viernes, 27 de julio de 2012

Larimar





Íbamos con Magda caminando por San Miguel. La plaza estaba un poco superpoblada y la feria artesanal se había transformado en no sé qué de las colectividades que parecía aportar solamente olores a comidas mezcladas.
De repente, sobre uno de los puestos nuevos, de los que no tienen estructura sino paño directamente en la vereda, las vi. A las piedras. A las pulseras. A las gargantillas trenzadas de piedra e hilo.
No me asustó el precio ni la nariz fruncida de mi hija que suele descorazonarme. Miré otras opciones pero el amor había sido a primera vista: pulsera y gargantilla de larimar.

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