jueves, 24 de febrero de 2011

18 por 18 en Eterna

:: Martes de Eterna Cadencia ::
Un fresco literario en una lectura multitudinaria
24-02-2011 |

Dieciocho escritores compartieron dos minutos de sus lecturas favoritas.

Por PZ.



jorge consiglio

A finales del año pasado, la revista Lamujerdemivida convocó a diferentes personas del mundo literario para participar en la presentación del número 61. Esa tarde, cada invitado debía leer un minuto de un texto favorito. La propuesta fue tan interesante que esta vez, iniciando nuestro ciclo de actividades, le pedimos permiso a la gente de la revista para reeditar el evento.

El martes pasado, entonces, dieciocho escritores participaron en una lectura multitudinaria en la terraza de la librería. Le pedimos a cada uno que leyera un fragmento de dos minutos de un escritor favorito y, además, que contaran el por qué de su elección. El resultado fue un fresco literario en el que distintos escritores de distintos intereses y estilos leyeron a distintos escritores de distintos intereses y estilos.

Inauguró el encuentro Jorge Consiglio. El autor de El otro lado leyó el comienzo de Los adioses de Onetti. “Lo que a mí más me apasiona –dijo– tiene que ver no solamente con la estética sino con el intento de rozar la verdad dentro de la ficción”. En una apuesta diferente, siguió Gabriela Bejerman que histriónica, conquistando la escena, leyó dos poemas eróticos de Luciana Caamaño, a quien conoció en el Festival de Poesía de Rosario. Con gestos de superada tiraba las hojas a medida que avanzaba la lectura.




gabriela bejerman

Hernán Ronsino leyó “El gallo de la viuda del coronel”, un cuento para adultos (”esa categoría es rara, ¿no?”) de Javier Villafañe incluido en el libro Paseo con difuntos. La cuarta en leer fue María Rosa Lojo: la autora de La princesa federal y Arbol de familia eligió un fragmento de La rosa en el viento, de Sara Gallardo: “su prosa me parece fascinante, creo que encarna un particular ideal de poesía”.

Guillermo Piro parece haber leído todo lo que se publicó desde los Diez Mandamientos a la fecha y probablemente todo lo que se vaya a publicar en los próximos seis meses. Es capaz de vincular libros y narrativas por los espacios menos pensados. El autor de Celeste y Blanca leyó Arno Schmidt (”uno de mis tótems”) traducido por Luis Alberto Bizzio. La lectura de Piro fue un momento maravilloso porque el evidente afecto con el que leía. No pudo esconder la sonrisa durante todo el tramo.

Siguió Hinde Pomeraniec, directora de la editorial Norma. “Pensé en leer a un autor argentino -dijo–. Entonces aparecieron las cuestiones sentimentales: uno puede decir rápidamente que va a leer lo que está leyendo, pero es lindo jugar a ver qué es lo primero que aparece y entre esas cosas apareció El entenado que es una de mis novelas favoritas de Saer. Pensaba en la respiración de la prosa y me acordaba de una anécdota de fines de los ochenta en la que Saer recibía unos anónimos que decían algo así como «yo, intento, trato, pero no consigo, escribir, como ese hijo de remil putas de Saer». Algunas versiones dicen que Fogwill era el que mandaba esos anónimos a París. Teniendo en cuenta que es una de mis novelas favoritas, uno de mis autores favoritos a quien tuve la suerte de entrevistar varias veces, que es además la novela con la que mi maestro Nicolás Rosa entró en la carrera de Letras y que tuvimos el placer de tener un seminario con esta novela voy a leer el fragmento del asadito”.

La elección de Esteban Castromán, escritor, poeta y editor de Clase turista, fue Los inconsolables de Kazuo Ishiguro. Sorprendió que eligiera un autor de un estilo tan clásico siendo Castromán alguien que se maneja con una estética pop en sus propias producciones. “Habrá que ver cuánto de Ishiguro se cuela en mis novelas –dijo–. La primera vez que leí esta novela me aburrió un poco, la segunda vez me hizo reír mucho y en la tercera me obsesioné y empecé a memorizar fragmentos de memoria”, dijo.

Stuart Crimco acompañó a la poeta y traductora Cecilia Pavón. Ella fue quien lo presentó: “voy a leer un poema de un libro que publicamos hace poco en Belleza y Felicidad, de mi amigo Stuart Crimco. Cuando estoy traduciendo algo que elijo traducir sólo me gusta eso”. Ambos leyeron “Psicoanalisis”, primero Pavón en español, luego Crimco en el inglés original.

