miércoles, 29 de febrero de 2012
Un armónico mío
“Así esté hablando de un jabalí que va bajando por una montaña, lo tengo que hacer pasar por algo interior mío, porque si no, no puedo sentirlo. Tengo que mojarlo con algo mío. Siempre he pensado que las cosas y los seres humanos tienen armónicos, igual que la música. Entonces ese jabalí tiene que tener un armónico mío”.
Daniel Moyano
Daniel Moyano
Palacio Legislativo lírico
La Dirección General de Cultura del Senado, en el marco de las actividades previstas para el 2012, presenta el ciclo Verano Parlamentario. Poesía y música, que se va a desarrollar los tres primeros viernes de marzo (2, 9 y 16) en el Congreso Nacional. La convocatoria es a partir de las 20 horas, en el Salón Illia del Palacio Legislativo (Entre Ríos 49, entrando por la explanada), con entrada libre y gratuita hasta completar la capacidad de la sala.
Viernes 2 de marzo, 20 hs
Leen Martín Gambarotta y Cecilia Eraso
Toca Paula Maffía
Martín Gambarotta (Buenos Aires, 1968) publicó Punctum (editado por primera vez en 1996 y reeditado en 2011, Primer Premio en el I Concurso Hispanoamericano Diario de Poesía), Seudo (2000) y Relapso+Angola (2005), entre otros libros.
Cecilia Eraso (Neuquén, 1978) publicó Monoambiente en 2009 y plutón canta en 2010, entre otros. Es parte del proyecto editorial de poesía latinoamericana PLUP-Proyecto Latinoamericano de Unión Poética.
Paula Maffía (Buenos Aires, 1983) es cantante del cuarteto La Cosa Mostra e integrante de Las Taradas, orquesta femenina que recupera el cancionero popular de los 40 y 50.
Viernes 9 de marzo, 20 hs
Leen Mariano Blatt y Miguel Ángel Petrecca
Toca Leandro Kalén
Mariano Blatt (Buenos Aires, 1983) publicó Increíble (2007) y El Pibe de Oro (2009), además de plaquetas y poemas sueltos aparecidos en revistas y antologías.
Miguel Ángel Petrecca (Buenos Aires, 1978) publicó El gran furcio (2004), El Maldonado (2007) y las traducciones de poesía china Un país mental (2011). Es miembro de la editorial de poesía Gog y Magog.
Leandro Kalén (1983) participó, entre otras actividades, del desfile artístico histórico organizado por Fuerza Bruta para el Bicentenario Argentino en 2010, representando a los pueblos originarios.
Viernes 16 de marzo, 20 hs
Leen Washington Cucurto y Cecilia Pavón
Toca Shaman Herrera
Washington Cucurto (Quilmes, 1973) publicó varios libros de poesía y narrativa, entre ellos Zelarayán (1998), Hatuchay (2005) y Cosa de negros (2003). Creó y dirige la editorial Eloísa Cartonera, un proyecto social que publica libros de autores inéditos latinoamericanos editados en cartón comprado a los cartoneros de Buenos Aires.
Cecilia Pavón (Mendoza, 1973) publicó ¿Existe el amor a los animales? (2001), Caramelos de Anís (2004) y Discos Gato Gordo (2005), entre otros. Junto a Fernanda Laguna fue fundadora de la galería Belleza y Felicidad.
Shaman Herrera ha participado en las formaciones de varias bandas, entre las que se cuenta su proyecto personal, Shaman y los Hombres en Llamas.
Viernes 2 de marzo, 20 hs
Leen Martín Gambarotta y Cecilia Eraso
Toca Paula Maffía
Martín Gambarotta (Buenos Aires, 1968) publicó Punctum (editado por primera vez en 1996 y reeditado en 2011, Primer Premio en el I Concurso Hispanoamericano Diario de Poesía), Seudo (2000) y Relapso+Angola (2005), entre otros libros.
Cecilia Eraso (Neuquén, 1978) publicó Monoambiente en 2009 y plutón canta en 2010, entre otros. Es parte del proyecto editorial de poesía latinoamericana PLUP-Proyecto Latinoamericano de Unión Poética.
Paula Maffía (Buenos Aires, 1983) es cantante del cuarteto La Cosa Mostra e integrante de Las Taradas, orquesta femenina que recupera el cancionero popular de los 40 y 50.
Viernes 9 de marzo, 20 hs
Leen Mariano Blatt y Miguel Ángel Petrecca
Toca Leandro Kalén
Mariano Blatt (Buenos Aires, 1983) publicó Increíble (2007) y El Pibe de Oro (2009), además de plaquetas y poemas sueltos aparecidos en revistas y antologías.
Miguel Ángel Petrecca (Buenos Aires, 1978) publicó El gran furcio (2004), El Maldonado (2007) y las traducciones de poesía china Un país mental (2011). Es miembro de la editorial de poesía Gog y Magog.
Leandro Kalén (1983) participó, entre otras actividades, del desfile artístico histórico organizado por Fuerza Bruta para el Bicentenario Argentino en 2010, representando a los pueblos originarios.
Viernes 16 de marzo, 20 hs
Leen Washington Cucurto y Cecilia Pavón
Toca Shaman Herrera
Washington Cucurto (Quilmes, 1973) publicó varios libros de poesía y narrativa, entre ellos Zelarayán (1998), Hatuchay (2005) y Cosa de negros (2003). Creó y dirige la editorial Eloísa Cartonera, un proyecto social que publica libros de autores inéditos latinoamericanos editados en cartón comprado a los cartoneros de Buenos Aires.
Cecilia Pavón (Mendoza, 1973) publicó ¿Existe el amor a los animales? (2001), Caramelos de Anís (2004) y Discos Gato Gordo (2005), entre otros. Junto a Fernanda Laguna fue fundadora de la galería Belleza y Felicidad.
Shaman Herrera ha participado en las formaciones de varias bandas, entre las que se cuenta su proyecto personal, Shaman y los Hombres en Llamas.
martes, 28 de febrero de 2012
Repulsivos y entrañables
Me gusta mucho cuando Javier Calvo se pone asqueroso.
Por Luna Miguel
Quien haya leído a Javier Calvo sabrá que es un tipo asqueroso, y no como persona -no, no, que como persona es un amor- sino como creador de historias, escenarios y sobre todo de personajes. Yo no he leído toda su obra pero quizá sí la cantidad de libros suficiente (Risas enlatadas, Mundo maravilloso, Corona de flores y El jardín colgante) como para poder hacer esta afirmación... porque sus personajes son repulsivos, de ahí que nos resulten entrañables, de ahí que los amemos y los odiemos, o que queramos saberlo todo sobre ellos. Quien haya leído El jardín colgante (Seix Barral, 2012) de Javier Calvo sabrá que este sea posiblemente su mejor libro por bastantes motivos, pero, sobre todo, por uno en especial: aquí el autor explota ese lado más asqueroso y terrible de su literatura. Ese que tanto nos gusta. Ese que le identifica. Ese que es capaz de crear personajes inolvidables: Sara Arta (mi nueva musa), Teo Barbosa (ídolo para las nenas con vísceras punk) y Arístides Lao (patético, astuto y abrazable)... entre otros.
La historia de El jardín colgante comienza lentamente, como si Calvo tantease el terreno. Al principio uno no no sabe con qué va a encontrarse y sin embargo sabe que le va a esperar una buena. ¿Qué es esto? ¿Una simple novela policíaca? ¿Un rollo extraño sobre la Transición en donde de pronto aparece un meteorito sin sentido? ¿Una radiografía de la Barcelona de finales de los 70 -tan parecida y oscura como la que ya nos retrató en Corona de flores-? ¿Un retrato sobre el nacimiento del punk? ¿Qué es esto? Pero conforme avanza la tensión es cada vez mayor y una tremenda violencia aflora inundándolo todo. Pero no es esta la violencia que se nos prometía. Aquí el terrorismo es sólo una excusa que se utiliza para esconder el verdadera crueldad: aquella que implican las relaciones y reacciones humanas (el miedo, la lealtad, el silencio, la mentira, los celos, la incomprensión). Y es en este momento en donde uno se da cuenta que los personajes de Javier Calvo no son tan asquerosos ni tan repulsivos como parecían. Los pobres son sólo marionetas de un sistema que les empuja a la locura. Los pobres personajes de Javier Calvo son tan humanos como cualquiera de nosotros: sus heridas superficiales les duelen tanto como las mentales. Su mayor temor: que nadie se apiade de ellos.
En El jardín colgante no hay buenos ni malos. No es una novela histórica, no es una novela política, no es una novela policíaca ni mucho menos fantástica. En El jardín colgante lo que importa es La Identidad, y el autor no deja de preguntarse por ella sin desvelar o descubrir en ningún momento a dónde pertenecemos. Calvo destruye España. Calvo destruye la violencia. Calvo destruye las relaciones. Calvo destruye el amor. De este modo la tarea del lector es elegir cuál es su bando, quién es su amigo, o de quién ha de sentir piedad.
http://www.blogger.com/img/blank.gif
Misticismo, empalamientos, drogas, alcohol, punk, vísceras, huevos fritos, puzles, una isla vacía, unos ojos pintados de negro, una mañana blanca y nevada, una vagina desgarrada, un bar Texas (demasiado parecido a nuestro Manchester), una cárcel femenina, un cuchillo de queso y un pezón... esos son algunos de los tags o conceptos que tras la lectura se me amontonan en el estómago. Esas son las imágenes que recreo y las que el autor me regala. Por eso recomiendo su lectura, porque os hará pasar un mal rato como sólo las buenas novelas los hacen pasar.
Javier Calvo es un tipo asqueroso y por eso lo amo. Dejaos llevar por sus babas. Por sus piel blanca y blanda. Por la oscurísima poesía de su jardín.
Tomado de http://lunamiguel.blogspot.com/2012/02/me-gusta-mucho-cuando-javier-calvo-se.html
Por Luna Miguel
Quien haya leído a Javier Calvo sabrá que es un tipo asqueroso, y no como persona -no, no, que como persona es un amor- sino como creador de historias, escenarios y sobre todo de personajes. Yo no he leído toda su obra pero quizá sí la cantidad de libros suficiente (Risas enlatadas, Mundo maravilloso, Corona de flores y El jardín colgante) como para poder hacer esta afirmación... porque sus personajes son repulsivos, de ahí que nos resulten entrañables, de ahí que los amemos y los odiemos, o que queramos saberlo todo sobre ellos. Quien haya leído El jardín colgante (Seix Barral, 2012) de Javier Calvo sabrá que este sea posiblemente su mejor libro por bastantes motivos, pero, sobre todo, por uno en especial: aquí el autor explota ese lado más asqueroso y terrible de su literatura. Ese que tanto nos gusta. Ese que le identifica. Ese que es capaz de crear personajes inolvidables: Sara Arta (mi nueva musa), Teo Barbosa (ídolo para las nenas con vísceras punk) y Arístides Lao (patético, astuto y abrazable)... entre otros.
La historia de El jardín colgante comienza lentamente, como si Calvo tantease el terreno. Al principio uno no no sabe con qué va a encontrarse y sin embargo sabe que le va a esperar una buena. ¿Qué es esto? ¿Una simple novela policíaca? ¿Un rollo extraño sobre la Transición en donde de pronto aparece un meteorito sin sentido? ¿Una radiografía de la Barcelona de finales de los 70 -tan parecida y oscura como la que ya nos retrató en Corona de flores-? ¿Un retrato sobre el nacimiento del punk? ¿Qué es esto? Pero conforme avanza la tensión es cada vez mayor y una tremenda violencia aflora inundándolo todo. Pero no es esta la violencia que se nos prometía. Aquí el terrorismo es sólo una excusa que se utiliza para esconder el verdadera crueldad: aquella que implican las relaciones y reacciones humanas (el miedo, la lealtad, el silencio, la mentira, los celos, la incomprensión). Y es en este momento en donde uno se da cuenta que los personajes de Javier Calvo no son tan asquerosos ni tan repulsivos como parecían. Los pobres son sólo marionetas de un sistema que les empuja a la locura. Los pobres personajes de Javier Calvo son tan humanos como cualquiera de nosotros: sus heridas superficiales les duelen tanto como las mentales. Su mayor temor: que nadie se apiade de ellos.
En El jardín colgante no hay buenos ni malos. No es una novela histórica, no es una novela política, no es una novela policíaca ni mucho menos fantástica. En El jardín colgante lo que importa es La Identidad, y el autor no deja de preguntarse por ella sin desvelar o descubrir en ningún momento a dónde pertenecemos. Calvo destruye España. Calvo destruye la violencia. Calvo destruye las relaciones. Calvo destruye el amor. De este modo la tarea del lector es elegir cuál es su bando, quién es su amigo, o de quién ha de sentir piedad.
http://www.blogger.com/img/blank.gif
Misticismo, empalamientos, drogas, alcohol, punk, vísceras, huevos fritos, puzles, una isla vacía, unos ojos pintados de negro, una mañana blanca y nevada, una vagina desgarrada, un bar Texas (demasiado parecido a nuestro Manchester), una cárcel femenina, un cuchillo de queso y un pezón... esos son algunos de los tags o conceptos que tras la lectura se me amontonan en el estómago. Esas son las imágenes que recreo y las que el autor me regala. Por eso recomiendo su lectura, porque os hará pasar un mal rato como sólo las buenas novelas los hacen pasar.
Javier Calvo es un tipo asqueroso y por eso lo amo. Dejaos llevar por sus babas. Por sus piel blanca y blanda. Por la oscurísima poesía de su jardín.
Tomado de http://lunamiguel.blogspot.com/2012/02/me-gusta-mucho-cuando-javier-calvo-se.html
Se publica la poesía amorosa de Rafael Alberti
Tú no te irás...
Rafael Alberti
Ven, mi amor, en la tarde del Aniene
y siéntate conmigo a ver viento.
Aunque no estés, mi solo pensamiento
es ver contigo el viento que va y viene.
Tú no te vas, porque mi amor te tiene.
Yo no me iré, pues junto a ti me siento
más vida de tu sangre, más tu aliento,
más luz del corazón que me sostiene
Tú no te irás, mi amor, aunque lo quieras.
Tú no te irás, mi amor, y si te fueras,
Aun yéndote, mi amor, jamás te irías.
Es tuya mi canción, en ella estoy.
Y en ese viento que va y viene voy.
Y en ese viento siempre, me verías....
Llega de la mano de su hija la poesía amorosa de Rafael Alberti
Milena Heinrich
La antología "El amor y los Angeles" del poeta español Rafael Alberti, que este martes será presentada por primera vez en la Argentina, reúne poesía amorosa seleccionada por su hija Aitana como una muestra de gratitud "por haber recibido tanta belleza" de su padre quien estuvo exiliado en Buenos Aires por casi dos décadas.
"La primera edición de esta antología de poesía amorosa de mi padre la publicó la revista Litoral, de Málaga, España, en 1997. La que vamos a presentar en el Recoleta con el sello Ediciones Último Reino será la quinta edición de este libro", dice Aitana Alberti en diálogo con Télam.
La escritora, que vive en La Habana desde 1984, destaca que la "llena de alegría publicar este libro en Buenos Aires, la ciudad que acogió a los peregrinos de España con tanto afecto, en especial a mis padres".
La antología, que en esta edición cuenta con prólogo de la escritora Graciela Aráoz, "abarca toda la obra albertiana desde los poemas anteriores a su primer libro, `Marinero en tierra´, hasta el último que escribió. Pero no solo la poesía; también el teatro y la prosa", explica Aitana, autora de "Inquilinos de la soledad" y "La arboleda compartida", entre otras publicaciones.
El libro tiene diez secciones, cuyo pilar sustentador son los populares ángeles albertianos que son “eminentemente humanos y sufren todos los estados anímicos de los hombres, también los del amor". Es así que se despliegan por las páginas "El ángel del alba", "Los ángeles crueles", "El ángel biógrafo", "El ángel gongorino" y otros.
Dedicada “en la medida de lo posible” a la difusión de la obra de sus padres, Rafael Alberti y María Teresa de León, Aitana relata que en los procesos de recopilación sus sentimientos oscilan "entre la admiración, la sorpresa de seguir descubriendo maravillas y una sensación de gratitud; sí, de gratitud, lo confieso, por haber recibido tanta belleza".
En ese sentido explica que Alberti "tenía un conocimiento profundo de la literatura clásica española y universal y también de las corrientes más revolucionarias de su época. Empleó la rima clásica; fue un maestro del soneto; del verso libre y de la poesía experimental. En esto se parece Pablo Picasso. La multiplicidad de estilos en el pintor es similar a la de mi padre en la poesía".
Aunque esta compilación se sumerge en poesía amorosa, Alberti condimentó su obra con un tinte social bien perfilado: "La obra de mi padre de contenido político y social es de primera magnitud y de una modernidad a toda prueba", asegura Aitana.
Ese matiz emerge cuando sus padres se conocieron; "España vivía grandes cambios. De monarquía, en 1932 pasó a ser República.
Ellos eran de un marcado origen burgués pero al igual que otros jóvenes intelectuales de la época comprendieron que los desheredados de la tierra debían ocupar un lugar preponderante en una sociedad -aún eminentemente feudal- que los había explotado durante siglos".
Tal es así que "esa toma de conciencia, radicalizada aún más por el golpe militar fascista del 1936 (Francisco Franco) y un exilio de treinta y ocho años, determinó en ambos su filiación política, de la que no abdicaron jamás", dice esta escritora que admira el país caribeño que la alberga por ser "tan inmenso en su humanismo" y que al no abandonarlo la define como "digna hija de María Teresa de León y Rafael Alberti".
