y muy elogiada en esa colección. También a partir de una propuesta de Sudamericana hay chicklit con muy buenas novelas como Barajas, de Alejandra Zina. El terror tiene también varios cultores y se destaca Mariana Enriquez. Además hay una editorial dedicada sólo al género terror que se llama Muerde muertos.

Luego hay otra gran zona que yo denominaría “aireana” y que agrupa a gente tan disímil como Fernanda Laguna o Strafacce. En algún sentido es una literatura más lingüística, más autónoma que las que veníamos hablando. Otro núcleo que me interesa mucho es el que retoma procedimientos de la vanguardia en el que creo que el mejor exponente es Pablo Katchadjian, que hace cosas como engordar “El Aleph” y duplicar su tamaño u ordenar el Martín Fierro alfabéticamente, que le dio un resultado magnífico. Podría seguir, pero me parece que por ahora es bastante. [Aplausos]

Eugenia Zicavo: ¡Es un montón! Hiciste un gran panorama. Hernán, no sé si te querés montar sobre algunas de estas cosas con las que abrió el juego Gabriela.

Hernán Vanoli: Primero, estoy un poco abrumado porque es muy ajustada y muy buena la síntesis que acaba de hacer Gabriela. Destacó las cosas más pertinentes y más relevantes. Coincido con lo que dijo. Me interesaba preguntarme la relación con el mercado y cuáles son las novelas que logran trascender el pequeño nicho de la literatura argentina y la literatura para escritores y dar un salto un poco más allá. Tomé dos como arquetípicas, y no son los únicos ejemplos ni mucho menos, pero sirven para pensar estas tensiones. Por un lado, el libro de Selva Almada, El viento que arrasa, un libro al que le fue muy bien, un libro digerible tanto al interior de lo que vendría a ser el campo literario, pero que al mismo tiempo pudo trascender esa frontera y amplió y generó un mercado interesante de lectores. Por otro lado, una novela que me pareció muy llamativa es Cámara Gesell, de Guillermo Saccomanno, que es una novela policial ternada en la Semana Negra de Gijón. Es una novela que si bien en los circuitos literarios y más de crítica especializada no circuló tanto creo que lleva 300mil ejemplares vendidos y demás.

Eugenia Zicavo: ¿300mil? No, debe haber sido 3000.

Hernán Vanoli: Me dijeron que agotó varias ediciones, cuatro o cinco ediciones. Por ahí me fui un poco de mambo. En todo caso es un número que no es comparativo con lo que venden los libros de literatura. En Argentina hay una gran habilitación social para escribir y hay una gran proliferación y disponibilidad y medios técnicos para hacerlo. Pero eso se combina con una legitimidad muy escasa en las instancias críticas, entonces lo que tenemos es un maremoto de escrituras donde todo el mundo puede publicar y todo el mundo puede escribir —lo que me parece saludable y vital; todo el mundo tiene derecho a expresarse— pero me donde hay una carencia importante en lo que es la crítica y lo que es la literatura de ideas. En cierta forma los libros de Selva Almada y Saccomanno pudieron trascender el pequeño nicho de la literatura literaria porque tocan alguna fibra que, por el lado de Selva Almada va hacia las ideas que tiene la gente sobre la literatura, y por el de Saccomanno a conflictos sociales y a un tema que tiene que ver con algo muy claro como la vida de un pueblo turístico durante la verdad de su cotidianeidad no turística. Hay una carencia en la literatura joven argentina contemporánea de literatura de ideas. La literatura de ideas es la que puede llegar a conquistar las cuestiones de mercado sin resignar ciertas ambiciones estéticas sin rozarse los géneros que son más predigeridos y más comerciales. En ese sentido hay una gran vacancia, hay un montón de temas que no se están tocando y que tienen que ver con el particular desarrollo de la política argentina. En los últimos diez o quince años hubo en la Argentina una politización muy fuerte. La política contamina muchísimos discursos sociales y hacer hoy una literatura que toque representacionalmente cuestiones vinculadas a la política es un ciclo que ya se superó. La literatura en ese sentido no tiene nada para agregar. No leí una sola novela que dijera nada interesante sobre lo político en los últimos ocho años. Además de que más allá hay otro discurso que en cierta medida se toca y se contamina con el discurso literario que es el discurso de las ciencias sociales, que está muy expandido y tiene muchas llegadas a los medios y etcétera, hay otras miradas interesantes que tienen que ver con las transformaciones urbanas y con la relación que se establece con el consumo. Ustedes saben que uno de los principales logros del actual gobierno es ampliar en cierta medida la base del consumo, es una democracia del consumo: para decirlo de una manera muy grosera, nadie accede a una propiedad inmueble pero todo el mundo se puede comprar un LCD en 58 cuotas. Esas cuestiones, esos cambios en los modos de vida, esas percepciones de la felicidad social son temas que la literatura puede abordar de una manera interesante y problematizadora que están absolutamente subrepresentados.

