lunes, 16 de enero de 2012

Antonio J. Rodríguez

Conversación marital alrededor de Fresy Cool: primera parte.

Matías Araoz


Por Luna Miguel. Tomado de su blog http://lunamiguel.blogspot.com/



He entrevistado a mi novio porque sé que os va a gustar. Estas son las primeras 3 preguntas de otras 11 restantes. Que los Reyes Magos os traigan algo, por Dios.
...

LM: Querido Antonio J. Rodríguez. Tus ejemplares correspondientes de Fresy cool (como sabrá el lector este es el título de la novela de de AJR, escrita entre sus 21 y 23 años, publicada en Mondadori recientemente –sale a la venta el 26 de enero, no desespereís-) decía, que tus ejemplares correspondientes están por toda la habitación y yo ya estoy harta, cariño, así que te voy a hacer esta entrevista y que los críticos y lectores te los quiten de las manos porque vamos a hablar aquí de cosas serias ¿no? Vamos a contarle al lector todas tus cosas serias ¿no? Para empezar, Antonio J. Rodríguez, ¿nos podrías resolver la duda que todos tenemos al abrir este libraco, please? ¿Quién es Pleonasmo Chief, y qué tiene que ver contigo? ¿Y qué tiene que ver con Ibrahím B.? ¿Qué intentas vendernos? ¿Un Roman à clef? ¿Un relato curativo ante tu aparente bipolaridad? ¿Quiénes son esos (a mi parecer) múltiples yoes de tu texto (añado aquí en cierta medida a Djuna –recuerden, protagonista de Exhumación-, a Moschino y a algún otro) y qué pretenden? ¿Por qué a veces hablan en tercera persona, otras en primera y otras en segunda? ¿Cuál es la moralidad de esta novela? ¿Cuál es la moralidad del narrador, y la del autor? Porque, según me has comentado en la cena, “Fresy cool es una novela moral”. Vaya cacho blurb que nos has regalado, ¿no?

AJR: Lo del roman à clef es un comentario que ya he visto circular por la red y que siempre me despierta simpatías. Mira: empecé la novela a finales de 2008; en aquel entonces estaba a mitad de la carrera de periodismo, no había publicado en ningún sitio realmente interesante, y como todo el mundo que estudia esa disciplina hoy, me encontraba muy nervioso ante el futuro negro que se nos/ me venía encima. En la primera escena de la novela aparece Pleonasmo Chief, un periodista de veintipocos , firmando un contrato laboral fijo, momento (irrisorio e impensable tal como están las cosas) a partir del cual se rompe la fiabilidad. En ese sentido pienso en una cita que le leí a Menéndez Salmón en un artículo: «Toda ficción es el fantasma de un deseo. Uno escribe acerca de lo que teme, de lo que ha perdido o de lo que nunca ha tenido. Pero uno escribe también acerca de cómo le gustaría que fuera la realidad que se construye a este lado del espejo, a este lado del discurso, donde no hay novelas.» Y Fresy Cool es, en cierta forma, eso.
Nunca se me ha ocurrido contar el número de dobles que hay en la novela, pero sí es cierto que es posible encontrar un buen puñado; por lo demás, el juego de binomios es un elemento básico para hacer funcionar cualquier narrativa.
¿Estoy yo en esos dobles? Naturalmente, pero el juicio estético a esto se trata de un asunto que no tiene que ver con la literatura en sí, sino con las cosmovisiones de la literatura según qué épocas. O sea. Esconder el yo es imposible. Cuando hablamos de universales antropológicos o de que tal o cuál novela habla de la «condición humana» (y esto es algo que siguen manejando las universidades y los críticos, lo que no me parece mal), en verdad decimos que la ficción habla de nosotros, de nuestros asuntos (ya sabes: amor, amistad, ambición, familia, trabajo, dinero, celos y todo lo que se te ocurra), y para eso, el autor, activa o pasivamente, ha de conocer esas mismas experiencias. ¿Y está eso mal? No. Fíjate que el ensayo (y al ensayo se le presupone una objetividad mayor que a la ficción) nace con un tipo que dice: «yo soy la materia de mi libro». Manejar las experiencias que le rodean a uno es una herramienta, y las herramientas no son buenas o malas; depende del uso. Es como la cuestión del realismo. Hoy se ha vuelto un lugar común decir: «el realismo, como estrategia narrativa, es un rollo», cuando es completamente falso. Depende de cómo lo hagas funcionar. Pero vamos, vuelvo al inicio: aquí hay narrativa fantástica y literatura más o menos biográfica.
¿En qué proporciones?
Da igual.
En realidad ni lo sé yo.

