domingo, 29 de agosto de 2010

Sin que mi madre me vea

Primera soledad. Armando Tejada Gómez

“Hoy mi madre no me quiso.
La he rondado horas enteras
vestido de capitán, de mago,
de marinero, pero nada,
no me quiso ni me ha pegado siquiera.
Salgo a morir al baldío
volteando todas las puertas.
Arde el sol en el silencio
amarillo de la siesta.
Ni gatos ni vigilantes.
Sólo la calle desierta.
¿Cómo me voy a morir
sin que mi madre me vea?”

Fogwill por Mairal: "Ojalá el legado de Fogwill nos vuelva menos correctos, más incómodos, menos aburridos"

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SAB 28 de agosto de 2010.

soledades
Fogwill saca la lengua


Por Pedro Mairal


Fogwill poniendo cara de loco. Fogwill fumando. Fogwill comiendo una banana. Fogwill en cueros, haciendo equilibrio en una sola pierna y sosteniendo un bate de baseball. Fogwill tirado en el pasto. Fogwill nadando bajo el agua. Fogwill desnudo secándose... Hay muchas fotos de Fogwill en Internet; seguro él las había visto todas porque, según contó en una entrevista, lo primero que hacía al encender la computadora era buscar su nombre en Google. Era bueno dando entrevistas. Sabía convertir un género automático y promocional en un diálogo lleno de ideas nuevas, insolentes, a contrapelo. Era sorprendente leerlo hablando mal de todos y de sí mismo, se elogiaba y se inmolaba en una misma frase. Uno leía sus respuestas divertido, con cierto morbo, para ver de quién iba a hablar mal esta vez, hasta que de pronto te apuntaba a vos y ya no te reías tanto.

Hace unos años, unas amigas poetas querían investigar sobre el poeta Viel Temperley. Les dije que le escribieran a Fogwill que fue de los pocos escritores que le prestaron atención a Viel en su momento. Fogwill las recibió en su casa y, cuando supo que las había mandado yo, se pasó una hora hablando mal de mí, nunca llegó a hablar de Viel. Para mí Fogwill no era Quique, ni Enrique, ni Rodolfo, no era mi amigo, no lo conocía personalmente. Dos veces lo saludé con un cómo estás y nada más. Nunca crucé ni un párrafo con él. Y sin embargo, mentalmente, muchas veces me peleé con él, discutí, lo mandé al carajo, siempre pensando que algún día íbamos a poder hablar de verdad, sin público. Ahora ese Fogwill mental me ganó la discusión para siempre, y encima se agiganta, se mitifica, me mira con sorna desde la tapa de sus cuentos completos.

Se canceló el Fogwill real y me quedé con el imaginario. Quizá por eso me impactó tanto enterarme de su muerte el sábado pasado. No sólo porque era vecino en esta página del diario, sino también porque estuve ensayando, practicando para hablar con él, invertí mucho tiempo en esos diálogos, quería defenderme y también preguntarle algunas cosas. Me hubiera gustado hablar sobre Runa, un libro extraño donde inventa un pueblo prehistórico, sobre la intimidad del barro de Los Pichiciegos, sobre una descripción sexual que hay en La experiencia sensible, sobre la reescritura de El Aleph en Help a él, sobre un uso de mayúsculas que hace en Los pasajeros del tren de la noche, su mejor cuento. Hay autores que cumplen una función en nuestro imaginario, son como catalizadores de ideas o de programas literarios, son oponentes dialécticos, o controladores de nuestra honestidad. Cada vez que escribo algo políticamente correcto, siento que Fogwill me está mirando mal. Esa mirada se va a quedar en mí. Ojalá el legado de Fogwill nos vuelva menos correctos, más incómodos, menos aburridos, ojalá nos anime a pensar al revés que la corriente y a decirlo, y a volver visibles las opiniones contrarias de la guerra cultural, y a bancarnos, en soledad, que no nos quieran.

Fogwill por Gamerro: "El gesto fundamental de Fogwill en Los pichiciegos fue, entonces, el de la simultaneidad"

El último pichiciego


Por Carlos Gamerro



Nunca cruzamos una palabra en vida. Alguna vez lo vi de lejos, y no me acerqué a saludarlo. Otra le tocaba venir a un programa de lecturas que yo conducía, y un oportuno viaje a Iowa me quitó de su camino. Confieso que le tenía un poco de miedo. Aquel elogio hecho en privado, que me llegó como una confidencia, podía trocarse en sarcasmo o burla en una situación pública. Sobre todo porque los dos habíamos pisado el mismo terreno, pero que él había marcado (estaba por escribir “meado”, pero eso es lo que él hubiera escrito) antes: la guerra de Malvinas. Además, tenía una costumbre rara (extraña, aunque no inhabitual): le gustaba, más que pegarles a los padres, o a los pares (aunque también les pegaba), pegarle a los niños: y no sólo a los hijos, sino a los nietos: abuelo malo y padre terrible. En esto radicaba, en parte, su magnetismo: el niño que se acercaba a él, temblando de expectación, nunca sabía si iba a recibir un bofetón o una caricia (a veces los dos, pero entonces, en qué orden. Qué delicia).

Apenas pasó una semana de su muerte y ya han empezado los debates sobre la escritura de Los pichiciegos: si fueron cuatro o cinco gramos, si fueron tres o cuatro días. Confieso que la polémica no me quita el sueño. Cualquiera puede tomar mucha cocaína mientras escribe: para eso sólo necesita de una nariz y de un dealer. Lo de la velocidad importa un poco más, pero no, en este caso, como índice de habilidad o virtuosismo: Fogwill no solía jactarse de escribir rápido, y mucho menos de escribir sin corregir (eso se lo dejaba a Aira). A Los pichiciegos la escribió rápido porque tenía que terminarla antes de que terminara la guerra, y alguien con una inteligencia tan poco atada a nada sabía sin duda que ésta duraría lo que un suspiro.

Me corrijo: tenía que terminarla antes de que empezara la guerra. Me explico: la guerra de Malvinas fue, en principio, una guerra de ficción: ficción imaginada por la dictadura y escrita por la revista Gente. La guerra de Malvinas empezó a contarse como historia con el regreso y testimonio de los soldados, luego con investigaciones de periodistas e historiadores. El gesto fundamental de Fogwill en Los pichiciegos fue, entonces, el de la simultaneidad: desmintió el dictum de que deben pasar años o décadas para que un episodio histórico “se convierta” en literatura. Fogwill escribe durante los hechos; más bien, escribe antes de los hechos. Los hechos, luego, apenas vinieron a corroborar lo que él ya había escrito: que la guerra de Malvinas tuvo menos que ver con el heroísmo de los aviadores o con disparar contra los ingleses que con armar estructuras tribales de solidaridad y competencia (o sea, de supervivencia) para hurtar el cuerpo de los bombardeos, del hambre, del frío y, sobre todo, del ejército argentino.

No había leído Los pichiciegos cuando empecé a trabajar en mi novela Las Islas. La leí, en el transcurso de mi trabajo, con un propósito definido: ver qué había hecho Fogwill, para, nuevamente, apartarme de su camino. Me alivió, en gran medida, comprobar lo buena que era: yo podía dejarla de lado o, como terminé haciendo, recorrerla con cierta irresponsabilidad: toda esa zona de la guerra ya estaba ganada para la literatura.

Ahora que Fogwill está muerto, ya no puedo anticipar el encuentro que durante tanto tiempo demoré, porque lo juzgaba inevitable. Ahora ya no puede suceder. Tal vez me perdí de algo importante. Aunque no sé. El lugar donde los escritores se encuentran es en las páginas de sus libros. Cuando lo hacen en persona, suelen no hablar más que de trufas.

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Fogwill por Pauls: "que la poesía pudiera raptar, paralizar, enmudecer a un lector"

Despiadado West


Por Alan Pauls


Conocí a Fogwill de grande. Tenía 38 años, dos hijos, una agencia de publicidad llamada ad hoc, una consultora de mercado llamada Facta que daba de comer a los semiólogos, sociólogos, lingüistas y lacanianos más brillantes de la época, una oficina gigante en un edificio francés de Callao y Santa Fe, una cuenta corriente en British Airways, un velero, algún auto más o menos antiguo, varias máquinas de escribir IBM con bochita, una colección de zapatos náuticos, provisiones regulares de un polvo blanco que a los pichis como yo, cuando lo veían por primera vez hundir la nariz en él, le gustaba describir como un “remedio para la sinusitis”.

Lo tenía “todo”. Pero Fogwill quería ser escritor. Día por medio reunía a todo su equipo en la sala de arte de la agencia y se sentaba en el piso a leer en voz alta —en determinados versos muy alta, casi estruendosa— su último libro de poemas. Un poema por hoja, mucho papel en blanco, muchos juegos tipográficos. Leía una página y la dejaba caer al piso con un vago desdén, como si la descartara para siempre, mientras una larga oruga de ceniza se asomaba al vacío temblando en la punta del cigarrillo. Cuando terminaba de leer preguntaba sonriendo: “¿Te gustó?”. Nunca esperaba la respuesta: no quería “intercambiar”. Lo que más le gustaba de la ceremonia era la idea de que la poesía pudiera raptar, paralizar, enmudecer a un lector.

