miércoles, 8 de febrero de 2012

Crítica de poesía

¿Cómo leer poesía?

Acaban de publicarse una serie de libros que giran en torno al análisis de este género. Girri, Diana Bellessi, Ana Porrúa y Walter Cassara construyen artefactos críticos para poder enfrentarlo.


POR Carolina Esses. Revista Ñ del 5 de febrero de 2012.





Históricamente la poesía se le ha presentado a la crítica como una materia resistente, opaca, de difícil acceso. La impronta del sujeto, el trabajo plástico y sonoro que implica el corte de verso, la incomodidad que a veces plantea el verso libre, la sensación que suelen tener muchos lectores de quedarse un poco afuera, de perder –o de querer asir– el hilo de un sentido hace que, incluso entre críticos literarios, la poesía intimide. Quizá por eso, en la Facultad de Letras de la UBA, al menos entre los años en los que la transité, pocos se animaban. Puede que todo esto haya cambiado. En aquellos tiempos sólo contábamos con algún que otro seminario sobre el tema y la poesía era más bien una excusa para hablar de otra cosa –estéticas de vanguardia, por ejemplo– pero no se nos ofrecía nada específico del quehacer poético. Sí, ahí estaba Delfina Muschietti analizando la poesía de Georg Trakl o de Alejandra Pizarnik de la mano de los formalistas rusos. O Laura Cerrato repartiendo fotocopias de las feministas norteamericanas, versiones de Adrienne Rich realizadas por ayudantes de cátedra o alumnos. Tendría que haberlo entendido entonces: ese, y no otro, era el modo de circulación de la poesía. Había algo más: Muschietti y Cerrato, eran –son– poetas. Tal vez fuese esto lo que las autorizaba a hablar sobre el tema. Porque, aunque una esté convencida de lo contrario –de que cualquier lector atento puede sentarse a reflexionar sobre poesía– lo cierto es que quienes lo hacen, quienes toman a la poesía como objeto crítico son, en general, poetas.

“¿Cuál es la función de la crítica?”, se preguntaba en el año ‘84 ese genial teórico inglés que es Terry Eagleton. La pregunta es ambiciosa y excede largamente estas anotaciones mías. Sin embargo, no deja de ser pertinente y necesaria a la hora de pensar en el conjunto de textos críticos sobre poesía que, gratamente, se publicaron durante el 2011. Los corolarios que surgen de la pregunta de Eagleton se multiplican como abejas huyendo de un panal en llamas. ¿Qué espera la sociedad de un discurso crítico? ¿Sigue siendo la crítica –ya sea el comentario de libros, la reflexión académica– un sistema que hace a la legitimación de los textos o es sólo una pata de la industria editorial? ¿Se plantea el crítico, todavía hoy, la pregunta por la finalidad de tal o cual análisis crítico? Diana Bellessi, Alicia Genovese, Ana Porrúa, Walter Cassara y Alberto Girri, son algunos de los autores publicados –o reeditados como es el caso de Girri, cuyo Diario de un libro fue escrito en 1971 paralelamente al libro de poemas En la letra, ambigua selva y el año pasado fue reeditado por Ediciones Del Dock.

Cada uno de estos libros plantea cuestiones centrales a la práctica poética a la vez que plantea una respuesta a la pregunta por la función del discurso crítico o ensayístico en torno a la poesía. Cómo se la escribe, cómo se la lee, cómo es el oído que la escucha o la voz que la dice, cómo se legitima una obra, cómo se construye el canon de una época. Otros, antes, también lo hicieron. Reviso mi biblioteca y encuentro textos de Tamara Kamenzsain, César Aira con su trabajo sobre Pizarnik –¡por fin alguien que le sacaba de encima algo de tragedia a la genial Alejandra!–, ese ejercicio barroco y genial que es El tesoro de la lengua, de Ariel Schettini, Sobre Gianuzzi de Sergio Chejfec, ejemplares de Hablar de Poesía (la revista dirigida por el poeta Ricardo Herrera), Fénix (dirigida por Pablo Anadón), números de Diario de Poesía, varias antologías de ensayo cuyos artículos están firmados por casi todos los poetas que, hoy por hoy, se leen. Un recorrido histórico –según nos cuenta Jorge Fondebrider que está escribiendo, justamente, una Historia de la poesía argentina– no podría pasar por alto los trabajos de César Fernández Moreno, Raúl González Tuñón, Paco Urondo, Horacio Armani, Beatriz Sarlo, la Breve Historia de la literatura argentina de Martín Prieto donde –aunque una piense que el listado de poetas no es exhaustivo y falten nombres como, por ejemplo, el de Héctor Viel Temperley– la poesía ocupa por primera vez un lugar tan destacado como el de la prosa, entre muchos otros.