Aitana también se refiere a la "Generación del 27", los autores españoles reunidos en torno a la figura del poeta barroco Luis de Góngora del siglo XVII, y que incluye a su padre. "El impulso vital de esta generación maravillosa fue golpeado salvajemente por una guerra civil espantosa. Al final, el triunfo del franquismo los lanzó a casi todos ellos al destierro”.
"Llevaron sus poemas, junto con su orgullo y su dignidad a diversos lugares del mundo y en ellos siguieron escribiendo y añorando la patria perdida, al mismo tiempo que entregaban generosamente sus conocimientos a los pueblos que los acogieron con tanto amor", relata Aitana a la vez que recuerda el exilio de sus padres por más de 20 años en la Argentina.
Durante esta residencia en Buenos Aires, Aitana -porteña de nacimiento- recuerda los poemas de su padre como uno inspirado en el paisaje urbano que nos rodeaba, con la Plaza Francia, la Facultad de Derecho, el puerto y el río al fondo" y también "los jacarandaes en flor de la calle Ugarteche".
Además de este poemario que recoge parte de lo mejor de su padre, Aitana Alberti tiene pensado publicar "Cuentos persas" y "Cuentos cubanos" de su autoría, que llegan mucho después de aquellos primeros pasos por la escritura cuando a los 14 años su familia le regaló "un cuadernillo" con aquellos textos, que hoy ya van por la tercera edición.
La presentación de "El amor y los Ángeles" será mañana a las 19 en el porteño Centro Cultural Recoleta, y contará con la presencia de Aitana y la nieta de Alberti, Isabel de Sebastián, que interpretará temas musicales, entre ellos "La paloma", la canción popularizada por Joan Manuel Serrat y Paco Ibáñez, de su abuelo Rafael.
Tomado de http://www.telam.com.ar/nota/16972/
Rafael Alberti
Ven, mi amor, en la tarde del Aniene
y siéntate conmigo a ver viento.
Aunque no estés, mi solo pensamiento
es ver contigo el viento que va y viene.
Tú no te vas, porque mi amor te tiene.
Yo no me iré, pues junto a ti me siento
más vida de tu sangre, más tu aliento,
más luz del corazón que me sostiene
Tú no te irás, mi amor, aunque lo quieras.
Tú no te irás, mi amor, y si te fueras,
Aun yéndote, mi amor, jamás te irías.
Es tuya mi canción, en ella estoy.
Y en ese viento que va y viene voy.
Y en ese viento siempre, me verías....
Llega de la mano de su hija la poesía amorosa de Rafael Alberti
Milena Heinrich
La antología "El amor y los Angeles" del poeta español Rafael Alberti, que este martes será presentada por primera vez en la Argentina, reúne poesía amorosa seleccionada por su hija Aitana como una muestra de gratitud "por haber recibido tanta belleza" de su padre quien estuvo exiliado en Buenos Aires por casi dos décadas.
"La primera edición de esta antología de poesía amorosa de mi padre la publicó la revista Litoral, de Málaga, España, en 1997. La que vamos a presentar en el Recoleta con el sello Ediciones Último Reino será la quinta edición de este libro", dice Aitana Alberti en diálogo con Télam.
La escritora, que vive en La Habana desde 1984, destaca que la "llena de alegría publicar este libro en Buenos Aires, la ciudad que acogió a los peregrinos de España con tanto afecto, en especial a mis padres".
La antología, que en esta edición cuenta con prólogo de la escritora Graciela Aráoz, "abarca toda la obra albertiana desde los poemas anteriores a su primer libro, `Marinero en tierra´, hasta el último que escribió. Pero no solo la poesía; también el teatro y la prosa", explica Aitana, autora de "Inquilinos de la soledad" y "La arboleda compartida", entre otras publicaciones.
El libro tiene diez secciones, cuyo pilar sustentador son los populares ángeles albertianos que son “eminentemente humanos y sufren todos los estados anímicos de los hombres, también los del amor". Es así que se despliegan por las páginas "El ángel del alba", "Los ángeles crueles", "El ángel biógrafo", "El ángel gongorino" y otros.
Dedicada “en la medida de lo posible” a la difusión de la obra de sus padres, Rafael Alberti y María Teresa de León, Aitana relata que en los procesos de recopilación sus sentimientos oscilan "entre la admiración, la sorpresa de seguir descubriendo maravillas y una sensación de gratitud; sí, de gratitud, lo confieso, por haber recibido tanta belleza".
En ese sentido explica que Alberti "tenía un conocimiento profundo de la literatura clásica española y universal y también de las corrientes más revolucionarias de su época. Empleó la rima clásica; fue un maestro del soneto; del verso libre y de la poesía experimental. En esto se parece Pablo Picasso. La multiplicidad de estilos en el pintor es similar a la de mi padre en la poesía".
Aunque esta compilación se sumerge en poesía amorosa, Alberti condimentó su obra con un tinte social bien perfilado: "La obra de mi padre de contenido político y social es de primera magnitud y de una modernidad a toda prueba", asegura Aitana.
Ese matiz emerge cuando sus padres se conocieron; "España vivía grandes cambios. De monarquía, en 1932 pasó a ser República.
Ellos eran de un marcado origen burgués pero al igual que otros jóvenes intelectuales de la época comprendieron que los desheredados de la tierra debían ocupar un lugar preponderante en una sociedad -aún eminentemente feudal- que los había explotado durante siglos".
Tal es así que "esa toma de conciencia, radicalizada aún más por el golpe militar fascista del 1936 (Francisco Franco) y un exilio de treinta y ocho años, determinó en ambos su filiación política, de la que no abdicaron jamás", dice esta escritora que admira el país caribeño que la alberga por ser "tan inmenso en su humanismo" y que al no abandonarlo la define como "digna hija de María Teresa de León y Rafael Alberti".
Aitana también se refiere a la "Generación del 27", los autores españoles reunidos en torno a la figura del poeta barroco Luis de Góngora del siglo XVII, y que incluye a su padre. "El impulso vital de esta generación maravillosa fue golpeado salvajemente por una guerra civil espantosa. Al final, el triunfo del franquismo los lanzó a casi todos ellos al destierro”.
"Llevaron sus poemas, junto con su orgullo y su dignidad a diversos lugares del mundo y en ellos siguieron escribiendo y añorando la patria perdida, al mismo tiempo que entregaban generosamente sus conocimientos a los pueblos que los acogieron con tanto amor", relata Aitana a la vez que recuerda el exilio de sus padres por más de 20 años en la Argentina.
Durante esta residencia en Buenos Aires, Aitana -porteña de nacimiento- recuerda los poemas de su padre como uno inspirado en el paisaje urbano que nos rodeaba, con la Plaza Francia, la Facultad de Derecho, el puerto y el río al fondo" y también "los jacarandaes en flor de la calle Ugarteche".
Además de este poemario que recoge parte de lo mejor de su padre, Aitana Alberti tiene pensado publicar "Cuentos persas" y "Cuentos cubanos" de su autoría, que llegan mucho después de aquellos primeros pasos por la escritura cuando a los 14 años su familia le regaló "un cuadernillo" con aquellos textos, que hoy ya van por la tercera edición.
La presentación de "El amor y los Ángeles" será mañana a las 19 en el porteño Centro Cultural Recoleta, y contará con la presencia de Aitana y la nieta de Alberti, Isabel de Sebastián, que interpretará temas musicales, entre ellos "La paloma", la canción popularizada por Joan Manuel Serrat y Paco Ibáñez, de su abuelo Rafael.
Tomado de http://www.telam.com.ar/nota/16972/
lunes, 27 de febrero de 2012
Yo tengo el primero y el último número
El cumpleaños de un arma
Diario Perfil 26 de febrero 2012
Muestra-homenaje por los 25 años de “Diario de Poesía”. Una publicación que desde 1986 difunde la producción nacional e internacional del género. “¡Basta de prosa! 25 años del Diario de Poesía” exhibe documentos, fotografías y obras de arte en el espacio de la Fundación Osde hasta el 31 de marzo. Un recorrido que permite conocer la historia del Diario, del género y también de la Argentina.
Por Daniel Molina
Comencé a trabajar, en julio de 1986, en el Centro Cultural Ricardo Rojas (UBA) gracias a Diario de Poesía. Yo editaba una publicación mensual que difundía libros, por entonces inéditos, de escritores argentinos, desde Los poemas chinos, de Alberto Laiseca a Cadáveres (que luego sería una de las secciones de Alambres), de Néstor Perlongher. El 11 de julio de 1986, en la galería Ruth Benzacar, durante la presentación del primer número de Diario de Poesía, se me acercó Tamara Kamenzsain, a quien no conocía personalmente, y me dijo que le encantaba lo que yo estaba haciendo y que por eso quería que me integrase al ínfimo equipo del Rojas. Acepté encantado y me quedé sin sueldo: en el Rojas se ingresaba trabajando ad honórem. Tuve toda la libertad del mundo y nada de dinero. Como la poesía. No fue casualidad, entonces, que el primer ciclo que allí organicé fuera y que en él participara meses más tarde, en su primera invitación pública, la gente de Diario de Poesía. El círculo mágicamente se cierra.
Un cuarto de siglo después de aquella época, todos estamos más viejos. Menos Diario de Poesía, que parece inmune al paso del tiempo como se puede ver en la muestra ¡Basta ya de prosa! El secreto de su vigencia quizá se deba a que ha logrado adaptarse perfectamente a su tema, la poesía, que es un objeto zen: a la vez tan frágil como una flor y tan dura como la roca. La muestra es un proyecto de Daniel Samoilovich (fundador y director de Diario de Poesía) y Eduardo Stupía (artista visual y diseñador de la publicación desde 1992) y cuenta con la curaduría de Viviana Usubiaga. Incluye obras de arte, videos documentales, producciones especiales, exhibición de primeras ediciones de libros, los bocetos de las primeras tapas, y mucho, mucho más. Es para recorrerla con tiempo y para asombrarse de cuánta magia hay en la historia de una gran publicación cultural cuando se tiene reunido frente a uno, de golpe, lo que fue apareciendo disperso a lo largo de los lustros.
Juan Pablo Renzi (1940-1992) fue el creador de la maqueta de Diario de Poesía. En la muestra se pueden ver los dibujos que realizó para la tapa del primer número, para las páginas internas y para varias secciones, además del diseño de algunos de los famosos dossiers que caracterizan a esta publicación. Renzi no solo fue un reconocido artista visual, que participó de la vanguardia de los 60, sino que además diagramó otras importantes publicaciones, como la revista de crítica Punto de Vista. Sin embargo, no hay nada en su prolífica carrera que sea, a la vez, tan clásico e innovador como la maqueta de Diario de Poesía. Es un diseño tan potente que parece eterno. Esta maqueta es el opera magna de Renzi. Sabiamente, Stupía, un maestro taoista del dibujo (hasta en sus pinturas y traducciones, Stupía dibuja), ha mantenido lo esencial de la maqueta de Renzi: le ha agregado un solo rasgo suyo: más aire, más blanco. Imperceptiblemente.
La muestra ¡Basta ya de prosa! presenta una cronología, que recorre los principales hechos vinculados a la vida de Diario de Poesía, desde 1986. Un documental exhibe la entrevista a Samoilovich y Stupía en la que hablan sobre los orígenes de la publicación y de su elaboración como objeto visual. Se exhiben los bocetos de las páginas maestras, dibujadas hasta el delirio del detalle por Renzi. Hay mucho material relacionado con la elaboración de los dossiers. Hay una importante presencia visual de las Páginas de artista, esa sección de esta revista cultural que difundió la obra de muchos de los más importantes artistas argentinos. En la muestra se pueden ver obras de Enrique Aguirrezabala, Juan Astica, Louise Bourgeois, Max Cachimba, Américo Castilla, Claudia del Río, Mirtha Dermisache, Mimí Doretti, Ana Eckell, Roberto Elía, Fernando Fazzolari, León Ferrari, Carlos Gorriarena, Jorge Gumier Maier, Alberto Heredia, Magdalena Jitrik, Guillermo Kuitca, Eduardo Médici, Adolfo Nigro, Luis Felipe Noé, Felipe Pino, Valentina Rebasa, Daniel Scheimberg, Pablo Suárez, Emilio Torti, Luis Wells y Horacio Zabala.
Hay también una involuntaria, pero muy efectiva –y consciente, como se puede ver en el texto de la curadora en el catálogo– historia económica. El precio del primer número de Diario de Poesía, en julio de 1986, fue de 2,5 australes. En diciembre de 1989, el costo de un ejemplar del número 14 era de 2.800 australes. A comienzos de 1990, el número 15 ya costaba 13.000 australes. El número 16 tuvo un precio de 20 mil australes. El ejemplar de noviembre de 1990 costó 30 mil australes. El número siguiente tuvo un precio de 50 mil australes y en agosto de 1991, festejando el quinto aniversario, el precio de tapa había trepado a 60 mil australes. En cinco años pasó de 2,5 a 60 mil: la historia económica de un lustro difícil.
De las decenas de dossiers memorables, la muestra rescata cuatro, emblemáticos. Uno de ellos está dedicado al poeta y pintor Edward Lear (que apareció en el número 64, abril de 2003). Se pueden ver varias primeras ediciones de sus libros y también de los de Lewis Carroll. Para los bibliómanos, la vitrina que contiene estas maravillas vale el viaje por sí sola. Otro de los dossiers rescatados en la muestra es el dedicado al escritor cubano Virgilio Piñera (apareció en el número 51, de octubre de 1999). Hay cartas, fotografías y testimonios de su vida en Buenos Aires entre 1946 y 1958; de sus andanzas junto a Witold Gombrowicz; y ejemplares de las revistas Orígenes y Ciclón –de la que fue fundador.
En el sector dedicado al dossier sobre el entrerriano, radicado en Francia, Arnaldo Calveyra (publicado en el número 69, de diciembre de 2004), se destaca el documental El hombre de Luxemburgo –realizado por Débora Vázquez y Matías Serra Bradford– que brinda un acercamiento en primera persona a la vida y obra de este poeta. Por último, el dossier dedicado a la poesía en el cine (publicado en el número 65, de abril de 2004) también exhibe un video en el que se ven fragmentos de obras de Coppola, Tarkovsky, Welles, Santiago, Visconti, Huston, Godard, Allen, Filipelli, Aldrich, entre varios otros.
Los 25 años de Diario de Poesía, a la vez que trazan un panorama de la cultura argentina (y en buena parte, también latinoamericana), permiten recordar el contexto sociopolítico en el que esa vida cultural se dio. En primer lugar, se hace visible que es una publicación centrada en dos ciudades argentinas: Buenos Aires y Rosario. Esa oscilación entre dos núcleos urbanos la ha enriquecido y también le ha permitido un diálogo con el mundo exterior que sería impensable en otro contexto urbano.
En segundo lugar, el tiempo histórico se refleja en las entrelíneas del Diario de Poesía, que nació en medio del primer gobierno postdictatorial, cuando muchos de los debates de comienzo de la etapa democrática ya habían madurado. Se consolidó durante los gobiernos de Menem. Sobrevivió a las dos hiperinflaciones y a la crisis de fines de 2001. Mientras caían uno tras otros cinco presidentes, Diario de Poesía preparaba su número de comienzo de 2002. Ha visto despedirse a Duhalde, morir a Néstor Kirchner y la reelección de Cristina Fernández.
Hace cinco años, se presentó una versión más breve de esta muestra en el Centro Cultural España, de Rosario: se festejaban entonces los primeros veinte años. A un lustro de aquella, la muestra ha crecido en volumen y en intensidad. Lo extraño es que con el paso del tiempo al Diario de Poesía no se lo ve más viejo: tal vez, más clásico. Se podría decir de él lo que Gabriel Celaya dijo de su materia: “La poesía es un arma cargada de futuro”.
En la llanura de tierra o en la llanura de agua
"De hecho creo que escribo sobre cosas que no le importan prácticamente a nadie, por lo menos en el plano del asunto; yo creo que, en el fondo, se escribe siempre sobre lo mismo, sea en la llanura de tierra o en la llanura de agua.”
Juan Bautista Duizeide
Juan Bautista Duizeide
Pasión por la literatura de a bordo
Domingo, 13 de marzo de 2011
El navegante solitario
A partir de las novelas En la orilla y Kanaka, el marplatense Juan Bautista Duizeide asomaba en la literatura argentina con el poco frecuente perfil de escritor navegante de mar y río. Algo que en realidad no abandonó, aunque siempre conservando un bajo perfil, incluso hasta ahora, cuando da a conocer las Crónicas con fondo de agua. Vidas secretas del Río de la Plata (Ed. Continente). Historias de Berisso, Ensenada, Río Santiago, destilerías y astilleros arrasados durante los años noventa. Duizeide habla sobre su relación con la literatura de los mares del mundo, su paso por el Liceo Naval y su experiencia como piloto de barcos cargueros, pesqueros y petroleros para volver a tierra y escribir sobre los paraísos marítimos.
Por Angel Berlanga
“Me fascinaban las historias de barcos desde que aprendí a escuchar y luego a leer, me fascinaban los barcos desde que aprendí a caminar y a escaparme de mi casa hacia la costa del mar.” Juan Bautista Duizeide escribe eso en uno de los textos que componen Crónicas con fondo de agua. Vidas secretas del Río de la Plata, que acaba de publicar y viene a proseguir y a la vez a variar su pasión por “la literatura de a bordo”. Como en sus libros anteriores, en la tapa de este hay un navío, y eso bien podría ser su divisa; pero a diferencia de sus libros anteriores, que eran de ficción, en este la rema con la crónica –ya lo preanuncia el título– y también el ensayo.