La décima en leer fue Mariana Enriquez, que leyó el principio de Una temporada en el infierno de Rimbaud. “Mi autor favorito de verdad es Rimbaud, a quien debo haber leído a los diez u once años, lo que habla de la libertad estrafalaria que había en mi casa. Me dieron Una temporada en el infierno y Las flores del mal. Una temporada en el infierno me gustó un poco más; no lo entendí, pero me pareció que era buenísimo. La edición venía con una foto: no sé si lo vieron a Rimbaud pero hoy hubiera estado fuerte. Me enamoré entonces y sigo enamorada, lo que la hace la relación más larga que he tenido en mi vida. El murió a los 37 años, que es la edad que tengo, así que ahora voy a estar enamorada de un hombre que es más joven que yo y que encima está muerto… Todo complicadísimo.”

Gustavo Ferreira, autor de Piquito de oro y Dóberman, contó que después de dudar mucho se decidió por el comienzo de Jakob von Gunten de Robert Walser, porque hubiera sido difícil acotar a Celine en dos minutos: “aunque no voy a leerlo –dijo– recomiendo el fragmento de la revisación médica de Ferdinand para comenzar a trabajar en la Ford”. Entre clásico y clásico, Gabriela Cabezón Cámara intercaló unos párrafos de Bombilla macabra, una novela aún inédita de Rodolfo Demarco, que dentro de un par de meses será publicada por la editorial Blatt-Ríos.

La propuesta de Luis Diego Fernández es la de recontextualizar la filosofía partiendo de diferentes vínculos del hedonismo, por eso en su Escuela de filosofía realiza cursos en los que relaciona los textos de Platón o Nietzsche con una cepa de vino o con un tipo de comida. Fiel a esa propuesta, leyó fragmentos de Ecce homo en los que Nietzsche habla de gastronomía. En oposición a la lectura de Fernández, la poeta Mercedes Halfon leyó un poema de Sylvia Plath: “Siempre que lo leo me causa algún efecto. Se llama “Regalo de cumpleaños” y lo voy a leer porque no es mi cumpleaños; si lo fuera me daría un poco de miedo”.

Carlos Busqued había pensado traer poemas de Carver o de Hans Magnus Enzensberger, pero finalmente prefirió leer ocho breves fragmentos de Bob Chow, “alguien que está bordeando la esquizofrenia”. Los textos que leyó se publicaron hoy en la sección Ficción del blog.

Patricia Kolesnicov, autora de Biografía de mi cáncer, leyó el comienzo de Autobiografía de mi madre de Jamaica Kincaid. “Kincaid toma la brutalidad del colonialismo, la brutalidad de los vínculos y la brutalidad del cuerpo y hace un extracto de eso”, dijo.

“Elegí un fragmento de un poeta ensayista cuentista novelista cubano llamado Antonio José Ponte”, dijo Oliverio Coelho, casi cerrando el encuentro. “Elegí un fragmento de La fiesta vigilada que caracteriza a un linaje de escritores que reivindica su condición irónica, que la pasan mal en Cuba. Que no son oficialistas, pero tampoco son cubanos profesionales. Quedan entre dos aguas y a menudo, como ocurrió con Cabrera Infante, viven con la pesadilla del escritor acechado. Ponte se dio cuenta que se estaba transformando en un muerto civil y tuvo que exiliarse, pero hasta último momento se quedó en Cuba”.

La última lectura estuvo a cargo de Matilde Sánchez. En realidad fueron dos lecturas: el comienzo de Casa de Ottro, de Marcelo Cohen, y el final de Rabia de Sergio Bizzio. “Tenía ganas de traer libros de escritores de mi generación y no me podía decidir. Como soy la última quizá tengan un poco de paciencia y compartan, no mi elección, si no mi indecisión. Marcelo Cohen es un autor cuya obra me encanta, lo descubro tardíamente. Este es un excelente momento de él como autor, es un maestro de la prosa. Cada párrafo y cada renglón de esos párrafos es significativo. Y Rabia, de Bizzio, es uno de los mejores libros que se publicaron en los últimos diez años, creo que no se le dio el lugar que merece. Con Sergio no tengo un universo de ficciones en común, pero me gusta mucho cómo escribe. Tiene una capacidad contraria a la de Marcelo Cohen, que es la de ocultar su prodigiosa escritura. Su prosa jamás hace alarde y eso me provoca muchísima admiración. Nunca cede a una actitud narcisista de mostrar todo lo que puede hacer.”



parte del público

La tarde se hizo oscura y los escritores invitados terminaron leyendo con el foco de una lámpara amarilla que apuntaba hacia la mesa, generando un ambiente de intimidad y misterio. Así recibimos la noche. Seguramente cuando vayamos a las crónicas de Hinde Pomeraniec buscaremos los ecos de Saer o a Onetti en los cuentos de Consiglio o la ironía de Ponte detrás de la de Coelho. Cada invitado dejó una pista, una cifra, una herramienta para buscar, como un rastro arqueológico, las influencias de aquellas otras voces en estas tan vigentes.

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