Seguramente no fue así, pero así lo recuerdo yo: cuantos más libritos de poemas aparecían, más se vaciaba la cartera de clientes. No le importaba. Quería ser escritor, y la agencia iba convirtiéndose en una rara forma de cenáculo literario: parquet crujiente de roble francés, techos con molduras, lieder de Schubert las veinticuatro horas del día, afiches de Johnny Walker, cigarrillos Pall Mall, chocolates Cadbury, una corte de profesionales ociosos sentados ante sus tableros de dibujo escuchando a un energúmeno con la camisa afuera vociferando versos como éste: “Pido una poesía «repugnante» para una época repugnante”. Una noche, caminando por Callao, con la misma aviesa jovialidad con que acababa de despellejar a algún contemporáneo, anunció que una semana más tarde caería preso. Quería ser escritor; decía que en la cárcel tendría mucho tiempo para escribir. Como el blend de publicista y sociólogo que era, le interesaban menos las cosas que la lógica de las cosas. También en el caso de la literatura, de la que pretendía saberlo todo: escribir, hacer versos, contar, pero también los secretos de la literatura como institución. De modo que mientras aprendía a escribir se convirtió en editor, como una versión aggiornada del programa institucionalista de Fernando Vallejo (que se hizo escritor escribiendo una gramática literaria del español). Seguía al pie de la letra el consejo de Osvaldo Lamborghini, uno de sus ídolos, a quien por supuesto editó: “Primero publicar, después escribir”. Tengo esos libros (incluido el primero de Fogwill, uno de los suyos que prefiero, El efecto de realidad). Son de los pocos que “atesoro”. Todavía hoy, cuando los abro, me llama la atención la fuerza brutal, física, casi libertelliana, con que están impresos. El poema impreso en página impar pasa como en relieve, invertido, del otro lado de la página. Estoy seguro de que Fogwill también estaba atrás de ese tipo de cosas. Era un maniático de lo gráfico: defendía una tipografía como si fuera una causa política.

De hecho, las tres invenciones en las que pienso cuando pienso en Fogwill son tipográficas. Una es conceptual, y es el uso absolutamente idiosincrático que siempre hizo de los dos puntos (que no tardó en contagiar a todos los escritores de mi generación). “Algo raro: estaban en el Florida, eran como las once de la noche...”: así empieza Vivir afuera, la novela balzaciana con que pretendía “responder” en los ‘90 a lo que Respiración artificial había sido en los ‘80. Primera página de En otro orden de cosas: “Pero no habló: hizo apenas un ruido diferente con los cajones de la cómoda”. Y el comienzo de La buena nueva: “Impresionante: la prensa mundial se ocupó del milagro”. Y el primer verso del segundo poema de “Sobre lengua y deseo”: “Otra cosa: siempre otra cosa acude”. Y en el cuento “El hilo de la conversación”: “Fama de sabedor tenía: mucha”. La frase se detiene en vilo, como al borde de un precipicio, y hace surgir lo inesperado: una explicación, una disidencia, un cambio total de rumbo. Los dos puntos son un arma de análisis y de suspenso, un principio de slow motion y de elipsis, una modalidad de la demostración y un veloz atajo sintáctico.

La segunda es sociocultural: las comillas. Fogwill fue el gran entrecomillador de la literatura argentina contemporánea. Entrecomillaba usos, formas de decir, lugares comunes y creencias como quien crucifica una libélula con alfileres contra una plancha de corcho. Las comillas le permitían detectar, encuadrar y exhibir el blanco predilecto de sus cacerías: todo cristal de consenso. (El arte de los dos puntos y las comillas confluyen en un género ingrato, dificilísimo, que Fogwill —buen lector de Borges— dominó como nadie: la autopresentación, los prólogos, epílogos o comentarios con que los escritores acompañan a veces sus propios textos. Nadie como él para transformar esa convención de las reediciones en una gran ocasión de inteligencia y belleza.)

La tercera es tonal, y es la multiplicación gráfica o prosódica de los signos de exclamación. Pocas prosas tan escritas como la de Fogwill, y al mismo tiempo pocas prosas tan fonéticas, tan cantadas, tan gritadas. Toda su gestualidad retórica (eso que en las fotos aparece en las cejas) siempre fue de orden musical.

Las tres invenciones vienen de la poesía, quizás el único lugar donde Fogwill podía desertar de su propio mito personal con felicidad, despreocupadamente, sin el pánico del síndrome de abstinencia. En la primera página de uno de aquellos libritos de poesía caseros, Los trabajos del día, escribió esta dedicatoria: “a Allan, de Fogwill el Poeta”, y la pata de la “a” de “Poeta” levanta vuelo y dibuja en el aire una especie de margarita defectuosa. Origen perdido o ideal imposible, ese retrato naïf de poeta nunca deja de brillar a lo largo de su obra, y brilla más cuanto más trata de eclipsarlo la imagen del Fogwill público, el maldito, el francotirador. Ahí su perfil, trabajado alrededor de la ambivalencia, se vuelve curiosamente unívoco. Al revés de lo que se piensa, sabíamos siempre lo que Fogwill iba a decir. Bastaba invertir lo que hubiera dicho el delegado más inteligente, razonable y conspicuo de la esfera del progresismo. Como muchos de los colegas con los que compartió el goce de la psicopatía —una escuela intelectual y artística que hoy está en extinción, pero de la que salieron algunas de las mentes más brillantes de la cultura argentina contemporánea—, le gustaba corromper, desilusionar, reponer todas las bajezas (dinero, mala fe, interés, voluntad de poder, bajas pasiones) que cualquier experiencia debía reprimir para merecer el adjetivo “espiritual”, o “cultural”, o “humana” (empezando por la literatura). Y lo reprimido por excelencia, para él, era la guerra. Era clausewitziano (aunque su noción y su práctica de la beligerancia se confundían a menudo con pasatiempos menores, más bien risueños, de vestuario de varones: el pechazo, la pijomaquia, el verdugueo.

Más que marxista —una identidad que reivindicaba para sí con cierta razón, no importa la alergia que inspirara en los marxistas ortodoxos—, Fogwill interpretaba la figura de un revolucionario primitivo: alguien cuya misión esencial es darlo vuelta todo, poner de cabeza lo que está de pie, adentro lo que está afuera, al revés lo que está al derecho. Pocos encarnan como él el impresionante proceso histórico por el cual los saberes más fértiles del programa emancipador de los años ‘60 (grosso modo, las “ciencias humanas”) cambian de signo, dejan de ser instrumentos de lectura y de cambio y pasan a inspirar, alimentar y programar la lógica de mercado que en un principio denunciaban. En el Fogwill de Vivir afuera —el que mezcla a Lombroso con Landrú, el que rotula comportamientos, actitudes, identidades, el que de un tic, una tara o una particularidad sintáctica deduce una cuna y un destino sociales— es imposible distinguir qué es saber sociológico y qué sagacidad publicitaria, donde termina la disciplina que lee la lógica de la vida social y dónde empieza la disciplina que la piensa, la programa y la celebra. Una y otra vez, la ficción de Fogwill no hace sino poner en escena ese movimiento de conversión, inversión, incluso (es el legado de Lamborghini) de parodia: esa “trasmutación de valores” que explica cómo sus intervenciones públicas, siempre radicales, terminaban siendo radicalmente conservadoras.

Murió Fogwill. ¿Qué vamos a extrañar de él mientras releemos esas rarezas clínicas, hiperrealistas y tridimensionales que son sus novelas? Yo, creo que su voz, su generosidad y su frase. En particular esas frases que avanzan bien, tranquilas, y de golpe toman velocidad y siguen sin pausa, y duran más de la cuenta, y cuando terminan están en el mismo punto donde habían nacido, sólo que ahora el sentido ha cambiado por completo. Esas frases que pegan toda la vuelta. Eso, y el encarnizamiento carnavalesco con que libró su verdadera batalla. Porque la bête noire de Fogwill no fue el bien pensar progresista, ni el candor de las ilusiones humanas, ni la hipocresía, ni siquiera los efectos analgésicos del sentido común. Fue la piedad. La clave de esos treinta años de guerra sin cuartel está en el sello apócrifo que figura en el “pie de imprenta” de Los trabajos del día, una edición artesanal de 1980 que él mismo se había encargado de diagramar, imprimir y anillar. El nombre del sello —como robado de un cowboy de la revista El Tony— es Despiadado West.

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Fogwill por Boido: "Su literatura no sólo nos exige que seamos mejores: también nos exige que seamos más buenos"

69


Por Juan Ignacio Boido


Nadie se quiere morir, y nadie se quiere ver muerto: pero algún comentario –alguna guarrada– hubiese hecho Fogwill si se le hubiera dado la posibilidad de comentar que el número de su muerte es el 69. Así como alguna infidencia insinuaría alrededor del tema de Papel Prensa (después de todo, la trastienda de negociados durante los ‘70 era una de sus recurrencias), y más de un improperio –más de una guarrada– diría si pudiese leer todas estas despedidas y homenajes: las haría sentir a todas erradas, por excesivas o por insuficientes. En todo ello, daría otra muestra de eso que ahora se destaca –como antídoto por haberlo padecido– como su talento para la injuria. Porque eso es también lo que deja un escritor: un estilo, una leyenda, una red de suposiciones que van más allá de lo que dijo. Pero, sobre todo, lo que deja son libros. Y los libros de Fogwill, su literatura, no está hecha de injuria: está hecha de comprensión y desconcierto. Comprensión del complejo entramado que conforma lo que llamamos realidad. Desconcierto ante el absurdo daño que las sociedades se causan a sí mismas. Y entre ambos, como una membrana delgada que captura las vibraciones de la sociedad, el trazo cadencioso de las palabras: una literatura hecha de la música del sentido, de pequeños detalles en los que fijar la atención en medio del caos, de la locura que acecha bajo la máscara del yo, del sexo como el único modo de arrojarse de cabeza a la locura y salir con vida: con más vida.

Una vez, cuando le preguntaron si le tenía miedo a la locura, dijo que la había conocido de chico en el espejo frente al que pasaba horas haciendo muecas hasta no reconocerse. A veces pareciera que en sus cuentos vemos las muecas que nosotros no nos animamos a hacer, pero que nuestro reflejo igual nos recuerda.

Fogwill incorporó a la literatura eso que una generación, o dos, o ahora tres, reclamó para sí: una velocidad que venía de afuera, un oído para su época, un idioma para su tiempo.