Tarde de verano; este marplatense nacido en 1964, criado en Necochea y radicado en La Plata sale del Museo de la Memoria –allí trabaja como editor de la revista Puentes, de la Comisión por la Memoria bonaerense– y propone, para la entrevista, un bar. Acá nomás, a unas cuantas cuadras, está el gran escenario de las crónicas de su libro: Isla Paulino, río Santiago, Liceo Almirante Brown, astilleros, frigoríficos abandonados, la selva más austral del mundo. “Y sin embargo es un territorio prácticamente desconocido, incluso para la enorme mayoría de los platenses”, dice Duizeide, que volvió a frecuentarlo cuando, en los ‘90, a partir del desmantelamiento de la Marina Mercante (Menem lo hizo), se quedó sin poder ejercer su oficio de piloto de buques de ultramar. Un sitio a mano para navegar, casi inexplorado, con un adicional: durante la dictadura pasó cinco años de la secundaria allí, en el Liceo, de donde egresó en 1982. El Liceo mismo es el disparador de la investigación para un libro en el que está trabajando junto a un compañero de aquella época, asunto del que hablará unas líneas más adelante.
En 2004 fueron premiadas sus dos primeras novelas, En la orilla (Nacional de narrativa breve Leopoldo Marechal) y Kanaka (Julio Cortázar, ciudad de Buenos Aires). Cuatro años después apareció su antología Cuentos de navegantes, para la que llegó a reunir 400 relatos (el libro traía menos, claro) y tradujo piezas de Stevenson y Guy de Maupassant, entre otros; el volumen incluye, además de los autores clásicos de la narrativa naviera, textos de Arlt, Borges, Quiroga. En 2010 publicó su propio libro de cuentos, Contra la corriente, donde conviven la melancolía y la dureza y se configuran atmósferas e historias a partir de una escritura poética que bien podría sintetizar la portada: la proa de un barco oxidado, desmantelado, que emerge de la niebla. Esa escritura está en estas crónicas, también, en estos textos antecedidos por versos de Arnaldo Calveyra, Viel Temperley, Miguel Angel Bustos, entre tantos.
En sus crónicas, Duizeide retrata un territorio pero también, o sobre todo, unas personas, sus historias, sus quehaceres, sus desvelos y sueños, sus desesperaciones, sus quimeras. Ahí está, por ejemplo, Angel Cadelli o Lechuza, una vida de resistencia para sostener a fuerza de trabajo y militancia el Astillero Río Santiago. O la extraordinaria, inclaudicable aventura del capitán Fernando Zuccaro para rastrear, poner a flote y restaurar una goleta que ahora se llama Gringo. O Haroldo Conti y su Tristezas del vino de la costa, la última crónica que el escritor publicó en Crisis antes de ser secuestrado, en 1976, en la que narra su excursión a la Isla Paulino, como puerta de entrada a su universo. O, también, otra puerta, el Liceo como punto de partida para contar a Charlie Feiling, que hizo allí su secundario, unos años antes de Duizeide. La segunda parte del libro está dedicada a ensayos sobre escritores que contaron del mar, de navegar: Melville, Stevenson, Mutis, Hemingway. Este modo de consignar, de tirar fibras muy principales, no le hace justicia, porque la escritura de Duizeide abarca más, puede detenerse en un biguá y en el detalle de una arboladura, dar cuenta de la oralidad y sus bordes ásperos, llevar atrás y más atrás las geografías en el tiempo.
Escribe: “Conti era capaz de infinitos matices relacionados con el agua, los vientos, los cielos y el paso de las estaciones, con los colores, los rumores, los aromas del río y de las islas. Pero no se limitó a ser un paisajista. Su estuario no es naturaleza, sino territorio. Con sus hombres desasidos y a la orilla de todo, con sus barcos, con sus naufragios. Su río es de historias; es poesía; es metáfora. Cifra la conjunción del desarraigo existencial con los avatares políticos”. Cuando se le cita, a Duizeide, este tramo, dice: “Eso es lo que me gustaría hacer”.
Pero eso es lo que Duizeide hace.
UN LUGAR CASI DESCONOCIDO
Hay en la gauchesca y la pampa una tradición literaria más que arada, sembrada y abonada: no hay equivalente a eso para la cultura marinera. También, señala Duizeide, es escasa en el país si se la enfoca desde lo popular y lo laboral. En las ciudades con puertos, apunta, se incrementa un poco la cosa. “No hay una tradición, y eso está bueno –se posiciona–. Nosotros no somos como Inglaterra, que tiene una tradición bien náutica –-la más importante de Occidente–, popular y cultural en el sentido de bellas artes. Y ni siquiera nos parecemos en ese sentido a países como Brasil y Venezuela, o a la zona del Caribe. Y no es porque no tengamos costa, claro. Ahora bien, no es que falten expresiones de este tipo de relatos: lo que falta es esa continuidad, esa cohesión que conforma un género, ya sea por falta de lectura entre las obras de distintos autores, o de mirada crítica que venga desde afuera. Sin embargo hay cantidad de buenas obras y autores: Sylvia Iparraguirre y La tierra del fuego, Belgrano Rawson y El náufrago de las estrellas, Bernardo Kordon en varios relatos. Todos los autores argentinos tienen al menos algún relato. Pero ese bache, no tener que asumir un faro ya construido, te permite inventar tu propia tradición con los antecesores que se te ocurran. Y así ponés a Conti junto a Melville, a Kordon con Stephen Crane, cosa que en otra cultura sería más herético. De hecho creo que escribo sobre cosas que no le importan prácticamente a nadie, por lo menos en el plano del asunto; yo creo que, en el fondo, se escribe siempre sobre lo mismo, sea en la llanura de tierra o en la llanura de agua.”
Sostiene Duizeide que los temas de la aventura y los de la novela marinera no han variado mucho a través del tiempo: la soledad, la pérdida, la distancia del hogar, la fugacidad de la vida.
Una de las cosas que pensé al leer el libro fue que era como una contestación a esta época tan virtual, digital.
-Ahí hubo un rumbo, sí. Digo, como todo habitante de esta época, que trabaja de acuerdo con una serie de protocolos de hoy, me muevo en el mundo virtual, no voy a hacer una apología en contra de eso. Pero sí tengo una cierta desconfianza de las aceptaciones acríticas de todas las virtudes de lo virtual. A fin de cuentas pasa que uno vive, nace y muere en el mundo áspero y real, no en el virtual. Una primera dimensión que me interesaba rescatar era el territorio, meterme en uno con el cual, de cierto modo, me sentía en deuda, porque después de cinco años en el Liceo lo dejé, quedó en un plano lejano. Pero de a poco, cuando dejé de navegar como marino mercante, lo empecé a retomar para prácticas deportivas, paseos. Y como la curiosidad ficcional o periodística está siempre, entrás a buscar y a encontrar historias. Y cuando no las buscás pareciera que te buscan a vos. No cuentos, es raro pero de esta región no me salen; sí, en cambio, pude acercarme con crónicas. Acá me interesó, sobre todo, ver qué necesitaban o querían contar esas personas, sin importarme tanto que fuera verdad o no lo que contaban (después hice un chequeo y encontré de todo un poco, exageraciones, certezas). Me pareció una verdad muy fuerte que esa persona, ante mí y ante otros, constituyera su vida a través de ese relato. Esto lo hace la gente común, todo el tiempo. Y también los escritores de ficciones. La narración es una necesidad de todos, sepamos o no, ejerzamos eso de una manera más o menos consciente. Por eso me interesó, de algún modo, poner a Melville con estos otros contadores de historias.
Para que esta zona de Berisso fuera como Tigre faltaría, dice Duizeide, un Sarmiento que la inventara. Eso fue antes de que existiera Mar del Plata, de que hubiera transportes rápidos a aquellas costas. “Si Tigre fue un lugar de recreo de las clases pudientes esto, por el contrario, funcionó para proletarios, inmigrantes –contextualiza–. No tiene, de hecho, grandes emprendimientos turísticos, o de recreo; hay, más bien, enormes establecimientos fabriles y cosas que permanecen bastante salvajes. La mayoría de los platenses, e incluso de los ensenadenses y berissenses, desconocen la historia de este sitio: en río Santiago hubo un combate naval, durante la guerra con Brasil, y las naves de Brown fondearon acá durante la guerra de la Independencia. Berisso se funda a partir de un saladero: inmigrantes, anarquistas, socialistas, incluso un afluente del peronismo arranca acá. Durante la Revolución Libertadora hubo un combate aeronaval. Mucha resistencia peronista, militancia en los ‘70 y, también, un sitio muy castigado por la represión.” Cuenta Duizeide que una vez subió a lo alto de una grúa de los astilleros y miró alrededor: salvo la destilería de YPF y los astilleros, todo es ruina. Menem lo hizo, también.
TERRITORIO PERDIDO
“Creo que en buena parte de mis ficciones hay una nostalgia por un territorio perdido, y cada vez más voy pensando que no es solamente el mar, sino la juventud –dice–. Y cierta plenitud. Más que para contar cosas que me pasaron, uso los ambientes náuticos por varias razones que sirven para imaginar: poner a los personajes en un barco me libera de un montón de detalles que puedo dar por sentado y entonces consigo, así, centrarme en los conflictos que me interesan, experimentar qué les pasa a los personajes con sus miedos, sus dolores, sus fatigas, sus esperanzas. El barco es un escenario cotidiano que menciono a la pasada porque ya lo tengo visto.”
Duizeide señala que la inclusión de los versos como citas al comienzo de sus textos es parte del gran juego de escribir. “A mí no me sale escribir poesía, o no me animo, pero sí tengo una antología mental de poetas, o de poetas que estoy leyendo en el momento –dice–. Como decía, a falta de una tradición fijada, uno construye la propia. En realidad hay mucha más poesía que narrativa en relación con el agua, sobre todo con los ríos. Tal vez fue un modo de rescatar eso, de hacer explícita una tradición en la que me gustaría insertarme. Y también funcionan, un poco, como banderillas de que la lectura tendrá que ver con esos tonos, un aviso para el que entre a buscar datos concretos como, por ejemplo, la cantidad de barcos mercantes que había en la Argentina antes de la privatización. Ese dato, incluso, puede aparecer, pero más vale que lo busque en otro lado. Quise discutir con la cuestión del género crónica, que a esta altura del partido no sé muy bien qué es: está muy en boga, pero qué es. A mí me gustan las de Walsh en Confirmado, la de Conti. Las de Sara Gallardo, que son algo totalmente distinto, muy libres en el lenguaje, muy irreverentes. Las de Clarice Lispector. Y, como antecedente lejano, las aguafuertes de Arlt. Rafael Barrett”.
¿Qué te dejó el paso por el Liceo, más allá de la formación náutica?
–Es muy complejo, tanto que recién a esta altura empiezo a tener una síntesis adulta e interesante de qué fue. Tené en cuenta que hice los cinco años y me fui a vivir solo al Buenos Aires de la efervescencia democrática. De muchas cosas tenía conocimiento por lo que se conversaba en casa, no por verlas en el Liceo. Me sorprendía la ferocidad y la venalidad con la que había intervenido la Armada, que fue el lugar donde me formé. Tenía claro que no quería saber nada con ser marino de guerra, por eso seguí la escuela de náutica y no la escuela naval. Y entré un poco por un equívoco: me tiraba mucho lo náutico y mi viejo me dijo “mirá, existe esto”. Pero de qué era lo militar ni idea, si tenía 12 años. Y cuando salís ya sos grande. Me resulta difícil procesar lo vivido con un repaso. Creo que mi negación con esta zona, que era como la peste para mí, tenía que ver con el Liceo. Fatalmente, como no puedo ir todos los fines de semana al mar, como me gustaría, empecé a relacionarme con el río, a ver la complejidad de esta región, que me parece una metáfora de la Argentina. Con el tiempo entré a indagar sobre qué fueron mis años ahí. Y desde uno de los textos del libro surgió una investigación que ya tenemos muy avanzada –junto con Daniel Ortiz, un viejo compañero–, en torno de los desaparecidos de la escuela. Que son muchísimos. Es un regreso a averiguar en qué lugar estuvimos metidos, un sitio donde tenías una formación académica excelente: de hecho sus profesores daban clase en los colegios secundarios de la Universidad, que son los mejores de la zona. Parece mentira, pero los programas de estudio eran muy avanzados, veíamos a Borges, por ejemplo, desde la matemática, la lógica y la literatura. A los 17 años leí, ahí, El extranjero en francés. Y en simultáneo estaba la rigidez militar: yo entré en pleno masserismo. La verdad, estoy muy agradecido de meterme a escribir recién ahora sobre esto, porque antes hubiera sido injusto con mi propia experiencia.
EL IDIOMA DEL MAR
Duizeide piloteó cargueros, pesqueros y petroleros por mares y ríos, en el Barco Burdwood, en el Cabo de Hornos. ¿Cómo fue su cruce por el Estrecho de Magallanes? “Me embarqué de manera muy traumática, después de terminar de estudiar periodismo en La Plata, sin un mango y después de una relación traumática con una chica –cuenta–. Salí de Necochea, un lugar entrañable para mí. Y tenía un cagazo terrible, porque suponía que no iba a estar a la altura. Me podía llegar a mandar cagadas grandes. Estuvimos cargando varios días, llevábamos trigo a Perú, y cada noche pensaba mañana me voy a la mierda.” Pero al otro día me levantaba y seguía con mi laburo. La cosa arrancó muy mal, el barco estaba despedazado y en la primera guardia, por la noche, recién salidos, cruzamos una flotilla de pesqueros y descubrí que teníamos el timón automático roto y la radio inutilizada; el marinero que estaba conmigo tampoco sabía timonear. Así fuimos yendo para Magallanes: tuve suerte con el capitán, que me dio un nivel de confianza muy grande. Al llegar al estrecho me tocó pilotear a mí: un miedo tremendo. El mar ahí no es jodido, pero es como un laberinto donde es fácil perder la orientación y podés, tranquilamente, llevarte por delante una roca; el fondo también es de roca, con lo cual no podés fondear, una vez que arrancaste lo tenés que cruzar. Hay corrientes muy fuertes, y el barco tenía, además, mal las máquinas. Tan mal las tenía que, de hecho, pasamos la primera noche a la deriva, cosa que está prohibida. Paramos en Punta Arenas para arreglar el tubo colector de gases, que es como el caño de escape en los autos, un montón de horas, de noche. Me acuerdo de que nos pasó a treinta metros de distancia un petrolero árabe desde el que nos putearon en inglés. Porque nosotros no podíamos decir que estábamos en reparaciones, explicábamos que queríamos pasar la parte difícil con luz de día.
El mar es un idioma, decís.
–Sí, sin duda. Y ganado a costa de mucho sacrificio. El mar necesita de un idioma muy preciso, porque necesita exactitud y a veces también velocidad. Y eso se consiguió a través de miles y miles de personas que lucharon con el mar, sufrieron y en muchísimos casos se ahogaron. No es una pavada confundir cursar con desviar: va la vida en eso.
Y también decís que hay cierto orgullo en manejar ese idioma.
–Creo que soy una persona que tiene casi cero orgullo en su historia: de lo único que tengo orgullo, y fuerte, es de manejar ese idioma. Y se relaciona con otra cosa, también: cuando escribo ficciones, la nostalgia no sólo tiene que ver con territorio y juventud perdida sino con la pérdida del sentido de pertenencia a una tripulación. Es muy fuerte, eso. Jamás sentí algo parecido en mi vida.
Aparece dosificada la primera persona, lo autobiográfico. ¿Fue una cuestión esa, dudaste en incluirte así?
–No, no tuve demasiadas dudas. En otros ámbitos está medio prohibida, digamos: en ficción se trata de un personaje, y en periodismo tiene el camino más amojonado. Así que me dije que este era el momento. Podría haber contado desde un falso narrador omnisciente, que te cuenta una versión del mundo y un poco la esconde desde esa perspectiva, pero me incliné por esto. Esto es una mirada, un paseo conmigo por esta zona y esta literatura.
“Dichosos de los escritores que logren un personaje indeleble”, anotás. ¿Es algo que te proponés?
–No lo sé, no lo sé todavía. Nunca tuve uno; el más personaje fue Kanaka, incluso en su momento me propusieron una secuela y dije que no, quería hacer otras cosas. Pero me encantan esos personajes; así como en la música popular me parecen maravillosos los tipos que logran convertirse en anónimos a la vez que están en todos lados, un Yupanqui, ponele, este tipo de personajes de la literatura después se multiplican por un montón de vías que, obviamente, incluyen a los grandes medios. La mayor parte de la gente no leyó Frankenstein, por ejemplo, pero ven una representación suya y lo reconocen. Me parece que Maqroll el gaviero, de Alvaro Mutis, se acerca bastante a eso. Para un autor es impresionante: es como si fuera un dios que de la nada creó algo que perdura y se multiplica a través del tiempo.
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El navegante solitario
A partir de las novelas En la orilla y Kanaka, el marplatense Juan Bautista Duizeide asomaba en la literatura argentina con el poco frecuente perfil de escritor navegante de mar y río. Algo que en realidad no abandonó, aunque siempre conservando un bajo perfil, incluso hasta ahora, cuando da a conocer las Crónicas con fondo de agua. Vidas secretas del Río de la Plata (Ed. Continente). Historias de Berisso, Ensenada, Río Santiago, destilerías y astilleros arrasados durante los años noventa. Duizeide habla sobre su relación con la literatura de los mares del mundo, su paso por el Liceo Naval y su experiencia como piloto de barcos cargueros, pesqueros y petroleros para volver a tierra y escribir sobre los paraísos marítimos.
Por Angel Berlanga
“Me fascinaban las historias de barcos desde que aprendí a escuchar y luego a leer, me fascinaban los barcos desde que aprendí a caminar y a escaparme de mi casa hacia la costa del mar.” Juan Bautista Duizeide escribe eso en uno de los textos que componen Crónicas con fondo de agua. Vidas secretas del Río de la Plata, que acaba de publicar y viene a proseguir y a la vez a variar su pasión por “la literatura de a bordo”. Como en sus libros anteriores, en la tapa de este hay un navío, y eso bien podría ser su divisa; pero a diferencia de sus libros anteriores, que eran de ficción, en este la rema con la crónica –ya lo preanuncia el título– y también el ensayo.