Visiones poéticas

La publicación de La pequeña voz del mundo de Diana Bellessi por parte del sello Taurus del grupo Santillana fue todo un acontecimiento. No sólo porque se trata de una editorial masiva quien lo publica –y de alguna manera esto garantiza, al menos en tirada y distribución, una apertura del discurso poético hacia un público mayor que el que facilitan las editoriales pequeñas–, sino porque se trata del manifiesto de una de las poetas centrales de la literatura argentina actual. Escribo “manifiesto” y me corrijo: intuyo que la propia Bellessi querría escapar de la carga que tiene esta palabra –en tanto caracteriza una poética particular, la cierra, la ordena.

Para Bellessi el centro es sin duda un centro móvil, marginal que no le quita sino que refuerza su condición de migrante, la emoción de quien descubre “un universo sonoro completamente otro” cuando, por ejemplo, aprende lo más vivo del idioma inglés atenta a la voz de las obreras negras sureñas y latinas en una fábrica al sur del Bronx, ayudada por un pequeño diccionario y motivada por la posibilidad de traducir a Denise Levertov y leer una columna titulada “Lesbian Nation”. El libro de Bellessi habla, líricamente, de la lírica. Su lírica es a la vez poética y política. Su voz se acerca a la voz de los otros. Le devuelve al poema su dimensión humana, lo acerca al habla, es el habla, dirá, en tanto el habla es lo más vital del lenguaje. Recupera la experiencia carnavalesca –la cancha, el rock, la murga–, ella es la que escucha, atenta, la “pequeña voz del mundo” como opuesta a cualquier Voz, a cualquier idea de Poesía. Bellessi abre el diálogo con la serie política a la vez que invita a reconfigurar el canon de los últimos años en materia poética. Las dos partes que componen el libro están fechadas: 1998-2003/ 2004-2010. Este continuo temporal implica un salto. Lo que significó para el país el abandono de una política neoliberal hacia las políticas sociales del kirchnerismo. También un salto dentro del campo poético. Un resurgimiento de escrituras donde la impronta del sujeto cobra mayor vuelo. Por eso entre los poetas que nombra abre, sobre todo, un nuevo puente entre Buenos Aires y Rosario: Beatriz Vignoli, Sonia Scarabelli, Osvaldo Bossi, Alejandro Crotto.

Así como Bellessi habla de una lírica que “regresa a casa” y con esta operación invita a releer no sólo el pasado inmediato sino, también, la transformación social, Alicia Genovese en Leer poesía. Lo leve, lo grave, lo opaco (FCE, 2011) –comentado oportunamente en esta revista– plantea la necesidad de recomponer la huella del sujeto que escribe. La autora recorre el universo perceptivo, la experiencia del otro, o al menos los rasgos de esa experiencia que hacen a la particularidad de una escritura, y ofrece lecturas de Olga Orozco, Hugo Padeletti o Juan L. Ortiz. El texto se apoya en una bibliografía pero también recurre a la experiencia de la propia Genovese como coordinadora de talleres de escritura –vía, tal vez, privilegiada de circulación de textos poéticos. A la hora de pensar en este pequeño corpus de libros publicados en 2011, quizá sea el de Alicia Genovese el que ofrezca mayores herramientas a los “no iniciados” en la lectura de poesía.

En Diario de un libro (Ediciones Del Dock, 2011) es la palabra del Girri poeta la que se encuentra en primer plano. Sólo que en síntonía con su poesía, lo escuchamos pausado y cerebral, aunque no menos auténtico: Girri responde a las expectativas que abre el diario íntimo –sólo que la intimidad es la de las palabras– mientras transita esa “experiencia moral” que es para él el poema. “¿Por qué esta página, por qué aquella no?”, se pregunta en la entrada del 10 de junio, “El poder expresivo de una y otra es lo que decide, pero el poder expresivo implica mayor o menor dosis de imaginación moral. Si esta se descartara, entonces sería verdad que escribiendo nadie se asemeja a nadie y a la vez que todo el mundo se asemeja a todo el mundo.” Girri sabe que en la elección de una u otra palabra se juega todo, la posibilidad de que la literatura salve una obra o no la salve. Es que Girri es el gran traductor de poesía inglesa y norteamericana –T.S. Eliot, Edgar Lee Masters, entre tantos otros– es lo opuesto al poeta inspirado. En su manera de tratar el lenguaje, en su meticulosa y depurada elección de las palabras –y de los sentidos que esas palabras implican– se lee la impronta del idioma inglés pero también el compromiso con la materia poética. Hoy, lo reedita Ediciones Del Dock dentro de una interesante colección de ensayos sobre poesía y vuelve a poner en circulación un laboratorio de escritura fundamental que permite no sólo un acercamiento a la obra de Girri sino a un univeso de lecturas –y de traducciones– que fueron fundamentales para la poesía argentina más reciente.
¿Y la crítica académica, esa que circula en seminarios, congresos, aulas universitarias? ¿Cómo lee poesía? Caligrafía Tonal (Entropía, 2011) de Ana Porrúa –docente en la Universidad Nacional de Mar del Plata, investigadora de CONICET y poeta– es un ejemplo de crítica rigurosa y exhaustiva. A partir de la idea de caligrafía oriental y tomando la idea de “scripción” de Roland Barthes, Porrúa propone “leer caligrafías, leer tonos, leer la forma”. Es decir: leer la modulación de un trazo, la inclinación de una pincelada, el impacto del movimiento en el poema. La imagen es ilustrativa, bella; se detiene en el texto –sus procedimientos–, pero también en la mano que presiona o levanta el lápiz de la hoja, “el neobarroco carga las tintas y superpone trazos”, dirá, “los llamados objetivistas argentinos deslindan los trazos, se oponen a la mezcla, trabajan con trazos limpios”. Porrúa no olvida al sujeto y esto no es menor tratándose de un texto académico. Relee a los formalistas rusos sobre todo al Tinianov de Avanguardia e tradizione y abre la discusión a cuestiones que van más allá de lo textual. No sólo lo histórico cultural sino también, por ejemplo, la puesta en voz de la poesía y su circulación con las nuevas tecnologías. A la hora de elegir lo textos transita el camino más canónico: neobarrocos y objetivistas. Entonces la función de sus ensayos, su impacto dentro del campo poético, no será poner la lupa en poéticas más laterales –como sí será el objetivo del libro de Walter Cassara– sino sistematizar y profundizar en poéticas centrales de los últimos años. La audacia del libro no radica en su elección de los textos sino, por un lado en su elección bibliográfica, en la manera que encuentra para articular teoría y poesía, y por el otro en el gesto de colocar como objeto de análisis académico la materialidad poética.