Porque si sus libros son de un lirismo áspero es porque algo quieren rasgar: ese entramado complejo en el que nos movemos –sus personajes se mueven, sus lectores se mueven–, construido de discursos, palabras, intenciones escondidas del otro lado de las palabras. Por eso, siempre parecía venir de otro lado: en sus libros, como en sus entrevistas, Fogwill traficaba saberes, un legado borgeano algo raro en la literatura argentina de las últimas décadas, volcada sobre sí misma, solipsista, hundida en operaciones vanguardistas de ingenio ingenuo. Fogwill probablemente sea a Borges lo que Sid Vicious fue a Sinatra cuando hizo su versión de “My Way”: sabe de autos y cigarrillos, dijo Borges de él. Justo de cigarrillos, de publicidades de cigarrillos, esos carteles que cambian como marca del paso del tiempo y con que abre “Help a él”, homenaje, vuelta de pescuezo y anagrama de “El Aleph”. Fogwill trafica saberes pero sobre todo discursos: náutica, droga, viajes, confort, sexo. La suya es una literatura aireada –engañosamente aireada– por escenarios y locaciones de una vida mejor de la que habitualmente transita la literatura argentina. Así como creía que la realidad en que vivimos –el efecto de realidad– se forjaba en otro lado, en esferas de poder real y manipulación, esferas que permanentemente insinuaba conocer a través de las reuniones, los negocios y el dinero que las bambalinas de la publicidad ofrecía, eran esferas, sujetos, discursos y lugares que él reclamaba como un eco para sus ficciones. Sus cuentos siempre parecen estar a una llamada o a una mesa de distancia de un poder verdadero. Casi podría decirse que en vez de elegir la Carta a la Junta de Walsh, la literatura de Fogwill está escrita bajo el resplandor de neón del cartel de Coca Cola que brilla por la ventana de “Esa mujer”. En un país lacaniano como éste, quizá no sea casual que haya irrumpido ganando el Premio Coca Cola con Mis muertos punk a fines de los ‘70.

Como Jorge Asís, ese otro escritor de Quilmes que irrumpió con toda la incorrección de la que se podía cargar a la literatura tras la muerte de Walsh, ninguno de los dos renunció, a su manera, al enfrentamiento o a la política. Pero Fogwill pareció creer siempre que la verdadera batalla se libraba en el lenguaje. Los discursos políticos, la construcción mediática, el supuesto saber técnico de las ciencias sociales, el efecto social de los saberes técnicos, el deseo inducido de la publicidad, pero también la elección precisa de una palabra inapropiada (“una palabra bien puesta puede hacer dudar al hombre que te está por matar”, decía), la grieta de sentido que abren en la realidad las palabras mal usadas, la música hipnótica de una frase que empieza y termina diciendo lo mismo para dar vuelta, en su camino, enrevesado, fonético, musical, poético, el sentido de lo que dice.

“La literatura no cuenta historias, sino maneras de contar historias”, repitió más de una vez. Tal vez ahí radicara su verdadera obsesión: encontrar el modo de contar la Argentina. De contarla y explicarla. Escribir es pensar, decía en Vivir afuera. Y no era así, Fogwill sabía que no era exacta o solamente así: su problema no era pensar, sino saber, ser consciente, de que toda verdad necesita ser contada de determinada manera para ser entendida. Esa era la forma que buscaba una y otra vez.

Como el trabajo de alguien que sabe que va perdiendo pero de todos modos se entrega a su causa, la literatura de Fogwill se niega a ser compasiva. Consigo misma y con nosotros. Su literatura no sólo nos exige que seamos mejores: también nos exige que seamos más buenos.

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Vera Fogwill: Las mantenidas sin sueños

Domingo, 6 de mayo de 2007

Cine > El debut de Vera Fogwill como directora


Vivir y caer en Buenos Aires








Demorada dos años por problemas con su productor francés, la semana pasada finalmente se estrenó Las mantenidas sin sueños, debut como directora de la actriz Vera Fogwill. Y lejos de haber perdido el paso con la nueva ola del cine argentino, la película parece aportar un elemento largamente relegado: la capacidad de exponer el complejo derrumbe de la clase media no mediante la denuncia o el documental sino a través de las sutilezas, complejidades y matices de una trama.


Por Hugo Salas

Ya desde el arranque, Las mantenidas sin sueños, ópera prima de Vera Fogwill (con co-dirección de Martín Desalvo), se anima a violar un tabú del cine argentino actual. Sara (Mirta Busnelli) espera dentro del auto, de noche, hasta que de un edificio ve salir a su hija, Florencia (Fogwill). Ella camina a duras penas, adolorida. Discuten. Nadie, hasta ahora, se había animado a filmar un aborto tal cual suelen vivirlo las mujeres de clase media en este país, pero no es ése el quiebre. La gran ruptura llegará luego, al descubrir que Florencia ha engañado a su madre (y por transitividad al espectador); está embarazada, sí, pero usa el dinero del supuesto aborto para saldar cuentas con un dealer. Que esta escena tan “real” resulte finalmente “mentira” va mucho más allá de un giro de guión: señala la imposibilidad de confiar en las apariencias como manifestación absoluta y palmaria de “lo real” (transparencia que, desde los ’90, constituye el credo del nuevo cine argentino).

Ocurre que en Las mantenidas sin sueños la realidad no es inmediata, instantánea, sino una configuración densa y compleja a la que sólo se accede completamente a través de otra configuración igualmente densa y compleja: la trama. Consecuentemente, el argumento no puede ser sencillo. Florencia es una cocainómana colgada, una “mantenida” que subsiste con su hija de nueve años, Eugenia (Lucía Snieg), en un departamento donde ya le han cortado el teléfono, la luz y el gas. Lejos de cualquier miserabilismo, madre e hija se quieren, se llevan todo lo bien que pueden y se las ingenian (sobre todo la hija) para sacar adelante una vida a mitad de camino entre los usos y costumbres de la clase media y sus miserables condiciones de existencia. A ellas se suman una vecina jubilada con hijos en el exterior (Edda Díaz), una ex compañera de colegio de Florencia convertida en señora “bien” (Mía Maestro), un dealer (Julián Krakov), el papá de Eugenia (Gastón Pauls) y su madre (Elsa Berenguer).

Ciertos elementos –el universo femenino, la coexistencia con las drogas, las situaciones límite de una vida filo-lumpen– podrían hacer pensar en Almodóvar. La analogía no sería completamente forzada, pero sí superficial. En principio, se partiría de una premisa errónea: la de dar por sentado que Las mantenidas sin sueños es una película estrafalaria, “zarpada” (características que por otra parte, bastarían para describir todo el cine de Almodóvar). Así, que una ex alumna del Colegio Nacional de Buenos Aires, hija de profesionales, termine subsistiendo “sin un proyecto personal”, con una hija de la que se encarga como puede, dejando tirada en la mesita ratona la birome que usó de canuto, sería un delirio, un artificio grotesco, algo similar a la monjita que en Entre tinieblas peinaba cocaína con una estampita. Pues bien, malas noticias: en la Argentina actual, el personaje de Florencia no sólo es posible, sino prácticamente paradigmático de una generación.

Por eso mismo sería un error aplicar a Las mantenidas sin sueños los motes (sutilmente peyorativos) de “extravagancia” o “artificio”. Si algo demuestra no ser Vera Fogwill, es la muchacha punk en que estas observaciones buscarían convertirla. Muy por el contrario, emerge como una realista sensible y despierta, capaz de articular, de un modo sutil, el impacto de la pauperización en cuatro generaciones. ¿Por qué su realismo no puede ser reconocido y apreciado? En principio, porque aceptar que eso es realismo es aceptar –como se ha dicho– que el personaje de Florencia no es “un delirio” sino una realidad; vale decir, aceptar que este país, a pesar de la supuesta bonanza macroeconómica, está así de hundido, así de pauperizado, que ya no es, ni volverá a ser por mucho tiempo, el que alguna vez fue (balance que la clase intelectual, al igual que el personaje de Sara, evita hace rato).

Hay, también, un problema de serie. Para esquivar la grandilocuencia y la solemnidad de los ’80, el “nuevo cine argentino” adoptó una bandera peculiar: el realismo de observación, la idea de que basta mirar las cosas para entenderlas. En ese axioma se basan películas tan aplaudidas como El custodio (Moreno) o El otro (Rotter), donde seguir a un personaje nos garantiza descubrir “su verdad”, aunque paradójicamente podrían transcurrir tanto hoy como en los ’90. Las mantenidas sin sueños, por el contrario, sabe que para dar cuenta de la realidad no basta con seguir a sus personajes como si fueran pigmeos de un documental etnográfico o, peor, animalitos del Discovery Channel. Lo que Vera Fogwill re-descubre es el realismo como un sistema narrativo que permite no la develación mística de “la realidad” o “lo auténtico” sino la representación de un análisis crítico de las condiciones socio-políticas de un determinado momento histórico.

Es cierto, no es una película perfecta, pero tampoco “una linda peliculita femenina con muchos problemas” que pueda tratarse, a las corridas, de un modo tibio y condescendiente. Demorada dos años en su estreno por culpa de los manejos inescrupulosos de sus coproductores franceses, Las mantenidas sin sueños resulta hoy muchísimo más actual que buena parte del “nuevo cine argentino” recién producido, y eso la convierte en uno de los mejores estrenos del año.

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Fogwill por Fogwill: "Nacer es bello, morir lo es también"

La muerte según Fogwill

Por Vera Fogwill

Cuando casi adolescente empecé a escribir, nada casualmente Fogwill se quitó el Rodolfo Enrique y el Quique y pasó a ser, no sé cómo, sólo Fogwill para todos, incluso para mí. Una manera egocéntrica de saber que todo le pertenecía a él. Incluso los Fogwilles de Devon en su sangre y toda raza o estirpe menor que le sucediera. A mí me queda pensar si podré seguir siendo Fogwill, más allá del absurdo título de condesa que heredé. Si debo firmar simplemente así, como hubiese querido él, o debo cambiarme el nombre definitivamente por el seudónimo literario con el que desde hace años escribo.

Ser la hija de Fogwill es como el poema que escribí el otro día sobre Borges que titulé “Las pobres hijas de Borges”, en alusión a lo que no tuvo y a lo que, si hubiera tenido –una hija que escriba–, le habríamos dicho todos: “Pobre hija de...”. Es intentar ser actor siendo hijo de Vittorio Gassman, intentar hacer cine siendo hijo de Ozu, intentar ser meditativo siendo el hijo de Osho, intentar ser persona siendo el hijo de un animal.