Tarde de verano; este marplatense nacido en 1964, criado en Necochea y radicado en La Plata sale del Museo de la Memoria –allí trabaja como editor de la revista Puentes, de la Comisión por la Memoria bonaerense– y propone, para la entrevista, un bar. Acá nomás, a unas cuantas cuadras, está el gran escenario de las crónicas de su libro: Isla Paulino, río Santiago, Liceo Almirante Brown, astilleros, frigoríficos abandonados, la selva más austral del mundo. “Y sin embargo es un territorio prácticamente desconocido, incluso para la enorme mayoría de los platenses”, dice Duizeide, que volvió a frecuentarlo cuando, en los ‘90, a partir del desmantelamiento de la Marina Mercante (Menem lo hizo), se quedó sin poder ejercer su oficio de piloto de buques de ultramar. Un sitio a mano para navegar, casi inexplorado, con un adicional: durante la dictadura pasó cinco años de la secundaria allí, en el Liceo, de donde egresó en 1982. El Liceo mismo es el disparador de la investigación para un libro en el que está trabajando junto a un compañero de aquella época, asunto del que hablará unas líneas más adelante.
En 2004 fueron premiadas sus dos primeras novelas, En la orilla (Nacional de narrativa breve Leopoldo Marechal) y Kanaka (Julio Cortázar, ciudad de Buenos Aires). Cuatro años después apareció su antología Cuentos de navegantes, para la que llegó a reunir 400 relatos (el libro traía menos, claro) y tradujo piezas de Stevenson y Guy de Maupassant, entre otros; el volumen incluye, además de los autores clásicos de la narrativa naviera, textos de Arlt, Borges, Quiroga. En 2010 publicó su propio libro de cuentos, Contra la corriente, donde conviven la melancolía y la dureza y se configuran atmósferas e historias a partir de una escritura poética que bien podría sintetizar la portada: la proa de un barco oxidado, desmantelado, que emerge de la niebla. Esa escritura está en estas crónicas, también, en estos textos antecedidos por versos de Arnaldo Calveyra, Viel Temperley, Miguel Angel Bustos, entre tantos.
En sus crónicas, Duizeide retrata un territorio pero también, o sobre todo, unas personas, sus historias, sus quehaceres, sus desvelos y sueños, sus desesperaciones, sus quimeras. Ahí está, por ejemplo, Angel Cadelli o Lechuza, una vida de resistencia para sostener a fuerza de trabajo y militancia el Astillero Río Santiago. O la extraordinaria, inclaudicable aventura del capitán Fernando Zuccaro para rastrear, poner a flote y restaurar una goleta que ahora se llama Gringo. O Haroldo Conti y su Tristezas del vino de la costa, la última crónica que el escritor publicó en Crisis antes de ser secuestrado, en 1976, en la que narra su excursión a la Isla Paulino, como puerta de entrada a su universo. O, también, otra puerta, el Liceo como punto de partida para contar a Charlie Feiling, que hizo allí su secundario, unos años antes de Duizeide. La segunda parte del libro está dedicada a ensayos sobre escritores que contaron del mar, de navegar: Melville, Stevenson, Mutis, Hemingway. Este modo de consignar, de tirar fibras muy principales, no le hace justicia, porque la escritura de Duizeide abarca más, puede detenerse en un biguá y en el detalle de una arboladura, dar cuenta de la oralidad y sus bordes ásperos, llevar atrás y más atrás las geografías en el tiempo.
Escribe: “Conti era capaz de infinitos matices relacionados con el agua, los vientos, los cielos y el paso de las estaciones, con los colores, los rumores, los aromas del río y de las islas. Pero no se limitó a ser un paisajista. Su estuario no es naturaleza, sino territorio. Con sus hombres desasidos y a la orilla de todo, con sus barcos, con sus naufragios. Su río es de historias; es poesía; es metáfora. Cifra la conjunción del desarraigo existencial con los avatares políticos”. Cuando se le cita, a Duizeide, este tramo, dice: “Eso es lo que me gustaría hacer”.
Pero eso es lo que Duizeide hace.
UN LUGAR CASI DESCONOCIDO
Hay en la gauchesca y la pampa una tradición literaria más que arada, sembrada y abonada: no hay equivalente a eso para la cultura marinera. También, señala Duizeide, es escasa en el país si se la enfoca desde lo popular y lo laboral. En las ciudades con puertos, apunta, se incrementa un poco la cosa. “No hay una tradición, y eso está bueno –se posiciona–. Nosotros no somos como Inglaterra, que tiene una tradición bien náutica –-la más importante de Occidente–, popular y cultural en el sentido de bellas artes. Y ni siquiera nos parecemos en ese sentido a países como Brasil y Venezuela, o a la zona del Caribe. Y no es porque no tengamos costa, claro. Ahora bien, no es que falten expresiones de este tipo de relatos: lo que falta es esa continuidad, esa cohesión que conforma un género, ya sea por falta de lectura entre las obras de distintos autores, o de mirada crítica que venga desde afuera. Sin embargo hay cantidad de buenas obras y autores: Sylvia Iparraguirre y La tierra del fuego, Belgrano Rawson y El náufrago de las estrellas, Bernardo Kordon en varios relatos. Todos los autores argentinos tienen al menos algún relato. Pero ese bache, no tener que asumir un faro ya construido, te permite inventar tu propia tradición con los antecesores que se te ocurran. Y así ponés a Conti junto a Melville, a Kordon con Stephen Crane, cosa que en otra cultura sería más herético. De hecho creo que escribo sobre cosas que no le importan prácticamente a nadie, por lo menos en el plano del asunto; yo creo que, en el fondo, se escribe siempre sobre lo mismo, sea en la llanura de tierra o en la llanura de agua.”
Sostiene Duizeide que los temas de la aventura y los de la novela marinera no han variado mucho a través del tiempo: la soledad, la pérdida, la distancia del hogar, la fugacidad de la vida.
Una de las cosas que pensé al leer el libro fue que era como una contestación a esta época tan virtual, digital.
-Ahí hubo un rumbo, sí. Digo, como todo habitante de esta época, que trabaja de acuerdo con una serie de protocolos de hoy, me muevo en el mundo virtual, no voy a hacer una apología en contra de eso. Pero sí tengo una cierta desconfianza de las aceptaciones acríticas de todas las virtudes de lo virtual. A fin de cuentas pasa que uno vive, nace y muere en el mundo áspero y real, no en el virtual. Una primera dimensión que me interesaba rescatar era el territorio, meterme en uno con el cual, de cierto modo, me sentía en deuda, porque después de cinco años en el Liceo lo dejé, quedó en un plano lejano. Pero de a poco, cuando dejé de navegar como marino mercante, lo empecé a retomar para prácticas deportivas, paseos. Y como la curiosidad ficcional o periodística está siempre, entrás a buscar y a encontrar historias. Y cuando no las buscás pareciera que te buscan a vos. No cuentos, es raro pero de esta región no me salen; sí, en cambio, pude acercarme con crónicas. Acá me interesó, sobre todo, ver qué necesitaban o querían contar esas personas, sin importarme tanto que fuera verdad o no lo que contaban (después hice un chequeo y encontré de todo un poco, exageraciones, certezas). Me pareció una verdad muy fuerte que esa persona, ante mí y ante otros, constituyera su vida a través de ese relato. Esto lo hace la gente común, todo el tiempo. Y también los escritores de ficciones. La narración es una necesidad de todos, sepamos o no, ejerzamos eso de una manera más o menos consciente. Por eso me interesó, de algún modo, poner a Melville con estos otros contadores de historias.
Para que esta zona de Berisso fuera como Tigre faltaría, dice Duizeide, un Sarmiento que la inventara. Eso fue antes de que existiera Mar del Plata, de que hubiera transportes rápidos a aquellas costas. “Si Tigre fue un lugar de recreo de las clases pudientes esto, por el contrario, funcionó para proletarios, inmigrantes –contextualiza–. No tiene, de hecho, grandes emprendimientos turísticos, o de recreo; hay, más bien, enormes establecimientos fabriles y cosas que permanecen bastante salvajes. La mayoría de los platenses, e incluso de los ensenadenses y berissenses, desconocen la historia de este sitio: en río Santiago hubo un combate naval, durante la guerra con Brasil, y las naves de Brown fondearon acá durante la guerra de la Independencia. Berisso se funda a partir de un saladero: inmigrantes, anarquistas, socialistas, incluso un afluente del peronismo arranca acá. Durante la Revolución Libertadora hubo un combate aeronaval. Mucha resistencia peronista, militancia en los ‘70 y, también, un sitio muy castigado por la represión.” Cuenta Duizeide que una vez subió a lo alto de una grúa de los astilleros y miró alrededor: salvo la destilería de YPF y los astilleros, todo es ruina. Menem lo hizo, también.
TERRITORIO PERDIDO
“Creo que en buena parte de mis ficciones hay una nostalgia por un territorio perdido, y cada vez más voy pensando que no es solamente el mar, sino la juventud –dice–. Y cierta plenitud. Más que para contar cosas que me pasaron, uso los ambientes náuticos por varias razones que sirven para imaginar: poner a los personajes en un barco me libera de un montón de detalles que puedo dar por sentado y entonces consigo, así, centrarme en los conflictos que me interesan, experimentar qué les pasa a los personajes con sus miedos, sus dolores, sus fatigas, sus esperanzas. El barco es un escenario cotidiano que menciono a la pasada porque ya lo tengo visto.”
Duizeide señala que la inclusión de los versos como citas al comienzo de sus textos es parte del gran juego de escribir. “A mí no me sale escribir poesía, o no me animo, pero sí tengo una antología mental de poetas, o de poetas que estoy leyendo en el momento –dice–. Como decía, a falta de una tradición fijada, uno construye la propia. En realidad hay mucha más poesía que narrativa en relación con el agua, sobre todo con los ríos. Tal vez fue un modo de rescatar eso, de hacer explícita una tradición en la que me gustaría insertarme. Y también funcionan, un poco, como banderillas de que la lectura tendrá que ver con esos tonos, un aviso para el que entre a buscar datos concretos como, por ejemplo, la cantidad de barcos mercantes que había en la Argentina antes de la privatización. Ese dato, incluso, puede aparecer, pero más vale que lo busque en otro lado. Quise discutir con la cuestión del género crónica, que a esta altura del partido no sé muy bien qué es: está muy en boga, pero qué es. A mí me gustan las de Walsh en Confirmado, la de Conti. Las de Sara Gallardo, que son algo totalmente distinto, muy libres en el lenguaje, muy irreverentes. Las de Clarice Lispector. Y, como antecedente lejano, las aguafuertes de Arlt. Rafael Barrett”.
¿Qué te dejó el paso por el Liceo, más allá de la formación náutica?
–Es muy complejo, tanto que recién a esta altura empiezo a tener una síntesis adulta e interesante de qué fue. Tené en cuenta que hice los cinco años y me fui a vivir solo al Buenos Aires de la efervescencia democrática. De muchas cosas tenía conocimiento por lo que se conversaba en casa, no por verlas en el Liceo. Me sorprendía la ferocidad y la venalidad con la que había intervenido la Armada, que fue el lugar donde me formé. Tenía claro que no quería saber nada con ser marino de guerra, por eso seguí la escuela de náutica y no la escuela naval. Y entré un poco por un equívoco: me tiraba mucho lo náutico y mi viejo me dijo “mirá, existe esto”. Pero de qué era lo militar ni idea, si tenía 12 años. Y cuando salís ya sos grande. Me resulta difícil procesar lo vivido con un repaso. Creo que mi negación con esta zona, que era como la peste para mí, tenía que ver con el Liceo. Fatalmente, como no puedo ir todos los fines de semana al mar, como me gustaría, empecé a relacionarme con el río, a ver la complejidad de esta región, que me parece una metáfora de la Argentina. Con el tiempo entré a indagar sobre qué fueron mis años ahí. Y desde uno de los textos del libro surgió una investigación que ya tenemos muy avanzada –junto con Daniel Ortiz, un viejo compañero–, en torno de los desaparecidos de la escuela. Que son muchísimos. Es un regreso a averiguar en qué lugar estuvimos metidos, un sitio donde tenías una formación académica excelente: de hecho sus profesores daban clase en los colegios secundarios de la Universidad, que son los mejores de la zona. Parece mentira, pero los programas de estudio eran muy avanzados, veíamos a Borges, por ejemplo, desde la matemática, la lógica y la literatura. A los 17 años leí, ahí, El extranjero en francés. Y en simultáneo estaba la rigidez militar: yo entré en pleno masserismo. La verdad, estoy muy agradecido de meterme a escribir recién ahora sobre esto, porque antes hubiera sido injusto con mi propia experiencia.
EL IDIOMA DEL MAR
Duizeide piloteó cargueros, pesqueros y petroleros por mares y ríos, en el Barco Burdwood, en el Cabo de Hornos. ¿Cómo fue su cruce por el Estrecho de Magallanes? “Me embarqué de manera muy traumática, después de terminar de estudiar periodismo en La Plata, sin un mango y después de una relación traumática con una chica –cuenta–. Salí de Necochea, un lugar entrañable para mí. Y tenía un cagazo terrible, porque suponía que no iba a estar a la altura. Me podía llegar a mandar cagadas grandes. Estuvimos cargando varios días, llevábamos trigo a Perú, y cada noche pensaba mañana me voy a la mierda.” Pero al otro día me levantaba y seguía con mi laburo. La cosa arrancó muy mal, el barco estaba despedazado y en la primera guardia, por la noche, recién salidos, cruzamos una flotilla de pesqueros y descubrí que teníamos el timón automático roto y la radio inutilizada; el marinero que estaba conmigo tampoco sabía timonear. Así fuimos yendo para Magallanes: tuve suerte con el capitán, que me dio un nivel de confianza muy grande. Al llegar al estrecho me tocó pilotear a mí: un miedo tremendo. El mar ahí no es jodido, pero es como un laberinto donde es fácil perder la orientación y podés, tranquilamente, llevarte por delante una roca; el fondo también es de roca, con lo cual no podés fondear, una vez que arrancaste lo tenés que cruzar. Hay corrientes muy fuertes, y el barco tenía, además, mal las máquinas. Tan mal las tenía que, de hecho, pasamos la primera noche a la deriva, cosa que está prohibida. Paramos en Punta Arenas para arreglar el tubo colector de gases, que es como el caño de escape en los autos, un montón de horas, de noche. Me acuerdo de que nos pasó a treinta metros de distancia un petrolero árabe desde el que nos putearon en inglés. Porque nosotros no podíamos decir que estábamos en reparaciones, explicábamos que queríamos pasar la parte difícil con luz de día.
El mar es un idioma, decís.
–Sí, sin duda. Y ganado a costa de mucho sacrificio. El mar necesita de un idioma muy preciso, porque necesita exactitud y a veces también velocidad. Y eso se consiguió a través de miles y miles de personas que lucharon con el mar, sufrieron y en muchísimos casos se ahogaron. No es una pavada confundir cursar con desviar: va la vida en eso.
Y también decís que hay cierto orgullo en manejar ese idioma.
–Creo que soy una persona que tiene casi cero orgullo en su historia: de lo único que tengo orgullo, y fuerte, es de manejar ese idioma. Y se relaciona con otra cosa, también: cuando escribo ficciones, la nostalgia no sólo tiene que ver con territorio y juventud perdida sino con la pérdida del sentido de pertenencia a una tripulación. Es muy fuerte, eso. Jamás sentí algo parecido en mi vida.
Aparece dosificada la primera persona, lo autobiográfico. ¿Fue una cuestión esa, dudaste en incluirte así?
–No, no tuve demasiadas dudas. En otros ámbitos está medio prohibida, digamos: en ficción se trata de un personaje, y en periodismo tiene el camino más amojonado. Así que me dije que este era el momento. Podría haber contado desde un falso narrador omnisciente, que te cuenta una versión del mundo y un poco la esconde desde esa perspectiva, pero me incliné por esto. Esto es una mirada, un paseo conmigo por esta zona y esta literatura.
“Dichosos de los escritores que logren un personaje indeleble”, anotás. ¿Es algo que te proponés?
–No lo sé, no lo sé todavía. Nunca tuve uno; el más personaje fue Kanaka, incluso en su momento me propusieron una secuela y dije que no, quería hacer otras cosas. Pero me encantan esos personajes; así como en la música popular me parecen maravillosos los tipos que logran convertirse en anónimos a la vez que están en todos lados, un Yupanqui, ponele, este tipo de personajes de la literatura después se multiplican por un montón de vías que, obviamente, incluyen a los grandes medios. La mayor parte de la gente no leyó Frankenstein, por ejemplo, pero ven una representación suya y lo reconocen. Me parece que Maqroll el gaviero, de Alvaro Mutis, se acerca bastante a eso. Para un autor es impresionante: es como si fuera un dios que de la nada creó algo que perdura y se multiplica a través del tiempo.
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De una forma completamente intensa
"Cuando estoy débil me vuelvo fuernte cerrando los ojos en la cama, e imaginando cosas, creo que cuando imagino cosas de una forma completamente intensa que no sé cómo explicar dejo de sentirme triste."
Cecilia Pavón
Tomado de http://oncesur.blogspot.com/
Cecilia Pavón
Tomado de http://oncesur.blogspot.com/
El discurso de Molly Bloom
TEATRO › CRISTINA BANEGAS, CARMEN BALIERO Y EL ESPECTACULO MOLLY BLOOM
“El discurso de Molly es libertario, no es invasor”
Una interpreta, la otra dirige y es responsable de la música de esta puesta que recrea el monólogo final del Ulises de Joyce. Ese “fluir del pensamiento” que cierra el libro adquiere, en el montaje, la estructura de un concierto que incluye el canto.
