sábado, 20 de marzo de 2010

Maximiliano Tomas y La joven guardia

:: Entrevistas ::
El joven guardia
19-03-2010 | Maximiliano Tomas

(Tomado de http://blog.eternacadencia.com.ar/?p=7128#more-7128)

A cinco años de la edición argentina y a uno de la edición española, Maximiliano Tomas, responsable de La joven guardia, recuerda los inicios y analiza las implicancias que la antología tuvo en la agenda cultural.

Por P.Z.

maximiliano tomas

Entonces lo dice.

–Hice un libro que presentó en sociedad a la nueva generación de escritores argentinos siendo un mero periodista con inquietudes. Todos los que critican, ¿qué hicieron? Yo fui el que decidió sentar el culo durante un año y medio para hacer el libro. ¿Por qué otro no lo hizo antes? ¿Por qué todos los que critican el libro no lo hicieron antes?

No lo dice con bronca: se podría decir que hasta parece relajado, como si supiera que en algún momento iba a decirlo, como si estuviera esperando ese momento, como si se hubiera quitado un peso de encima.

*

–¿Influyó el libro para que llegaras a ser el editor del suplemento de Cultura de Perfil?

–No. Eso se presta a confusión. El diario Perfil sale en septiembre de 2005, el libro se presentó en agosto del 2005. Me sumo al proyecto del diario y acepto crear, fundar y después dirigir el suplemento en junio de 2005. A esa altura el libro debería estar imprimiéndose, con lo cual no influyó para nada. Lo que sí pretendía era tener la posibilidad de contar con todos los escritores que integraban el libro para trabajar en el suplemento. En el caso de Juan Terranova o Hernán Arias se dio, y trabajan o trabajaron como empleados del diario. Los demás participaron escribiendo ficción, reseñas bibliográficas o críticas, ensayos, haciendo entrevistas. Pretendía que fuera una intervención: este suplemento iba a ser, entre otras cosas, el que le diera espacio a la nueva narrativa para difundir su propia obra, pero también para establecerse como crítico de obra. Casi ningún medio le daba bola a la nueva narrativa antes de eso. Hubo una voluntad de ir en contra de la agenda impuesta por los grandes sellos, de ir en contra del bestsellerismo y de ir definidamente a favor de la emergencia de las editoriales independientes. Lo nuevo, lo joven, lo independiente y lo excluido eran conceptos muy fuertes que me interesaban desde el principio para el suplemento de Cultura de Perfil. Sí: todo nació como una cuestión de tratar de romper un poco el statu quo. Incluir a los autores de La joven guardia como críticos fue un movimiento consciente.

*

Maximiliano Tomas todavía hacía periodismo de investigación para la revista Noticias cuando en 2004 compiló para la Editorial Norma la antología Cuentos breves para leer en el colectivo. Ese libro fue un éxito de ventas: según sus cálculos vendió unos 10 mil ejemplares en un año. En aquella época, Leonora Djament le había ofrecido a Tomas que hiciera la segunda parte de la antología pero él se negó (el libro saldría recién en 2007) por temor a bastardear un trabajo que tanto le había gustado a ambos.

–Tengo otro proyecto –ofreció a cambio–: tratar de ver si existe una nueva generación de escritores. Veo todo lo que puedo sobre el Nuevo Cine Argentino, voy bastante al teatro y ahí están las obras de Tolcachir, Spregelburd, Daulte, a las que integran en algo llamado Nuevo Teatro Argentino. Y no sé quiénes son los escritores de mi edad. No sé si existe una Nueva Literatura Argentina. Me gustaría hacer la investigación y en el caso de que haya un corpus de autores o de textos, que editemos un libro.

Así nació La joven guardia.

*

–¿Considerás que con La joven guardia iniciaste una generación de escritores? ¿Con ese libro se formó una generación?

–El libro fue la primera vidriera que tuvo la generación de escritores nacidos en los ‘70 en el mercado editorial y en los medios. Yo no inventé nada: Juan Terranova ya escribía, Gonzalo Garcés ya escribía, Washington Cucurto, Federico Falco, Samanta Schweblin ya escribían. Muchos de ellos tenían libros publicados. El libro sirvió –y no creo que haya demasiada gente que a esta altura lo pueda discutir– para presentar en sociedad una –a falta de una palabra mejor– generación literaria. Y también para tratar de crear un mercado: saquémonos la careta. El asunto era tratar de crear un mercado propio, crear lectores donde no los había.