Eugenia Zicavo: Yo voy a intervenir porque siempre me peleo públicamente con Hernán (después nos llevamos bárbaro). Me llama la atención que digas que hace ocho años no leés nada interesante que hable de política: yo leí una novela que se llama Pinamar y el autor se llama Hernán Vanoli. Pero más allá de eso, vos habías mencionado la relación con el mercado en relación a la literatura, que es algo que te importa. Volviendo a la taxonomía híper ajustada que hizo Gabriela, yo veía los títulos que ella recomendó y, en general, fueron publicados gracias a esto que vos mencionás de la democratización de los medios de producción. Pablo Katchadjian publica en una editorial que debe tirar 200 ejemplares y sin embargo está siendo mencionado en esta mesa porque vale la pena. Justo los títulos que mencionamos no están editados en grandes editoriales y sin embargo, Hernán, mencionabas cierta carencia en la crítica. No obstante están saliendo todos títulos publicados en editoriales chicas o en todo caso medianas.

Hernán Vanoli: Yo coincido con eso, lo que me parece es que son procesos que se van dando de a poco. La crítica, que para mí es muy importante, se va consolidando muy lentamente. Es verdad que hay instancias de crítica pero no hay ninguna muy consolidada. Todo está muy embarullado, muy confundido. Igualmente hay intentos recientes y no tan recientes por establecer una línea crítica. De hecho, hace poco Mardulce sacó un libro de reseñas que había publicado Beatriz Sarlo en un diario y que tiene una idea de la crítica y trata de establecer un sistema de valores. Yo acabo de leer hace muy poco un libro de Juan Terranova que se llama Los gauchos irónicos donde trata de hacer una lectura de los escritores de su generación y él tiene una postura. Maximiliano Crespi es una persona que está pensando las cosas en una dimensión crítica. Sebastián Hernaiz también me interesa. Pero me gustaría que se pudiera establecer una crítica más interesante, con más debate. Están dadas las condiciones para que eso pase.

La primera pregunta que yo le haría a la crítica es si sirve leer en los lugares que supuestamente sirven como plataforma de intermediación cultural como los medios de comunicación a la literatura argentina desde la tradición. Yo tengo la intuición de que no. Tengo la intuición de que a la gente no le interesa la tradición, de que al mercado no le interesa la tradición y de que hoy en día la tradición tampoco tiene demasiado para decir, salvo que uno lo fuerce demasiado y le tenga que rendir tributo a la formación académica que recibió. Hacer uso de la tradición para leer a los libros los aleja de la gente y empobrece los términos del debate. Otra relación es la que asume la crítica con relación al Estado: cuál es el rol que tiene el Estado en todo esto que convenimos en llamar, de una manera cada vez más polémica, “industria editorial”. Uno se podría preguntar por qué hay un instituto nacional del cine y no hay un instituto nacional del libro. Por qué se financian películas que no ve nadie, que son terriblemente horribles y aburridas, y no se financian libros que no lee nadie y son terriblemente horribles y aburridos. Cuál es el lugar de eso. Es una dimensión que la crítica nunca toca por un prejuicio formalista que viene del campo cultural argentino. Eso se puede superar si queremos que el campo literario en alguna medida se modernice como se está modernizando, entre muchas comillas, el aparato productivo y el Estado argentino.

Por otra parte, en la crítica que leo hay una cosa compulsiva que es la idea de representar las condiciones de producción de los escritores. Roger Chartier hace toda una investigación de cómo van dejando huellas en los textos las condiciones de circulación y producción de los libros en tanto objetos materiales. Bueno, me parece que hoy en día una tendencia muy reciente del campo literario argentino —y me estoy refiriendo más que nada a lo joven, porque quiero aclarar que estoy totalmente sesgado porque leo a mis contemporáneos y muy poco a los escritores más grandes—es que todo el mundo cuenta cómo se hizo escritor, cómo fracasó horriblemente haciéndose escritor y terminó publicando su libro en una editorial de 100 ejemplares. Eso habla de la desarticulación y de la falta de ambición. Una de las tareas de la crítica es reclamar un poquito más de ambición y pensar un poco más estos últimos diez, doce, quince años donde hubo transformaciones importantes en la sociedad. Me parece que hay espacio para que la literatura ocupe otro lugar.

