jueves, 22 de diciembre de 2011

Como una buena madre

La realista desconfiada

COMO UNA BUENA MADRE
Ana María Shua
Sudamericana
Buenos Aires, 2001
204 págs. $ 15

POR GUILLERMO SACCOMANNO

La obra prolífica y variada de Ana María Shua (1951) puede dividirse en varios bloques. El primero (lo que va desde Los días de pesca, su primer libro de cuentos, hasta La muerte como efecto secundario, su novela más reciente) podría considerarse un bloque de novelas y cuentos que se arriesgan en los límites del realismo sin confiar demasiado en la noción rígida de género. Un segundo bloque lo comprenden los textos de La sueñera, que se prolongan en Casa de geishas y Botánica del caos, cuya base está en las narraciones realistas, pero ahora filtradas a través del poder de los sueños, revelando miedos y frustraciones conocidos a través de una prosa que se resiste al naturalismo, urdiendo un tono en el que lo narrativo se articula con lo poético. Un tercer bloque incluye necesariamente varios libros de cuentos infantiles. El cuarto responde a su labor de antóloga de diversos géneros de diversas procedencias. Lejos de ser compartimentos estancos, estos bloques tienen vasos comunicantes que explican la búsqueda permanente de Shua en el arte de narrar.
Comprender la literatura como entretenimiento, toda una función, no excluye la no menos trascendente de atacar la realidad desde otras perspectivas de escritura, formulando interrogantes siempre intranquilizadores. Desde ese canon y desde esa supuesta literatura marginal y menor, para chicos, con la misma pasión y disciplina, Shua aborda la supuesta literatura para adultos. Y viceversa. Porque la función del entretenimiento, la confianza en la acción, en los sucesos, proveniente de la cultura de masas, además de plantearse como una forma política de comprender lo narrativo, constituye en Shua una clave. No cabe duda, a esta altura, que lo narrativo en Shua es antagónico de la lentitud.
Correspondiente al primer bloque de su producción, ese sector que experimenta con las posibilidades nunca del todo agotadas del realismo, su última colección de relatos, Como una buena madre, contiene cuentos de distintas épocas, desde los setenta hasta el presente, ofreciendo un muestrario de sus obsesiones. Acá se encuentran algunos ejemplos de su eficacia para entrarle sin anestesia a los sentimientos, como en “Los días de pesca”, uno de sus primeros cuentos publicados.
Con guiños a veces cómplices y otras impiadosos, Shua fue cincelando la observación de lo cotidiano a lo largo de sus cuentos con parejas, familias, chicos, integrantes todos de una fauna mediopelo, su blanco favorito. Hay una presencia que se advierte sutil en la prosa cuentística de Shua: Cortázar, proponiendo el registro minucioso de lo cotidiano como condición inexorable para la irrupción de lo maravilloso. Cumpliendo con este requisito, “Como una buena madre”, esa mujer acorralada por sus chicos, protegiéndose a golpes de sus ataques, es un cuento tan irónico como sombrío. Otro prodigio de combinación del terror con el kitsch de clase media es “Auténticos zombies antillanos”, en el que una familia turista en Miami incurre en todos los tics previsibles mientras el nene se adentra en el mal.
“La columna vertebral” es quizá uno de los momentos más altos del conjunto. Una kinesióloga y un traumatólogo argentinos y veteranos seencuentran en un congreso universitario en Estados Unidos. Ambos compartieron una militancia en el pasado. Ambos fueron alguna vez Virulana y el Pampa. Ambos tuvieron un allegado común, el Tano. Los efectos de los años negros de la última dictadura se proyectan en el encuentro de los amantes que prefieren, cada uno a su manera, enterrar ese pasado y regresar a casa: él, el doctor Alejandro Mallet, a Louisville, Kentucky; ella, la kinesióloga Stella Maris Dossi, al país. Que el relato se titule “La columna vertebral” empuja a pensar, como signo, no tanto en el cuerpo humano visto desde la traumatología sino, en todo caso, en la “columna vertebral” metaforizando el cuerpo social, remembranza del movimiento peronista. Cargado de tensión, crispando el intimismo y recortándolo en ese fondo social luctuoso, el cuento de Shua se cierra con una reflexión de su protagonista, exitosa deportóloga, “que solía oponerse como regla general a las soluciones quirúrgicas que quitaban y reemplazaban y fijaban, convirtiendo en una estructura rígida la móvil columna vertebral”: “Entendió por primera vez la extrema necesidad de amortiguar con material esponjoso el contacto con las vértebras dañadas, la urgencia enorme de atarlas con alambre de platino para mantenerlas pegadas, quietas, inmóviles, como muertas, sin movimiento, sin dolor”. Relato de terror, pero ahora ya no referenciado en el juego de experimentación de género sino en ese otro terror concreto, histórico, político y social, fechado en la realidad traumática después del último golpe.

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