miércoles, 7 de septiembre de 2011

Gordimer, Coetzee, Casas, Aira

RELATOS NARRADOS A LA LUZ DE UN FOGÓN

¿Cuántas veces hemos llegado a leer a un autor que nos termina deslumbrando a través de los textos de otro autor? En esta ocasión, es el escritor y poeta argentino el que desemboca en un relato y una novela de la sudafricana Nadine Gordimer, a través de los ensayos de Coetzee. “Como un buen árbitro de fútbol, Coetzee trata de pasar inadvertido. No se antepone al autor que estudia. No lo fuerza, no le inventa una hermenéutica que sólo él conoce”, escribe Casas en este ensayo.

Por Fabián Casas (para Perfil).

jm coetzeeSiempre me llamó la atención el prólogo que escribió César Aira cuando se publicó en 1988 en España, por Ediciones del Serbal, gran parte de la obra narrativa de Osvaldo Lamborghini. El prólogo de Aira es sintomático porque siempre me pareció demasiado bueno para la obra que presentaba. Leyéndolo, uno tenía ganas de leer más Aira y cuando finalmente se entraba en los textos de Lamborghini había un anticlimax. Me acuerdo de un programa de televisión que se llamaba Todo x 2 pesos. Era humorístico y la gente solía contar los chistes que ahí se hacían durante toda la semana. A mí me pasaba que siempre el programa me resultaba mejor cuando te lo contaban que cuando finalmente lo veías. Salvo con la excepción de La causa justa, la mayoría de los relatos del menor de los Lamborghini me parecían envejecidos en la retórica psicoanalítica en boga durante los años en que se escribieron.

Recuerdo ahora la parafernalia en torno del término “máquina” utilizado por Deleuze y Guattari en su Antiedipo. Lo recuerdo porque hace poco me crucé a dos albañiles que salían de una obra gritándose, mientras se despedían: “¡Chau, máquina!”, “¡Nos vemos mañana, máquina!”. ¡En un solo segundo todo el Antiedipo pulverizado por el lenguaje vital de dos muchachos! César Aira es un escritor que fagocita a sus antecesores. El ensayo que le dedica a Copi es mil veces mejor que cualquier obra de Copi. El de Alejandra Pizarnik parece escrito directamente sobre otra autora. De manera que Aira crea autores que después no están a la altura de sus prólogos, se vuelve un prologuicida.

Un caso diferente es el de J.M. Coetzee. De él leí dos libros de ensayos que están traducidos al español. Uno se llama Costas extrañas y está publicado por Debate y el otro se llama Mecanismos internos y está editado por Mondadori. Estos libros tienen ensayos sobre Musil, Borges, Rilke, Clauss, Faulkner, Schultz, etc. La mayoría de los trabajos de Coetzee no parecen escritos para “ensayar”, para dar rienda suelta a hipótesis sobre un autor, sino para recomendar, ocasionalmente y depende el encargo, la lectura de una buena novela o un buen libro de poemas. Son dos libros no muy grandes pero terminan siendo interminables porque uno inmediatamente sale a la búsqueda de los autores que Coetzee recomienda. Como un buen árbitro de fútbol, Coetzee trata de pasar inadvertido. No se antepone al autor que estudia. No lo fuerza, no le inventa una hermenéutica que sólo él conoce. Es raro, a veces uno lee que el sudafricano –por ejemplo– nos va relatando una novela, paso a paso, como si la contara a la luz del fogón. Parece que no mete ninguna idea, pero sin duda la forma de contarla lleva implícita una conjetura. De vez en cuando, adereza el relato con datos biográficos y comparaciones de lectura. Es decir, convierte el libro en un libro de pasajes. Entramos por Walter Benjamin y de golpe estamos en el la burbuja hermética de Paul Celan. O vamos a Memoria de mis putas tristes de García Márquez para recaer en La casa de las bellas durmientes de Kawabata.

Ahora me gustaría contar las consecuencias de una búsqueda que realicé a través de las recomendaciones del escritor sudafricano. Coetzee tiene una relación de rivalidad sana –para decirlo de alguna manera– con su compatriota Nadine Gordimer. En los libros de ensayos hay dos textos que orbitan a Gordimer. En Costas extrañas el trabajo se titula “Turgueniev y Gordimer” y en Mecanismos internos el título es, simplemente, “Nadine Gordimer”.

En el primero, Coetzee está preocupado por cómo Gordimer utiliza a Turgueniev –en una conferencia– para ejemplificar lo difícil que resulta ser un escritor sudafricano siempre tensionado entre la cultura blanca y la cultura negra. Turgueniev, con Padres e hijos, explica Gordimer y subraya Coetzee, se debía, como artista, a la verdad: “Solamente aquellos que no pueden lograr algo de un modo mejor se someten a un tema determinado; es decir, establecido, o llevan a cabo un programa”, escribió el ruso.