Eugenia Zicavo: Estamos también con Damián Tabarovsky que es escritor pero además es editor de Mardulce, responsable de algunos de los títulos que estamos mencionando en esta mesa, sobre todo del hitazo de Selva Almada.

Damián Tabarovsky: Buenas noches. Juan Verdaguer decía que el humorista tiene dos caminos: o cambia de repertorio todas las noches o cambia de público todas las noches. Y yo opté por este segundo camino. Mi problema es que a este público lo vi al mediodía, ya conocen todos mis chistes. [Risas] Pero qué pasaría si este público invitado / obligado / seducido por la Fundación Typa no hubiera venido esta noche: me recordaría a la última vez que estuve en aquí, en Eterna Cadencia, junto con Luis Chitarroni, un gran escritor y editor argentino, presentando La novela luminosa de Mario Levrero. Éramos cinco en la sala. Esa sensación de que no había nadie, de hecho esperábamos (se hicieron las siete y media, ocho menos cuarto, debe ser el tránsito), me gusta como metáfora de la literatura argentina. La idea que la literatura argentina se escribe para nadie. Siempre me sorprenden los autores como Vanoli, tan preocupados por el mercado. Ese es un problema de los agentes literarios, ni siquiera de los editores si no de los dueños de las editoriales. Entonces esta idea de que la literatura argentina está, si se quiere, en un margen, en una periferia, en un lugar que uno habla para nadie y no escucha a nadie, no me es del todo desagradable, más bien todo lo contrario.

Retomando un poco la idea de la tradición que decía Hernán, a mí, ahora que soy un señor mayor y tengo dos hijos, me empezó a gustar Borges [Risas]. Entonces pensaba “El escritor argentino y la tradición”, ese texto clave en el que discute contra el nacionalismo y por qué en las novelas argentinas siempre tiene que haber un gaucho. El dice que en el Corán no hay camellos, entiende que pasa en países árabes y no hace falta poner camellos. Entonces él funda una tradición que interesante. Probablemente la literatura de los sesenta sea la mejor literatura que se haya escrito en la Argentina, que surge como una máquina de guerra contra Borges: Osvaldo Lamborghini, Puig, Copi, el joven Saer, el jovencísimo Héctor Libertella. Esa idea de que escribir sobre gauchos es redundante pone una tradición cosmopolita occidental como diría Borges, pero uno podría agregar extrayendo las conclusiones de Borges que la literatura argentina está en el margen de la literatura cosmopolita occidental. En ese desplazamiento. El otro día hablaba con Edgardo Cozarinsky sobre algunas cosas en francés. Aquí otra linda metáfora. En Francia hay una palabra “parait” que quiere decir “lo mismo”, pero los argentinos creemos que quiere decir “parecido”, entonces cuando uno va un restaurant y el de adelante pide algo y nosotros queremos lo mismo terminamos pidiendo algo “parecido”. [Risas] Ese pequeño error para mí es muy significativo, porque es el hiato donde se puede colar la mejor tradición de la literatura que es esa del pequeño desplazamiento. Pertenecer a esa tradición, pero un poquito al costado, un poquito desplazada. Por supuesto que eso ha llevado a diversos malos entendidos de mercado: en la última década o en los últimos quince años, el mercado español publicó, quizá como nunca antes, toda una serie de escritores latinoamericanos raros. El mercado español ha sido siempre refractario a la literatura latinoamericana, que publicó el Boom y que sigue buscando a esos autores hasta las últimas consecuencias —y que en una discusión un podría pensar a Bolaño como el último avatar del Boom—. La literatura argentina, a partir de la búsqueda de entrar en ese mercado donde se supone que hay plata —los criterios de éxito argentino vendrían a ser publicar en España y ser traducido en Francia— lleva una tendencia a la normalización, es decir: que esa literatura pierda este pequeño desplazamiento muy sutil y muy complejo. Es difícil leer a un autor argentino de entrada —lo veo cuando hablo con editores alemanes, por ejemplo—porque se parece mucho —es “parait”— a la literatura alemana o francesa o europea, pero no del todo. Entonces aparece la necesidad de poner un gaucho, que hoy se puede llamar desaparecido o kirchnerismo o lo que sea que se convierta en redundante para que se note que es argentino. A mí me interesa, quizá porque, como decía, estoy envejeciendo, la tradición que habla de esa rareza, de esa singularidad, porque lo más interesante que tiene la tradición argentina es su excentricidad en el sentido geográfico. Lo paradojal de la literatura argentina ha sido muy productivo en muchos de los autores que han sido mencionados.