–¿Por qué el límite de edad en 35 años?

–Me interesaba ver quiénes eran los tipos de mi edad que escribían. Nadie se había tomado el trabajo de ver si existían: me llevó casi un año hasta que volví a juntarme con Leonora para decirle que tenía la lista. La idea era llegar a 20 nombres, entonces pautamos las condiciones. Hay una primera condición subjetiva: hay que confiar en el gusto literario del antologador. Luego me dejaba tranquilo hacer un recorte etario: como la antología salía en 2005, definimos que se incluían los nacidos hasta 1970, o sea que el límite era hasta 35 años como máximo. El 35 fue porque era un número redondo. Además me pareció que era una edad adecuada para llamar a alguien “joven”. Teniendo en cuenta el panorama literario previo y a quienes se llamaba “jóvenes escritores” (Alan Pauls, Rodrigo Fresán, Juan Forn, Sergio Bizzio) no estaba mal. Teníamos 15 años menos que ellos.

–También se puso la condición de tener obra publicada.

–Fue el único requisito que puso la editorial: que tuvieran al menos un libro publicado en cualquier formato, en cualquier editorial, en cualquier lugar del mundo. Lo que ni siquiera respeté, porque si hilás fino te encontrás con que Gisela Antonuccio, por ejemplo, no tenía ningún libro publicado a la fecha, e igual está en la antología. Fue un requisito de la editorial para establecer un piso de calidad o para salvarse de una arbitrariedad. Funcionó, pero si yo veía que había alguien que tenía que estar y no cumplía con el requisito lo iba a publicar igual.

*

Durante todo ese año, Maximiliano Tomas se dedicó a investigar para llegar a 20 nombres. Llamó a editores y talleristas, envió mails a diarios y redacciones: pedía cuentos. Antes de empezar el proyecto de La joven guardia no conocía a ninguno de los escritores que finalmente fueron seleccionados. “Ni a uno ni a dos: no conocía a nadie”, asegura. Durante el proceso de selección se reunió con cada uno. “Una de las cuestiones por las cuales hice el libro fue para conocer a mis contemporáneos. Me pareció que era una oportunidad magnífica para tenerlos cara a cara”.

–¿En serio vas a hacer una cosa así? ¿Y la Editorial Norma va a publicar el libro?

La duda era la respuesta de todos los candidatos: una mezcla de amabilidad y sorpresa genuina. En 2004 muy pocos habían protagonizado notas o entrevistas. Faltaba mucho para las provocaciones de Terranova (“los desaparecidos me chupan un huevo”), las tapas de ADN, las notas dominicales en Clarín.

Leonora Djament, editora de Norma en tiempos de La joven guardia, explica el por qué de tanta incredulidad: “Seis años atrás era mucho más difícil que ahora publicar novelas de los llamados jóvenes escritores. Hoy es más fácil por la aparición de editoriales independientes como Entropía, pero también por grandes editoriales como Mondadori. En Norma nos interesaba hacer la apuesta por los jóvenes, pero una cosa es publicar a un joven con tres novelas y otra a uno que no tiene nada o que a lo sumo tiene un cuento publicado en una antología. Es una apuesta a futuro: a lo mejor el escritor no vuelve a escribir nada. Cómo hace una editorial grande para sostener un autor con un único libro. La joven guardia aparecía como el proyecto perfecto: en un solo libro se podía mostrar una parte de lo que estaba pasando. No era posible publicar 20 primeras novelas pero sí era posible armar ese pantallazo. Efectivamente funcionó como eso: fue una de vidriera”.

Tomas llegó a manejar unos 60 nombres y empezó a ajustar el criterio para llegar a 20.

