sábado, 17 de diciembre de 2011

Contra toda forma de reificacion

Política de la percepción



Por Daniel Link para Perfil




Como me considero experto en temas de imaginación e imaginario (la iconografía de San Sebastián y las sirenas, en particular, pero por plata no me niego a nada), me llueven pedidos de asesoramiento. Por ejemplo, ahora, sobre la “autopercepción” del propio género: ¿es una noción legítima? Por supuesto, por eso escribí “me considero experto” y no “soy experto”.

Unos diputados salteños me convocan para ajustar sus reparos sobre la Ley de Identidad de Género a los últimos gritos de la teoría. “Somos católicos”, me dicen. “Momento”, los detengo: ustedes se autoperciben como católicos, y de inmediato les doy una lenta lección (me pagan por hora) sobre el tiempo mesiánico y el universalismo paulino que los sume en la confusión más absoluta. Lo único que ellos querían saber es si la autopercepción es estable o puede variar con el tiempo y yo, como les señalo que lo único que importa (sintoísta como me autopercibo, la noción de Único me subleva) es la potencia y la posibilidad de vida, que hay que sostener contra toda forma de reificación, los abandono en una calesita de identificaciones espasmódicas que gira cada vez más rápido y de la que, tal vez, no puedan bajarse nunca.

“Pero la ciencia”, protestan, “los cromosomas”... Corto de raíz esos argumentos mal planteados: si ustedes se autoperciben como católicos, les digo, no me vengan con huevadas cientificistas. La ciencia no define la vida. La vida se define en otra parte, en sede ética.

“Además”, chicaneo, “¿ustedes no son peronistas?”. “Sí, claro”, contestan. ¡Error, error! (elevo mis brazos al cielo): ustedes se autoperciben como peronistas, pero no lo son, porque el ser, en este brete, no tiene participación alguna. De lo que se trata es de una forma de existencia. Y esa forma de existencia se inscribe en el juego de la imaginación (a los peronistas, que siempre están acusando a la corriente interna adversa de falaz, desviada, inauténtica, es muy fácil entusiasmarlos al respecto). ¿Moyano o Cristina? Autopercepción. ¿Chiche o Mariotto? Autopercepción.
Una vez, un taxista me recriminó que hubiera cambiado de simpatía futbolística. ¡Autopercepción!, le gritaría ahora (recapitulo, mientras hago la cola para cobrar el cheque salteño).

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