Por Hilda Cabrera, para Página 12
Apostar a Molly Bloom es dejar una marca en la escena, “una huella, la impronta del desconcierto y el asombro”, y algo más, deslizar un interrogante: “¿por qué Cristina Banegas está haciendo esto?”. Lo dice la compositora Carmen Baliero, quien, junto a la actriz, estrena un espectáculo sui generis basado en un texto sin puntuación, inserto en la novela Ulises, del escritor y poeta irlandés James Joyce (1882-1941). Ese monólogo, “palabra interior” o “fluir del pensamiento” que cierra el libro, adquiere, en el montaje de estas artistas, la estructura de un concierto que incluye el canto: “Apenas unas líneas musicales, un canturreo”, apunta la actriz, que responde con una sonrisa a las expresiones de Baliero, aquí también directora. El proyecto tiene historia: surgió doce años atrás, cuando Banegas, en colaboración con la traductora Laura Fryd, se ocupó de una primera traducción y adaptación que finalmente retomó en 2011, sumando a la actriz, autora y directora Ana Alvarado en la adaptación. Un trabajo que ahora llega a la escena con música y dirección de Baliero.
–¿A qué se debe la decisión de enlazar el soliloquio de Molly con el lenguaje musical?
Cristina Banegas: –Con este monólogo se puede realizar otro tipo de puesta, pero el texto, la forma en que fluye ya es musical, por eso decimos que lo nuestro debía ser un concierto. Joyce estaba muy relacionado con la música; también su mujer y sus hijos. Ellos organizaban veladas. La última película de John Huston, Los muertos (1987), basada en un relato de Joyce (del libro Dublineses, de 1914), reproduce ese clima de encuentro. Las veladas tampoco eran raras entre nosotros, y se mantuvieron por un tiempo. Yo iba seguido a la casa de Elena Visnia y Guillermo Iscla. Elena era pintora, escenógrafa y vestuarista, y su marido pianista y maestro de grandes músicos, de música popular y clásica. Organizaban audiciones, y yo era una de las invitadas. Me encantaba estar allí.
Carmen Baliero: –En mi casa también se armaban veladas. Era muy chica y participaba en la música: mi hermana Verónica actuaba y yo componía. Por eso me siento muy cerca del teatro. Estuve en el Teatro Payró inventando sonidos para varias obras. En una de éstas utilicé un teléfono y un clarinete, sintetizando el sonido hueco de la onda cuadrada. Después seguí trabajando en el teatro: hice la música de Las viejas putas, de Copi; El líquido táctil, de Daniel Veronese; Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack, de Federico León; De mal en peor y El pecado que no se puede nombrar, de Ricardo Bartís; El niño argentino, de Mauricio Kartun; Marat/Sade, de Peter Weiss; Antígona Vélez, de Leopoldo Marechal...
–El texto fue prohibido en 1920 y combatido en 1922. ¿Hoy resulta tan atrevido como entonces?
Banegas: –Sigue siendo audaz y algo obsceno. Molly dice guarradas. Es una calentona.
Baliero: –Sí, fue polémico, pero en aquellos años había más ruptura artística que hoy. Pensemos en los artistas de la primera mitad del siglo XX, en el compositor austríaco Arnold Schönberg (exiliado en Estados Unidos), el francés Erik Satie y sus innovaciones; en la escuela de la Bauhaus (que se desarrolló en tres ciudades hasta que sus integrantes fueron perseguidos por los nazis) y, en general, en la cultura de entreguerras, la irrupción del psicoanálisis y la valoración del pensamiento femenino.
Banegas: –Que se intentó imponer desde mucho antes, con las feministas. Pero también es cierto que Joyce hizo un aporte interesante. El monólogo está construido en base a ocho grandes oraciones sin signos de puntuación y empieza diciendo “Sí” y finaliza con “sí quiero”. Me pregunté por qué Joyce pensaba que la afirmación, como concepto, es femenina. Lo escribe en una carta al pintor y amigo Frank Budgen. Su novela está escrita en relación con La Odisea, de Homero, pero esta Molly no es la fiel Penélope sino la liberada de la moral victoriana. Además, el hecho de no utilizar signos de puntuación parece que fue revelador para el médico psicoanalista Jacques Lacan, con lo cual esperamos que vengan a las funciones todos los analistas de Buenos Aires, a ver si nos entienden de una vez por todas.
–¿Qué opinan del paralelo que se hace entre la práctica médica de Sigmund Freud y la propuesta estética de Joyce?
Baliero: –Esas relaciones se deben al auge de la ciencia y de las artes, que después quedó trunco por la guerra y el exilio. En Molly..., Joyce se pone en la piel de la mujer y no hace un diagnóstico, ni saca conclusiones. Tampoco se permite hacer interpretaciones psicoanalíticas. Hace meses que venimos hablando de esto, y me sigue impresionando la convicción estética de Cristina por esta Molly. No sé si un docto en Joyce estará de acuerdo con lo que hacemos, pero estoy segura de que no podrá negar el trabajo sin red de Cristina. Es conmovedor.
–¿Por qué, entre las estructuras musicales del monólogo, la fuga es la más difícil de sostener?
Baliero: –Porque es contrapuntística. Las melodías de diferentes tonalidades se entrelazan formando una sola trama, como en el barroco, pero manteniendo cada una su plano. También ahí hay una dialéctica de la figura y el fondo. Para mí, Joyce es barroco. En su escritura aparecen contrapuntos y elementos no develados. Molly oculta, guarda secretos en lo que dice y lo que no dice. Esas “capas de pensamiento” tienen carácter espacial y se asemejan a una construcción musical.
Banegas: –Los distintos planos del discurso, los ritmos y las cadencias, el crescendo, staccato, pianissimo... coinciden con los momentos en que Molly se pone triste o está contenta, fantasea o se enoja. Ella asocia estas emociones a lo largo de una noche en la que permanece tendida en su cama junto al marido, que regresó y duerme. Para traducir ese fluir de la conciencia a la voz hablada, debíamos trabajar en velocidad. La mente es rápida, los pensamientos se yuxtaponen y coexisten. Durante nueve años seguí las presentaciones del maestro Horacio Salgán en El Club del Vino. Lo escuchaba ejecutar al piano Canaro en París, por ejemplo, y admiraba su precisión, su velocidad... Muchas veces me pregunté cómo lograba transmitir tanto. ¡Bueno... es Salgán! Cuando comencé mi trabajo en Molly..., supe que debía apuntar a esa velocidad de los instrumentistas.
Baliero: –En eso, Cristina es como Salgán. Desde un primer momento imaginé su actuación como si fuera un instrumento al que podía arruinar o extraerle lo mejor. Cristina tiene tal dominio de la palabra y de los tonos que puede ir a velocidad y ser entendible. Eso se parece a un acto de magia, y ahí no veo tanta distancia con el maestro. Además es tanguera. Cristina transmite con claridad esa escritura de mezcla de Joyce. Pensemos que en la lectura de un texto la comprensión es tan íntima que cualquiera puede equivocarse y ser arbitrario. Lo mismo que en la palabra hablada, donde, además, se agrega la opinión.
–¿Cómo “opina” el intérprete?
Banegas: –La palabra dicha tiene una carga específica, una direccionalidad que permite construir sentido, de lo contrario no se entendería qué se quiere decir. El sentido es el que una, como actriz, va descubriendo en el texto o en la partitura. A partir de ese descubrimiento, construye. En Molly... esa carga está en cada recuerdo, en cada imagen.
Baliero: –La diferencia entre el discurso de Molly y el de cualquier otro es que esa voluntad de que se entienda acerca al que escucha sin restarle libertad. Su discurso no es como el del político que busca darle un significado unívoco. El político dice “nosotros, los argentinos...” para que cada uno de los que escuchan se sienta más argentino, esté de su lado y así pueda pasarle la carga que él quiere. En cambio, el discurso de Molly es libertario, abierto... No es invasor. Tampoco lo es la escritura de Joyce, y nosotras respetamos eso, tratando, además, de no develar las técnicas que usamos para que cada uno conserve esa libertad.
Banegas: –La técnica está entre lo que no debe verse. Cuando observamos el cuadro Las Meninas, de Diego Velázquez, y nos detenemos, por ejemplo, en el pelito de una de las infantas, no vemos la pincelada, no sabemos cómo el artista obtuvo eso que nos atrae.
Baliero: –Es cierto, se ha analizado mucho a Las Meninas, pero la técnica no está a la vista, y lo raro y admirable es que Velázquez se autorretrató en el cuadro.
Banegas: –La gente que exhibe su técnica me molesta profundamente. El que pone por delante la técnica revela misterios que el teatro y todas las otras artes debieran preservar.
Tomado de http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/10-24458-2012-02-27.html
“El discurso de Molly es libertario, no es invasor”
Una interpreta, la otra dirige y es responsable de la música de esta puesta que recrea el monólogo final del Ulises de Joyce. Ese “fluir del pensamiento” que cierra el libro adquiere, en el montaje, la estructura de un concierto que incluye el canto.
Por Hilda Cabrera, para Página 12
Apostar a Molly Bloom es dejar una marca en la escena, “una huella, la impronta del desconcierto y el asombro”, y algo más, deslizar un interrogante: “¿por qué Cristina Banegas está haciendo esto?”. Lo dice la compositora Carmen Baliero, quien, junto a la actriz, estrena un espectáculo sui generis basado en un texto sin puntuación, inserto en la novela Ulises, del escritor y poeta irlandés James Joyce (1882-1941). Ese monólogo, “palabra interior” o “fluir del pensamiento” que cierra el libro, adquiere, en el montaje de estas artistas, la estructura de un concierto que incluye el canto: “Apenas unas líneas musicales, un canturreo”, apunta la actriz, que responde con una sonrisa a las expresiones de Baliero, aquí también directora. El proyecto tiene historia: surgió doce años atrás, cuando Banegas, en colaboración con la traductora Laura Fryd, se ocupó de una primera traducción y adaptación que finalmente retomó en 2011, sumando a la actriz, autora y directora Ana Alvarado en la adaptación. Un trabajo que ahora llega a la escena con música y dirección de Baliero.
–¿A qué se debe la decisión de enlazar el soliloquio de Molly con el lenguaje musical?
Cristina Banegas: –Con este monólogo se puede realizar otro tipo de puesta, pero el texto, la forma en que fluye ya es musical, por eso decimos que lo nuestro debía ser un concierto. Joyce estaba muy relacionado con la música; también su mujer y sus hijos. Ellos organizaban veladas. La última película de John Huston, Los muertos (1987), basada en un relato de Joyce (del libro Dublineses, de 1914), reproduce ese clima de encuentro. Las veladas tampoco eran raras entre nosotros, y se mantuvieron por un tiempo. Yo iba seguido a la casa de Elena Visnia y Guillermo Iscla. Elena era pintora, escenógrafa y vestuarista, y su marido pianista y maestro de grandes músicos, de música popular y clásica. Organizaban audiciones, y yo era una de las invitadas. Me encantaba estar allí.
Carmen Baliero: –En mi casa también se armaban veladas. Era muy chica y participaba en la música: mi hermana Verónica actuaba y yo componía. Por eso me siento muy cerca del teatro. Estuve en el Teatro Payró inventando sonidos para varias obras. En una de éstas utilicé un teléfono y un clarinete, sintetizando el sonido hueco de la onda cuadrada. Después seguí trabajando en el teatro: hice la música de Las viejas putas, de Copi; El líquido táctil, de Daniel Veronese; Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack, de Federico León; De mal en peor y El pecado que no se puede nombrar, de Ricardo Bartís; El niño argentino, de Mauricio Kartun; Marat/Sade, de Peter Weiss; Antígona Vélez, de Leopoldo Marechal...
–El texto fue prohibido en 1920 y combatido en 1922. ¿Hoy resulta tan atrevido como entonces?
Banegas: –Sigue siendo audaz y algo obsceno. Molly dice guarradas. Es una calentona.
Baliero: –Sí, fue polémico, pero en aquellos años había más ruptura artística que hoy. Pensemos en los artistas de la primera mitad del siglo XX, en el compositor austríaco Arnold Schönberg (exiliado en Estados Unidos), el francés Erik Satie y sus innovaciones; en la escuela de la Bauhaus (que se desarrolló en tres ciudades hasta que sus integrantes fueron perseguidos por los nazis) y, en general, en la cultura de entreguerras, la irrupción del psicoanálisis y la valoración del pensamiento femenino.
Banegas: –Que se intentó imponer desde mucho antes, con las feministas. Pero también es cierto que Joyce hizo un aporte interesante. El monólogo está construido en base a ocho grandes oraciones sin signos de puntuación y empieza diciendo “Sí” y finaliza con “sí quiero”. Me pregunté por qué Joyce pensaba que la afirmación, como concepto, es femenina. Lo escribe en una carta al pintor y amigo Frank Budgen. Su novela está escrita en relación con La Odisea, de Homero, pero esta Molly no es la fiel Penélope sino la liberada de la moral victoriana. Además, el hecho de no utilizar signos de puntuación parece que fue revelador para el médico psicoanalista Jacques Lacan, con lo cual esperamos que vengan a las funciones todos los analistas de Buenos Aires, a ver si nos entienden de una vez por todas.
–¿Qué opinan del paralelo que se hace entre la práctica médica de Sigmund Freud y la propuesta estética de Joyce?
Baliero: –Esas relaciones se deben al auge de la ciencia y de las artes, que después quedó trunco por la guerra y el exilio. En Molly..., Joyce se pone en la piel de la mujer y no hace un diagnóstico, ni saca conclusiones. Tampoco se permite hacer interpretaciones psicoanalíticas. Hace meses que venimos hablando de esto, y me sigue impresionando la convicción estética de Cristina por esta Molly. No sé si un docto en Joyce estará de acuerdo con lo que hacemos, pero estoy segura de que no podrá negar el trabajo sin red de Cristina. Es conmovedor.
–¿Por qué, entre las estructuras musicales del monólogo, la fuga es la más difícil de sostener?
Baliero: –Porque es contrapuntística. Las melodías de diferentes tonalidades se entrelazan formando una sola trama, como en el barroco, pero manteniendo cada una su plano. También ahí hay una dialéctica de la figura y el fondo. Para mí, Joyce es barroco. En su escritura aparecen contrapuntos y elementos no develados. Molly oculta, guarda secretos en lo que dice y lo que no dice. Esas “capas de pensamiento” tienen carácter espacial y se asemejan a una construcción musical.
Banegas: –Los distintos planos del discurso, los ritmos y las cadencias, el crescendo, staccato, pianissimo... coinciden con los momentos en que Molly se pone triste o está contenta, fantasea o se enoja. Ella asocia estas emociones a lo largo de una noche en la que permanece tendida en su cama junto al marido, que regresó y duerme. Para traducir ese fluir de la conciencia a la voz hablada, debíamos trabajar en velocidad. La mente es rápida, los pensamientos se yuxtaponen y coexisten. Durante nueve años seguí las presentaciones del maestro Horacio Salgán en El Club del Vino. Lo escuchaba ejecutar al piano Canaro en París, por ejemplo, y admiraba su precisión, su velocidad... Muchas veces me pregunté cómo lograba transmitir tanto. ¡Bueno... es Salgán! Cuando comencé mi trabajo en Molly..., supe que debía apuntar a esa velocidad de los instrumentistas.
Baliero: –En eso, Cristina es como Salgán. Desde un primer momento imaginé su actuación como si fuera un instrumento al que podía arruinar o extraerle lo mejor. Cristina tiene tal dominio de la palabra y de los tonos que puede ir a velocidad y ser entendible. Eso se parece a un acto de magia, y ahí no veo tanta distancia con el maestro. Además es tanguera. Cristina transmite con claridad esa escritura de mezcla de Joyce. Pensemos que en la lectura de un texto la comprensión es tan íntima que cualquiera puede equivocarse y ser arbitrario. Lo mismo que en la palabra hablada, donde, además, se agrega la opinión.
–¿Cómo “opina” el intérprete?
Banegas: –La palabra dicha tiene una carga específica, una direccionalidad que permite construir sentido, de lo contrario no se entendería qué se quiere decir. El sentido es el que una, como actriz, va descubriendo en el texto o en la partitura. A partir de ese descubrimiento, construye. En Molly... esa carga está en cada recuerdo, en cada imagen.
Baliero: –La diferencia entre el discurso de Molly y el de cualquier otro es que esa voluntad de que se entienda acerca al que escucha sin restarle libertad. Su discurso no es como el del político que busca darle un significado unívoco. El político dice “nosotros, los argentinos...” para que cada uno de los que escuchan se sienta más argentino, esté de su lado y así pueda pasarle la carga que él quiere. En cambio, el discurso de Molly es libertario, abierto... No es invasor. Tampoco lo es la escritura de Joyce, y nosotras respetamos eso, tratando, además, de no develar las técnicas que usamos para que cada uno conserve esa libertad.
Banegas: –La técnica está entre lo que no debe verse. Cuando observamos el cuadro Las Meninas, de Diego Velázquez, y nos detenemos, por ejemplo, en el pelito de una de las infantas, no vemos la pincelada, no sabemos cómo el artista obtuvo eso que nos atrae.
Baliero: –Es cierto, se ha analizado mucho a Las Meninas, pero la técnica no está a la vista, y lo raro y admirable es que Velázquez se autorretrató en el cuadro.
Banegas: –La gente que exhibe su técnica me molesta profundamente. El que pone por delante la técnica revela misterios que el teatro y todas las otras artes debieran preservar.