LM: Hablábamos de los distintos usos de las personas y los tiempos verbales. Sé que hay mucha gente que se va a cabrear con el uso que haces del lenguaje: venga a acuñar neologismos, venga a burlarte de la Real Academia, venga a dar por saco con las mayúsculas, con las vocales alargaaaadas, venga a poner eles donde había erres y erres donde eles. Sin embargo, a pesar de todo, quien ha leído esta novela (algunos de nuestros amigos o conocidos) piensa o pensamos que está “muy bien escrita”. Vaya locura. ¿Me explicas esto?

AJR: Bueno, la pregunta conduce a equívocos, creo que sólo dos personas han dicho algo que se asemeje a “bien escrito” (de las cinco o seis o siete que la han leído).
Pero, al caso: tal como yo entiendo la lengua, decir “esto está bien escrito” es una frase errada. Nada se escribe bien en términos absolutos, porque el lenguaje no es más que una herramienta de comunicación (vuelvo a lo de antes), un medio para expresar algo, y no un museo al que rendir culto —y entiendo que esto conecta con la posible burla a la RAE que comentas—. Algo que está bien escrito no se debe a que se componga de, por ejemplo, una adjetivación muy precisa, que puede serlo en ciertos casos; no es exactamente así.
Por ejemplo: hubo un tiempo en que me fascinaba leer dos tipos de textos: crítica gastronómica y discursos políticos. Ninguno de los dos pretende hacer piruetas con la lengua ni tiene fines estéticos, y sin embargo me parecen fascinantes. El primero porque incluye un léxico que yo desconozco por completo (si, como yo, te alimentas a base de pasta, legumbres y cuatro cosas más, leer una crítica gastronómica es entrar a un mundo paralelo: ¿de verdad existen todas esas combinaciones conceptuales, que provocan semejantes fantasías con sentidos a los que yo no suelo prestar una gran atención —texturas y sabores?). Algo parecido me pasó con las revistas de decoración: ¡dios mío, esta gente sí que sabe describir interiores! En cuanto a los discursos políticos, puedo leer un discurso de Reagan, bobo como él sólo (el discurso, no el político… ¿o...?), y tener ganas de votar rojo. Son textos sencillos pensados para unos fines muy concretos. Y pueden llegar a funcionar. Como la publicidad.
Más cosas.
Hace poco leí una reseña de Senabre al diccionario de Manuel Seco que me causó gran simpatía, precisamente porque Senabre se encuentra en las antípodas de lo que yo entiendo por lenguaje. Decía él:
La Lexicografía es una tarea delicada, y se aloja en un ámbito restringido en el que sólo tendrían que moverse los especialistas. Pero debe de ser un territorio atractivo, porque son numerosos los aficionados que, practicando el allanamiento de morada, penetran en este recinto con maneras de okupas urbanos sin conseguir otra cosa que poner patas arriba el mobiliario. Por suerte, Manuel Seco no pertenece a esa cuadrilla de lexicógrafos amateurs, y una dilatada ejecutoria avala su autoridad en estas materias.
Vale. Sé que va a sonar a agresión gratuita e innecesaria, pero no se me ocurre otra forma de explicarlo: este tipo de actitudes son propias de un tecnófilo, alguien que adora la tecnología (y la lengua es una tecnología) hasta situarla por encima de su fin último. La lengua es indomable y se construye desde abajo, y cada cual dispone de su propio idiolecto, que no es sino un reflejo de la personalidad, y cada época y cada cultura dispone de sus rasgos mediante la lengua.
Algunos ejemplos que se me ocurren ahora: el uso del inglés o del spanglish: es inevitable, entre otras cosas porque se trata de una lengua invasiva que además genera léxico más deprisa que nosotros, y sus estructuras sintácticas nos están invadiendo sin que nos demos mucha cuenta (Y ésta es una razón por la que me chifló la novela de Rita Indiana Papi: está escrita en una especie de spanglish cruzado con español caribeño, que uno lee y se pregunta todo el rato: ¿de verdad éste es mi idioma? El extrañamiento estético que provoca leída en España está muy bien). Otra: Joaquín Reyes y sus secuaces han popularizado, mediado y medioinventado unos rasgos lingüísticos que sólo parecían existir en ciertas colinas remotas de La Mancha; y para sus fines, funcionan. Eloy [Fernández Porta] ha integrado en sus sesudísimos ensayos expresiones de Chiquito: ¿Cómor?, y así ha revaluado ese idiolecto. A Baudelaire llegaron a echarle en cara la integración de palabras impropias del registro poético como —atención: agarraos los machos— ¡quinqué! ¡Quinqué…! Hace poco estaba con Ana Pareja corrigiendo la traducción de Memphis Underground, y salió una frase que debía ser algo así como: «Dame el jodido… lo que fuese», y ella debió decir algo así como: «¿esto no suena a doblaje malo de película de acción de sobremesa?», y yo debí encogerme de hombros y decir: sí, pero es una mala traducción tal vez ya admitida, o al menos yo estoy todo el tiempo diciendo: «pásame (palabrota que corresponda)… lo que sea». Las novelas del Siglo de Oro español están llenas de gente que se corre, en el sentido de avergonzar; un uso aún admitido hoy (por el DRAE) pero al que nadie en su sano juicio, a no ser que quisiera hacer la joda de turno, recurriría.
Por lo que sí.
Si un tecnófilo del lenguaje lee Fresy Cool, lo más probable es que se corra.
Es lo que tiene la lengua.
Pero la cuestión aquí es: imitar el habla de un adolescente adicto a los videojuegos con el cerebro derretido no es mejor o peor que imitar el uso del español —presuntamente castizo— que hace un, qué sé yo, Cela, o Umbral. A mí me interesan ambos. Según qué cosas. De hecho en algún momento se me ocurre imitar a estos últimos. Me gustan mucho.