“Escribo para no ser escrito”, se limitaba a decir siempre él. ¿Y ahora qué carajo hago, papá? ¿Escribo para que no seas escrito o dejo de escribir? Me quedo impregnada de las palabras que me envió Teresa Lamborghini, otra pobre hija de, al día siguiente del funeral de mi padre, que fue casualmente pocos meses después que el de su padre y en el mismo lugar. “Fui a saludarte, Vera... a verme supongo... Tensiones que ni llorar podés... Entre los hermanos, las actuales, las ex que llegado el momento no quieren perder actualidad, las que iban a ser o creyeron ser o quisieran ser y al revés... Que si se lo crema al muerto, que si se lo entierra, que si se lo atendió debidamente, que... Esto es sólo el comienzo, te dije con un abrazo fuerte con el que de paso me abracé, cosa que no había tenido tiempo de hacer desde noviembre, cuando yo estaba ahí adonde ahora estás. Sigue que empiezan a reescribir, adelante nuestro, ahí, ‘cosas’ que uno sabe que ni remotamente fueron como se las está relatando... Y ahora tantos escribirán.”

Sólo puedo escribir estas líneas a pedido de mi íntimo y querido amigo Martín Pérez, y lo hago en breves minutos, en medio de la noche, casi sin detenerme a pensar. Cuando salí del quirófano, en mi parto, antes de que me den a mi hijo, pese a tener prohibido aparecer, él ya había logrado inmiscuirse e invadido mi habitación del sanatorio a media noche. Ya había llamado a todo el mundo para contarles y me esperaba allí, creo que fumando. Yo quería asesinarlo, pero tanto amor me lo impidió. No puedo dejar de oír sus comentarios a su nieto cuando volvían de la plaza: “Ni una mina, una pálida, todas viejas chotas de veinte con culos gordos, ¿no, Aki? ¿No hay otra plaza por acá?”.Mi padre para mí, como padre, fue un gran escritor. No se lo podía molestar, no se le podía quitar minutos a su silencio ni a su pensamiento. Su mejor novela es su vida, una vida más impactante que cualquier escrito que hayan podido encontrar o leer de él y/o sobre él. La mejor literatura la hizo en las noches arrullándome para dormir, jamás –mientras me tocaba estar con él– me dormí sin un cuento de mi padre, jamás. Hasta de grande era capaz de meterse en mi cama a contarme un cuento, pese a que yo, dormida, me sobresaltaba y le decía: “¡Papá, ya estoy grande para cuentos!”, “¿Papá, estás drogado?”, “¡Papá, soy tu hija!, ¡Papá!”.

Debo confesar que no creo en la muerte, en la única muerte que creo es en la mía. Ahí dejarán de existir todos, los que están y los que no están, porque viven en mí. De beba me llevaba en moto, y caminaba poniéndome adentro de una bolsa de mercado. Mi cabecita salía por esa hamaca ya desorbitada. Mi padre durante mi infancia no me llevó a Disney, a pesar de tener colecciones de autos antiguos, excéntricos y barcos y mucha plata, o guitas, como decía o dice él. Me llevaba a la pensión donde vivía su amigo Leonardo Favio y me hacía practicar y tocar frente a ellos en la guitarra milongas y gavotas. En sus años brasileños me llevaba de visita a lo de su amigo Caetano Veloso y lo observaba componer tristes canciones. En sus años de barco me hacía vivir solos en alta mar. Una vez mi abuela me llevó a verlo a Londres, donde estaba viviendo. Yo no entendía por qué no llevábamos equipaje, ni tomábamos aviones. Londres era finalmente la cárcel. Allí lo visitaba. Y él no tenía problema en presentarme a un asesino que había matado a su mujer por rompe-pelotas. Y me explicaba que por fin allí escribía en paz, sin chicos hinchando las bolas, tráiganme puchos.

Mi padre era de esos que te enseñan y te obligan a dar el asiento a los mayores, pero se queda cómodamente sentado mientras lo hacés vos. Pero también era de los que llegaban cargados de chocolates para entregar al colegio en plena época de Malvinas. Creo que fue esa sola vez a mi colegio, porque nunca lo vi en los actos. Tenía once años y mi mayor preocupación era pensar cómo podía pagar todas las deudas, éramos nuevamente muy pobres. Un abogado me explicó que las deudas no se heredaban, pero se equivocó. Se hereda otra cosa: la herencia es la vivencia. Llego a lo de mi viejo, está cagado a palos, viene un cana a llevarse la tele, la puerta abierta siempre, me mira y se la lleva igual. Fogwill parecía un monstruo, estaba desfigurado, pero estaba bien, no había pasado nada, nena. Me levantaba en la mañana y mi padre siempre me dejaba una nota al pie de mi diario íntimo. Lo había estado chusmeando a fondo. Analizaba mis textos sobre pijamas parties como textos de Proust. Me explicaba por qué estaba bien o mal escrito. Yo sólo tenía escrito “me gustan Los Parchís”, o “mi amiga Viole es lo más”. Sin embargo, él precisaba saberlo todo. Todo lo que yo hacía era genial, siempre fue un fan mío, por no decir suyo.

No me enseñó a manejar. Las minas no pueden manejar, por eso le robó el Citroën a mi vieja. Cuando no puedo dormir, nada mejor que escuchar el tipeo de una máquina de escribir IBM. Traía a genios como Laiseca para que compartamos el mate, prefería llevarme a geriátricos a ver tíos abuelos moribundos, prefería llevarme a velorios a ver amigos ya muertos, prefería llevarme al bar La Paz a escuchar sobre los que se habían ido hasta la hora que llegaba la revista Billiken, que siempre me compraba antes de irme a dormir a la madrugada.

Finalmente, luego de haberme explicado toda su vida qué era la muerte, la muerte de las creencias de cualquiera que sea que uno tenga, de cualquier sueño que uno quiera, de cualquier cosa que uno vea, me la mostró. Cuando una semana antes me dieron sus cosas en el hospital, elegí un libro de los que tenía con él. Era una novela de Elvio Gandolfo: Cuando Lidia vivía, se quería morir. La abrí al azar y decía algo así como “el padre se despide de la hija muerta”. La cerré aterrada. Mi papá me estaba avisando que él no se moría ahora, que me moría yo. Luego de tener una semana para digerir esto y más, pude estar ahí toda esa última noche y darle la mano y ver cómo era todo eso de lo que de alguna manera me había estado hablando toda su vida. La muerte de a poco de cada parte de su cuerpo, el fallo de un órgano, la defunción de un miembro inferior, superior, la presión que se va, el latido que se apaga, así como en una cátedra de vida. Sin dolor. Ver eso, vivir eso, me posiciona en otra parte. Nacer es bello, morir lo es también. Sobre todo cuando la persona que muere lo sabía y, más que eso, lo decidía. Sobre todo cuando esa persona vivió y muy pocos lo hacen; vivir es ser, y él fue quien quiso. No todos lo logramos, no todos podemos traspasar la barrera moral y reírnos. Ahora es sólo parte de mí y no Partes del todo, como titulaba él uno de sus tantos libros. Ahora si me remito a su “Sentimiento de sí”, aquel poema magnífico que me dedicó sólo a mí: “Padres: metros maestros de palabras, restos de lo legado y lo perdido, poderes, patrias, potestades, nada...” Y en el que me puso a mano en la primera hoja: “Gracias por tu silencio”. Aquel silencio que prometí tener y que cumplí.

No puedo dejar de pensar en que se fue literariamente haciendo referencia a Piglia, con su respiración artificial. Era muy chica, se publica Help a él y le había puesto Vera a un personaje y Vera era una puta... Y esa puta soy yo, la diferencia es que en ese entonces ni siquiera sabía lo que era coger. Poco entendía de la referencia sonora a “El Aleph”, y el juego con el nombre de Beatriz Viterbo para Vera Ortiz Bety. Yo cursaba tercer grado y le pregunté, llorando: “¿Por qué le pusiste Vera a una puta que te cogés y te mea? ¡Por favor, no se lo regales a mi maestra, papi!”. En ese entonces no había Veras, así que esa Vera para la nena que era entonces sólo podía ser yo. El sólo me contestó otra cosa: “Vera es la verdad, estar cerca de ella, en la orilla. Eugenia, tu segundo nombre, es el origen de la génesis del gen, del genio”, que me dio origen, y estaba hablando de él, claro. Y agregó: “Fog-will es y será siempre estar entre la niebla, tinieblas, o mejor aún: el deseo de ellas”. Pero se parece más sonoramente al fuck.

Cuando falleció, que es sólo ya un decir, o una obra más suya, subí a mi auto estacionado en la puerta del hospital. Estaba con el amor de mi vida, a quien mi padre adoraba y en la radio empezaba a sonar “No me importa morir”, ¿de quién?, de El Otro Yo. Con Suomi nos miramos. Mi papá me trabó la puerta. El no lo vio, yo sí. Es que soy yo!, yo!, yo!, como dice aún su contestador. Yo.

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Fausto Vonbonek

No le mientas al mar,
ni siquiera pronuncies palabra.
Cuando intentes decirle palabras al mar
sonarás a mentira.
Di mejor: soy un barco en silencio.
...El amor es un ruido infernalmente serio.
Tiende a las olas tus manos y acepta el consejo,
arroja una piedra,
arroja tus ojos tan lejos que pasen las olas y
no vuelvan nunca,
lejos,
donde el mar lave a espuma y a sal las borrascas
que empañan tus cumbres.


Fausto Vonbonek

Voy hacia el fuego como la mariposa

'El Tempano'

A veces, cuando pienso que todo esta perdido,
voy hacia una de las formas de la muerte,
me pego un tiro con una plabra
que alguna vez me fue tan transparente.

Y en la ternura del agua que corre
te recuerdo en la llegada de unos trenes,
sales de los mares, curvas de los puertos,
con mujeres descalzas en el verde.

Voy hacia el fuego como la mariposa,
y no hay rima que rime con vivir...
no te pares, no te mates, solo es una forma mas de demorarse.