Tomado de http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/10-24458-2012-02-27.html
sábado, 25 de febrero de 2012
Si no sería más divertido quedarse en la cama
"Corro casi todos los días desde hace más de 25 años, y no imagino una rutina mía en la que eso no exista. Encuentro una enorme gratificación, algo que me conecta con lo que podría definir como “lo mejor de mí,” aun si no se qué es. Y sin embargo, cada vez que salgo a correr, como hoy que estaba lloviendo, todas y cada una de las veces, lo primero que pienso es para qué lo hago, si no sería más divertido quedarse en la cama. Con la escritura me pasa lo mismo, en el sentido de que termina por ser ridículo situar al dolor y al placer como dos polos opuestos con gradaciones intermedias, y no como dimensiones que se cruzan y se fusionan en algo más complejo que, supongo, se llama deseo."
Ernesto Semán
Ernesto Semán
Rubén, hijo de Luis, hijo de Rosa
Terminé anoche de leer Soy un bravo piloto de la nueva China, de Ernesto Semán. Tres días maratónicos en los que la novela se impuso sobre las otras tres que había empezado el mismo día, sobre mis mesas de examen, sobre mi mal humor docente y mi buen humor casero. Ella me ocupó por completo: la novela, sus tres espacios monstruosos y la idea de "es fácil cuando NO se es hijo".
La división de la historia en tres tiempos y tres lugares: La ciudad, El campo, La isla, me hacía desear y a la vez odiar el tener que pasar de un espacio a otro. Para librarme del dolor de una línea esperaba llegar a la otra, pero solamente para cambiar la zona en la que se fijaba el dolor, como cuando una está en el gym y desea pasar a los abdominales porque ya le duelen mucho los glúteos o cambiar a los ejercicios de brazos para que te duelan menos los muslos. (Si leen la entrevista al autor que acabo de pegar van a ver que a él no le molestarían las comparaciones gimnásticas).
Hace algunos años, pueden ser entre 20 y 10, yo decía que me ponían muy nerviosa las películas de terror o de suspenso donde los niños estaban en peligro (De Cementerio de animales y El resplandor para acá). Ahora me parece que me sacuden las historias en las que son los padres y madres los que se mueren, los que envejecen, los que desaparecen.
La división de la historia en tres tiempos y tres lugares: La ciudad, El campo, La isla, me hacía desear y a la vez odiar el tener que pasar de un espacio a otro. Para librarme del dolor de una línea esperaba llegar a la otra, pero solamente para cambiar la zona en la que se fijaba el dolor, como cuando una está en el gym y desea pasar a los abdominales porque ya le duelen mucho los glúteos o cambiar a los ejercicios de brazos para que te duelan menos los muslos. (Si leen la entrevista al autor que acabo de pegar van a ver que a él no le molestarían las comparaciones gimnásticas).
Hace algunos años, pueden ser entre 20 y 10, yo decía que me ponían muy nerviosa las películas de terror o de suspenso donde los niños estaban en peligro (De Cementerio de animales y El resplandor para acá). Ahora me parece que me sacuden las historias en las que son los padres y madres los que se mueren, los que envejecen, los que desaparecen.
Semán por Lijtmaer
Los juguetes y los cuerpos son
Por Marina Ruth Lijtmaer
mayo 24, 2011
Tomado de debocaenboca
El autor firmando ejemplares ©Isabel Cadenas Cañón
Hace unos días entrevisté al escritor y periodista Ernesto Semán sobre su novela Soy un bravo piloto de la nueva China (lamentablemente tuvo que ser vía mail porque al señor se le ocurrió irse a vivir a Brooklyn) y modestia aparte, el autor y yo creemos que el producto final quedó realmente interesante, así que ahí va.
Marina Lijtmaer: Los familiares de desaparecidos reclaman el cuerpo sin vida de las víctimas para devolverles su entidad y su identidad perdida. Pero además, recuperarlos y darles sepultura les permitiría a ellos mismos realizar el duelo y canalizar su angustia. Del mismo modo, Rubén Abdela encuentra en La Isla la manera de reconstruir su pasado y cerrar un capítulo para poder avanzar hacia el futuro. Podemos decir que Ernesto Semán finalmente logró dormir en paz luego de la publicación de esta novela?
Ernesto Semán: No, de ninguna manera, en el sentido de que “logró dormir en paz” suena como un cierre definitivo que, aún si eso fuera lo que el personaje estuviera buscando, no es algo que vaya a encontrar, por lo que termina siendo más importante el recorrido que el resultado. Me da la impresión de que ese recorrido que hace Rubén es un duelo que no hace desaparecer el pasado sino que, al contrario, más bien lo reactualiza, en todo caso para reconciliarse con él. Y en eso quizás uno sí pueda, a su modo, dormir en paz después de haberlo escrito. Hay alguna ambivalencia en eso, una búsqueda de la paz interior pero que implica encontrarse con los propios deseos y temores de uno, por lo cual esa paz implica, al menos para mi, también una dosis variable de “no estar enteramente en paz” con las cosas. No lo siento como contradictorio.
Por otra parte, aun cuando no lo haga por eso, también es cierto que escribir e imaginar futuros y pasados posibles hace que ponga mis propios deseos y temores en perspectiva, y eso también es tranquilizador. Digamos que desde que salió el libro sí he dormido en paz, como lo he hecho antes en otros momentos, aunque también en un modo distinto y singular. Y en todo caso, algo importante: duermo poco, muy poco.
M.L.: Quiero detenerme en la escena de las berenjenas. Esos frascos interminables de berenjenas en escabeche representan varias cosas, por un lado el peso -y la asfixia- que siente Rubén ante esa idishe mame y el inevitable menage à trois que se genera entre madre, hijo varón y novia-nuera. También podemos decir que es una versión moderna de la manzana de Adán y Eva, en ese paraíso extraño que es la Isla. Sin embargo, todo esto bien podría representarse con un tomate y frascos de salsa bolognesa, entonces ¿Por qué las berenjenas?
E.S.: No sabría decirte, no tenía idea antes, pero sí traté de pensarlo últimamente. Mi madre, como todas supongo, se obsesionaba por periodos con distintas comidas, buscando siempre algún signo de aprobación de sus hijos o amigos. Pero, cuando encontraba ese signo, lo malinterpretaba. Lo que quería decir “sí, me gustó,” ella lo leía como “de aquí en más no quiero comer ninguna otra cosa más en mi vida.” Eso pasó, en distintos períodos, con la entraña, la torta de ricotta, las berenjenas, y una especie de tiramisú con merengue al que se le puede atribuir buena parte de la diabetes circulante por la ciudad de Buenos Aires. Una vez que le encontraba la mano, uno podía pasarse meses (digo, varios meses, seis, siete meses) comiendo el mismo plato a cualquier hora del día. Y cuando digo “uno” no me refiero sólo a los hijos. Los amigos, los vecinos, las tías, todos. Era una especie de plaga Las berenjenas al escabeche creo que tuvieron ese rol en más de una oportunidad.
¿Por qué las berenjenas? Es un fruto pre-moderno. Incluso, en esa época requería de una domesticación: eran mucho más ácidas que ahora, y había que curarlas con sal gruesa antes de cocinarla, lo que ahora no es necesario. Y la forma ridícula que tiene resiste cualquier intento de ofrecerla como algo sensual en el mercado, lo cual termina por resaltar la sensualidad que tiene per se, algo cada vez más difícil de encontrar. No lo sé, pero debe haber algo de un fruto prohibido, y algo de su forma que parece del periodo jurásico que me tiene que haber llamado la atención. Sobre todo para quedar en el medio de una escena en la que Rubén está tironeado por los instintos más primarios que uno pudiera imaginar, algo que afronta de una forma no menos primaria.
M.L.: Un dato curioso es que la inicial del nombre de Rubén, igual que el de Rosa y Raquel -sus dos mujeres dominantes del pasado- es la “R”. Lo mismo pasa con Rudolf y (the) Rubber Lady. Clara, que a diferencia de todos los demás forma parte de su momento-presente y va a formar parte de su futuro tiene una “R” pero camuflada entre las demás letras. Los dos hombres en la vida de Rubén, Luis y Agustín, que tienen sobre él una influencia mucho menor, no cumplen con esta regla. ¿Pura casualidad?
E.S: Creo que es pura casualidad, no me di cuenta hasta ver esta pregunta. No lo puedo creer. Y no puedo creer que no me haya dado cuenta antes. Es tal como lo decís. En algún momento las distintas mujeres de la novela tenían los nombres de Sara, Rebeca, Lea y Raquel, las cuatro matriarcas de la religión judía. Después eso era obviamente insostenible con el resto de la historia así que fue desapareciendo. Y el nombre mismo de Rubén surge tanto de un homenaje íntimo como de la búsqueda de un nombre que fuera a contramano de su época, y en la generación de Rubén, el nombre de Rubén es muy poco común. El resto de los nombres surgieron en momentos distintos de la escritura y por razones distintas, pero no dudo de que algo en mi cabeza haya establecido ese orden con la “R”.
M.L: Sabemos que la novela es de carácter autobiográfico o por lo menos se basa en tu historia personal. Sin dar nombres ni detalles comprometedores, ¿Rudolf y The Rubber Lady también están inspirados en personas de tu mundo real?
E.S.: No, no están inspirados en personajes de la vida real, es decir, no más que cualquier ejercicio de la imaginación está inspirado en lo que uno percibe como “mundo real.” Lo que sí pasó, a diferencia de otros casos, es que con el correr de la escritura fueron adquiriendo características de personajes realmente existentes de los que terminé por ser más consciente que con el resto de los personajes. Puedo contestar a preguntas puntuales respecto de tal o cual escena, pero no me sale delatarlos así sin más presión. En los dos casos, se trata de personajes públicos y en ningún caso se trata de una inspiración única, basada en un solo personaje de la vida real, sino en algún collage.
M.L.: Imaginemos que Rubén, ya adulto, con su nueva familia a cuestas y una visión más nítida de la historia se reuniera con su padre en algún lugar del mundo ¿El diálogo estaría lleno de reproches y rencor? ¿O sería una charla sincera, abierta, y hasta habría ternura y empatía?
E.S: Depende en parte de en qué lugar del mundo se reencuentren: En la cancha viendo cómo Argentina queda eliminada del mundial de Sudáfrica, caminando por Nueva Deli en 1870, yendo juntos a ver Casablanca, tirados panza arriba en un rinconcito de Arpoador. Pero en cualquier caso, estoy total y absolutamente seguro de que no habría reproches, y bajo ningún concepto rencor. Del lado de Rubén habría preguntas, dolor, perplejidad, pero en todo caso en conexión con el dolor, la perplejidad y las preguntas de Abdela. Me cuesta mucho saber qué es una charla “sincera, abierta.” En el sentido de que hay cosas en las que no sé si tiene sentido ser tan abierto y sincero, si es necesario o posible hablarlas. ¿Habría ternura y empatía? Sin ningún lugar a dudas, ese es el punto de llegada común de Rubén y de Abdela.
M.L.: Sé que hay gente que sintió bronca y angustia al leerla, sin embargo a mí no me pareció una novela dura, creo que por el tono humorístico y la falta de golpes bajos, pero también porque no es un tema que me toque en lo personal. ¿A vos qué te pasó al escribirla? ¿Te produjo angustia, dolor? ¿Lograste divertirte? ¿O un cocktail con todas esas sensaciones juntas?
E.S.: En general no sufro al escribir, ni me produce angustia ni dolor. No sé si la definición sería “placer” o que “me divierte,” pero es algo que hago con gusto, aún si al mismo tiempo pienso que podría estar haciendo cualquier otra cosa.
En ese sentido es algo parecido a lo que me pasa con correr, la otra actividad que hago de forma constante en mi vida. Corro casi todos los días desde hace más de 25 años, y no imagino una rutina mía en la que eso no exista. Encuentro una enorme gratificación, algo que me conecta con lo que podría definir como “lo mejor de mí,” aun si no se qué es. Y sin embargo, cada vez que salgo a correr, como hoy que estaba lloviendo, todas y cada una de las veces, lo primero que pienso es para qué lo hago, si no sería más divertido quedarse en la cama. Con la escritura me pasa lo mismo, en el sentido de que termina por ser ridículo situar al dolor y al placer como dos polos opuestos con gradaciones intermedias, y no como dimensiones que se cruzan y se fusionan en algo más complejo que, supongo, se llama deseo.
A veces me frustra escribir, pero sobre todo por las limitaciones que encuentra uno en su propio lenguaje. Fuera de eso, quizás escribir sea más bien catártico, y lo que uno podría sufrir se lo carga a los personajes. ¿Es así? No tengo idea. Diría que junto al cansancio y la frustración que implica tratar de decir algo y no lograrlo enteramente, también me entretiene escribir. Como también me entretiene el desafío de empujar los límites cada día un poco más y tratar de poder expresar algo que uno tiene en la cabeza y no logra poner en palabras. E imaginar esos futuros o pasados posibles es algo que en algún lugar de la cabeza me genera alguna gratificación, aún si las escenas en sí son dolorosas.
M.L: ¿Qué hizo Rubén con sus 8 mil pesos del botín? (subraye la opción que crea conveniente)
a. Viajó a Polonia y el Líbano para cumplir, una vez más, con las expectativas de su madre.
b. Le compró a Rudolf una parte de La Isla -posiblemente la concesión del bar
c. Lo invirtió en el proyecto Reconciliation Tour
E.S: Aunque, como suele suceder, muy probablemente en la vida real haya sido más difícil de trazar el recorrido de ese dinero, que se haya ido simplemente en vivir y cubrir gastos aquí y allá, algo que sólo cuando esa plata se acaba y uno mira para atrás puede encontrarle un patrón. Si le compra el bar a Rudolf, le pide que se quede como gerente, porque Rubén es un perfecto inútil para administrar cualquier cosa. Hay que acordarse que son 8 mil dólares, no pesos, estamos hablando de un dinero importante para el imaginario de la familia Abdela. Si fuera a Polonia y el Líbano, sólo lo haría con Agustín, es claramente un viaje de hermanos. La otra alternativa, invertirlo en el Reconciliation Tour, requiere más esfuerzos. Creo que Rubén, en un súbito cambio de personalidad se asociaría con Fausto Capitán para hacer el tour, crearían una organización llamada HIJOS 2.0, y pondrían a Rudolf y The Rubber Lady como Jefes Espirituales del Movimiento.
M.L: Cuando el camarada Abdela volvió de su viaje a China les trajo a sus hijos un avión de juguete al que nombraron Chinastro, ¿Qué le hubiera llevado de Argentina a su-nieto-que-vive-en-el-exterior?
a. Una foto con el Che
b. Al mismísimo Chinastro (o Comenicatró) porque después de todo los juguetes son – y no hay que andar dándose lujos de burgués.
c. Tres pasajes abiertos con destino a Buenos Aires.
E.S: El juguete ese tiene un componente de tótem que Rubén quiere respetar y reproducir. Cuando un padre no se lo pase a su hijo, que sea por las razones que correspondan, aún si son las más simples. Si le lleva una foto del Che, el nieto le pregunta quién es ese. O lo recibe en el JFK con una remera del Che. O lo paran en aduanas por un exceso de celo. Con Chinastro en cambio, el nieto tiene una intriga que no lo lleva a preguntar nada sino a jugar y jugar, que es de lo que se trata. Los pasajes abiertos con destino a Buenos Aires los descartamos por completo, porque al Hijo de Rubén, como a su padre, no le gusta mucho viajar.
M.L: ¿Qué es lo primero que hace Rubén al volver?
a. Llega a su casa y le cuenta todo a Clara, incluyendo el episodio de la Isla y el encuentro con Raquel.
b. Se hospeda unos días en un hotel (o en lo de un amigo) antes de animarse a enfrentar a Clara y a su futuro con ella.
c. Deja la valija en un locker del aeropuerto y sale a correr.
E.S: Hay una carrera muy chica de cinco kilómetros, que se hace una vez por año en las pistas del JFK. Así que supongamos que Rubén vive en Nueva York, y que esa es la carrera favorita de Rubén. Igual en el JFK no hay más lockers por cuestiones de seguridad, y ese día no se corre esa carrera. Así que va al baño del aeropuerto, se cambia y se pone la ropa para correr. Luego llama a Arecibo, el servicio de remise de su casa. Cuando por fin llegan, le da las valijas y le pide que lleve todo a la casa pero que no toque el timbre, para no despertar a Clara, y que deje todo en la pastelería de al lado. Y recién entonces agarra una de las autopistas laterales y después Atlantic Avenue y corre del aeropuerto a su casa, corre por primera vez desde la muerte de su madre, corre sin el peso de las valijas que trae de Buenos Aires. Y cuando llega a la casa, Clara lo espera con el café recién hecho y un jugo de naranjas recién exprimido.
En cualquier caso jamás le contaría a Clara sobre Raquel, porque eso sería subestimar la inteligencia de ella. Y jamás tendría miedo de enfrentarla. Al contrario, le gusta el rigor que ella le impone, lo extraña.
M.L.: Si Rubén no se hubiera dedicado a la Geografía ni a nada parecido, ¿Cómo se dividiría el libro?
a. Los autos / Los aviones / Los colectivos-submarino
b. Los gatos / Las ratas / Los unicornios
E.S: c. La gente que empieza con “R”/ La gente que no empieza con “R”/ Los otros
–
*Tomado del trabajo Memoria e Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo
Por Marina Ruth Lijtmaer
mayo 24, 2011
Tomado de debocaenboca
El autor firmando ejemplares ©Isabel Cadenas Cañón
Hace unos días entrevisté al escritor y periodista Ernesto Semán sobre su novela Soy un bravo piloto de la nueva China (lamentablemente tuvo que ser vía mail porque al señor se le ocurrió irse a vivir a Brooklyn) y modestia aparte, el autor y yo creemos que el producto final quedó realmente interesante, así que ahí va.
Marina Lijtmaer: Los familiares de desaparecidos reclaman el cuerpo sin vida de las víctimas para devolverles su entidad y su identidad perdida. Pero además, recuperarlos y darles sepultura les permitiría a ellos mismos realizar el duelo y canalizar su angustia. Del mismo modo, Rubén Abdela encuentra en La Isla la manera de reconstruir su pasado y cerrar un capítulo para poder avanzar hacia el futuro. Podemos decir que Ernesto Semán finalmente logró dormir en paz luego de la publicación de esta novela?
Ernesto Semán: No, de ninguna manera, en el sentido de que “logró dormir en paz” suena como un cierre definitivo que, aún si eso fuera lo que el personaje estuviera buscando, no es algo que vaya a encontrar, por lo que termina siendo más importante el recorrido que el resultado. Me da la impresión de que ese recorrido que hace Rubén es un duelo que no hace desaparecer el pasado sino que, al contrario, más bien lo reactualiza, en todo caso para reconciliarse con él. Y en eso quizás uno sí pueda, a su modo, dormir en paz después de haberlo escrito. Hay alguna ambivalencia en eso, una búsqueda de la paz interior pero que implica encontrarse con los propios deseos y temores de uno, por lo cual esa paz implica, al menos para mi, también una dosis variable de “no estar enteramente en paz” con las cosas. No lo siento como contradictorio.
Por otra parte, aun cuando no lo haga por eso, también es cierto que escribir e imaginar futuros y pasados posibles hace que ponga mis propios deseos y temores en perspectiva, y eso también es tranquilizador. Digamos que desde que salió el libro sí he dormido en paz, como lo he hecho antes en otros momentos, aunque también en un modo distinto y singular. Y en todo caso, algo importante: duermo poco, muy poco.
M.L.: Quiero detenerme en la escena de las berenjenas. Esos frascos interminables de berenjenas en escabeche representan varias cosas, por un lado el peso -y la asfixia- que siente Rubén ante esa idishe mame y el inevitable menage à trois que se genera entre madre, hijo varón y novia-nuera. También podemos decir que es una versión moderna de la manzana de Adán y Eva, en ese paraíso extraño que es la Isla. Sin embargo, todo esto bien podría representarse con un tomate y frascos de salsa bolognesa, entonces ¿Por qué las berenjenas?
E.S.: No sabría decirte, no tenía idea antes, pero sí traté de pensarlo últimamente. Mi madre, como todas supongo, se obsesionaba por periodos con distintas comidas, buscando siempre algún signo de aprobación de sus hijos o amigos. Pero, cuando encontraba ese signo, lo malinterpretaba. Lo que quería decir “sí, me gustó,” ella lo leía como “de aquí en más no quiero comer ninguna otra cosa más en mi vida.” Eso pasó, en distintos períodos, con la entraña, la torta de ricotta, las berenjenas, y una especie de tiramisú con merengue al que se le puede atribuir buena parte de la diabetes circulante por la ciudad de Buenos Aires. Una vez que le encontraba la mano, uno podía pasarse meses (digo, varios meses, seis, siete meses) comiendo el mismo plato a cualquier hora del día. Y cuando digo “uno” no me refiero sólo a los hijos. Los amigos, los vecinos, las tías, todos. Era una especie de plaga Las berenjenas al escabeche creo que tuvieron ese rol en más de una oportunidad.
¿Por qué las berenjenas? Es un fruto pre-moderno. Incluso, en esa época requería de una domesticación: eran mucho más ácidas que ahora, y había que curarlas con sal gruesa antes de cocinarla, lo que ahora no es necesario. Y la forma ridícula que tiene resiste cualquier intento de ofrecerla como algo sensual en el mercado, lo cual termina por resaltar la sensualidad que tiene per se, algo cada vez más difícil de encontrar. No lo sé, pero debe haber algo de un fruto prohibido, y algo de su forma que parece del periodo jurásico que me tiene que haber llamado la atención. Sobre todo para quedar en el medio de una escena en la que Rubén está tironeado por los instintos más primarios que uno pudiera imaginar, algo que afronta de una forma no menos primaria.
M.L.: Un dato curioso es que la inicial del nombre de Rubén, igual que el de Rosa y Raquel -sus dos mujeres dominantes del pasado- es la “R”. Lo mismo pasa con Rudolf y (the) Rubber Lady. Clara, que a diferencia de todos los demás forma parte de su momento-presente y va a formar parte de su futuro tiene una “R” pero camuflada entre las demás letras. Los dos hombres en la vida de Rubén, Luis y Agustín, que tienen sobre él una influencia mucho menor, no cumplen con esta regla. ¿Pura casualidad?
E.S: Creo que es pura casualidad, no me di cuenta hasta ver esta pregunta. No lo puedo creer. Y no puedo creer que no me haya dado cuenta antes. Es tal como lo decís. En algún momento las distintas mujeres de la novela tenían los nombres de Sara, Rebeca, Lea y Raquel, las cuatro matriarcas de la religión judía. Después eso era obviamente insostenible con el resto de la historia así que fue desapareciendo. Y el nombre mismo de Rubén surge tanto de un homenaje íntimo como de la búsqueda de un nombre que fuera a contramano de su época, y en la generación de Rubén, el nombre de Rubén es muy poco común. El resto de los nombres surgieron en momentos distintos de la escritura y por razones distintas, pero no dudo de que algo en mi cabeza haya establecido ese orden con la “R”.
M.L: Sabemos que la novela es de carácter autobiográfico o por lo menos se basa en tu historia personal. Sin dar nombres ni detalles comprometedores, ¿Rudolf y The Rubber Lady también están inspirados en personas de tu mundo real?
E.S.: No, no están inspirados en personajes de la vida real, es decir, no más que cualquier ejercicio de la imaginación está inspirado en lo que uno percibe como “mundo real.” Lo que sí pasó, a diferencia de otros casos, es que con el correr de la escritura fueron adquiriendo características de personajes realmente existentes de los que terminé por ser más consciente que con el resto de los personajes. Puedo contestar a preguntas puntuales respecto de tal o cual escena, pero no me sale delatarlos así sin más presión. En los dos casos, se trata de personajes públicos y en ningún caso se trata de una inspiración única, basada en un solo personaje de la vida real, sino en algún collage.
M.L.: Imaginemos que Rubén, ya adulto, con su nueva familia a cuestas y una visión más nítida de la historia se reuniera con su padre en algún lugar del mundo ¿El diálogo estaría lleno de reproches y rencor? ¿O sería una charla sincera, abierta, y hasta habría ternura y empatía?
E.S: Depende en parte de en qué lugar del mundo se reencuentren: En la cancha viendo cómo Argentina queda eliminada del mundial de Sudáfrica, caminando por Nueva Deli en 1870, yendo juntos a ver Casablanca, tirados panza arriba en un rinconcito de Arpoador. Pero en cualquier caso, estoy total y absolutamente seguro de que no habría reproches, y bajo ningún concepto rencor. Del lado de Rubén habría preguntas, dolor, perplejidad, pero en todo caso en conexión con el dolor, la perplejidad y las preguntas de Abdela. Me cuesta mucho saber qué es una charla “sincera, abierta.” En el sentido de que hay cosas en las que no sé si tiene sentido ser tan abierto y sincero, si es necesario o posible hablarlas. ¿Habría ternura y empatía? Sin ningún lugar a dudas, ese es el punto de llegada común de Rubén y de Abdela.
M.L.: Sé que hay gente que sintió bronca y angustia al leerla, sin embargo a mí no me pareció una novela dura, creo que por el tono humorístico y la falta de golpes bajos, pero también porque no es un tema que me toque en lo personal. ¿A vos qué te pasó al escribirla? ¿Te produjo angustia, dolor? ¿Lograste divertirte? ¿O un cocktail con todas esas sensaciones juntas?
E.S.: En general no sufro al escribir, ni me produce angustia ni dolor. No sé si la definición sería “placer” o que “me divierte,” pero es algo que hago con gusto, aún si al mismo tiempo pienso que podría estar haciendo cualquier otra cosa.
En ese sentido es algo parecido a lo que me pasa con correr, la otra actividad que hago de forma constante en mi vida. Corro casi todos los días desde hace más de 25 años, y no imagino una rutina mía en la que eso no exista. Encuentro una enorme gratificación, algo que me conecta con lo que podría definir como “lo mejor de mí,” aun si no se qué es. Y sin embargo, cada vez que salgo a correr, como hoy que estaba lloviendo, todas y cada una de las veces, lo primero que pienso es para qué lo hago, si no sería más divertido quedarse en la cama. Con la escritura me pasa lo mismo, en el sentido de que termina por ser ridículo situar al dolor y al placer como dos polos opuestos con gradaciones intermedias, y no como dimensiones que se cruzan y se fusionan en algo más complejo que, supongo, se llama deseo.
A veces me frustra escribir, pero sobre todo por las limitaciones que encuentra uno en su propio lenguaje. Fuera de eso, quizás escribir sea más bien catártico, y lo que uno podría sufrir se lo carga a los personajes. ¿Es así? No tengo idea. Diría que junto al cansancio y la frustración que implica tratar de decir algo y no lograrlo enteramente, también me entretiene escribir. Como también me entretiene el desafío de empujar los límites cada día un poco más y tratar de poder expresar algo que uno tiene en la cabeza y no logra poner en palabras. E imaginar esos futuros o pasados posibles es algo que en algún lugar de la cabeza me genera alguna gratificación, aún si las escenas en sí son dolorosas.
M.L: ¿Qué hizo Rubén con sus 8 mil pesos del botín? (subraye la opción que crea conveniente)
a. Viajó a Polonia y el Líbano para cumplir, una vez más, con las expectativas de su madre.
b. Le compró a Rudolf una parte de La Isla -posiblemente la concesión del bar
c. Lo invirtió en el proyecto Reconciliation Tour
E.S: Aunque, como suele suceder, muy probablemente en la vida real haya sido más difícil de trazar el recorrido de ese dinero, que se haya ido simplemente en vivir y cubrir gastos aquí y allá, algo que sólo cuando esa plata se acaba y uno mira para atrás puede encontrarle un patrón. Si le compra el bar a Rudolf, le pide que se quede como gerente, porque Rubén es un perfecto inútil para administrar cualquier cosa. Hay que acordarse que son 8 mil dólares, no pesos, estamos hablando de un dinero importante para el imaginario de la familia Abdela. Si fuera a Polonia y el Líbano, sólo lo haría con Agustín, es claramente un viaje de hermanos. La otra alternativa, invertirlo en el Reconciliation Tour, requiere más esfuerzos. Creo que Rubén, en un súbito cambio de personalidad se asociaría con Fausto Capitán para hacer el tour, crearían una organización llamada HIJOS 2.0, y pondrían a Rudolf y The Rubber Lady como Jefes Espirituales del Movimiento.
M.L: Cuando el camarada Abdela volvió de su viaje a China les trajo a sus hijos un avión de juguete al que nombraron Chinastro, ¿Qué le hubiera llevado de Argentina a su-nieto-que-vive-en-el-exterior?
a. Una foto con el Che
b. Al mismísimo Chinastro (o Comenicatró) porque después de todo los juguetes son – y no hay que andar dándose lujos de burgués.
c. Tres pasajes abiertos con destino a Buenos Aires.
E.S: El juguete ese tiene un componente de tótem que Rubén quiere respetar y reproducir. Cuando un padre no se lo pase a su hijo, que sea por las razones que correspondan, aún si son las más simples. Si le lleva una foto del Che, el nieto le pregunta quién es ese. O lo recibe en el JFK con una remera del Che. O lo paran en aduanas por un exceso de celo. Con Chinastro en cambio, el nieto tiene una intriga que no lo lleva a preguntar nada sino a jugar y jugar, que es de lo que se trata. Los pasajes abiertos con destino a Buenos Aires los descartamos por completo, porque al Hijo de Rubén, como a su padre, no le gusta mucho viajar.
M.L: ¿Qué es lo primero que hace Rubén al volver?
a. Llega a su casa y le cuenta todo a Clara, incluyendo el episodio de la Isla y el encuentro con Raquel.
b. Se hospeda unos días en un hotel (o en lo de un amigo) antes de animarse a enfrentar a Clara y a su futuro con ella.
c. Deja la valija en un locker del aeropuerto y sale a correr.
E.S: Hay una carrera muy chica de cinco kilómetros, que se hace una vez por año en las pistas del JFK. Así que supongamos que Rubén vive en Nueva York, y que esa es la carrera favorita de Rubén. Igual en el JFK no hay más lockers por cuestiones de seguridad, y ese día no se corre esa carrera. Así que va al baño del aeropuerto, se cambia y se pone la ropa para correr. Luego llama a Arecibo, el servicio de remise de su casa. Cuando por fin llegan, le da las valijas y le pide que lleve todo a la casa pero que no toque el timbre, para no despertar a Clara, y que deje todo en la pastelería de al lado. Y recién entonces agarra una de las autopistas laterales y después Atlantic Avenue y corre del aeropuerto a su casa, corre por primera vez desde la muerte de su madre, corre sin el peso de las valijas que trae de Buenos Aires. Y cuando llega a la casa, Clara lo espera con el café recién hecho y un jugo de naranjas recién exprimido.
En cualquier caso jamás le contaría a Clara sobre Raquel, porque eso sería subestimar la inteligencia de ella. Y jamás tendría miedo de enfrentarla. Al contrario, le gusta el rigor que ella le impone, lo extraña.
M.L.: Si Rubén no se hubiera dedicado a la Geografía ni a nada parecido, ¿Cómo se dividiría el libro?
a. Los autos / Los aviones / Los colectivos-submarino
b. Los gatos / Las ratas / Los unicornios
E.S: c. La gente que empieza con “R”/ La gente que no empieza con “R”/ Los otros
–
*Tomado del trabajo Memoria e Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo
jueves, 23 de febrero de 2012
Mi cama grande
Valeria Cecilia Pariso
Mi cama es tan extensa
como América del Sur
aún así
con tiempo yo podría
andarla en bicicleta.
Duermo noches simultáneas en ella
le entran más de cien
noches cada día.
Le entran todos mis amores
mis terrores
le entran todos mis vestidos desplegados
las tardes que no sé con qué vestirme.
Le entra el sexo, el vino y las novelas.
En mi cama caben todos los poemas
que mis células tienen escondidos.
Es tan abierta
a veces que la tiendo
con sábanas de ríos
para dormir fresquita
las noches de verano.
El Paraná le entra con su Delta
y mis pies
tienen
camalotes
que juegan con los dedos
tiene irupés abiertos como ofrendas
para hacer el amor entre las flores.
Es tan grande mi cama
Que le entran
Los amores que son y los que fueron
Menos el tuyo, el tuyo es una isla.
Tomado de Tantotequería.
Valeria Cecilia Pariso
Mi cama es tan extensa
como América del Sur
aún así
con tiempo yo podría
andarla en bicicleta.
Duermo noches simultáneas en ella
le entran más de cien
noches cada día.
Le entran todos mis amores
mis terrores
le entran todos mis vestidos desplegados
las tardes que no sé con qué vestirme.
Le entra el sexo, el vino y las novelas.
En mi cama caben todos los poemas
que mis células tienen escondidos.
Es tan abierta
a veces que la tiendo
con sábanas de ríos
para dormir fresquita
las noches de verano.
El Paraná le entra con su Delta
y mis pies
tienen
camalotes
que juegan con los dedos
tiene irupés abiertos como ofrendas
para hacer el amor entre las flores.
Es tan grande mi cama
Que le entran
Los amores que son y los que fueron
Menos el tuyo, el tuyo es una isla.
Tomado de Tantotequería.
La distancia que el explicador pretende reducir es aquella de la que vive
La instrucción es como la libertad: no se da, se toma. Ella se aleja tanto de los monopolios de la inteligencia como del trono explicador. Solo hace falta reconocerse y reconocer en cualquier otro ser hablante el mismo poder. La distancia que el explicador pretende reducir es aquella de la que vive y la que, por tanto, no cesa de reproducir al igual que hace tanto la Escuela como la sociedad pedagogizada. La igualdad no es fin a conseguir, sino punto de partida. Quien justifica su propia explicación en nombre de la igualdad desde una situación desigualitaria la coloca de hecho en un lugar inalcanzable. La igualdad nunca viene después, como un resultado a alcanzar. Ella debe estar siempre delante.
Jacques Ranciere. El maestro ignorante.
Jacques Ranciere. El maestro ignorante.
Quiero los tres
Librería Biblos
Puan 378 Ciudad de Buenos Aires. Tel: 4432-8828 mail: info@libreriabiblos.com.ar
Reedición
El queso y los gusanos
El cosmos según un molinero del siglo XVI
Carlo Ginzburg
Año de edición: 2008
Lugar: Barcelona
ISBN: 9789706512
Precio: $ 54.-
Comentario:
El presente ensayo intenta reconstruir las líneas principales del modelo de historia cultural que el microhistoriador italiano Carlo Ginzburg ha venido desarrollando desde hace ya casi cuatro décadas, y que se han plasmado de una manera ejemplar en su hoy ya celebre libro El queso y los gusanos. Así, tratando de reconstruir tanto las versiones de historia cultural que este libro y este modelo ginzburguianos tratan de criticar y de superar, como también las filiaciones de los autores y perspectivas que este modelo pretende prolongar y asumir como antecedentes, el ensayo trata de dar cuenta de la singular originalidad especifica de esta propuesta de historia cultural de Carlo Ginzburg, caracterizada en parte por tratar de rescatar los problemas desde "la perspectiva misma de las víctimas" de los procesos históricos estudiados.
