miércoles, 12 de octubre de 2011

Si una va montada en cicatrices



Escuela de pupilos para indios. Los escapados.





Louise Erdrich





A casa, es adonde vamos cuando dormimos.

Los furgones que se bambolean hacia el norte en sueños repetidos

no nos esperan. Nos subimos en marcha.

Las vías, viejas lesiones que amamos,

atraviesan la cara, paralelas, y terminan

justo bajo Turtle Mountains. Si uno va montado en cicatrices

no puede perderse. Cruzan por casa, siempre.



El guardia rengo prende un fósforo y hace menos tolerante

la oscuridad. Miramos a través de hendijas en las tablas

mientras la tierra empieza a rodar, a rodar hasta que duele

estar aquí, con frío, en ropa reglamentaria.

Sabemos que el comisario nos espera a mitad de camino

para llevarnos de vuelta. Su auto es cálido y callado.

La autopista no nos hamaca, zumba despacio

como un pasillo de insultos largos. Las marcas gastadas

de antiguos castigos llevan de ida y de vuelta.



Todos los fugitivos llevan vestidos, vestidos largos, verdes,


del color que uno creería que tiene la vergüenza. Fregamos


las veredas porque es un trabajo vergonzoso.

Nuestros cepillos cortan la piedra en arcos húmedos

y en lo empapado, tiemblan claros débiles bosquejos

por un momento, cosas que nosotros, los chicos, apretábamos contra la cara

oscura antes de que se endureciera, pálida, recordando

viejas heridas delicadas, las espinas de nombres y despedidas.



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