Para ir terminando yo agregaría a dos escritores, porque ya al mediodía hablé de los de Mardulce. Son dos rarezas; no los contraten porque son intraducibles. Uno es Ramiro Quintana. Tiene una novela que se llama Ritmo vegetativo en la editorial Paradiso, una buena novela pero primera novela, y una obra maestra que se llama Los trabajadores del frío, publicada por la editorial Acento Impar. Cuando me contrataron en Mardulce lo fui a ver a Quintana, a quien no conocía personalmente, y le dije “qué pena que publicaste esta novela en la editorial Acento impar porque te la publicaba yo”. Y Ramiro Quintana me dijo “Acento impar no es una editorial: hice una edición de autor”. [Risas] Creó hasta una página web e inventó los nombres de los autores y de las novelas para disimular que era una edición de autor. Es extraordinario y es una gran novela. El otro es un autor que hizo lo que uno quisiera hacer —escribir un solo texto y que sea una obra maestra— es Sebastián Bianchi. El libro se llama El resorte de novia y otros relatos y sería lo más parecido al nonsense en Argentina, pero nada que ver. Es una serie de cuentos en la tradición del sinsentido realmente extraordinarios. Pienso en esos dos autores como paradigma de la literatura argentina. Porque la verdad que volver al tema de cuánto vende… Esos autores no pensaron cuánto venden sus libros: se dedicaron a escribir. Recuerdo el comienzo de La tumba sin sosiego que dice “todo lo que tiene que hacer un autor en su vida es escribir una obra maestra y lo demás no tiene la menor importancia”. Ese debería ser un punto de llegada. La mejor tradición argentina es esta, excéntrica, lateral, periférica, marginal, inasimilable, que desconfía de los lugares de legitimidad y se preocupa sola y prioritariamente por escribir un gran texto.

Eugenia Zicavo: A veces hay cierto forzamiento desde la Academia, desde la crítica, incluso desde la propia propuesta de esta mesa de cómo leer la literatura. Yo creo que Gabriela hizo un gran trabajo para forzarse a encontrar categorías que además resultan muy coherentes, pero en última instancia hay muy buenos libros sueltos, como decía Damián, que no necesariamente son de estéticas ni de temáticas similares, aunque yo no había pensado al desaparecido como gaucho —me parece una gran idea—; es como meter a Maradona en la literatura. No obstante, con Hernán compartimos una mesa el año pasado que era sobre literatura kirchnerista o literatura y kirchnerismo. Era una mesa con Marina Mariasch y Félix Bruzzone. Era un gran brete vincular tan rápidamente la literatura con una cuestión política. Era como una consigna maniquea. Pensar la literatura en esos términos es pensarla de un modo maniqueo que no vamos a encontrar en esas categorías novelas maravillosas.

Hernán Vanoli: Yo quería hacer una aclaración con respecto a lo que dije sobre el mercado porque seguramente no me expliqué bien. En ningún momento me interesó hacer una glorificación del éxito de mercado, de hecho yo tengo una pequeña editorial donde publico cosas que tienen un poco de ambición y que es una máquina de hacerme perder dinero. Respeto a la tradición de la autonomía, la valoro, la puedo llegar a disfrutar si estoy un poco deprimido, pero a lo que yo me refiero es a una ambición por narrar procesos sociales complejos y contemporáneos que una misión que la literatura puede llegar a tener. Le puede ir bien o mal, lo puede narrar de una manera más tosca o más interesante. Respeto la tradición excéntrica, pero a esta altura me interesan más los esfuerzos por conseguir algo un poco más ambicioso. Además mercado hoy: hablando por experiencia personal y por la experiencia de muchos otros lectores intensivos que conozco, la cantidad de títulos que se compran es muy poca. Uno accede a textos en su idioma original en internet de manera gratuita y al tener el libro electrónico, me parece que hablamos de otra cosa. Hablamos de la capacidad de afectar, después uno muy posiblemente compre el libro porque uno es fetichista o le gusta la decoración hogareña, pero la experiencia de lectura y la capacidad de afectar la subjetividad pasa por otro lado. Me quería despegar de la idea de mercado que particularmente no es lo que más me interesa.

Eugenia Zicavo: ¿Algo para agregar, Gabriela?

