jueves, 11 de agosto de 2011

Proposiciones (anacrónicas, excéntricas) de verdad


Pastoral


Por Daniel Link



Cada mañana, salgo a ver el daño que han hecho las bestias. Leo los diarios y, al mismo tiempo, voy eliminando comentarios viles que me han enviado a propósito de algún fragmento de discurso que publiqué en estas páginas, de una ignorancia que aterraría a personas menos consagradas a la pedagogía que yo mismo.
Publico otros, los menos destructivos (de si) o los que, por sus retorcidos argumentos, algo dicen sobre el estado de la imaginación política argentina, porque me parece que, en definitiva, también de las animaladas se aprende.
Yo no "soy de izquierda" porque, como escribí alguna vez, me parece que el ser se escurrió hace tiempo por la cloaca heideggeriana. Como decía Manuel Puig, sin embargo, me gusta la izquierda. Y con esto me refiero a una configuración de discurso, ciertas hipótesis de análisis histórico, una persistencia monomaníaca en ciertos temas que la clase media, en particular la que confía en las palabras bonitas precisamente robadas a la izquierda, pero que no se transformarán nunca (no hay programa para ello) en políticas concretas en relación con lo viviente.
Sé que no puedo explayarme demasiado en estos temas porque alguien vendrá a decirme, ¡precisamente!, "te falta síntesis dialéctica, como dirían los paquidermos" que te gustan.
Leído al pie de la letra, ese enunciado de animal, que confunde "síntesis dialéctica" con "vayamos redondeando" (pueden buscarlo el 08.08.11: no pretenderán que, encima, desbroce el camino para las bestias), desprecia la forma-de-vida paquidérmica y, por extensión, toda forma-de-vida. Aboga en favor de la extinción y el fundamento (fascista) de esa abogacía es el deseo del discurso único, de un corte radical con el pasado (la mistificación histórica, la heroificación de los ladrones) y de la proliferación de ese enunciado macro-kirchnerista cuya pretendidas belleza contrasta con la realidad (sí, la realidad: un sello de clausura sobre todas las puertas del deseo): "juntos, vamos bien".
Que aquí y allá estén matando gente (aniquilando la posibilidad de lo viviente) para imponer ese enuncido totalitario no parece perturbarlos demasiado. Y eso, que ni los más lúcidos interlocutores del "modelo" (¿pero cuál, cuál?) puede dejar de reconocer, asusta.
Yo, como todo el mundo, puedo criticar el discurso de izquierda, puedo impugnar algunas de sus premisas, puedo no adherir masivamente a sus deducciones (la izquierda no me pide tanto). Lo que me resulta sorprendente (hasta la nausea, hasta la pena) es la masividad con la cual se pretende el silenciamiento de ese discurso cuyo rasgo más molesto parecería ser el iluminismo intransigente.
Un becario del conicet (quiero decir: alguien que se beneficia del reparto de las prebendas estatales y que, por eso mismo, debería ser extremadamente cuidadoso con sus dichos y, mucho más, con sus lecturas, porque para eso se le paga) se queja de que la izquierda explica "cómo son las cosas, desde ese lugar de esclarecimiento definitivo". Como esa izquierda que "hace años que viene dando cátedra" ha conseguido sobrevivir a sus propias contradicciones, el prebendario ironiza: "están llenos de catedráticos": "Parece que nunca hubieran dejado de tener razón, desde el siglo XIX".
¿Parece? ¿Parece que...? ¿Es que hay acaso otra razón fuera del discurso de la izquierda? ¿Dónde? ¿En Heidegger? ¿Es que los libros que obligamos a leer a los niños, Capitalismo y esquizofrenia o Estancias, y aquellos en los que no tenemos tiempo de detenernos, pero que nos gustan un poco (Imperio, Vigilar y castigar) han podido prescindir de los análisis de la forma-mercancía, tan decimonónicos como los vampiros y los monstruos urdidos en la fragua de los doctores Frankenstein?
¿Es que la izquierda se equivoca al impugnar el capitalismo porque, como las luminarias más agudas de la filosofía contemporánea no se cansan de señalar, "el comunismo fracasó porque la gente quería consumir"? ¿Es que la izquierda debería sumarse con algarabía al festival de consumo en cuotas, sin discusión?
¿De eso se trata? ¿Del cansancio en relación con ciertas proposiciones que de tan verdaderas ya no habría que volver a repetir (la tierra, becarios del conicet, no es plana, ni tampoco esférica: es una piedra lanzada a través del espacio)?
¿Y qué "estrategia comunicativa" (salvo la pedagogía, salvo el iluminismo) se podría sostener en un mundo dominado por las bestias? Sí, la izquierda reconoce un instaurador de discursividad, y diseña respecto de ese reconocimiento su "estrategia comunicativa" (¡¡dentro de poco se atreverán a pedirle a la izquierda marketing, como ciertas amas de casa de la zona de San Telmo, que parece ser el devenir universal de las conciencias políticas argentinas!!).
En algún diario que me sometió a una encuesta, hace muchos meses, declaré que si la Sra. Fernández necesitara de mi voto, lo tendría. Me retracto (las personas que gustamos de la izquierda somos capaces de reconocer nuestros errores) y ahora digo que volveré a votar a la izquierda, como siempre lo hice, y esta vez lo haré con el convencimiento añadido de que ese voto se fundamenta en la bestialización creciente del mundo, en la indiferencia cerril a lo que muere (porque el Estado interviene matando), en el miedo que me da que el discurso de izquierda, con el que puedo sostener amables discusiones a partir de un fundamento común, desaparezca arrastrado por el totalitarismo del que mis más fieles comentadores han venido a dar muestras.
¿Quieren discurso único, bestias? Pues bien: atrévanse a decirlo. Digan que están hartos de someter sus malas conciencias a proposiciones (anacrónicas, excéntricas) de verdad. Vuélvanse lo que en el fondo saben que son, y salgan a matar lo que vive todavía.

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