viernes, 2 de abril de 2010
Impureza, por Mateo Salinas
IMPUREZA, de Marcelo Cohen
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Tomado de http://revistasudordetinta.blogspot.com/2009/11/impureza-de-marcelo-cohen.html
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Por Mateo Salinas
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Una opinión personal – una novela aburrida
Permítanme hablar desde una primera persona clara y visceral. Impureza, de Marcelo Cohen, no me gustó. No digo que esté mal escrita. No. Incluso puedo llegar a afirmar que está bien escrita, pero no me gustó. Me aburrió mucho. Sus 113 páginas fueron para mí como 1113 páginas. No avanzaba. Leía y leía y sentía que no avanzaba. La historia, tremendamente corriente. Los personajes, banales en sus esfuerzos por ser complejos. La ambientación, un futuro carente de atracción. En fin, lisa y llanamente, un aburrimiento.
Neuco es un joven que vive en el futuro. No sabemos en qué año exactamente, pero sabemos que se trata de un futuro por el nombre mismo que recibe aquella época («el futuro instalado»[1]), por los flaytaxis (taxis voladores) y por los robots que conviven y trabajan con los humanos, entre otras cosas. El tiempo es otro, los barrios son otros, algunas consideraciones son otras, pero, al menos eso se intenta, las preocupaciones son las mismas: el amor, la felicidad, la venganza, la soledad, la amistad, la memoria.
Entonces, Neuco es un joven que vive en el futuro y que acaba de quedar viudo. Su pareja, Verdey Maranzic, murió mientras iba en el auto de otro hombre, el famoso músico popular (y amigo de los comienzos de Neuco) Abrán «Chita» Baienas. De esta manera, Neuco oscilará entre el recuerdo de su amada, el deseo de venganza y las luchas contra una memoria impuesta por un lado y los recuerdos personales por el otro. Y es que Abrán Baienas también estaba enamorado de Verdey y, después de su muerte, se ocupó de generar y establecer un culto a la muchacha que, junto con la gran cantidad de canciones que le había compuesto y le continuaría componiendo, se grababa en la mente de las personas y condicionaba el recuerdo de la muchacha.
Y si se piensa que se puede encontrar algo más en la novela, de seguro uno se encamina hacia una profunda decepción. Los deseos de venganza nunca se ven satisfechos (y no por imposibilidad, sino por simple decisión) y Neuco termina por reflexionar: «(…) se dio cuenta de que la venganza no sólo no satisface, no sólo empuja a perseguir algo más (…), sino que tampoco hace justicia; y es que ningún acto puede allanar la diferencia entre los dolores» (pp. 106-107). Muy poético y, además, sumamente moral. De todas formas, no sé para qué esforzarse en escribir eso, bastaría con recurrir al Chavo del 8 y repetir con pegadizo ritmo: La venganza no es buena, mata al alma y la envenena. En fin…
Pero no todo es malo en la novela. Gracias a Dios se cumple el antiguo adagio «Todo lo malo tiene algo bueno». En efecto, la novela nos permite, entre otras cosas, reflexionar sobre algunas cuestiones y relacionarlas con el momento histórico que estamos atravesando. Es verdad, la novela es aburrida; pero permitirnos la reflexión del presente a partir de lo que nos cuenta es, tal vez, lo más importante que una novela puede hacer. Y en esto está su redención.
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La memoria: esa obligación que nos impide recordar
En el futuro, la memoria es importante:
Son tiempos de veneración de la memoria (p. 13).
(…) pero todos vigilan la memoria como si en esa vigilancia purgasen un recóndito remordimiento. Proliferan eslóganes del tipo: La memoria se venga de los pueblos que la pisan – La memoria es un arma cargada de libertad – Pobre del que no deja volar la memoria libre como el viento – El que no recuerda repite sus errores (p. 14).
Esto produce en la sociedad de Neuco una «sobrecarga de memoria» (p. 15) y, por esto, muchos recurren a los fármacos para aliviarse de ella y permitirse un poco de olvido, entre ellos el Sinculpán, el Todolvide y el Liberone.
Es interesante comparar ese momento futuro de la novela de Cohen con nuestro propio periodo histórico, o más precisamente con el periodo que se inauguró con el ascenso de los Kirchner al Poder Ejecutivo. Estamos en un momento en donde la memoria es apelada a cada instante; en donde se abren museos de la memoria y se realizan series televisivas teniéndola a ella como la principal protagonista; en donde no hay un solo discurso político que no la mencione; en donde miremos donde miremos, siempre la vemos a ella, agazapada unas veces, completamente expuesta otras, pero siempre cerciorándose de que no olvidemos.
Lo interesante que se puede ver en Impureza es, justamente, las cuestiones que motivan a la memoria. Es decir, la novela nos advierte que ninguna memoria es inocente, sino que oculta siempre determinadas intenciones:
En cambio Neuco quisiera olvidar, no porque el recuerdo de Verdey lo lastime, sino porque ve un vínculo flagrante entre el recuerdo y la venganza. Los que invierten en recordar siempre quieren obtener algo a cambio, y para Neuco la mezcla de recuerdo con recompensa apesta; él prefiere recordar lo que el alma decida a su antojo. Otro aspecto de la memoria, su relación con la identidad, francamente le resbala (p. 15. Subrayado mío).
La venganza es la madre de la memoria pública (p. 104).
Como se ve, detrás de la memoria dirigida y vigilada, se esconde siempre algo y ese algo es oscuro u oportunista: venganza o recompensa. ¿Por qué no, tal vez, ambas?
Esto nos permitiría preguntar, aunque más no sea a nosotros mismos, qué se esconde detrás de esta obsesión por la memoria que se puede ver en los sectores políticos y (aunque no todos) ciudadanos del país. Espero que no me malinterpreten, creo con toda convicción que la memoria es buena y que hay que tenerla para, justamente y como decía uno de los eslóganes de la novela, no cometer los mismos errores del pasado. Y además conocer. En efecto, conocer el pasado, aunque no tengamos pensado utilizarlo como herramienta para el futuro, también es bueno. Pero siempre me molestó el discurso demagógico y tendencioso, y eso es lo que veo cuando un político se llena la boca hablando de la memoria y de lo que pasó, como si él no fuera en algún punto responsable de lo que se está quejando.
La historia argentina no es muy extensa, y mucho de los que hoy nos piden que recordemos fueron (ellos o sus compañeros) protagonistas de lo que estigmatizan: recordemos los Decretos firmados por Ítalo Luder, Carlos Ruckauf y Antonio Cafiero que le otorgaron poder a las FF.AA. y les allanaron el camino para lo que después iba a ser el golpe del ’76. Tampoco olvidemos muchos crímenes de las personas que hoy están en (o codeados con) el Poder y que treinta y tantos años atrás estaban fuera de la ley (aún en democracia). Este artículo pretende hablar de literatura y no de historia, mucho menos de política, pero lo que quiere destacar es justamente esto que no está incluido en la memoria que desde arriba nos imponen. Y esto también está en la novela de Cohen.
En Impureza podemos ver la existencia de una «memoria obligada» (p. 109) o «pública» (p. 104): una memoria construida desde arriba e impuesta de forma vertical y descendente; una memoria que busca suprimir los recuerdos (individuales) para unificar los sucesos del pasado en una sola memoria que borre las diferencias y unifique las visiones. En definitiva, una memoria que busque que todos recuerden lo mismo. Y esto, de alguna manera, provoca el aniquilamiento del pasado:
Pureza solamente hay en la memoria obligada, en lo que la memoria obligada tributa al futuro consolidado sin darse cuenta de que su alianza con el futuro lava el dolor pero mata los recuerdos (p. 109).
Como se ve, la memoria obligada, impuesta y oficial, mata los recuerdos, que son individuales y propios de cada sujeto («Así posee la memoria, en cierto modo, pero se acuerda de muy poco», p. 89). Por esto mismo, Neuco comienza a tener problemas para recordar a la Verdey verdadera, aquella Verdey que convivió con él, y comienza a recordarla según el culto oficial impuesto por Abrán Baienas. Neuco, que es quién vivió con Verdey, comió con ella y durmió con ella también, comienza poco a poco a recordarla de la misma forma que el resto de las personas, muchos de lo cuales ni siquiera la conocieron en persona.
Y esto también ocurre en nuestra sociedad. Muchos de los que vivieron en los años aciagos de la década del 70 comienzan a recordarlos según el culto de la memoria actual y no según sus propias vivencias personales. Por eso, muchos se avergüenzan y no admiten su acatamiento y aceptación del golpe de 1976, porque lo recuerdan según la demonización actual y no desde los miedos, ansiedades e inseguridades que experimentaron en aquella época. No hay que olvidar que el Proceso de Reorganización Nacional, uno de los momentos más nefastos de la historia argentina, fue aceptado con alivio por una parte considerable de la población civil e, incluso, política. Pero esto no lo recordamos, y por eso tampoco nos hacemos cargo, por supuesto.
Otra cita de la novela de Cohen nos permitirá continuar con nuestra reflexión:
A Neuco le da la impresión de que, al contrario de la Verdey verdadera, esa Verdey inventada tapa el enigma del futuro (p. 17).
Vemos entonces cómo hay dos Verdey, una verdadera y otra inventada por la versión oficial. No voy a caer en simplismos y decir que hay una historia verdadera que está siendo ocultada. No. A esta altura ya sabemos que no hay «Historia» a secas, sino relatos históricos, todos en algún punto tendenciosos y arbitrarios. Pero hay algunos cuya intención de objetividad es mayor que la de otros, y que no esperan conseguir más que la revelación del pasado y su conocimiento. Estos serían los más preferibles, al menos más que los discursos armados para conseguir venganza y, también, votos y consenso.
Entonces, la historia oficial, aceptada sin reflexión, estudio ni rememoración (para los que allí estuvieron) provoca el ofuscamiento del pasado. Lo tapa, y tapando el pasado tapa también el porvenir. Eso es algo que no deberíamos permitir. Eso es algo que la novela de Cohen nos da la oportunidad de pensar.
En fin, volviendo a un principio, vuelvo a decir que la novela de Marcelo Cohen me aburrió. Es verdad. Pero también me permitió llevar acabo la reflexión que arriba expuse. Por eso, si tengo que hacer un balance, sólo me queda decir una cosa: gracias Marcelo, gracias por ayudarme a pensar.
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[1] Cohen, Marcelo, Impureza, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2007, p. 86. A continuación, las citas se harán según esta edición.
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- Cohen, Marcelo, Impureza, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2007.
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Marcelo Cohen nació en Buenos Aires en 1951. Se dedicó al periodismo cultural en la Argentina y en España. Trabajó como traductor en obras tan desiguales como la poesía isabelina y la ciencia ficción contemporánea. Posee una extensa producción. Ha publicado El país de la dama eléctrica, Insomnio, El sitio de Kelany, El testamento de O’Jaral, Inolvidables veladas, El oído absoluto y Donde yo no estaba; las dos nouvelles incluidas en Hombres amables; los libros de relatos El buitre en invierno, El fin de lo mismo y Los acuáticos; y el libro de ensayos ¡Realmente fantástico! Además, ha dirigido colecciones para la Editorial Norma e Interzona y codirige con Graciela Speranza la revista de artes y letras Otra parte.
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