Índice:
Prefacio/ 1. Menocchio/ 2. El país/ 3.Primer interrogatorio/ 4. ¿«Poseso»?/ 5. De Concordia a portogruaro/ 6. «Hablar más contra los superiores»/ 7. Una sociedad arcaica/ 8. «Aplastan a los pobres»/ 9. «Luteranos» y anabaptistas/ 10. Molinero, pintor, bufón/ 11. «Opiniones [...] sacadas de mi cerebro»/ 12. Los libros/ 13. Lectores rurales/ 14. Páginas impresas y «opiniones fantásticas»/ 15. Callejón sin salida/ 16. El tiempo de las vírgenes/ 17. El funeral de la virgen/ 18. El padre de cristo/ 19. El día del juicio final/ 20. Mandeville/ 21. Pigmeos y antropófagos/ 22. «Dios de natura»/ 23. Los tres anillos/ 24. Cultura escrita y cultura oral/ 25. El caos/ 26. Diálogo/ 27. Quesos míticos y quesos reales/ 28. El monopolio del saber/ 29. Las palabras del «florilegio»/ 30. Función de las metáforas/ 31. «Patrón», «factor» y «maestranzas»/ 32. Una hipótesis/ 33. Religión campesina/ 34. El alma/ 35. «No lo sé»/ 36. Dos espíritus, siete almas, cuatro elementos/ 37. Trayectoria de una idea/ 38. Contradicciones/ 39. El paraíso/ 40. Un nuevo «Modo de vivir»/ 41. «Matar curas»/ 42. «Mundo nuevo»/ 43. Final de los interrogatorios/ 44. Carta de los jueces/ 45. Figuras retóricas/ 46. Primera sentencia/ 47. Cárcel / 48. Regreso a la aldea/ 49. Denuncias/ 50. Diálogo nocturno, con el judío/ 51. Segundo proceso/ 52. «Fantasías»/ 53. «Vanidad y sueño»/ 54. «El mago omnipotente y santo dios...»/ 55. «Si yo hubiera muerto hace quince años»/ 56. Segunda sentencia/ 57. Tortura/ 58. Scolio/ 59. Pellegrino Baroni/ 60. Dos molineros/ 61. Cultura dominante y cultura subalterna/ 62. Cartas de Roma/ Abreviaturas
Librería Biblos
Puan 378 Ciudad de Buenos Aires. Tel: 4432-8828 mail: info@libreriabiblos.com.ar
Reedición
La ciudad letrada
Ángel Rama
Año de edición: 2004
Lugar: Chile
ISBN: 9568245078
Precio: $ 89.-
Comentario:
Ángel Rama acuñó un término hoy indispensable en la historia cultural: ciudad letrada, cuyo destino es muy curioso o quizás, muy previsible. En el ámbito de intelectuales y escritores, la ciudad letrada es ya un sinónimo de la vida literaria de las urbes, el espacio relativamente independiente en donde los escritores se han reunido. Han disentido, se han peleado, han creado revistas, se han enfrentado a los gobiernos, han pactado a los con tiranos y caudillos, han buscado el mecenazgo, se han sobrevalorado y minusvalorado. Hoy la ciudad letrada es la expresión que rige el examen del desarrollo histórico de la organización involuntaria o voluntaria de un sector comparativamente privilegiado, en relación cercana o antagónica con el poder.
La intención (clarísima) de Rama es muy otra: examinar el comportamiento orgánico de grupos y personalidades destacadas que durante siglos, y en buena medida aún ahora, han ejercido el poder con resultados con frecuencia ominosos. Rama no se propuso una historia de los sectores literarios y académicos, sino el análisis de un contingente más amplio, el de los encargados de ejercer (interpretar) la palabra en un medio señalado por su rechazo y su temor de la letra escrita y su desconocimiento de las formas jurídicas. Rama inicia su recorrido en el siglo XVI porque allí, sin subterfugios, se advierten los procedimientos de una minoría, ocultados o disminuidos por la sujeción a la palabra escrita.
¿Por qué se produce este “cambio de sentido” que modifica o, si se quiere, sigue vías distintas a las trazadas por Rama? Por un lado, Rama, un ensayista libre, no instaura un canon interpretativo, ni su libro es una tratado; por otro, el término la ciudad letrada atrae sin remedio, y al circular profusamente va adquiriendo múltiples significaciones. En todo caso, lo más sobresaliente del trabajo de Rama es la originalidad de su acercamiento a un proceso ignorado y menospreciado.
(Del prólogo de Carlos Monsiváis).
Índice:
La ciudad letrada: la lucidez crítica y las vicisitudes de un término por Carlos Monsiváis/ Agradecimientos/ I. La ciudad ordenada/ II. La ciudad letrada/ III. La ciudad escrituraria/ IV. La ciudad modernizada/ V. La polis se politiza/ VI. La ciudad revolucionada
Librería Biblos
Puan 378 Ciudad de Buenos Aires. Tel: 4432-8828 mail: info@libreriabiblos.com.ar
Reedición
El maestro ignorante
Jacques Rancière
Año de edición: 2007
Lugar: Buenos Aires
ISBN: 9875990548
Precio: $ 50.-
Comentario:
En el año 1818, Joseph Jacotot, revolucionario exiliado y lector de literatura francesa en la Universidad de Lovaina, empezó a sembrar el pánico en la Europa sabia. No contento con haber enseñado el francés a los estudiantes flamencos sin darles ninguna lección, se puso a enseñar lo que él ignoraba y a proclamar la palabra de orden de la emancipación intelectual: todos los hombres tienen igual inteligencia. Se puede aprender solo, sin maestro explicador, y un padre de familia pobre e ignorante puede hacerse instructor de su hijo. La instrucción es como la libertad: no se da, se toma. Ella se aleja tanto de los monopolios de la inteligencia como del trono explicador. Solo hace falta reconocerse y reconocer en cualquier otro ser hablante el mismo poder. La distancia que el explicador pretende reducir es aquella de la que vive y la que, por tanto, no cesa de reproducir al igual que hace tanto la Escuela como la sociedad pedagogizada. La igualdad no es fin a conseguir, sino punto de partida. Quien justifica su propia explicación en nombre de la igualdad desde una situación desigualitaria la coloca de hecho en un lugar inalcanzable. La igualdad nunca viene después, como un resultado a alcanzar. Ella debe estar siempre delante. Instruir puede significar dos cosas exactamente opuestas: confirmar una incapacidad en el acto mismo que pretende reducirla o, a la inversa, forzar a una capacidad, que se ignora o se niega, a reconocerse y a desarrollar todas las consecuencias de este reconocimiento. El primer acto se llama atontamiento, el segundo emancipación. Esto no es una cuestión de método, en el sentido de las formas particulares de aprendizaje, si no, propiamente, una cuestión de filosofía: se trata de saber si el acto mismo de recibir la palabra del maestro -la palabra del otro es un testimonio de igualdad o de desigualdad. Es una cuestión de política: se trata de saber si un sistema de enseñanza tiene como presupuesto una desigualdad para "reducir" o una igualdad para verificar. La razón no vive sino de igualdad. Pero la ficción social no vive más que de los rangos y de sus incansables explicaciones. A quien habla de emancipación y de igualdad de las inteligencias, la razón responde prometiendo el progreso y la reducción de las desigualdades: aún un poco más de explicaciones, de comisiones, de informes, de reformas... y ya llegaremos allí. La sociedad pedagogizada está ante nosotros. Y a su modo irónico, Joseph Jacotot nos desea buenos vientos.
Índice:
I.Una aventura intelectual/ El orden explicador/ El azar y la voluntad/ El Maestro emancipador/ El círculo del poder/ II.La lección del ignorante/ La isla del libro/ Calipso y el cerrajero/ El Maestro y Sócrates/ El poder del ignorante/ Lo propio de cada uno/ El ciego y su perro/ Toso está en todo/ III.La razón de los iguales/ De los cerebros y de las hojas/ Un animal atento/ Una voluntad servida por una inteligencia/ El principio de veracidad/ Y yo también soy pintor!/ La lección de los poetas/ La comunidad de los iguales/ IV.La sociedad del menosprecio/ Las leyes de la gravedad/ La pasión de la desigualdad/ La locura retórica/ Los inferiores superiores/ El rey filósofo y el pueblo soberano/ Cómo desrazonar razonablemente/ La palabra sobre Aventino/ V.El emancipador y su mono/ El método emancipador y el método social/ La emancipación de los hombres y la instrucción del pueblo/ Los hombres del proceso/ De las ovejas y de los hombres/ El círculo de los progresivos/ Sobre la cabeza del pueblo/ El triunfo del Viejo/ La sociedad pedagogizada/ Los cuentos de la panecástica/ La tumba de la emancipación
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Reedición
El queso y los gusanos
El cosmos según un molinero del siglo XVI
Carlo Ginzburg
Año de edición: 2008
Lugar: Barcelona
ISBN: 9789706512
Precio: $ 54.-
Comentario:
El presente ensayo intenta reconstruir las líneas principales del modelo de historia cultural que el microhistoriador italiano Carlo Ginzburg ha venido desarrollando desde hace ya casi cuatro décadas, y que se han plasmado de una manera ejemplar en su hoy ya celebre libro El queso y los gusanos. Así, tratando de reconstruir tanto las versiones de historia cultural que este libro y este modelo ginzburguianos tratan de criticar y de superar, como también las filiaciones de los autores y perspectivas que este modelo pretende prolongar y asumir como antecedentes, el ensayo trata de dar cuenta de la singular originalidad especifica de esta propuesta de historia cultural de Carlo Ginzburg, caracterizada en parte por tratar de rescatar los problemas desde "la perspectiva misma de las víctimas" de los procesos históricos estudiados.
Índice:
Prefacio/ 1. Menocchio/ 2. El país/ 3.Primer interrogatorio/ 4. ¿«Poseso»?/ 5. De Concordia a portogruaro/ 6. «Hablar más contra los superiores»/ 7. Una sociedad arcaica/ 8. «Aplastan a los pobres»/ 9. «Luteranos» y anabaptistas/ 10. Molinero, pintor, bufón/ 11. «Opiniones [...] sacadas de mi cerebro»/ 12. Los libros/ 13. Lectores rurales/ 14. Páginas impresas y «opiniones fantásticas»/ 15. Callejón sin salida/ 16. El tiempo de las vírgenes/ 17. El funeral de la virgen/ 18. El padre de cristo/ 19. El día del juicio final/ 20. Mandeville/ 21. Pigmeos y antropófagos/ 22. «Dios de natura»/ 23. Los tres anillos/ 24. Cultura escrita y cultura oral/ 25. El caos/ 26. Diálogo/ 27. Quesos míticos y quesos reales/ 28. El monopolio del saber/ 29. Las palabras del «florilegio»/ 30. Función de las metáforas/ 31. «Patrón», «factor» y «maestranzas»/ 32. Una hipótesis/ 33. Religión campesina/ 34. El alma/ 35. «No lo sé»/ 36. Dos espíritus, siete almas, cuatro elementos/ 37. Trayectoria de una idea/ 38. Contradicciones/ 39. El paraíso/ 40. Un nuevo «Modo de vivir»/ 41. «Matar curas»/ 42. «Mundo nuevo»/ 43. Final de los interrogatorios/ 44. Carta de los jueces/ 45. Figuras retóricas/ 46. Primera sentencia/ 47. Cárcel / 48. Regreso a la aldea/ 49. Denuncias/ 50. Diálogo nocturno, con el judío/ 51. Segundo proceso/ 52. «Fantasías»/ 53. «Vanidad y sueño»/ 54. «El mago omnipotente y santo dios...»/ 55. «Si yo hubiera muerto hace quince años»/ 56. Segunda sentencia/ 57. Tortura/ 58. Scolio/ 59. Pellegrino Baroni/ 60. Dos molineros/ 61. Cultura dominante y cultura subalterna/ 62. Cartas de Roma/ Abreviaturas
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Reedición
La ciudad letrada
Ángel Rama
Año de edición: 2004
Lugar: Chile
ISBN: 9568245078
Precio: $ 89.-
Comentario:
Ángel Rama acuñó un término hoy indispensable en la historia cultural: ciudad letrada, cuyo destino es muy curioso o quizás, muy previsible. En el ámbito de intelectuales y escritores, la ciudad letrada es ya un sinónimo de la vida literaria de las urbes, el espacio relativamente independiente en donde los escritores se han reunido. Han disentido, se han peleado, han creado revistas, se han enfrentado a los gobiernos, han pactado a los con tiranos y caudillos, han buscado el mecenazgo, se han sobrevalorado y minusvalorado. Hoy la ciudad letrada es la expresión que rige el examen del desarrollo histórico de la organización involuntaria o voluntaria de un sector comparativamente privilegiado, en relación cercana o antagónica con el poder.
La intención (clarísima) de Rama es muy otra: examinar el comportamiento orgánico de grupos y personalidades destacadas que durante siglos, y en buena medida aún ahora, han ejercido el poder con resultados con frecuencia ominosos. Rama no se propuso una historia de los sectores literarios y académicos, sino el análisis de un contingente más amplio, el de los encargados de ejercer (interpretar) la palabra en un medio señalado por su rechazo y su temor de la letra escrita y su desconocimiento de las formas jurídicas. Rama inicia su recorrido en el siglo XVI porque allí, sin subterfugios, se advierten los procedimientos de una minoría, ocultados o disminuidos por la sujeción a la palabra escrita.
¿Por qué se produce este “cambio de sentido” que modifica o, si se quiere, sigue vías distintas a las trazadas por Rama? Por un lado, Rama, un ensayista libre, no instaura un canon interpretativo, ni su libro es una tratado; por otro, el término la ciudad letrada atrae sin remedio, y al circular profusamente va adquiriendo múltiples significaciones. En todo caso, lo más sobresaliente del trabajo de Rama es la originalidad de su acercamiento a un proceso ignorado y menospreciado.
(Del prólogo de Carlos Monsiváis).
Índice:
La ciudad letrada: la lucidez crítica y las vicisitudes de un término por Carlos Monsiváis/ Agradecimientos/ I. La ciudad ordenada/ II. La ciudad letrada/ III. La ciudad escrituraria/ IV. La ciudad modernizada/ V. La polis se politiza/ VI. La ciudad revolucionada
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Reedición
El maestro ignorante
Jacques Rancière
Año de edición: 2007
Lugar: Buenos Aires
ISBN: 9875990548
Precio: $ 50.-
Comentario:
En el año 1818, Joseph Jacotot, revolucionario exiliado y lector de literatura francesa en la Universidad de Lovaina, empezó a sembrar el pánico en la Europa sabia. No contento con haber enseñado el francés a los estudiantes flamencos sin darles ninguna lección, se puso a enseñar lo que él ignoraba y a proclamar la palabra de orden de la emancipación intelectual: todos los hombres tienen igual inteligencia. Se puede aprender solo, sin maestro explicador, y un padre de familia pobre e ignorante puede hacerse instructor de su hijo. La instrucción es como la libertad: no se da, se toma. Ella se aleja tanto de los monopolios de la inteligencia como del trono explicador. Solo hace falta reconocerse y reconocer en cualquier otro ser hablante el mismo poder. La distancia que el explicador pretende reducir es aquella de la que vive y la que, por tanto, no cesa de reproducir al igual que hace tanto la Escuela como la sociedad pedagogizada. La igualdad no es fin a conseguir, sino punto de partida. Quien justifica su propia explicación en nombre de la igualdad desde una situación desigualitaria la coloca de hecho en un lugar inalcanzable. La igualdad nunca viene después, como un resultado a alcanzar. Ella debe estar siempre delante. Instruir puede significar dos cosas exactamente opuestas: confirmar una incapacidad en el acto mismo que pretende reducirla o, a la inversa, forzar a una capacidad, que se ignora o se niega, a reconocerse y a desarrollar todas las consecuencias de este reconocimiento. El primer acto se llama atontamiento, el segundo emancipación. Esto no es una cuestión de método, en el sentido de las formas particulares de aprendizaje, si no, propiamente, una cuestión de filosofía: se trata de saber si el acto mismo de recibir la palabra del maestro -la palabra del otro es un testimonio de igualdad o de desigualdad. Es una cuestión de política: se trata de saber si un sistema de enseñanza tiene como presupuesto una desigualdad para "reducir" o una igualdad para verificar. La razón no vive sino de igualdad. Pero la ficción social no vive más que de los rangos y de sus incansables explicaciones. A quien habla de emancipación y de igualdad de las inteligencias, la razón responde prometiendo el progreso y la reducción de las desigualdades: aún un poco más de explicaciones, de comisiones, de informes, de reformas... y ya llegaremos allí. La sociedad pedagogizada está ante nosotros. Y a su modo irónico, Joseph Jacotot nos desea buenos vientos.
Índice:
I.Una aventura intelectual/ El orden explicador/ El azar y la voluntad/ El Maestro emancipador/ El círculo del poder/ II.La lección del ignorante/ La isla del libro/ Calipso y el cerrajero/ El Maestro y Sócrates/ El poder del ignorante/ Lo propio de cada uno/ El ciego y su perro/ Toso está en todo/ III.La razón de los iguales/ De los cerebros y de las hojas/ Un animal atento/ Una voluntad servida por una inteligencia/ El principio de veracidad/ Y yo también soy pintor!/ La lección de los poetas/ La comunidad de los iguales/ IV.La sociedad del menosprecio/ Las leyes de la gravedad/ La pasión de la desigualdad/ La locura retórica/ Los inferiores superiores/ El rey filósofo y el pueblo soberano/ Cómo desrazonar razonablemente/ La palabra sobre Aventino/ V.El emancipador y su mono/ El método emancipador y el método social/ La emancipación de los hombres y la instrucción del pueblo/ Los hombres del proceso/ De las ovejas y de los hombres/ El círculo de los progresivos/ Sobre la cabeza del pueblo/ El triunfo del Viejo/ La sociedad pedagogizada/ Los cuentos de la panecástica/ La tumba de la emancipación