Gabriela Cabezón Cámara: Es que estoy de acuerdo con los dos. [Risas] Me gusta lo excéntrico, es una tradición de la que he leído maravillas de las que de ninguna manera renegaría, y después respecto de representar procesos sociales complejos y de intervenir, bueno, yo padezco eso. Intento hacerlo. Me interesa mucho. Estoy de acuerdo con todo.

Eugenia Zicavo: Por supuesto es mejor que un libro además de la pretensión estética diga algo. Quería agregar algo con respecto al mercado y a quién termina publicando los textos más interesantes: Oyola, que publicó Kryptonita en Mondadori fue descubierto desde otro lugar, lo mismo pasó con Bruzzone que era un autor de Tamarisco y luego pegó el salto. Habría que ver cómo eso impacta en un mercado casi inexistente. Recién Hernán tuvo el lapsus de los 300mil ejemplares: un libro que es un éxito que vende 3000, un libro al que le va muy bien vende 500. Es verdad lo que decían, los libros se escriben pero no se venden. También me llama la atención que no aparezcan en esta mesa algunos de los autores que sí venden un montón como Claudia Piñeiro. Vende un montón y tiene muy buenas novelas. Porque también nosotros somos refractarios a la hora de recomendar a aquellos que vienen impulsados desde abajo. Tal vez porque conocemos los procesos de producción y porque realmente en la actualidad de ahí surge lo que consideramos la mejor literatura, de editoriales medianas y chicas. Pero, por ejemplo, la editorial Eterna Cadencia, que publica a Gabriela, distribuye en Yenny y El Ateneo. Los circuitos se han enrarecido para bien. ¿Pero por qué les parece que no mencionamos —fuera de Saccomanno— ninguno de los autores que son publicados por los grandes sellos?

Gabriela Cabezón Cámara: En mi caso porque cuando dijeron actual y dijeron editores extranjeros di por descontado que los editores extranjeros saben quiénes son Saccomanno y Piñeiro porque están traducidos, porque venden mucho y porque están en todas partes. No son ninguna novedad. Por eso tampoco tomé a grandísimos escritores como Marcelo Cohen, por ejemplo.

Eugenia Zicavo: Pero yo siento que esos escritores, por haber llegado a cierto nivel de consagración, dejan de ser nombrados en estas mesas. Me parece curioso porque lo que pretenden las nuevas generaciones, al final, es convertirse en doxa, como diría Bourdieu. Son heterodoxos pero quieren convertirse en el canon, quieren vender, quieren publicar en Planeta y después terminan siendo silenciados.

Gabriela Cabezón Cámara: No, decir que Claudia Piñeiro o Guillermo Saccomanno fueron silenciados…

Eugenia Zicavo: Es una reflexión a la luz de lo que me surge. Es casi una autocrítica.

Gabriela Cabezón Cámara: Mi criterio fue considerar que ya los conocen, para qué les voy a hablar de ellos, para qué les voy a hablar de Cohen si ya lo conocen.

Hernán Vanoli: Para mí, cuando ya tienen éxito en el mercado, como los dos casos que estamos hablando, o Cohen que tiene una trayectoria propia mucho más literaria, digamos, me parece que por eso no se nombran. También hay que decir la verdad: la literatura independiente está sobrerrepresentada, se habla mucho. Es algo positivo que en este tipo de eventos se hable tanto de algo que tiene tan poca relevancia social.

Eugenia Zicavo: ¿Cuál es tu criterio como editor, Damián?

Damián Tabarovsky: Marcelo Cohen no está traducido, me imagino, por cierta dificultad. Claramente Cohen es uno de los escritores argentinos más interesantes. Eso no está en discusión. Comparto lo que decía Gabriela, por eso comencé con el chiste de Verdaguer, sobre una conversación pensada no bajo la idea de recomendación que es algo que no me convence, pero sí como una ayuda, una orientación. Quizá Marcelo Cohen es un caso interesante. Vivió en España durante el exilio en un momento en que el mercado español no era abierto a esta rareza de la que salió después, él entró antes de tiempo, un poco en el sentido de Saer que también entró en España antes de tiempo: Saer gana el premio Nadal con La ocasión y después no publica más en España y España se abre a otra generación y otras estéticas y ellos quedan afuera. Marcelo después vuelve a la Argentina. Y en un momento en que Anagrama y otras editoriales como Mondadori empiezan a tomar autores argentinos, Marcelo ya está viviendo acá. Y probablemente no es traducido porque es muy bueno.

Eugenia Zicavo: ¿Alguna pregunta del público?


Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2013/28520#more-28520

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