jueves, 28 de abril de 2011

Las vidas de las mujeres están llenas de pavadas

DECÁLOGO DE PAVADAS
El respeto a los derechos humanos de las mujeres, una revolución que recién empieza.

P atrIcIa k olesnIcoV

No digan que no les advertí: soy una idiota. Susceptible. No tengo sentido del humor. No entiendo lo que es un chiste o un piropo. El sexo: no entiendo lo que es sexo. No entiendo nada y veo agresión. Agresión machista, veo, qué antigüedad. Veo, qué paranoia, una Doble Nelson. O acepto, como un dato de la naturaleza, que manejo mal, que hablo mucho, que soy más emocional que racional o soy idiota, no tengo sentido del humor. Pavadas. Las vidas de las mujeres están llenas de pavadas. Pavada mi amiga, que dice que mejor compre el auto con vidrios polarizados. Así te putean menos, dice. Pavadas. Pavada la de mi compañera de trabajo que ya parece el bolero, de tanto preguntarse cómo, cuándo, dónde apareció el muchachito de turno para saltearla y ser él, el jefe. Pavadas. Pavada la de la amiga de mi hijo, violada a los quince. La otra, violada a los diecisiete. La amiga de mi hija, violada... No sé la edad. La vida sigue. Pavadas. Pavada la hermana de mi hermana, con un ojo morado huyendo del que la ama hasta la muerte (de ella). Es alta, tiene las manos duras del trabajo físico. Pero no lo enfrentó, vino a esconderse. Pavadas. Pavada la que se enoja porque en la tele le quieren vender yogur para ir al baño (¡la mandan a cagar!). O detergente. O cosas para que sea una buena madre. Enojo por esas cosas. Pavadas. Pavada la de la chiquita que me llama porque está embarazada. Sabe que hay pastillas para abortar. Sabe que él (el amor) la mira con ojos de terror. Todo se arregla, querida, en la complicidad de la clase media. No te angusties: son pavadas. La única gran revolución de la modernidad –dice la

Filósofa Agnes Heller– es la de las mujeres. Habla de una transformación de la vida cotidiana. De romper con las tradiciones. Demasiado optimista, Heller: si existe, esa revolución recién empieza y a la contra ya no le alcanza el betún para pintarse de cara. Los derechos humanos de las mujeres dan dolor de conciencia. La distribución de anticonceptivos (derecho a la sexualidad) y el derecho al aborto dan dolor de conciencia. No lo dan las que mueren por haber intentado un aborto. Sacar a un golpeador de la casa da dolor moral: ¿Qué es una familia sin un padre? ¿Quiere dejar a sus hijos sin padre? Usted no los va a poder mantener y se los van a quitar, le dijeron a una conocida, pobre, pobre, pobre. La revolución de las mujeres no está hecha y la vigencia plena de sus derechos humanos atenta contra la familia y la organización del trabajo que conocemos, contra la definición de qué es un varón y qué es una mujer. Atentan porque presuponen la abolición de ciertas jerarquías. Si nadie pudiera golpear ni violar, ni exigir servicios sexuales ni domésticos, si no hubiera desprecio y subordinación, el mundo sería otro. Sin jerarquías, sin dios arriba, varón en la escalerita, mujer un par de escalones más abajo. Pero en un mundo así puede pasar cualquier cosa. Cualquiera puede creerse con derecho, no sólo a conquistar el cielo sino a reclamar la tierra. Pero no me hagan caso, qué tienen que ver las mujeres con la propiedad. Pavadas.


Patricia Kolesnicov es periodista y escritora. Publicó Biografía de mi cáncer y No es amor.

Tomado de http://article.issuu.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario