domingo, 13 de enero de 2013

Ayer: Bajo un manto de estrellas

Me gustó mucho: el ambiente con cambios de tonalidades, la trama loca, el tema del deseo y las ilusiones postergadas, el ver en el otro lo que cada uno quiere y, sobre todo, las actuaciones geniales de Pompeyo Audivert y María José Gabín (me acabo de avivar con google que es una de las Gambas al ajillo).
Del texto de Puig extrañé algo más de radioteatro, que sólo se alude, y todo el tiempo estuve esperando que "la vieja", Adriana Aizemberg, se pusiera a cantar un bolero. Me encantó lo kistch, lo onírico casi somnoliento, lo humorístico doloroso.




miércoles, 9 de enero de 2013
Adriana Aizemberg: Bajo un manto de estrellas

Una comedia con mil recuerdos

El admirado autor de "El beso de la mujer araña", Manuel Puig, escribió "Bajo un manto de estrellas", durante su exilio en Brasil, en 1981. Con elementos del viejo folletín radiofónico, la obra, que se estrenará hoy, a las 21, en La Comedia, de Rodríguez Peña al 1000, plantea una historia en la que coinciden la intriga, la mentira, la locura y el engaño.

Mientras se prepara para uno de los últimos ensayos, Adriana Aizemberg destaca que la obra tuvo su "bautismo" frente al público, el 28 de diciembre, en el teatro Municipal de Villegas, provincia de Buenos Aires, ciudad en la que vio la luz Puig, en 1932 (falleció en México en julio de 1990), en el marco de los festejos del ochenta aniversario de su nacimiento.

ESTADO DE LOCURA
"Fue muy emocionante para nosotros actuar frente a algunos de sus familiares y la gente de su ciudad, la que lo reconoce como una de sus figuras más relevantes. Hay que tomar en cuenta que su trayectoria tuvo un amplio reconocimiento en los Estados Unidos y Europa, con la publicación de "La traición de Rita Hayworth" y luego cuando se hizo la película de "El beso de la mujer araña", con Raúl Juliá y William Hurt, en 1985".
"Para mí es un orgullo que me hayan ofrecido actuar en esta obra, de la que no sabíamos que existía y cuyos personajes parece que vivieran inmersos en una burbuja de locura, en un estado de cierta ensoñación, en la que pasan del pasado, al presente en una misma escena y no tienen un nombre específico, se los denomina como "dueña de casa", "dueño de casa", "la hija". Es una obra para ver, no para leer, porque tiene mucho de cinematográfico, a la vez es una mezcla de comedia brillante norteamericana y de folletín radial bien porteño".

UN AUTOR UNICO

Asimismo la actriz destaca que "Manuel Puig ha sido único dentro de nuestro dramaturgia, en la que contamos con autores de la talla de Carlos Gorostiza, o Roberto Cossa, que están más ligados al teatro rioplatense".
Ganadora del premio a la mejor actriz en los festivales de cine de Huelva y Trieste, por su protagónico en la película "La vieja de atrás", con cincuenta años de trayectoria en el teatro, la televisión y el cine, Adriana Aizemberg, también destaca que "uno de los aspectos de la obra, es la variedad de matices de personajes como el mío, que primero soy una esposa sumisa, cansada y luego paso a ser una amante fogosa, o la madre cariñosa de esa chica adoptada por ella y su marido, cuando sus amigos murieron".
Con humor, antes de despedirse Adriana Aizemberg destaca que vio muchos filmes argentinos de la década de 1950, en la que está ambientada la pieza, para inspirarse. "De modo que me siento como una Fanny Navarro, en mi papel de "dueña de casa", dice con una amplia sonrisa".

Fuente: La Prensa
Tomado de http://blogteatro.blogspot.com.ar/2013/01/adriana-aizemberg-bajo-un-manto-de.html




viernes, 11 de enero de 2013
Pompeyo Audivert, Paloma Contreras y Adriana Aizenberg: Bajo un manto de estrellas


"Esta obra es como un piedrazo en el espejo"

Los actores hablan de bajo un manto de estrellas, la pieza escrita para teatro por Manuel Puig que se estrenó esta semana en La Comedia.