Y en las tardes tranquilas, cuando extraño todo,
pienso que todo no es lo que perdi;
una rosa de fe, aun a costa de perder, se pierde pero se gana.
La lucha es de igual a igual contra uno mismo,
y eso es ganar!
No te pares, no te mates, solo es una forma más de demorarse.

Recuerdo la quietud de la tierra, la quietud estaba adentro;
se cree mas en los milagros a la hora del entierro.
Ese hombre trabajo, quien escribira su historia?
La cal reseca, la viuda que sueña, los amigos que siguen igual,
la gloria en zapatillas, el florero vacío,
quien sabe si se puso a pensar; para que vivo?
Vivo para no perder!

Voy hacia el fuego como la mariposa,
y no hay rima que rime con vivir.
No te pares, no te mates, solo es una forma más de demorarse...

Jorge Fandermole (Interprete: Juan Carlos Baglietto)

Crónica de mi presentación

El viernes a la tarde estaba con un dolor de garganta y unas ganas de dormir que me llevaron a faltar a la facu, cosa muy rara en mí que voy como si saliera de vacaciones. Los consejos medicinales de los amigos y amigas (limón exprimido, té con miel, llaltén, caramelos de propóleo,que a falta de madre siempre ncuentro quien me adopte) y una siesta de cuatro horas me devolvieron a la vida.
El sábado me levanté en diosa a las 7 de la mañana y me fui a la facu. Dos horas de gramática (un embole pero profe con mucha onda y de compañerita a la divina de Male, mi exalumna), dos horas de TP de Española II y las fuentes del siglo de oro para ller el Quijote, dos horas de Pràctico de Española II y los textos del siglo de oro sobre educación de las mujeres (imperdibles).
Al volver a casa a las tres de la tarde, muerta de hambre y de miedo, ya me estaba agarrando la estrellatofobia. Mi hogar era un kilombo, como siempre, y eso me volvió a mi eje. Bañarme, comprobar que la ropa elegida me quedaba divina, Magda que me pinta las uñas y me peina, Ju que me dice que por qué me pinté como una puerta cuando lo ùnico que tengo es base, delineador y brillo, Rafa y su amigo que no llegan de la Francia y su partido de fulbo, la amiga de Magda que nos espera que la pasemos a buscar, quince botellas de sidra y sesenta copas para meter en el auto y que no entramos. Ju se va a buscar a su novia que viene con la bebé, diositas lindas las dos y yo que mensajeo pidiendo auto de socorro. nadia no puede pero Leo sí. Nos vamos Ju, Luisina y Priscila con las bebidas en el Dodge mientras Magda espera en casa a que lleguen Rafa con su amigo Santi y que los busque a todos Leo para pasar por lo de Lu.
A seis cuadras de casa Magda en el celu me dice que no llegan y Rafa en el de Ju me dice que está a dos cuadras, los puteo a todos y trato de convencerme de que se van a arreglar entre ellos.
Justo enfrente, al parar en el semáforo, cual postal del destino, vemos con Ju a un tipo metido culo para arriba en el capot de su auto descompuesto. Síiiii, es mi ex, el padre de mis hijos, quien inspiró todos los poemas que me dirijo a leer y que ahora veo así: de esoaldas, sucio, siempre con algo roto y completamente alejado de mí. No nos ve (obvio), no lo saludamos, decidimos doblar por la otra calle (no es cuestión de escenas memorables o de las otras justo en este momento.
En La Herrería ya hay gente afuera cuando llegamos a las 17.45. Vir está adentro luchando con el sonido y extrañándome porque yo siempre tarde. No hay buffet como prometieron pero el sonido está bárbaro y lo imprescindible es la música y la poesía y luego comeremos en otro lado.
Van llegando todos y me preguntan si estoy nerviosa: es un estado muy raro: ser el centro de todo, que todo esté allí por mí, creo que nunca me había pasado. Siento que no veo ni escucho en tiempo real, que hablo en otra dimensión, que no distingo bien las coordenadas espacio-tiempo.
Largamos tipo 7 como planèabamos y todo se encadena maravillosamente. Hubo momentos en que me ganó la taquitardia y otros en que hice pucheros pero creo que nadie lo notó. Me sentía feliz en el sillón (ya verán fotos) y en el micrófono. Hubo presencias clàsicas, infaltables, presencias sorpresivas, enamoradoras, ausencias esperables y de las otras. Virginia, mi cantante ayer, mi compañera de la primaria, mi más antigua amiga estuvo monumental: sumó a sus dotes de artista y de amiga con las que yo ya contaba, una onda en el escenario, un manejo del pùblico, de los imprevistos y de la poeta de al lado que me hicieron sentir hermosamente cómoda.
El programa quedó más o menos así:

Vir: "Desconfío" (Blusazo, mi preferido, mi slogan, en la època de los poemas y cada tanto durante toda la vida)

Yo: "Mi tren monoplaza"
Saludo, presentación general, payada para entrar en calor (cómo se transforma una delante del micrófono)
Invitación a mis lectores comprometidos que parece que han aflojado:

Lau: "El aire"

Martín: "Viaje"
(Sumado a declaración de amor a esta rubia y a aquella morocha que no pude evitar que hiciera públicamente)

Yo: Epígrafe de Adriàn Abonizio

Vir: "El tèmpano"

Yo: "He muerto esta noche"

Vir: "No me pidas que no sea un inconciente" (Vir dice que Calamaro no es santo de su devoción, que sólo a pedido mío, pero el tema le sale buenísimo)

Yo: "Embrujo"

Vir: "Lunes por la madrugada" (Con coros y palmas)

Yo: "Desencuentros"

Vir que magistralmente se aviva de repetir el pedido de lectores y logra que lean para darle pie a lo que sigue.

Mi sobri Valentín: "La piel del mundo" (tan chiquito, 9 años y leyendo esas cosas pero yo no sabía cuál elegirle)

Rafa: "El cuco" (su preferido)

Vir (mi tema sorpresa): "Primera soledad", de Armando Tejada Gomez

Yo: (Ya cerrando, ya basta para mí pero no para todos): "Nada" y "Paloma"

Vir que le da espacio a la gente y nos ponemos a tironear lectores y a bromear sobre relaciones docentes y amistosas y vayan pasando de a uno:

Aylín, exalumna: "Película"

Cande, exalumna que dice que le hice llevar la materia: "A destiempo"

Agustín, exalumno que estudia Letras ahora conmigo: "El río y la mar"

Andrea, compañera de secundario: "La vida"

Ale, compañera de secundario y amiga artista: "En los rincones"

Kari, la amiga que me vio ir y venir por todas estas historias que ya son sólo poemas: "La noche"

Maríalau, mi cuñada que me lee y se emociona: "Tú, desconocido"

Magda que no creí que se fuera a animar y elegió ella sola cuál leer: "No entregues"


Cierre a todas voces: "La vida es una moneda"


"Sólo se trata de vivir esa es la historia..."


Brindis, firma de ejemplares, fotos, besos y abrazos.

El Quijote, fuente de inspiración de escritores

Ladran Sancho
26-08-2010 | Miguel de Cervantes



Por GL.


Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=9371#more-9371




Lecturas ::


don quijote

“No hemos terminado nuestra aventura. No la terminaremos mientras
seamos objeto de la lectura, de la imaginación, acaso del deseo
de los demás” Sansón Carrasco a Sancho Panza en el Quijote.

La obra de Miguel de Cervantes se ha erigido como uno de las obras más importantes de la literatura universal y ha sido fuente de inspiración para muchos escritores. Quiero detenerme en aquellos cuentos o fragmentos que hacen referencia a Don Quijote de la Mancha. Franz Kafka, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Marco Denevi, Enrique Anderson Imbert, Rubén Darío, Augusto Monterroso, Ana María Shua, y Luisa Valenzuela, muchos han escrito a partir del Quijote. Algunos de ellos lo continúan, otros lo discuten, lo amplían, lo cuestionan, pero todos lo engrandecen.

Juan Carlos Onetti, a propósito de la obra de Cervantes dijo, al ganar el premio en 1980:

Todos los novelistas, sea cual sea el idioma en que escribamos, somos deudores de aquel hombre desdichado y de su mejor novela, que es la primera y también la mejor novela que se ha escrito. Una novela en la que todos hemos entrado a saco, durante siglos, y que, a pesar de nosotros y de tan repetida depredación, se mantiene, como el primer día, intocada, misteriosa, transparente y pura.

Franz Kafka escribió en 1920 un relato llamado “La verdad sobre Sancho Panza”, allí presenta a Sancho Panza como el verdadero creador de las aventuras quijotescas, al corporizar en un alter ego sus obsesiones y fantasías.

Sancho Panza, que, por cierto, jamás se vanaglorió de ello, logró a lo largo de los años, durante las horas del atardecer y de la noche, alejar de sí a su demonio, al que luego daría el nombre de don Quijote, redactando una enorme cantidad de novelas de caballería y de bandoleros con las que distrajo, de tal forma que después éste se lanzó sin freno a las gestas más alocadas, las cuales, por faltarles su ejecutor predeterminado, que tenía que haber sido precisamente Sancho Panza, no perjudicaron a nadie. Quizás llevado por un cierto sentido de la responsabilidad, Sancho Panza, un hombre libre, acompañó impasible a don Quijote en sus andanzas, y obtuvo así un enorme y provechoso entretenimiento hasta el final de sus días.

Una perspectiva similar ofrece el poeta mexicano José Emilio Pacheco en su relato “En un lugar de la Mancha”. Pacheco recibió este año, casualmente, el premio Cervantes.

Lo cual me recuerda- dijo un tercero- la historia de aquel porquerizo en un lugar de La Mancha. Había aprendido a leer y mitigaba el tedio de la aldea repasando viejas novelas. A fuerza de rehacer en la imaginación sueños ajenos acabó por creerse un caballero andante que iba de un lado a otro de la España corrompida por el oro de Indias. El porquerizo escribió su delirio como pudo. Había conocido gracias a su trabajo a un recolector de provisiones para la Armada Invencible. Al saber que Cervantes se hallaba preso, le regaló su manuscrito. Si lo encontraba digno de la imprenta quizá al dejar la cárcel podría comer gracias al libro. Sentía afecto por el viejo que en años lejanos había intentado ser poeta, novelista, dramaturgo. Cervantes entretuvo las horas de su prisión reescribiendo los papeles de su amigo. Sancho Panza murió en 1599, sin recordar su obra ni el prisionero. Siete años después Cervantes publicó al fin la novela. Noble y honrado como era, la atribuyó a un inexistente historiador árabe, Cide Hamete Benengeli y dio el nombre de Sancho al escudero del Quijote.