LM: Antes de abordar otros temas relacionados con los personajes, trama o influencias te voy a pedir que respondas a dos cosas clave (¿cuánto nos apostamos a que estas son las preguntas que más te van a hacer a partir de ahora?). Primera: ¿qué coño quiere decir ese título? Y segunda: ¿por qué la novela está dividida en dos partes? Y a raíz de esta segunda pregunta, añadiré otras dos dudas personales. ¿Fresy cool es una novela realmente? Porque también podríamos decir que es un libro de relatos largos… ¿no? Y para cerrar esta cuestión. La caja de texto es pequeña y apretá y además Fresy cuenta con unas 350 páginas… y eso es mucho, sí, sobre todo en un panorama en donde parece que nuestros autores no pueden escribir más de 200. Durante todo el libro pareces obsesionado –Pleonasmo parece obsesionado- con las novelas de más de 1000 páginas. ¿Por qué no has esperado a escribir el novelón que tanto deseas? ¿O acaso estás trabajando ahora en ello? ¿Cuántas veces al día te repites ¡Saca La broma infinita que hay en ti!?

AJR: Sobre el significado del título: Fresy cool es lenguaje vacío, una palabra comodín, sirve para lo que tú quieras que sirva —como movida, como random stuff, como dada; da igual. Estas expresiones es una cosa bastante adolescente, recurrir a una palabra sin sentido que conscientemente tú quieres que ocupe un buen porcentaje del léxico que usas. Aparte, la expresión se la inventa la coprotagonista, y también es una especie de versión white afro, afroblanca, de «real good sh*it».
Sobre por qué me alargué tanto, si es que puede considerarse una novela larga, hay dos razones.
La primera me la dijo, sin haber leído la novela, mi director de tesina, Fernando Ángel Moreno (que además es el mejor profesor que he tenido en la universidad: pilladlo si podéis). Si mal no recuerdo, yo le intentaba convencer de que las modas son positivas para la literatura y la cultura porque reflejan su buen estado de salud (vale: esto hoy suena fatal, pero resulta que gente como Balzac ya eran muy consciente de ello). El caso es que en algún momento de la conversación le dije que veía mi novela como un parque temático de estilos, donde igual había improvisación o pura trama o fragmentos o fantasía o ensayo o ficción gótica… lo que fuese, y entonces él debió decirme algo así como: «vaya, tienes tanto miedo/ respeto/ interés por las modas que has tenido que parapetarte contra ellas de esa manera». Estoy de acuerdo con ello. Ese parque temático estilístico necesitaba de cierto espacio.
La otra explicación es que efectivamente buena parte de mi educación lectora se debe a novelas de cierto tamaño. Esto es absolutamente incoherente con nuestro tiempo. De hecho acabo de comprar un kindle, y el novelón no es el mejor formato para el mismo. Pero que le den a los lectores, yo he venido aquí a pasármelo bien, es una frase que me gusta ver entre líneas decir a un autor cuando cojo uno de esos tomos. Me gusta la gente que escribe contra el lector y los libros que no te puedes terminar de un golpe, y que, abandonados a medias, te miran diariamente desde el anaquel como diciendo: yo pude contigo, loser. Me gusta esa sensación de derrota ante el libro.
Luego. La novela está dividida en dos partes porque la primera es un viaje hacia el interior del protagonista, mientras que en la segunda se habla de los protagonistas a partir de la gente que los rodea. Ambas versiones de los acontecimientos fallan al ser contrastadas, lo que lleva a plantearse que alguna parte implicada miente. Aparte, también hay una explicación de carácter religioso (metempsicosis y tal) sobre el cambio de atmósferas que hay entre la primera y la segunda parte, pero desarrollarla aquí sería soltar spoilers. Dejémoslo así, de momento.