Con la aparición de La traición de Rita Hayworth, primero, y Boquitas pintadas, poco tiempo después, la voz de Manuel Puig irrumpió, particular e inconfundible, en la escena literaria argentina, que hervía en los años '60. Paradójicamente, ese joven escritor que había nacido y se había formado en la tranquilidad –demasiada, quizá, para su espíritu inquieto– de General Villegas, escribió y pulió esos textos –y los otros que le siguieron– en su derrotero por distintas ciudades de Europa y en Nueva York, lugares que soñaba conocer por su amor al cine y adonde partió muy joven en busca, precisamente, de un lugar en esa industria. ¿Por qué, entonces, el teatro no le dio oportunidad hasta bastante más entrada su fama y su carrera y, aquí, tan poco se sabe de ese cuerpo de obras que produjo más cerca de los '80? Para tratar de responder algunas de esas preguntas, la cartelera porteña estrena esta temporada dos obras que, aquí, aun no se vieron.
La primera de ellas, Bajo un manto de estrellas –que estrenó en el teatro La Comedia– es una apuesta ambiciosa: un texto que Puig escribió casi al final de la dictadura, en su autoexilio en Brasil, y que tres décadas después aborda un grupo de cinco actores consagrados (Pompeyo Audivert, Adriana Aizenberg, Héctor Bidonde, Paloma Contreras y María José Gabin), bajo la atenta mirada de Manuel Iedvabni. "Una comedia perturbadora", promete desde el afiche de promoción. Y esa es la primera línea para intentar describirla.

–¿Cómo les llegó la propuesta de contar un texto de un autor que no asociamos tanto a la dramaturgia como a la literatura?
Pompeyo Audivert: –Manuel trajo la propuesta y nos juntamos para empezar a convocar a los actores. Entre los dos decidimos y él hizo los trazos generales, trabajando juntos de una manera muy orgánica. Cuando leo obras, por lo general, empiezo con una cierta fatiga porque tengo la sensación de que no voy a encontrar nada muy nuevo. Siendo Puig tenía, sin embargo, cierta excitación. Y a la primera carilla ya me volvió loco. Tiene una forma de escritura y de creación extraordinaria. Es muy beckettiana en su forma, y Puig amplía las preguntas y las complejiza en cada línea. La obra puede ser, además, la emanación de una radio que se cruza con una realidad y se transforma en una representación.
Adriana Aizenberg: –A mí me convocó Pompeyo. Habíamos trabajado juntos en 2012 haciendo Extraños en un tren, y me dijo "este papel es para vos". Cuando leí el texto, que no conocía, me pareció fantástico, porque nunca había hecho un tipo de obra con este lenguaje, con este estilo, porque más que una obra parece una radionovela. Es una obra difícil, con un texto muy complejo que me costó mucho respetar, porque forma parte del estilo de la producción. Cuando tomamos la responsabilidad de terminar de poner la obra, con Pompeyo un poco a la cabeza, le dimos una vuelta.
–Y estrenaron nada menos que en General Villegas? (N. de R.: en un homenaje por los 80 años del nacimiento del escritor realizado en noviembre pasado)
AA: –En Villegas todo estaba muy a favor: estrenamos en el marco del aniversario, estaban todos los expertos de las cartas, la literatura, la dramaturgia, actrices que habían trabajado en sus puestas. El día que estrenamos, hicimos en la radio el primer acto como una radionovela, con relator y todo. Eso nos dio mucha seguridad de que estamos en el camino correcto.
Pompeyo Audivert: –A mí, la obra me interesó desde un primer momento porque es como un piedrazo en el espejo, en el sentido de que trabaja sobre una fuerza teatral de estallido que rompe la idea del teatro reflejo. No se sabe del todo en qué tiempo está –está en un tiempo teatral– y los personajes van cambiando, como si fueran fragmentos de ese espejo roto que están dentro de un caleidoscopio y se reacomodan permanentemente, dando nuevas versiones. Los personajes mismos confunden a los otros con quienes no son... La convención de la no identificación de cada uno es muy fuerte. El truco es ese: el estilo, que es como un extraño señuelo para que uno entre y, una vez ahí, pegar el piedrazo.
Paloma Contreras: –En Villegas, Cacho Bidonde –que interpreta al dueño de casa y además, empezó su trabajo como actor en la radio– abrió la lectura con una potencia que nos marcó mucho el estilo. Fue una experiencia lindísima, que disfrutamos mucho. Cuando trabajo un autor, me empiezo a enamorar. Y con Puig, estar en su casa, con gente que nos contó cosas de su carácter, de su personalidad, empezó a formar parte de un ser particular que formó una época determinada, de un ser argentino, de una libertad increíble.