Anticipándose a estas reescrituras, Cervantes incluye en su obra la noción de la intertextualidad del Quijote, Sancho y Dulcinea. Luego esto se corporizará en cientos de cuentos y textos. Carlos Fuentes, ganador del premio en 1987, lo rescata en un ensayo que escribe sobre la obra:

La información moderna, el privilegio pero también la carga de la mirada plural, nacen en el momento en que Sancho le dice a don Quijote lo que el bachiller Sansón Carrasco le dijo a Sancho: estamos siendo escritos. Estamos siendo leídos. Estamos siendo vistos. Carecemos de impunidad, pero también de soledad. Nos rodea la mirada del otro. Somos un proyecto del otro. No hemos terminado nuestra aventura. No la terminaremos mientras seamos objeto de la lectura, de la imaginación, acaso del deseo de los demás. No moriremos - Quijote, Sancho- mientras exista un lector que abra nuestro libro.

* Sobre el título, quisiera aclarar y comentar lo siguiente. La frase “Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos”, también conocida como, “Ladran, Sancho, señal de que avanzamos” no aparece en la obra de Miguel de Cervantes, sino que es parte del guión de la película de Orson Wells “El Quijote”. Sin embargo, muchos investigadores aseguran que deberíamos atribuirle esta frase a Goethe por su poema “Kläffer” escrito en 1808.

Cabalgamos por el mundo
En busca de fortuna y de placeres
Más siempre atrás nos ladran,
Ladran con fuerza…
Quisieran los perros del potrero
Por siempre acompañarnos
Pero sus estridentes ladridos
Sólo son señal de que cabalgamos.

Para seguir ahondando en el tema recomiendo el libro Micro Quijotes donde el escritor y compilador chileno Juan Armando Epple ha reunido textos que hacen referencia al Quijote.

"Simpleza infantilmente lisérgica"

Mi tren monoplaza
Paula Irupé Salmoiraghi
Ediciones del Dock, 2010
Poesía, 56 pp.

por Rubén Sacchi

Ningún verso define mejor el trabajo de Paula Salmoiraghi como el de Adrián Abonizio que precede el libro: “Me pego un tiro con cada palabra”. Y es que sus palabras son disparos certeros a ninguna parte y a todas, hacia esos sitios imprecisos del alma humana, donde los lugares pierden la condición de absolutos y se relativizan en función de los sentidos, esos de los que René Descartes recomendaba desconfiar por engañosos.
Parece corroborarlo en los versos: “hacia el centro/ que es límite, el borde, la sorpresa/ quizás final”, del poema Blando vaivén. Un encuentro acompa­sado que es el momento amoroso, el avance temeroso y explorante de los cuerpos, la sed saciada que permanece insatisfecha.
El poema Frío de junio representa en una imagen todo el caudal poético de la autora: “La luna no es un cuerpo,/ .../ es el agujero que dejó/ un poeta enloquecido/ al cortar la punta cónica/ de la oscuridad”, donde describe, con simpleza infantilmente lisérgica, el enigma de la noche.
El libro reúne palabras frescas, de la primera juventud de la poetisa. Deja pendiente un futuro trabajo, que esperamos de la misma contundencia sumada a la madurez de su pluma.


Publicado por Ruben en miércoles, agosto 25, 2010

jueves, 26 de agosto de 2010

Lo que hago cuando no trabajo

A las 5.45 escuché a mi hijo mayor salir para el trabajo. A las 6 se escendió el equipo que Magdalena programa en el comedor con Radio Latina o alguna de esas cosas que me despiertan con Talía o Chayanne o "Mi niña bonita". También se activó la alarma de mi celu. La puse en pausa. De nuevo a las 6.10. En pausa. A las 6.20 otra. Nadie parecía moverse en los otros cuartos y, como yo hoy no trabajo, que llegan tarde ellos si no se mueven. A las 6.30 me levanté pensando en que hasta el año pasado mis hijos menores (un año menos de adolescencia que ahora) se levantaban primero que yo y me apuraban para salir para la escuela y que si no les prendía la luz (avisando tiernamnete por supuesto) no reaccionaban.
Dos mates y salimos a las 7 en vez de menos 10. Pasamos a buscar al amigo de Rafa que vive a la vuelta y todos llegaron seis minutos tarde. Yo me vine para casita. Por el camino cargué el celu y le puse la promoción de 5 000 mensajes por cinco días para joder a mi amigo Martín en el trabajo y a mis hijos en el recreo. Martín me dice que soy divina en el celu y me pregunta si un señor que me gusta va a venir a la presentación de mi libro el sábado. Le cambio de tema.
Dos mates más en casa, dos galletitas de agua y vuelvo a salir porque tengo que llevar el auto al cerrajero (a Ju se lo quisieron abrir (y no pudieron) en Sanmi) y al mecánico (no arranca a nafta y hace ruido a chapa suelta). Los dos hombres me han citado a las 8 de la mañana pero prefiero al mecánico que, total, si mi puerta no cierra salgo a los saltos por la del acompañante.
Decidida a dejarle la máquina e irme en bondi a sanmi me sorprende gratamente que, después de hacermelo arrancar un par de veces y de soplar y escupir nafta y ajustar no sé qué, el tipo me dija Ya está, era una pavadita. Más me alegra que ante la típica pregunta Cuànto le debo, me devuelva un original Nada, cualquier problemita me avisa.
En auto a sanmi a las 8.45. Todo cerrado y yo que me quiero comprar algo lindo para mi presentación del sábado. Miro vidrieras y veo que tendré que pagar como 200 mangos un vaquero de los que me gustan que para comprarme esas porquerías que venden a 70 mejor me pongo uno viejo. El local donde están las blusas que me gustan abre como a las 9.30.
A la salida de una de las galerías me encuentro con una de mis exalumnas preferidas, Natalia Lopez, y nos sentamos un rato en un banco de la vereda a contarnos de mi libro y otras yerbas.
Entro a mi local preferido, me pruebo tres pantalones cuya precio no llega al antes mencionado. Uno no me gusta, otro es muy parecido a lo que ya tengo y el tercero está muy bien pero algo falla... Me animo y pido un talle menos. ¡Era eso! Un talle menos me queda bomba. En el local de las blusas me llevo siete al probador. A esta hora es todo mío y las vendedoras no joden. Todas son hermosas y todas me quedan bien! Es un problema... Descarto dos porque son muy largas y quiero mostrar más. Descarto otras dos porque algo hay que descartar y me compro tres. Tres cuotas, benditas tarjetas.
En el local de bijou no encuentro pulseras que me gusten. En otro me compro un colgante con aros haciendo juego. Camino hasta el auto (siempre lo dejo como a seis cuadras para no pagar ni estacionamiento ni parquímetro) y a casa. Paro en la veterinaria a comprarle las pastillitas anticonceptivas a mi gatita. Que se las dé Rafa que a él le hace más caso.
Dos mates más en la cocina, con un sanguchito y salgo para el super. Tengo que comprar las sidras para el brindis del sàbado y alguna cosa más para sobrevivir. Vuelvo con todo en los asientos porque la cerradura del baúl también la rompieron (uy, fue el cerrajero hoy, me parece).
Para meter todo en la heladera hay que darle una limpiadita, para lavar los cajones de la heladera tengo que lavar los platos de anoche que le corresponden a los pendejos cuando vuelvan del cole pero no da lavar lo otro en medio del kilombo.
Acomodo los pomelos, mandarinas, manzanas y bananas en la frutera que me encantan (las frutas y las fruteras) y ya estoy pensando en escribir este post, en qué recurso literario utilizar para darle algo de verosimilitud que así en frío no me lo cree nadie, que mejor que prenda ya la compu, que todavía me tengo que hacer unos fideítos al mediodía y a las 15.15 tengo turno para mi mamografía de rutina (por eso e tomé en día libre en principio pero después me avisaron que en mi escuela no había clases por paro de auxiliares) y tipo 18 arranco para la facu para mi amada clase de Española de 19 a 21 hs.
Seguro que cuando vuelva tipo 10 de la noche mis gurises me esperan con la cena (es una tierna mi hija preguntándome por celu qué cocina cuando yo estoy allá en Puán) que, a fin de cuentas, una no es máquina no?

martes, 24 de agosto de 2010

Día del lector: Feliz cumple Georgie


El Día del Lector se celebra en Buenos Aires por primera vez

Narrativa Argentina Actual. Un mapa.

Narrativa Argentina Actual. Un mapa.
Primeros y terceros viernes de cada mes de 19 a 21
Empieza el Viernes 3 de septiembre
Eterna Cadencia. Honduras 5574
Inrformes e inscripción: nicolasvilela@hotmail.com

Lecturas:

Frío en Alaska de Matías Capelli (Eterna Cadencia, 2008)
Dame pelota de Dalia Rosetti (Mansalva, 2009)
El trabajo de Aníbal Jarkowski (Tusquets, 2007)
"San Vicentico" de Sol Prieto (en Los días que vivimos en peligro, Emecé, 2009)
"El señor Cara de Lechuza" de Washington Cucurto (en Los días que vivimos en peligro)
Los lemmings de Fabián Casas (Santiago Arcos, 2005)
Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued (Anagrama, 2009)
La garchofa esmeralda de Alejandro Rubio (Mansalva, 2010)

Elegir placeres

Hoy no tengo ganas de ir a la facu. Me quedo en casita haciendo sillón con mis hijos e hija y preparando una carnecita al horno con papas.

