viernes, 8 de febrero de 2013

Tulipanes y la Cofradía del Clavo ardiente




Por Batania (Neorrabioso)

Estaba desesperado, de un desesperado de nueve grados en la escala Ritcher, así que esta mañana le he escrito un mensaje a Montoya:

–Montoya, soy Batania, tienes que hacerme un favor. Voy de culo con Natalia: ya ni siquiera coge mis llamadas. Tienes que enterarte de dónde va a estar hoy viernes, si en el máster, si en Lengua de Trapo o, mucho mejor, a qué horas va a estar en su casa y la puta dirección (y cómo ir). No hace falta que te enteres de todo: con uno solo de todos estos datos me vale, preferible el de su casa, pues quiero presentarme allí con un tulipán y dejarla flipada. Necesito que me consigas esta información y que me la consigas con talento, esto es, con lo que tú tienes, pues me la vas a espantar si se entera de que soy yo el que anda detrás de todo esto.

Montoya ha hecho su trabajo y a las 12:45 he partido de Creta más rápido que un Bolt de cinco piernas, aunque primero he pasado por la plaza Callao, donde suele haber un vendedor ambulante de flores. Ahí me he encontrado el primer problema:

–Un tulipán, por favor.
–Lo siento, pero no vendo tulipanes sueltos. Si quiere una sola flor, le puedo vender una rosa o un jacinto, pero los tulipanes solo los vendo en ramos.
–De acuerdo. Pues deme un ramo de tulipanes.

Tiene que ser tulipán. Si salgo de Creta con idea de tulipán, no hay judío ni filisteo que me la cambie, porque me estoy haciendo de un supersticioso de cinco tenedores. Y así iba en el autobús 518, el que he tomado en la dársena 16 de Príncipe Pío, con mi ramo de tulipanes y con la peña mirándome y sonriéndome, muchacho, suerte, con ese ramo seguro que triunfas, etc.

Vaya por delante que todos los datos objetivos señalan que con Natalia no tengo nada que hacer. Llevo cuatro meses perdiendo y mis derrotas solo son tan grandes como mi obcecación en negarlas y la alegría oceánica que me entra cuando pienso en recuperarla creando nuevos escenarios. Mi teoría es esta: cuando uno va perdiendo en una relación amorosa, todos los escenarios conocidos son invitaciones a un nuevo fracaso. Por tanto, lo que debe hacer un rezagado es cambiar el escenario, crear uno nuevo, sorprender, pensar fuera de la caja. Llevo cuatro meses intentando cambiar los escenarios y creo que estoy logrando muy buenos resultados, pero el problema es que hay un escenario que no logro cambiar, que soy yo mismo, y que malogra todas mis flores, poemas, palinodias, cartas de amor, visitas inesperadas y toda la guarnición del ridículo que me traigo, pues, aunque me hago llamar neorrabioso, en puridad soy un poeta neorridículo y el máximo representante mundial del ridiculismo, tendencia poética de la que se hablará (y muy mal) en el futuro.

Y lo peor de todo es que, nada más llegar a Villaviciosa de Odón, el fracaso. Le mando un mensaje de móvil a Natalia y se sucede el siguiente intercambio de mensajes:

–Natalia, acabo de llegar en el 518 a la urbanización El Bosque y me dirijo a la entrada de tu casa, donde pienso estar cien días y lo que haga falta hasta que te dignes hablar conmigo.
–Estás loco. ¿Júrame por mí que es verdad que estás llegando a mi casa?
–Lo juro por ti.
–Pues da igual porque no estoy en casa, estoy en la facultad.
–¿En la facultad? Júralo por mí.
–Lo juro por ti. Y no voy a volver a casa hasta las once de la noche.
–Vale. Pues me quedo aquí hasta las once de la noche.

Qué mala suerte. Se había ido a hacer una matrícula a la Complu y eso me ha trastocado los datos de Montoya, que eran buenos. Al final me ha convencido por móvil para que no me quede a hacer guardia en su casa y me he vuelto de nuevo a Madrid capital en el mismo autobús y asediado por las mismas sonrisas de los usuarios, aunque esta vez ya no correspondía a sus miradas. No sé. Al menos he conseguido hablar con ella, pero me he vuelto con mucha sensación de fracaso. Sobre todo cuando he llegado a Creta y me he encontrado a mi gata Lorca escrutándome en el plan de mira este, de dónde viene con esa cara y esas flores.

Al menos tengo esa alegría de hombre que no se rinde. La peña me aconseja mucho que pase de ella, que las chicas sólo vuelven cuando pasas de ellas (esto me lo aconsejan por igual los hombres y las mujeres, por cierto), pero yo no tengo la suficiente tranquilidad de espíritu para hacer eso, y mucho menos con una mujer así, que dista tanto de la mujer standard. Coincide además que no vivo esta situación como una tragedia sino como una tragicomedia, con momentos cumbre y momentos sótano, y me siento vivo hasta la carne, hasta la esperanza, hasta la pura rabia. Además, cuando llegaba a casa me ha mandado un mensaje, “AMBÉCIL”, que forma parte de nuestro lenguaje cariñoso, y eso me ha dado nuevas energías, pues uno es miembro de la Cofradía del Clavo Ardiente y del Natalia-volverá-cueste-lo-que-cueste-y-contra-todo-pronóstico, y a la hora en que escribo esto me siento feliz y lleno de planes desopilantes para recuperarla, pues ya he dicho que el ridiculismo es una de las bellas artes y yo la domino tanto que ni siquiera tengo que hacer el ridículo: yo soy el ridículo.


Tomado del muro de feis de Batania (Neorrabioso)

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