–Fue uno de los procesos más transparentes que se pueda imaginar, por la sencilla razón de que no había ningún interés en el medio: no existía el mundo de las antologías, nadie sabía si existía una nueva narrativa argentina o no. Si aún hoy nadie lo sabe, en ese momento menos que menos. Mucha gente quedó enojada por no haber entrado y precisamente por eso hablaron mal de mí y del libro. Una de esas personas me mandó dos series de cuentos: en el segundo envío me dijo “como no te gustaron los cuentos que le gustaron a mi amigo Marcelo Cohen, te mando los cuentos que le gustaron a mi amigo Ricardo Piglia”. A mí no me gustaron ni los cuentos que decía que le habían gustado a Cohen ni los que decía que le habían gustado a Piglia, y quedó afuera. Por más nombres que invoques –respeto a esos dos autores–, el editor del libro soy yo, y si no me gusta, no lo voy a incluir.

Cada convocado enviaba tres o cuatro cuentos. Tomas seleccionaba uno y comenzaba el intercambio para ajustar detalles, sugerencias. La decisión final, igualmente, estaba en manos del autor. Por ejemplo, a Tomas no le cerraba el párrafo final del cuento de Federico Falco, pero Falco prefirió mantenerlo como estaba. Era negociación amable. Con Diego Grillo Trubba trabajaron un poco más para emprolijar el texto. Cucurto, en cambio, le entregó el cuento y le dio la potestad de modificarlo como quisiera (más tarde Damián Ríos, quien fuera editor de Cucurto en Interzona, le dijo a Tomas que no estaba conforme con cómo lo había modificado).

–¿Cómo era la selección de los cuentos? ¿Qué buscabas?

–Para empezar me tenía que gustar a mí. Hacía una selección personal y al mismo trataba de que no hubiera dos cuentos demasiado similares. La diversidad fue un concepto fundamental: quería que hubiera diversidad de voces, diversidad de tonos, diversidad de temas. Además había una manera de elegirlos, de organizarlos, de ordenarlos: el libro tenía que fluir. En las antologías hay que elegir autores que den una muestra lo más acabada posible de la producción actual, y al mismo tiempo que sea representativa de su propia obra pero que no sea similar a otra. Hay que tener en cuenta hasta algo tan banal como la extensión. En 20 autores no podés dedicarle 40 páginas a uno y 2 a otro. Tratás de que todo esté equilibrado.

–¿Desde la editorial te daban alguna indicación?

–No. Una de las cosas más asombrosas fue que confiaron en mi criterio desde el primer minuto. No hubo objeciones ni recomendación alguna. No hubo presiones para que incluyera o dejara afuera a nadie. Leonora Djament y Gabriela Franco se encargaban del trabajo de coordinación, verificaban cómo íbamos con los tiempos, se interesaban en saber qué autores había. Sobre todo se alegraban cuando les enviaba textos de escritores que ellas no conocían (que eran muchos).

*

maximiliano tomas

Tomas quería que el libro tuviera cuatro prólogos: un autor por década. Abelardo Castillo representando los ‘60, Luis Gusmán los ‘70, alguien –no llegó a definirse quién– de los ‘80, Guebel o Bizzio representando a los ‘90. Cuatro décadas leyendo a la generación del 2000: opinando, criticando, sugiriendo, advirtiendo. Pero la idea no pudo realizarse: “Fue lo único que dijeron que no en la editorial. Les resultaba muy caro hacer un libro que sólo en prólogos se llevara 5 o 6 mil pesos de adelanto”.

Aunque ya había mantenido un contacto con Daniel Guebel, finalmente se decidió que el prefacio fuera de Abelardo Castillo (Tomas había sido alumno del taller de Castillo). Ese texto fue una de las cosas más criticadas del libro.

–¿Cuál es tu opinión del prefacio?

–Tuve una opinión en su momento, tengo una opinión hoy, sigue siendo la misma pero más completa. Que Abelardo haya aceptado prologar La joven guardia me pareció un gesto de un valor inconmensurable, muy valioso de su parte. No tenía ninguna necesidad profesional ni personal de hacerlo. De ninguna manera lo hizo por el dinero. Creo que lo hizo convencido porque me conocía a mí, porque la conocía a Leonora y porque conocía a algunos autores que integraban la antología.