Puig escribió Bajo un manto de estrellas en 1981, en pleno autoexilio en Río de Janeiro, y se estrenó un año más tarde en esa misma ciudad. El escritor sentía, según confesó en cartas y conversaciones con su familia y amigos, que en su país de origen había poco interés sobre su dramaturgia, a pesar de que, especialmente más cerca de su muerte, estaba trabajando, entre otras cosas, en la adaptación de El beso de la Mujer Araña al musical que se convirtió en un clásico de Broadway y que aquí hizo, luego, Valeria Lynch (ver Año Puig).

ESTILO. Para trabajar con una obra que parece no poder encasillarse fue un desafío para el elenco. "Hay que pegarle el palo a ver de qué género a qué género va pasando. Pasa de un policial a un radioteatro a un dramón a momentos de liviandad, y eso fue muy hermoso de descubrir. Tiene todas las exigencias y las herramientas de una buena obra. Está construida muy a conciencia. No se siente como un texto implantado de otro. Ese recurso pirandelliano de que un actor haga otro papel y sea ese mismo actor y no otro (N. de R.: De los cinco actores, hay dos que representan varios personajes durante la pieza), y que los pedidos que el autor hace sean tan puntuales, tan detallados, la enriquece muchísimo", dico Audivert.
Para Aizenberg, en esta obra en particular, "el texto hay que respetarlo a muerte. No es fácil, depende de cierto ambiente y el vestuario ayuda muchísimo, el arreglo de cada personaje que tiene que estar perfectamente presentado, el melodrama se potencia en lo puntilloso de los detalles, me encanta y me divierte muchísimo que los personajes sean así".
"Cada tanto, volvíamos a la primera descripción del ambiente y los pedidos de Puig. Para cerrar dice 'todo es muy estilizado, nada natural', y esa es la clave: cada tanto había que volver a eso para no olvidarse", agrega Contreras.
Las actrices se iluminan cuando hablan de la pasión que sienten por lo que hacen: "El día que yo pierda el entusiasmo, me retiro. Para cada propuesta de trabajo tengo una dedicación total. Me cuesta hacer cosas simultáneas y, por suerte, he tenido cero encasillamiento en mi carrera, especialmente la teatral: pasé de Venecia a Las niñas patriotas. Y esa diversidad me da muchísima alegría. A esta altura de mi carrera, esta obra es un bombón", dice Aizenberg, quien interpreta a la Dueña de Casa. La más joven del elenco asegura que, "más allá de la estética que uno está asumiendo, hay una verdad como ente, y en este caso la pregunta, todo el tiempo, era '¿hasta dónde puedo llegar con este recurso?'". «

Identidades confusas

Para Pompeyo Audivert, esta es una de las pocas oportunidades en la obra de Puig –y, ciertamente, en su producción dramática– donde se esboza una idea de sus posiciones políticas. "Bajo un manto... es un texto atravesado también por el grito histórico, en el sentido de que tiene muchas reminiscencias con nuestro pasado reciente, lo que la hace aún más atractiva. Todo el tema del exilio y la apropiación, la identidad fantasmagórica, birlada, secuestrada, abducida por un proceso histórico está tratado no en un solo plano, sino en varios a la vez. Y esa es la máquina poética que desata Puig", dice. Si bien nunca se pronunció demasiado abiertamente sobre sus posturas políticas, el escritor estaba, hacia el final de su corta vida, más abierto a decir lo que pensaba. "Con su sensibilidad de artista, estoy segura de que él captaba lo que estaba pasando. A nosotros nos gustó darle una lectura más política, desde el momento del país y también de la propia obra: la juventud como presa de sacrificio, la locura de los viejos retrógrados que siguen fantaseando, la sustitución de las identidades", aporta Contreras. "Desde mi personaje, hemos dicho muchas veces '¿dónde está la voz de Puig? ¿En la hija?' Y en el primer acto, pareciera que esa víctima, que necesita brazos abiertos, es la voz de Puig. También hay algo de lo salvaje, de lo exótico, metido ahí, medio carioca, medio desbordado en eso. Ahí se ve la influencia de su vida en ese momento."