12 enero 2012

Conversación marital alrededor de Fresy Cool: segunda parte.


LM: Vale, vamos a divertirnos un poco. Te voy a decir una serie de nombres o situaciones y tú me vas a contar qué tienen que ver con tu novela y por qué, ¿preparado(s)?

AJR:
-Javier Calvo: Bueno, es el mejor narrador español nacido en los setenta, con la trayectoria más solida del panorama. Hay algún guiño a Corona de flores por ahí.

-Looptroop: El mejor grupo de rap en Europa. Suelen sonar aquí. .

-Luna Miguel: Si la narratología situase alguna instancia por encima del autor, en el caso de Fresy Coolsería ella. Ya tú sabes.

-David Foster Wallace: Sólo hay dos cosas que me interesa tomar de él como narrador: su virtusiosismo estilístico y la psicología de sus personajes. Aunque bueno, estas son sus mayores virtudes, así que sí, en cierta forma es importante.

-The Secret Society: La mejor banda de Madrid. Grande Pepo.

-Instituto: “La peña de la clase entonces se reía de mí, y ahora yo vivo, y ellos tienen que sobrevivir, con un jefe, un curro y horarios fool, yo duermo hasta que se me hincha la cara como a Hulk; esta es la mierda, observa: mi estilo es underground pero más publico que Clinton y su asunto con la yerba”, Toteking. Era broma.

-Depeche Mode: Personal Jesus es un motivo importante en la novela.

-Esperanza Aguirre: Partido Pop.

-Popy Blasco: El blog más divertido para estar al tanto de lo que pasa en Madrizentro. Muchas veces, escribiendo con la intención de captar el Madrid de época pensaba en su bitácora como la principal competencia.

-Zombie Kids: Una institución cultural.

-Barthes: relación de amor odio. Pero los Fragmentos del discurso amoroso fueron una piedra fundacional de la novela.

-Los anónimos de un blog: Me encantan los trolls. Su discurso está muy presente en ambas partes de la novela. Estoy de su parte. A mi manera, claro.

-Jersey de cuello vuelto: el uniforme del hombre de letras. El grado cero de la indumentaria intelectual. No puede faltar en el armario de ningún lector versado.

-Monogamia: Activista pro.


LM: Fresy cool trata muchos temas, pero hay dos que me llaman especialmente la atención dadas las circunstancias sociales actuales. Son los temas de política y religión. Hay algo premonitorio en tus palabras, incluso, pues a pesar de estar escrita hace más de un año tu novela ya presentaba un apocalíptico escenario político centrado sobre todo en Madrizentro. Estudiantes que se manifiestan (me los imagino ahora en Juventud sin futuro), presidentas corruptas (la política de chchs secos que se vierte sobre nuestra capital), e incluso Dios, paseándose extraño ante nuestros ojos incrédulos. Háblanos de todo esto. Dinos en qué se basa tu compromiso.
AJR: Religión. Soy un agnóstico con ciertas inclinaciones creyentes cartesianas/ unamunianas, aunque no rinda culto a ninguna religión. Mismamente, la crítica literaria, la hermenéutica, es una actualización de la interpretación de textos sagrados, y el acto de lectura me recuerda a cualquier grupo de feligreses reuniéndose para comentar textos sagrados. Hablar de libros exige cierto depósito de fe. Los lectores de ficción estamos todo el tiempo hablando de personajes y hechos intangibles, pero existentes, reales; el absurdo de esta situación puede llevar al mismo desconcierto con que un ateo atiende a las costumbres del creyente. ¡Pero si Dios no existe! Bueno, tampoco la ficción, y ahí seguimos rindiendo culto a la literatura. Al mismo tiempo, la ficción y la interpretación literaria sirven para otorgar cierto sentido a nuestras vidas, como la religión. Por todo esto me parece una actualización contemporánea de la fe, y en cierto modo es una postura que quise verter en la segunda parte del libro a partir de ciertas configuraciones narratológicas. Ya, ya me imagino las caras de horror de los lectores ante estas declaraciones, pero es en lo que creo…