En aparente oposición al crítico académico, que recorre congresos y dicta seminarios por el mundo, encontramos al que se recluye, solitario, a pensar sobre poesía. Al menos a eso invita la Nota Preliminar de El oído del poema (Bajo la luna, 2011), recopilación de ensayos del poeta, crítico, editor y traductor Walter Cassara. Con este libro Cassara ganó el primer premio en ensayo del concurso de régimen de fomento a la industria editorial que otorga el Fondo Nacional de las Artes. Podríamos pensar que no sólo se premia un estilo de hacer crítica sino también la operación que Cassara propone: la de recorrer los últimos años (el libro lleva un subtítulo donde se lee “crítica literaria 2000-2011) de la mano de poetas que no son los más habituales. Pero regresemos a esa metáfora casi epifánica de lectura que el poeta construye desde la primera página. Corría 1999. Dice: “…decidí refugiarme en aquel lejano monasterio trapense a esperar el Apocalipsis con la única compañía de algunos libros muy queridos, una botella de bourbon y una buena provisión de tabaco”. Monasterio que más adelante devendrá cuartucho de hotel “de esos que suelen rodear las terminales de ómnibus” y desde el cual escribirá el comentario a la antología de Jorge Monteleone, 200 años de poesía argentina (Alfaguara, 2010). A su modelo crítico –el del peregrino solitario inmerso en la serie literaria– Cassara contrapone en ese texto la figura de un crítico que –según él– superpone una lectura política a la serie poética. Cassara se ocupa de la coyuntura histórica, por ejemplo, en ese precioso ensayo que le dedica a Brodsky. Pero por lo demás piensa dentro de los límites de su práctica, de sus lecturas. Claro que su intervención dentro del campo poético es en sí misma un acto de ruptura: Cassara está proponiendo, por ejemplo, una lectura para nada complaciente del Osvaldo Lamborghini poeta y del César Aira compilador. Lee a poetas como Rodolfo Godino, Luis Tedesco, Aldo Oliva, Jorge Leónidas Escudero o Ricardo Herrera. En su primer artículo “Crítica y poesía” le dedica una fuerte estocada de su espada a la crítica académica, esa que “sacrifica el poema en pos de un montón de estopa bibliográfica”. Sin embargo cabría preguntarnos, ¿por qué habría de ser más válida la palabra del hermitaño recluido que la de la crítica académica? En todo caso, lo importante sería, siguiendo al buen Barthes –para evitar el duelo o la quema de brujas– que el lenguaje le signifique a uno u otro un problema, que escribir –y escribir sobre poesía– sea en sí mismo, siempre, “un acto de plena escritura”, como señala el autor en Crítica y verdad.

Lo cierto es que cada uno de estos libros opera de alguna manera particular dentro del campo poético. Algunos, desestabilizando rutas de lectura, facilitando puertas de acceso; otros consolidando estéticas que la distancia de los años transcurridos permite analizar diacrónicamente. En todo caso me atrevo a pensar que el carácter marginal de la poesía –su lateralidad en relación a otras formas de publicación y circulación de la literatura como ser la de la prosa narrativa– le facilita al discurso crítico una gran vitalidad y capacidad de polémica. Una pequeña y modesta autonomía.

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