En el prefacio, Castillo dice:

Debo encontrar, ahora, un modo de referirme a este libro, que estoy presentando pero que, voluntariamente, aún no he leído. No se trata de una paradoja o una irresponsabilidad, ya que estas palabras de presentación no deben ser un prólogo sino algo así como un acompañamiento a sus autores. Como si dijéramos, visto desde ellos, una especie de paseo informal con un señor de cierta edad. Todo lo que sé de este libro, y todo lo que me hace falta saber, es que se trata de veinte cuentos escrito por jóvenes menores de treinta y cinco años. No conozco a muchos, pero admiro a algunos y, sobre todo, conozco a quienes han hecho la selección, lo que me garantiza a priori la calidad de los textos.

–No me llamó para nada la atención esa omisión que todo el mundo señala –continúa Tomas–. Hasta diría que es de una honestidad intelectual llamativa, porque podría haber surfeado (“leí los cuentos, me parece muy buena antología”) y poner el gancho. Sin embargo él dijo “confío en el editor, confío en la directora editorial, conozco un par de autores, no leí los cuentos pero esto vale la pena”. Un gran gesto que se leyó mal y quedó diluido. Muchos dijeron que no necesitaban que Abelardo Castillo viniera a certificar… ¡El no certificó nada! Hizo un gesto, como un saludo.

En una entrevista en marzo de 2009, un tajante Abelardo Castillo dijo no sentirse en absoluto padrino de este grupo de escritores. “No soy en absoluto padrino de los escritores de La joven guardia. Me pidieron un prefacio que acompañara a esos jóvenes escritores. De ninguna manera quise ser el padrino de ninguno de ellos, aunque había algunos escritores que escribían en ese libro que yo conocía y admiraba. Me tomé el trabajo de no leer los textos para no tener que opinar sobre ellos porque muy probablemente hubiera estado en desacuerdo con el 90% de lo publicado ahí.”

Tomas vuelve a destacar el gesto y el compromiso de Castillo cuando cuenta que hubo otros escritores que se negaron a participar. Aunque admite que no sabe si volvería a incluirlo:

–No sé si volvería a incluir el prefacio de Abelardo –dice.

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¿En qué se piensa hoy cuando se menciona a La joven guardia? ¿Quién lo relaciona con aquel extraño de pelo largo que iba sin preocupaciones? El título del libro llegó en una charla con las editoras Leonora Djament y Gabriela Franco.

–Fue lo primero que me surgió –dice Tomas–, teniendo en cuenta que necesitábamos una bajada que especificara “Nueva narrativa argentina”. Me sigue pareciendo bueno. ¿Qué se pide de un título? Que coquetee con el contenido del libro, que logre instalar una suerte de marca y que apele al lector de una manera directa y llamativa. Que funcione como argumento de atención y como argumento de venta. Para la antología fue inmejorable. Cómo no sentir que ese título después de 5 años fue efectivo. Es más: si el libro se llamara de otra manera tal vez no hubiera tenido tantas notas, tantas reseñas.

Guillermo Saccomanno en la presentación del libro, que se hizo en el Centro Cultural Torquato Tasso, vinculó el título a la dictadura militar. Para reforzar el vínculo, Saccomanno también se agarró de la portada del libro, donde abundan los muñequitos Jack.

–La verdad, me parece una estupidez –arremete Tomas–. No podés hilar tan fino con un argumento tan básico. ¿Que los muñequitos Jack sean de una golosina que alcanzó su momento de esplendor en la década del ‘70? Está bien: nadie debe ser ingenuo, nadie tiene que desconocer los antecedentes históricos de cualquier fenómeno, pero es la tapa de un libro… Y los muñequitos Jack –como nota de color, se regalaron durante la presentación– eran los chocolates que yo comía cuando era chico. No los compraba porque fueran los muñequitos de Videla y Galtieri. Me los compraban mis viejos, que fueron militantes peronistas y después de los derechos humanos, porque yo era un chico de 5 años y quería comer chocolates y adentro traían muñequitos. Aflojemos un poco.

Juan Terranova suele decir que Maximiliano Tomas es un gran titulador. No sabemos si en aquel entonces le gustaba La joven guardia como título, pero hubo un momento en que lo empezó a sentir como un peso. Dos años atrás decía que prefería la “etiqueta” Nueva Narrativa Argentina porque era una definición más neutra. “Me parece un título completamente desafortunado. Hubiera preferido ponerle La guardia pretoriana, que tiene una referencia más clara. Yo no guardo nada, no soy guardián de nada”.