Director de raza - { Iedvabni }

Manuel Iedvabni debutó como director en 1954. La obra era otra ópera prima, Una gota para el mar, que estrenaba Osvaldo Dragún en el IFT. Fue el fundador y director de tres míticos espacios independientes, que marcaron la escena del teatro porteño. En 1968, el Teatro del Centro. Los '80 lo encontraron primero fundando el Teatro Contemporáneo y, cinco años más tarde, el Galpón del Sur.
A pesar de que en su extensa carrera abarca más de 90 puestas –no menos de veinte son autores argentinos, y es sabida su predilección por el teatro alemán, en especial el de Bertoldt Brecht–, nunca había puesto un Puig. "Había intentado hacer, hace diez años, Triste golondrina macho (que este año sube en el San Martín), pero no estaban los derechos. Así que llegó Bajo un manto... para suplir esa falta", dice. "Las obras me interesan o no, me golpean o no, y me impresionó mucho el extraordinario humor desencajado, el erotismo a flor de piel, esa cosa tan de Puig que es inclasificable, y tenía ganas de hacerle justicia a un tipo que me había gustado cuando había leído sus novelas", explica. La decisión de respetar el texto a rajatabla en esta versión fue "estilística. Es muy difícil e improbable hacer una aventura por cuenta de uno mismo con Puig, porque su lenguaje te obliga, hasta el tú debe mantenerse. Si se saca, pierde el encanto."

El año de Manuel Puig

A fines de 2012, Manuel Puig hubiera cumplido 80 años. Murió, prematuramente, a los 56 años, en 1990, en Cuernavaca, México, donde había llegado desde Río de Janeiro, su residencia anterior, para vivir con su madre, Male, inspiradora –junto con sus tías, primos y otros parientes de Villegas– de los personajes de sus primeras novelas, La Traición de Rita Hayworth y Boquitas Pintadas. "Finalmente, voy a tener un chalet de star, piscina y otras comodidades, como un escritor de mi categoría", se jactaba con ironía ante sus amigos.
El homenaje del que el elenco de Bajo un manto... formó parte, en su ciudad natal, fue el puntapié inicial que indicó que iban por el camino correcto. Pero las anteriores experiencias de las puestas de Puig en escenarios porteños pasaron siempre con altibajos. En 1995, sí, fue exitosa la versión de El Beso de la Mujer Araña con Valeria Lynch, y dirección del puestista original, Harold Prince.
Pero en 2006, Luciano Suardi intentó una adaptación de El Misterio del Ramo de Rosas que resultó fallida. No por la innegable calidad del elenco –Cristina Banegas y Dominique Sanda encarnaban a la paciente y la enfermera de la historia– sino porque la puesta no funcionó. Esa misma obra había sido dirigida en 2004 por Mónica Buscaglia, con Ana Padilla y Roxana Randón.
Boquitas Pintadas, tal vez una de las mejores novelas argentinas del siglo, tuvo su versión en cine, y una osada representación en teatro en 1997, en el Teatro San Martín. El espectáculo combinaba texto, danza y música, y estaba ideado y dirigido por dos grandes: Oscar Araiz y Renata Schussheim. Es justamente el mismo complejo teatral que ofrecerá, este 2013, la primera puesta de Triste Golondrina Macho, dirigida por Guillermo Arengo y Blas Arrese Igor en el Regio.


Fuente: Tiempo Argentino




jueves, 10 de enero de 2013
María José Gabin y Pompeyo Audivert: Bajo un manto de estrellas

“Es una obra poética con costados políticos”

Los actores protagonizan la puesta de Manuel Iedvabni que subirá a escena hoy en el Teatro La Comedia. En la obra, los personajes marcan una curiosa distancia entre lo sucedido y lo imaginado, la verdad y la mentira, el deseo y la realidad.