Una página más tarde, Coetzee reflexiona sobre Gordimer de esta manera: “A lo largo de su carrera, Gordimer se ha mantenido fiel a la creencia de que el artista posee una vocación especial, un talento que lo mataría si lo mantuviese oculto, y que con su arte manifiesta una verdad que trasciende la verdad de la historia. Aunque esta idea está cada vez más trasnochada, Gordimer se ha mantenido obstinadamente fiel a ella, lo cual la honra. No obstante, al mismo tiempo, a ella le interesa dar a su obra una justificación social y así apoyar su pretensión de ocupar un lugar en la historia”. Sobre el final de este ensayo, Coetzee dice que Gordimer fracasa a la hora de encontrar respuestas a estas tensiones. Pero más allá de la conclusión, el trabajo demuestra un gran respeto crítico por su compatriota.

En Mecanismos internos, Coetzee vuelve sobre Gordimer. Esta vez cita un relato y una novela. El relato se llama “Es destino de algunos…” y la novela El encuentro. Este es el comienzo del ensayo: “En un relato de Nadine Gordimer que data de la década de 1980, una pareja británica de clase trabajadora le alquila una habitación a un joven tranquilo y estudioso de Oriente Próximo. El mantiene relaciones íntimas con la hija de la pareja, la embaraza y le propone matrimonio. Los padres dan su consentimiento, con reservas. Sin embargo, el inquilino les anuncia que, antes de poder casarse con la muchacha, ella debe viajar sola al país de él para conocer a su familia. Cuando se despide de ella en el aeropuerto, le mete explosivos en la valija. El avión estalla: mueren todos los pasajeros, incluyendo a su engañada novia y al hijo que lleva en el vientre”.

Lo que le llama la atención a Coetzee es que una década más tarde, Gordimer escribe una novela –El encuentro– con un motivo similar, pero esta vez la autora se decide a bucear en los personajes de manera más inquietante. En este caso Julia Summers, una sudafricana blanca y adinerada, se enamora de un mecánico árabe que está ilegal en Ciudad del Cabo. Cuando las autoridades de migraciones lo descubren y lo expulsan, ella decide casarse con él y viajar juntos al país del joven. Ya en ese país extraño, rodeada de los familiares del árabe, ella trata de asimilar las costumbres del lugar y ubicarse en una nueva geografía. Escribe Coetzee, relatando la novela de Gordimer: “A unas pocas manzanas del hogar de la familia empieza el desierto. Julie adopta la costumbre de levantarse antes del amanecer y sentarse al borde del desierto, permitiendo que el desierto entre en ella”.

Este párrafo fantástico escrito por Coetzee me decidió a buscar con pasión el libro de Gordimer –de la misma manera en que un gesto de una persona puede hacer que te enamores de ella. No sólo busqué la novela, sino también el relato. El cuento está publicado por Norma en un libro que se llama El salto y la novela por Ediciones B. Al libro de Norma lo conseguí en El Banquete, una librería de viejos de la avenida Cabildo, y a la novela en otra librería de viejos, pero esta vez de Barcelona, en la calle Jaume.

De manera que leí la novela y también el cuento. En el relato, los personajes parecen estar sujetos a una trama previa. Uno puede imaginarse a Gordimer trazando el esquema: chica conoce a chico, se enamoran, la embaraza y le pone los explosivos para que mueran ella, el embrión y el avión. Es un relato sobre los atentados suicidas y la autora no parece opinar nada sobre lo que sucede. Simplemente cuenta. No queda claro, y no parece importarle a la narradora cómo hace el árabe para que los explosivos estallen. Sólo quiere ir al grano, al suceso.

En la novela, en cambio, Gordimer decide poner en riesgo su escritura. La novela es lenta, descriptiva y muy intensa. Cada pequeño capítulo parece abarcar semanas de lectura. Doris Lessing dice que si uno le da al tiempo su verdadero peso fenoménico, entonces a los diez años ya ha transcurrido gran parte de nuestra vida. Esta sensación se tiene cuando leemos El encuentro. Es un tramo corto del cruce de dos vidas, pero parece pasar ante nuestros ojos toda la historia de conflictos entre la cultura oriental y occidental.

Por otro lado, habiendo leído en espejo los dos textos, no sólo vemos cómo la autora mueve a sus personajes, sino también la ordalía de avanzar en un relato más peligroso y cautivante. Tengo una historia, pero no es suficiente. Me pierdo en la historia, empiezo, en parte, a ser escrito por ella, y acepto el destino de la narración que puede, a veces, no llegar a buen puerto. Es más, puede ser que el lector que tengo asignado por la providencia no vaya a nacer en el tiempo que me toque vivir. Esto, que a muchos les puede parecer terrible, es liberador. Uno de los grandes peligros en que puede caer un escritor, parece decir Coetzee y poner a prueba Gordimer, no es sólo repetirse, sino encontrar un lugar de confort. Y el confort, nosotros sabemos, debilita.


Tomado de http://filba.org.ar/fundacionblog/2011/07/19/relatos-narrados-a-la-luz-de-un-fogon/#more-511

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