–Terranova jode todo el tiempo con eso –Tomas lo trae a colación sin necesidad de recordárselo– “Yo no soy el guardián de nada”. ¡Ya sé, boludo! ¡El guardián entre el centeno! ¿Pero qué se le pide a un título? Que sea efectivo. Y lo fue. A mí me alegra mucho que hoy pongas “la joven guardia” en Google y te salten más cosas del libro que sobre “El extraño de pelo largo”. Está buenísimo, cómo no va a estar bueno.

*

–¿Cómo te sentís con aquellos que se autoproclaman dentro de la generación de La joven guardia a pesar de no estar en el libro?

–La joven guardia es una antología que funciona como un muestrario de producción generacional. Lo extraño fue lo que se armó alrededor de lecturas externas, interpretaciones, fabulaciones o lo que fuera. Pero es un libro que tenía una función muy concreta: tratar de ver si había gente joven que estuviera escribiendo y qué estaba haciendo. Objetivo cumplido. Punto. Se acabó. Eso era todo lo que yo pretendía. Pero por supuesto no refleja ni agota un fenómeno completo. No podría hacerlo ni un libro, quizá ni una biblioteca. Hay un montón de nombres de escritores que tal vez valgan la pena que no están en el libro y que ya irán surgiendo. De hecho he visto notas generacionales acerca de escritores nacidos en los ‘80, ya tienen casi 30 años. Dentro de poco tiempo debería aparecer una nueva antología: La joven joven guardia, o una cosa así [Risas]. El libro funcionó como la chispa que encendió algo, aunque no sé muy bien qué. Puedo ver emergentes: empezaron a hacerse lecturas, presentaciones, antologías. Las editoriales independientes venían cobrando mucha visibilidad e importancia en el campo editorial y todo eso se juntó. ¿Fue por el libro? Evidentemente no. O por lo menos no sólo por el libro.

Después de La joven guardia surgió una serie de nuevas antologías. Mondadori inició la colección Reservoir Books –abierto homenaje a Reservoir dogs, la película de Quentin Tarantino–, con la que a la fecha lleva editadas cinco antologías temáticas. Glenda Vieites, editora de Random House Mondadori –que antes de llegar a la editorial había trabajado en el suplemento de Cultura del Diario Perfil– le propuso a Tomas que se hiciera cargo de la serie de antologías, pero él no quiso.

–Mi trabajo ya estaba hecho. Todo lo que tenía que decir lo dije con La joven guardia. Lo que hiciera al margen de ese libro sería bastardear la idea original. Yo le recomendé a Glenda que la hiciera con Diego Grillo Trubba.

Lo mismo sucedió con Buenos Aires/Escala 1:1, antología publicada por Entropía en 2007: Juan Terranova le ofreció trabajar como una dupla, pero volvió a negarse. “Me hubiese convertido en un padrino profesional de la nueva generación de escritores argentinos, lo que de ninguna manera me interesa”. (Sin embargo, fue lo que sucedió: desde hace cinco años es un referente de consulta para conocer escritores argentinos. Entre risas, dice que trabaja gratis como consejero de escritores y editoriales).

Maximiliano Tomas no volvió a editar una antología de narrativa, pero en 2007 –además de la segunda entrega de los Cuentos breves para leer en el colectivo– se decidió a compilar La Argentina crónica, un libro que traspolaba la misma intención primigenia de La joven guardia a la crónica periodística.