De no haber fallecido en 1990 tras una complicación en su operación de vesícula, Manuel Puig –uno de los autores latinoamericanos más leídos y traducidos– hubiese cumplido 80 años el 28 de diciembre pasado. Por entonces, en plena actividad creadora –tenía ocho novelas publicadas, varias comedias musicales y guiones cinematográficos–, Puig parecía decidido a dedicarse a la dramaturgia, el aspecto hoy menos conocido de su actividad literaria. Luego de dar a conocer la versión teatral de su novela El beso de la mujer araña, por la cual fue mundialmente conocido, el autor escribió en 1981 Bajo un manto de estrellas, estrenada en su versión brasileña con el título de Quero. Esta misma obra será la que, bajo la dirección de Manuel Iedvabni subirá a escena hoy en el Teatro La Comedia (Rodríguez Peña 1062) con un elenco integrado por Pompeyo Audivert, María José Gabin, Adriana Aizenberg, Paloma Contreras y Héctor Bidonde. La escenografía es de Julio Suárez; la iluminación, de Roberto Traferri, y la música original, de Sergio Vainikoff.

Tras concebir esta primera obra escrita expresamente para ser llevada a escena, Puig continuó experimentando con la dramaturgia. Así, escribió en 1987 Misterio del ramo de rosas –vista en Buenos Aires en dos oportunidades, dirigida por Mónica Buscaglia y por Luciano Suardi, respectivamente–, y en 1988, Triste golondrina macho y el musical Un espía en mi corazón. Los especialistas en la obra de Puig coinciden en señalar que hay rasgos comunes en todos estos textos: una laboriosa artificiosidad, intempestivos cambios de identidad en los personajes y una pertinaz fusión entre realidad y sueño.

En cuanto al afianzamiento de su personalidad literaria, cabe señalar que el cine fue para Puig el gran disparador. Su temprana pasión por esta arte lo llevó a Italia con el objeto de formarse como realizador. Años después aclaraba en una entrevista: “Cerca de los 30 años descubrí algo que ya no podía seguir ocultándome. Yo no servía para el cine, no tenía temperamento para ese mundo. Había estado del otro lado de la pantalla y sabía, por fin, que hacer cine no era vivirlo, que la realidad de ese mundo era más agresiva, más competitiva, más feroz que aquella de la que siempre había huido, transformándome en espectador”. En repetidas oportunidades, Puig confesó saber que su estilo narrativo no fue sino el resultado de su fracaso como cineasta. Afirmaba, además: “No vengo de ninguna tradición literaria: vengo de ver cine, oír radio y leer folletines”. Efectivamente, la inclusión de lo considerado menor como género –cierto cine de Hollywood, las novelas por entregas, el cancionero popular, el radioteatro– fue lo que lo singularizó como narrador y dramaturgo.

Bajo un manto de estrellas presenta personajes que marcan una curiosa distancia entre lo sucedido y lo imaginado, la verdad y la mentira, el deseo y la realidad. Si bien los dueños de la casa solariega que aparecen al comienzo de la obra (a cargo de Aizenberg y Bidonde) logran con su conversación instalar cierto clima de realidad, el enrarecimiento de la situación va en aumento al punto de que el tiempo de la acción (fijado a fines de la década del ’40) parece retroceder o avanzar sin solución de continuidad. Con la aparición de la hija adoptiva (Contreras) ya se produce un cambio de sintonía, pero es con la irrupción de los dos visitantes (Gabin y Audivert) cuando la obra comienza a girar indiscriminadamente hacia el delirio.

Entre disfraces y frases ambiguas, estos dos personajes asumen múltiples identidades, comportándose como ex amantes de los dueños de casa, padres biológicos de la joven, ladrones de joyas, policías o médicos psiquiátricos. Todos creen reconocer en los otros a las personas que han sido causa de sus dolores y obsesiones. Así, todo lo que sucede en escena es indeterminado a expreso pedido del autor quien, refiriéndose por caso a la escenografía también advierte: “Nada es realista, todo es estilizado”.

La obra que dirige Iedvabni fue preestrenada a comienzos de diciembre en Coronel Villegas, la ciudad natal de Puig, en el marco de unas jornadas dedicadas a homenajear su figura, a 80 años de su nacimiento. Después de cuatro meses de ensayos, el elenco comprobó que la obra funciona en ritmo e intensidad. “No es un autor fácil de hacer”, coinciden Gabin y Audivert ante Página/12. “Sólo superficialmente parece que es una obra sencilla: para encontrarle relieve, hay capas y capas para descubrir en cada personaje”, sostienen, antes de subrayar que “Manolo (Iedvabni) fue muy abierto y supo tomar los aportes de los actores”.