Alegrías docentes

Una chica del Belgrano Educador me dice por feis que se quiere morir porque leyò El cartero de Neruda para el jueves y justo se suspendieron las clases. Dice que igual el libro está buenísimo.

domingo, 22 de agosto de 2010

Panorama de la literatura japonesa

Cerezos en flor
Panorama de la literatura japonesa desde sus inicios hasta la actualidad



Llévame contigo libros- Cnel. Niceto Vega 4616- Palermo Soho. Tel. 4776-7957


El 09 de septiembre a las 19:00 - El 28 de octubre a las 21:00

Arancel: $190.- (por la duración total del curso, 9 clases de 2 horas) | Formas de pago: Efectivo- Tarjetas de crédito 3 pagos sin interés.
...Vacantes limitadas | Con el abono del curso los alumnos obtendrán un 10% de descuento (sólo efectivo) en todos los libros de literatura japonesa.

Objetivo
Introducir al lector en las letras japonesas situando texto y
contexto a partir de la historia del país, el desarrollo de sus
creencias religiosas, la conformación de su cosmovisión y sus
ulteriores cambios de paradigma. Así como también, desaprender
los mitos culturales presentes en todo análisis efectuado
sobre la alteridad en el binomio oriente/occidente.
Desarrollo del programa
Los Inicios
Unificación de la región- Cosmogonía japonesa- Mito e historia
en el Kojiki- Nacimiento de la literatura en Japón.
Comentarios sobre la lectura de “El cuento del cortador de bambú”.
Bibliografía|El cuento del cortador de bambú, Anónimo, Trotta,
Pliegos de Oriente.
Periodo Clásico
Esteticismo del periodo Heian- La literatura femenina- El
mundo cortesano- El Genji Monogatari.
Comentarios sobre la lectura de “El libro de la almohada”.
Bibliografía|El libro de la Almohada, Sei Shonagón, Adriana
Hidalgo.
Periodo Medio
El periodo Kamakura- La figura del escritor sacerdote- Afirmación
del budismo.
Comentarios sobre la lectura de “Hojoki. Canto a la vida desde una
choza”.
Bibliografía|Hojoki. Canto a la vida desde una choza, Kamo No
Chomei, Emecé.
Periodo Imperial
La Restauración Meiji- Apertura a Occidente-Reelaboración del
YO- El paradigma de lo moderno.
Comentarios sobre la lectura de “Almohada de hierbas”.
Bibliografía| Almohada de hierbas, Natsume Soseki, Kaicrón.
Neo-Realismo
La 1ª Guerra Mundial- Tensión entre la tradición y el mundo moderno-
Comienzos del nacionalismo expansionista.
Comentarios sobre la lectura de “Kappa” y “Los engranajes”.
Bibliografía |Kappa. Los engranajes, Ryūnosuke Akutagawa, Paradiso.
Literatura de Posguerra
Consecuencias del expansionismo- Ruth Benedict y las dos
bombas- El rol del emperador- La Ocupación- “El milagro
Japonés”.
Comentarios sobre la lectura de “La tumba de las luciérnagas” y
“Algas americanas”.
Bibliografía| La tumba de las luciérnagas / Algas americanas, Akiyuki
Nosaka, Acantilado.
Vanguardias
Más allá de la guerra- De la autobiografía a la metaficción- El
problema de la identidad: Construcción y deconstrucción del
yo en Abe, Tsutsui, Oé y Endo.
Comentarios sobre la lectura de “Hombres salmonella en el planeta
porno”.
Bibliografía| Hombres salmonella en el planeta porno, Yasutaka
Tsusui, Atalanta.
Contemporáneos
El fin de las ideologías- Posmodernidad- Cultura pop- ¿Existe
la literatura más allá de Murakami?
Comentarios sobre la lectura de “El cielo es azul, la tierra blanca”.
Bibliografía| El cielo es azul, la tierra blanca, Hiromi Kawakami,
Acantilado.

* Damián Vives cursó estudios en la Escuela de Estudios Orientales de la Facultad del Salvador, trabaja en la Biblioteca Nacional como editor de la revista literaria Abanico. Dirige las publicaciones
www.revistaseda.com.ar dedicada a los estudios asiáticos ywww.evaristocultural.com.ar revista de arte y literatura. Es socio fundador del Club Argentino de Kamishibai. Fue conductor y productor de
Biblionautas, programa radial de la Biblioteca Nacional y participó en el guión de varios videos documentales de dicha institución. Colabora en publicaciones como: Le Monde diplomatique,
Tokonoma,Complejidad, La Nación, Revista Filipinas, etc.

VAMPIROS EN GUERRA. Entrevista a Carlos Calderón Fajardo

VAMPIROS EN GUERRA. Entrevista a Carlos Calderón Fajardo.


Por: Stuart Flores Herrera


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Hablamos con el escritor peruano sobre “La novia de Corinto”, segunda novela de la saga sobre Sarah Ellen.
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¿Cómo surge la idea de combinar el tema del vampirismo con el del conflicto interno?
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Casi todos los peruanos tenemos dentro de nuestro imaginario el problema de la guerra interna. Cuando esta terrible experiencia sucedió, nadie quedó indemne. Yo tiendo a reinventar la realidad en lo que escribo y no iba a poder nunca –tampoco me interesa– escribir una novela al estilo de Cueto, Roncagliolo o Thays, que han escrito novelas sobre la guerra interna y cuyos libros son una especie de testimonio. Yo no puedo hacer eso. Yo tengo que convertir la experiencia real en ficcional: separarme de lo real para crear un universo paralelo, nuevo y diferente. Cuando yo comencé la novela no pensé que el tema se inclinaría al del conflicto interno, pero como está dentro de mí, así como está dentro de todos los peruanos, el tema surgió.
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Es muy original el modo de abordar la guerra interna.
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La narrativa de guerra –“La Ilíada” de Homero, por ejemplo– conduce a una dimensión épica de la existencia, pero la guerra interna en el Perú no es una guerra épica, sino gótica, porque es una guerra sucia entre dos ejércitos de vampiros en donde el pueblo está en el medio.
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¿Cómo fue el proceso de escritura?
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Este libro representó para mí un desafío técnico porque era una novela totalmente dialogada, a tal punto que podría ser llevada al teatro. Es la primera vez que efectúo un procedimiento técnico no empleado en otras novelas. Me tomó un año realizarla.
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¿Qué rol jugará Sarah Ellen en la siguiente entrega?
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El tercer libro será dedicado a John P. Roberts, esposo de Sarah Ellen. No se supo más de él luego de que enterró a Sarah, según las investigaciones de un periodista inglés. La idea es que se quedó en el Perú viviendo en soledad y vagando por los arenales de Pisco. En la novela siempre aparecerá Sarah Ellen porque, como ella es un fantasma, es muy fácil movilizarla.
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Finalmente, fuera de la saga sobre la vampira, ¿qué otros libros está preparando?
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Me gusta mucho la novela corta. Es el tipo de extensión en el que me siento más cómodo. Sin embargo, estoy escribiendo dos novelas largas. Una de ellas es “El fantasma nostálgico”, finalista del premio Tusquets 2006, la cual estoy mejorando para tentar una publicación en el exterior. El otro proyecto es una novela que aún está en borrador y que es todo un reto para mí porque aborda el mundo andino, del cual yo nunca he escrito pese a haber nacido en Puno. Creo que es una deuda que tengo como escritor. No la estoy escribiendo como lo hicieron Colchado o Arguedas, sino a mi manera.
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Carlos Calderón Fajardo (Puno, 1946) es autor de los libros “La conciencia del límite último” (1991), “La segunda visita de William Burroughs” (2006), “El viaje que nunca termina (La verdadera historia de Sarah Ellen)” (2009) y “Playas” (2010), entre otros. Su más reciente novela, “La novia de Corinto (El regreso de Sarah Ellen)”, fue publicada por la Editorial Altazor.
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FUENTE: http://www.expreso.com.pe/edicion/index.php?option=com_content&task=view&id=112028&Itemid=37

"La confrontación teatral del taxi"

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SAB 21 de agosto de 2010.16:08 Buenos Aires: 18º C clima WEATHER.COM

Taxidermia


Por Pedro Mairal | 13.08.2010 | 21:43


¿No cambiás la radio o la bajás un poco, por favor?, le dije al taxista. Estaba llevando a mi hijo al colegio y a las ocho de la mañana, a gran volumen por los parlantes de atrás, un programa de esos que mezclan la información con el humor no paraba de taladrar el cerebro de los oyentes con unas guasadas explícitas, homofóbicas y violentas que mi hijo asombrado ya venía memorizando para repetir en el recreo. La respuesta del taxista fue sólo una mirada de odio en el espejo. Después, con mucho delay, bajó apenas un poquito. La vuelta en colectivo siempre es un alivio. Dejo a mi hijo en la puerta, lo veo entrar con su mochila, me agarra ese estrujamiento del corazón cuando pega la vuelta en el codo de la escalera y ya no lo veo más, y me voy a tomar el colectivo. Entonces entro en una frecuencia totalmente distinta.

El taxi no te deja olvidarte de vos mismo, con esa cosa personal de uno a uno con el taxista, incluso si no le hablás, ese silencio, mirando caer las fichas del taxímetro del yo, esa deuda que se va acumulando, y el aire de gran señor que te da el taxi, todo ese auto para vos, para tu destino individual. Por un ratito tenés chofer. Y entrás en su ámbito, su anexo doméstico, su olor, su humor, su radio, su ideología, su hartazgo general, su bronca vial acumulada, su peluche colgando del espejo. Te encapsulás con él todo el trayecto. Por quince o veinte pesos, sos su confesor y él el tuyo. (Se me ocurre un consejo para la Iglesia: poner taxis-confesionario, con curas taxistas; subís, te dice: ¿Tiempo desde la última confesión?, baja la banderita y arranca. Entre el asiento de adelante y el de atrás iría una división con esterilla. Nombre posible de la empresa: El buen camino.)