–Fueron dos actos curatoriales similares en distintos campos. Hasta está la cuestión generacional: tenían que ser cronistas menores de 40 años que acreditaran un trabajo efectivo de por lo menos 5 años y que publicaran artículos de manera regular. El límite de edad es de 40 años porque hay que tener en cuenta que el camino a la crónica es un destino final. Lleva tiempo hasta que uno empieza a hacerse un nombre. Quiero a los dos libros de la misma manera. Cuando comencé a hacer La joven guardia sabía que me estaba metiendo en un terreno en que no era especialista. Jugaba la voluntad del trabajo y la intuición, dependía de la colaboración de otra gente. Era como pescar en medio de la niebla. Todo era nuevo, puro descubrimiento, un caso detrás de otro. Dos años más tarde, cuando hice La argentina crónica, hacía muchos años que trabajaba en periodismo, había leído casi todos los libros que sacaron los cronistas que fueron incluidos en el libro, daba clases de periodismo narrativo, había publicado una buena cantidad de crónicas en un montón de revistas. Esa es la diferencia fundamental: yo fui periodista mucho antes que editor o que escritor de ficción. Ya no había una cuestión de sorpresa sino de poner en evidencia algo que estaba sucediendo y que, de nuevo, nadie había hecho. La Argentina crónica pretendía ser un libro para el público masivo al mismo tiempo que un libro para las escuelas de periodismo y para las carreras de comunicación, por eso las biografías y el cuestionario que cierra cada texto. Yo quería una bibliografía que mostrara que algo viene pasando con este género en la Argentina y en América Latina desde hace muchos años. Que hay gente que tiene entre 25 y 40 años que escribe cosas asombrosas. Por eso Martín Caparrós hace el prólogo como una especie de padrino generacional, algo que en casi todos los que integran el libro están de acuerdo. Con el prólogo de Martín pasó lo que no pasó con el prólogo de Abelardo: se dio un sentimiento unánime de consenso.

*

Es curioso el camino por el que avanzan los libros. El argumento que Maximiliano Tomas utilizó para convencer a los editores argentinos fue el mismo que utilizó para convencer a los editores españoles. En España también habían funcionado muy bien los Cuentos breves para leer en el bus: en los primeros seis meses se vendieron unos 20 mil ejemplares. Cuando le pidieron que editara la segunda parte, presentó La joven guardia.

Cuatro años distaban de la edición argentina de la española. Ya no había prefacio de Abelardo Castillo y el prólogo de Tomas tenía otra firmeza:

Ingrata tarea la de establecer un nuevo canon, aunque sea de manera involuntaria. Cuando este libro apareció en la Argentina, en agosto de 2005, no era ésa su intención. ¿Quién podría, acaso, decidir de un día para otro qué es lo que va a llamarse “nueva narrativa argentina”, rotular textos y autores, compilarlos en un libro, sentarse a descansar y pretender que el público y la crítica reciban esa selección con complacencia? No existen tales operaciones de mercado, y los movimientos y las generaciones literarias se conforman al margen y pesar de ellas, contrariamente a lo que suele creerse.

–El canon no se impone: sucede. Es imposible establecer un canon. Hay varios escritores jóvenes que tienen varios libros publicados, ocupan espacio en las librerías y en los medios y no están en La joven guardia. Muchos de ellos quedaron afuera del libro porque no me gustaban o no me interesaban. ¿Se habla de La joven guardia y se confunde el título de un libro como el nombre de una generación? Sí. ¿Se habla de la nueva narrativa argentina y uno de los libros que siempre se citan es La joven guardia? sí. Finalmente: ¿de los 20 o 23 autores de La joven guardia, el 90 por ciento sigue escribiendo y cada vez tiene más relevancia y ganó premios importantes en todos estos años? Sí. ¿El libro funciona como la imposición de un canon? No era de ninguna manera la idea original. Yo creo que eso no sucedió ni para el periodismo especializado ni para la Academia, en cambió quizá sí haya funcionado para el periodismo general y para el lector común (si es que el lector común existe). En ese caso se acerca bastante a la idea de un canon.

En la edición española, Tomas incluyó tres cuentos nuevos, pero de ninguno de los autores que quedaron afuera de la primera selección:

–Incluí a Félix Bruzzone porque desde el primer momento que leí un texto de él me rompió la cabeza. Fue antes de que publicara la novela. Me dije “este pibe va a seguir escribiendo”, sin ningún tipo de dudas era un escritor, tenía que estar. Iosi Havilio también me rompió la cabeza con Opendoor, tiene un talento impresionante. El caso más crítico es el de Andrés Neumann: en 2005 había quedado fuera porque me parecía que era más español que argentino, ya tenía una carrera y me parecía que en España era muy conocido y que acá no lo conocía nadie. No había tenido contacto con él. Ahora que el libro se iba a distribuir en España y que los españoles hicieron una edición específica me pareció que dejarlo afuera era ya una cuestión meramente personal y no tan profesional. Además, él sigue diciendo que es un escritor argentino, por más que hace 20 años que vive en España. Mantuve el corpus original de textos y al agregarle esos tres me parece que le di un cierre.