Por su parte, Gabin afirma haber encontrado en la lectura de Pubis angelical una suerte de confirmación respecto de lo que, en la actuación, iban elaborando sobre el mundo teatral de Puig. “Leer esta novela me hizo ver que las hipótesis que sobre el mundo de Puig nos habíamos planteado en los ensayos se me iban reforzando: su obra no es ideológica pero sí profundamente política”. Para Audivert, la presencia de “las instituciones representadas por el psiquiatra, la policía y la familia tienen por objetivo encuadrar una situación desmesurada, como si tuvieran que apagar los deseos de esta hija que tiene un discurso poético muy en contacto con la naturaleza”.

–¿Cuáles son los costados políticos que encuentran en la obra?

María José Gabin: –Bajo un manto... es una obra poética que, a la vez, plantea costados políticos. Hay conflictos de clase y conflictos sobre la identidad que hay que tomar en cuenta, especialmente por el momento en que fue escrita.

Pompeyo Audivert: –Creo que toda poética bien plantada siempre está enraizada en un grito histórico. A Puig no le es ajeno el momento histórico en que escribió la obra, hacia el fin de la dictadura...

–¿Sobre qué creen que habla Puig a través de estos personajes?

P. A.: –Para nosotros la obra trata sobre la desaparición de personas tanto como de la apropiación. La hija es apropiada, está en manos de un matrimonio de la oligarquía y estos padres la tienen con ellos mediante una coartada ficcional. Pero esto no se ve desde el comienzo. Puig va escribiendo la obra y lo hace como si tirase un piedrazo en un espejo.

–¿A qué se refiere con esta imagen?

P. A.: –Puig plantea una familia, un living, un clima de realidad que luego es roto como un espejo apedreado. Después, el autor trabaja con los fragmentos y, como si fuera un calidoscopio, pone a los personajes fuera del tiempo y arma y rearma las situaciones desde diferentes perspectivas.

–¿Su intención es ofrecer significados diversos?

P. A.: –Sí, porque al armar diferentes posibilidades, estos fragmentos multiplican el sentido de lo que va sucediendo.

–El nivel de desorientación que plantea la obra atañe al espectador, pero también a los personajes...

M. J. G.: –Los niveles de la realidad son muchos, porque los personajes se atribuyen unos a otros unas identidades que van cambiando con el transcurrir de la trama. Ellos se refugian y encarnan las identidades que otros les adjudican.

–¿Las aceptan sin discusión?

M. J. G.: –Ellos hacen pie en lo que los otros les asignan. No tienen más remedio que actuar lo ficcional. Ponen al otro como pantalla de proyección de los propios deseos y necesidades. Hay una frase que define esto muy bien y es “Aquí todo es real, empezando por nuestros deseos”.

–¿La hija sufre esa confusión?

P. A.: –Ella sí, porque es la víctima de estos monstruos. En nuestra lectura de la obra, si hubiese que encontrar al propio Puig en alguno de estos personajes, él sería la hija: una exiliada, una síntesis de lo nacional expresada en una identidad que no terminó de fraguar. Como si estuviese presa en un cuerpo que no le pertenece, abducida por la familia y lo que escucha por la radio.

–En vista de las múltiples posibilidades que abren los acontecimientos, ¿tuvieron la necesidad, como actores, de elaborar una versión propia de los sucesos?

M. J. G.: –No, porque es más interesante detenerse en lo que deja ver este realismo desenfocado. El mecanismo de lo que pasa en escena es más fuerte que poner en duda o no lo que sucede en la trama. El de Puig es un teatro muy divertido pero a la vez, incómodo.

–¿Costó encontrar el código de actuación?

P. A.: –Cruzamos varios registros, pero buscando confluir en un punto de encaje: estamos del lado de los recursos actorales nacionales, como el radioteatro o el melodrama. Pero hacemos una síntesis que tiene que ver con nuestra propia contemporaneidad, con todo lo que somos hoy.


Fuente: Página/12

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