No sé si es la fugacidad de ese vínculo entre chofer y pasajero lo que provoca la confesión, pero no falla, no bien se baja la bandera, taxista y pasajero se intervomitan sus secretos horrendos: infidelidades, frustraciones, tragedias personales, crímenes... Total, el otro se va a perder en la multitud y hay que aprovechar la oreja momentánea para volcar la inquina destilada. Encima a mí no me salva ni el fútbol. El otro día un taxista me preguntó de qué cuadro era. De Racing, le contesté. Ah, somos vecinos, me dice y se me queda mirando, esperando mi reacción. Silencio. Yo me acordé de Independiente de Avellaneda, pero no estaba seguro, capaz que había otro vecino, así que no dije nada. El siguió con el examen y dijo: ahora el 22 jugamos con River... Me miró inquisitivo por el espejo, pero sonaban grillos en mi sonrisa silenciosa. Pobre tipo. Y pobre de mí, también. El diálogo era como un formulario; me dejaba la frase picando para que yo completara el espacio en blanco. Al final no quedó más remedio que caer en territorio seguro y unánime: hablar mal de Macri.
Supongo que el estrés del tránsito, la violencia de la calle y la alienación van haciendo de cualquier persona sana un Travis Bickle al volante, un Taxi Driver psicópata calando hasta la médula a cada pasajero a través del espejito. Los pasajeros también nos vamos alienando. Por eso subirse al colectivo y dejar atrás el taxi puede ser un alivio. Olvidarse de uno mismo, no hablar, ir deshaciéndose, transmutándose en lo que vamos viendo por la ventanilla, viajar más alto, a veces ir sentado, mirar todo, ser la ciudad, ser eso que se ve, el movimiento. Ser nada, o todo o todos, en lugar de ser uno con su enojo rastrero en la confrontación teatral del taxi. Es un alivio despejarse, viajar en colectivo, distraerse del yo fatal, monoteísta, monotemático, el mono parlante que uno es, y poder por fin divagar por la ventana, papar moscas en tránsito o ir leyendo sabiendo el secreto de que, para no marearse, hay que levantar la vista del libro en cada giro.

Además uno ya tiene el boleto en la mano, ya está pago, ya te ganaste el viaje, lo merecés, es tuyo, no estás debiendo nada. Pagaste un peso veinte por sentarte en esa platea móvil, por el paseo panorámico en una Buenos Aires del año 2010. Se puede ser naif en colectivo. Mirar a las mujeres hermosas que de pronto se suben y transfiguran la mañana, parece que saliera el sol, la belleza llena el aire y después se bajan sin mirarte, siguen en su órbita, vuelve a nublarse el día. Se puede perder la edad, tener nueve años, mirar cómo se refleja el colectivo en las vidrieras, a veces al fondo lejos, a veces cerca, como si fuera avanzando por adentro de los negocios y las casas. Me parece que en el colectivo se me ocurren poemas y en el taxi se me ocurren cuentos.


Tomado de http://www.perfil.com/contenidos/2010/08/13/noticia_0043.html#comentarios

sábado, 21 de agosto de 2010

Grande Ju

Mi hijo mayor no sólo consiguió un laburo genial, en un rubro que ni él ni yo hubièramos imaginado nunca (Tribunales) sino que el divino del jefe lo convenció de que estudiendo puede ir haciendo carrera y el nene se metió de cabeza en el CBC. Él que decía que iba a repetir desde 4to grado y que terminó el secundario a los empujones se anotó en tres materias, cursa después del laburo y ya anda con los apuntes de Sociedad y Estado.
Los maravillosos caminos de la vida...

Jajaja

¿Quiènes somos histéricas?



1. Si digo sí..............soy una ramera.

2. Si digo no.............soy una frígida.

3. Si digo no sé...........soy una histérica.

4. Si no digo nada.........me hago la tonta para pasarla bien.

5. Si me enamoro.........soy una pobre crédula.

6. Si no me enamoro.......soy una fría de mierda.

7. Si salgo con uno.......soy una boluda.

8. Si salgo con varios......soy una trola.

9. Si miro hombres.......soy una alzada.

10. Si no miro...........debo ser lesbiana.

11. Si hablo mucho......no me siguen.

12. Si no hablo..........es porque no se me cae una idea.

13. Si no salgo...........soy una aburrida.

14. Si salgo mucho.......soy una fiestera.

15. Si digo la verdad..........no me creen.

16. Si miento...........soy igual que todas.

17. Si hablo de sexo........soy insaciable.

18. Si no hablo..............es porque nunca me la dieron bien.

19. Si soy inteligente.......se asustan.

20. Si soy tonta.................no sirvo.

21. Si no llamo..............me reclaman.

22. Si llamo...............no me atienden.

23. Si estoy seria........soy una amargada.

24. Si sonrío.........es porque estoy entregada.

25. Si quiero ser amiga.......la amistad entre sexos no existe.

26. Si quiero ser algo más.....es porque no entendí nada.

27. Si no puteo........me hago la fina.

28. Si puteo..........soy poco femenina.

29. Si soy buena en el sexo....es porque me pasé a varios.

30. Si soy tranquila.......me faltaron más polvos.

31. Si me quiero casar.....me quedé en el tiempo.

32. Si no me quiero casar...me hago la liberal.

33. Si soy dependiente......no tengo personalidad.

34. Si soy independiente......me quiero llevar el mundo por delante.

35. Si me encaro a alguien.....soy una come hombres.

36. Si no hago nada.......soy una momia.

37. Si estoy con un viejo......le quiero sacar plata.

38. Si estoy con un pendejo....soy una asaltacunas.

39. Si me visto bien........es porque me gusta calentar a todos.

40. Si ando sencilla......seguro que arreglada estaría más buena.

41. Si soy linda.............seguro debo ser hueca.

42. Si soy fea..........no me registran.
¿Y DICEN QUE LAS HISTERICAS SOMOS NOSOTRAS ? !!! ...

lunes, 16 de agosto de 2010

Si alguna vez no hubieses existido

Si alguna vez no hubieses existido...



Luis García Montero



Si alguna vez no hubieses existido,
si el calor de tus muslos no me hubiese
buscado como un látigo preciso
y mis ambigüedades electivas
-los días más oscuros de mí mismo-
no te hubiesen tenido como saldo
de afirmación o excusa,
es posible
que este volver a casa en soledad
y demasiado pronto,
me recordase ahora un poco menos
al joven que apostaba por el mundo,
con el mundo a su espalda.

Sólo el amor es duro.
Metidos en la noche, regresando
entre la potestad y la mentira,
hablamos del poder o de los sueños
al hablar del abrazo.
Y no lo sé tal vez, no sé si me recuerdo
prisionero de un cuerpo o libre junto a él,
buscando salvación o en servidumbre,
miserable y maldito, pero atónito.

Quizás sólo se trata de que no estás aquí,
de que perder es duro para todos
y el amor me hace falta, como sabes.
Quizás contigo estuve
tan demasiado cerca de tu reino,
que necesito ahora desmentirte,
utilizar los trucos que uno tiene
para poder seguir.

Porque somos así seguramente,
huellas equivocadas,
solitarias hogueras de un camino,
paraísos de cuatro habitaciones
que sólo se comprenden
después de haber firmado muchas veces,
precisamente ahí,
donde pone El viajero.

Y a mí, ya que prefiero escoger mis derrotas,
quiero que me recuerdes derrotado,
como quien algo espera
más allá de los tiempos y los hechos.
Quizás porque haga falta haberlo presagiado
o porque, en todo caso, nadie sabe
dónde acaban los sueños.

Sentirme leída

Cada lector, cada lectora me dice uno de mis versos con su voz, lo recorta del conjunto de los versos que forman mi triste primer libro y en esa voz cada verso es otra cosa y la misma pero diferente y entre ese verso nuevo y el que está en el papel y, más aún, el que alguna vez nació de no sé quién que solía ser yo, hay algo que no sé qué es, algo nuevo que no es mío pero sí, que es del lector pero no, algo.

sábado, 14 de agosto de 2010

"Empujamos los carros repletos al desierto"

CONSUMIDOR FINAL


Pedro Mairal


en el supermercado la cajera
con su uniforme rojo me pregunta
¿consumidor final?
yo contesto que sí
y pienso ese soy yo,
el último consumidor,
el último eslabón de la cadena,
carnívoro final pesificado,
el último testigo del derrumbe final,
el que se come a todos los demás,
el que se comió lo que quedaba,
el que lleva en el carro
mamíferos trozados en bandejas
envueltos en celofán, sus miembros fríos,
tubérculos, pomelos, uvas,
leche de tambos eléctricos,
botellas de agua celeste,
bolsas de residuos para llenar
y llenar y llenar.

¿llenar de qué?
¿consumidor de qué?
¿de qué final?
¿qué se termina en mí?
¿consumidor terminal?
¿acaso yo el gran consumidor
me estoy muriendo?
¿o es el final de todo?
consumido, final,
acabado, chupado,
gastado, caído,
por fin el desenlace,
consumado,
consumido,
estómago final,
el hambre último,
el que digiere a todos,
masticador final,
devorador final,
omnívoro final,
depredador,
el último animal,
final, ¿igual que el tigre?
¿el consumidor en extinción?
¿el mejor asesino?

y vamos con el carrito ¿hacia adónde?
¿cuál es el horizonte hacia el que vamos
todos los que empujamos el carrito?
empujamos el carrito hacia el ocaso,
hacia el final, oh, consumidores finales,
cae la noche en el mundo y vamos empujando
los carros de los supermercados brillantes
por calles infinitas entre góndolas,
cuadras de góndolas, barrios de góndolas,
suburbios de góndolas,
países, bajo el cielo azul cobalto,
un horizonte de góndolas, los últimos,
nosotros, consumidores finales,
en vías de extinción,
nos vamos, nos vamos consumiendo,
elegimos productos, sin detenernos,
sopas quick, fideos san vicente,
espuma de afeitar gillette para piel suave,
adiós mundo cruel y fluorescente,
adiós góndolas mías,
adiós sector de lácteos y embutidos,
comparación de precios,
muestras gratis, nos vamos,
empujamos los carros repletos al desierto,
hacia los basurales de la pampa,
hacia las últimas poblaciones de góndolas,
con lagrimones ácidos rodando por la cara,
hacia el olvido oscuro, y de una vez por todas,
hacia el fin, hacia el viento de la noche,
consumidores finales,
finales, hasta el fin.