Política. Efectivamente, ha sido una mala casualidad que ese Madrizentro regido por el Partido Pop y rancias lideresas políticas que aparece en la novela se haya hecho aún más realidad; ojala no hubiese sido así. De todos modos, y sin perder de vista que ante todo Fresy Cool es una sátira del hombre de letras, en esa segunda parte de la novela, que es donde más se atilda la presencia de la política, una pregunta más o menos constante es la importancia de salvar a la orquesta si el Titanic se hunde, es decir, qué papel ha de jugar la cultura en una ciudad distópica donde la empresa privada ha fagocitado la universidad, y si realmente es ético preocuparse por ello. En la primera parte, en cambio, la absoluta ausencia de interés hacia la política la representa Pleonasmo Chief, un consumidor cultural obsesivo que se jacta de su ética al actuar siguiendo cierto imperativo categórico (“si todo el mundo se comportase como yo, el mundo iría estupendamente”). Con el tiempo hemos comprobado que tal actitud no funcionaba…

LM: Esta visión apocalíptica de Madrizentro ya la mostramos juntos en Exhumación (de hecho, una duda que no sé si podrás responderme es por qué Exhumación no forma parte de este libro, si tanto tiene que ver, ¿o no lo tiene?), pero a lo que iba, esta visión apocalíptica se encuentra sobre todo en la segunda parte de la novela, una parte en la que también abundan las drogas, no sólo como tema, también como “voluntad”, quiero decir, en ocasiones uno puede pensar que ciertas imágenes sólo han podido ser descritas por alguien que escribió colocado de cualquier cosa tan explosiva como un tazón repleto de café y Coca Cola con Red Bull. ¿A cuántas pulsaciones escribe Antonio J. Rodríguez? ¿Qué clase de música infernal escucha Antonio J. Rodríguez? ¿Cuántas veces hace el amor Antonio J. Rodríguez, con las pupilas dilatadas por los excitantes, después de una jornada de escritura? ¿Y cuánto tiene que ver esto en ese mundo fantástico, casi de ciencia ficción que parece ser mostrado poco a poco en Fresy cool?

AJR: Si alguien cree que ésta es otra novela à la Bret Ellis con jóvenes ultraenrollados que se drogan mucho, se equivoca. O al menos las drogas suelen aparecer ligadas a discursos bastante patéticos y penosos por parte de los personajes que hablan de ellas. Hace poco estuve dándole muchas vueltas sobre su presencia en nuestro tiempo a partir de un comentario de Koestler en sus Reflexiones sobre la pena de muerte, cuando habla del Caso M'Naghten. Es en 1843 cuando se dice aquello de que: «todo hombre que se presume sano y además posee un grado suficiente de razón, es responsable de sus crímenes, hasta demostrar lo contrario; y que para establecer una defensa, se debía demostrar claramente que, en el momento del delito, el acusado era afectado por un defecto de la razón, enfermedad de la mente, que no le permitía conocer la naturaleza y la calidad del delito que estaba haciendo, o, si lo sabía, que él no sabía que lo que estaba haciendo, estaba mal». Si a mitad del XIX la locura ya puede eximir de responsabilidades, en nuestro tiempo se me ocurre que gran parte de la gente que conozco, o toma drogas, o han tomado drogas, o toman medicamentos recetados por algún psiquiatra, o los han tomado. O sea, a menudo vivimos rodeados de individuos que parecen robots químicos antes que personas. Algo tenemos que estar haciendo mal para haber acabado así, ¿no?
Y sí, suelo escribir con cafeína. Casi siempre escribo por las noches, después de cenar, ya sin muchas fuerzas, y esa es la única manera de poder mantenerme hasta pasada la medianoche. Y así me va, amaneciendo hecho basura cada dos por tres… No mola.

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