–¿Cómo fue la recepción del libro en España?

–Pasó algo rarísimo: la recepción fue espectacular. Teniendo en cuenta que es un libro que no está destinado a un público masivo, que es un libro de escritores argentinos jóvenes que se edita en España, teniendo en cuenta el volumen de novedades y el volumen del mercado español, fue asombroso. Primero con la cantidad de público que asistió a las dos presentaciones y después por el centimetraje que tuvo en la prensa. Una cantidad de notas que creo que individualmente (y lamentablemente) no ha tenido ningún escritor argentino joven. Hubo notas en el ABC, en Babelia, en el cuerpo Central de El País.

“Los chicos que viajaron para las presentaciones” son Samanta Schweblin, Juan Terranova, Diego Grillo Trubba y Patricio Pron. La gira española fue otro álgido capítulo en el culebrón de La joven guardia. Tomas se toma mucho tiempo en reconstruir la historia del viaje y la posterior crónica de Pron en Etiqueta Negra.

Cuando el libro estuvo listo para editarse en España, Tomas retomó un antiguo contacto con el Ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Hernán Lombardi, quien le había ofrecido ayuda económica para la promoción de la nueva generación de escritores. Lombardi se comprometió a pagar los pasajes y el alojamiento para que tres escritores de la antología viajaran a España. “Me pareció que, más allá del signo político o ideológico del gobierno de Macri o la gestión de Lombardi, estaba bueno un apoyo oficial a esta movida, después de tanto laburo y sacrificio”. Tomas, entonces, invitó a Samanta Schweblin, Juan Terranova y Diego Grillo Trubba. Mientras tanto, se ocupó de confirmar las dos presentaciones en España: la primera en Barcelona, donde participó Ignacio Echevarría y estuvo presente Rodrigo Fresán, la segunda en Casa de las Américas en Madrid donde fueron acompañados por Costantino Bértolo.

–Entonces me doy cuenta de que podía sumar a Patricio que estaba viviendo en Madrid.

Tomas y Pron mantienen relaciones cordiales desde el 2005. Los contactos se hacían vía correo electrónico; Pron usaba el anacronismo de fechar los mails como en las cartas. “Ponía Gottingen, 16 de marzo, eso siempre me causó mucha gracia”. Recién se conocieron en 2008, poco antes de que Tomas viajara a Barcelona. El encuentro, quiso el destino, fue cerca de Eterna Cadencia y, como dos viejos compañeros desconocidos, recordaron anécdotas de La joven guardia tres años más tarde.

–Casa de las Américas te paga honorarios por participar de un encuentro. No me acuerdo cuánto era, alrededor de 300 euros. Había honorarios para cuatro: para los tres chicos y para mí. Pero yo pedí que no me pagaran para que sumáramos a Patricio. Y conseguí que el Gobierno de la Ciudad le pagara el pasaje en tren para que viniera a Barcelona. Patricio se nos sumó en la presentación de Barcelona. Tanto los días que pasamos en Barcelona como los que pasamos en Madrid fueron… no hay otra palabra: fantásticamente divertidos. Fue como un descubrimiento, Patricio fue el más incorrecto y el más divertido de nosotros cinco. Cuando se juntaba con Terranova hacían unos delirios completos. Fue una convivencia de amigos. Un grupo de amigos que se tomaba en serio las presentaciones y se cagaba de risa el resto del tiempo.

Cuando Pron llegó a Barcelona le contó a sus compañeros de viaje que le había vendido a Etiqueta Negra una crónica de las presentaciones, algo que fue muy bien recibido entre la comitiva. Pasaron los cinco o seis días de gira y cuando ya cada uno había vuelto a su ciudad, recibieron el artículo de Pron antes de que fuera publicado. Pron les pedía que revisaran los datos por si era necesario corregir alguno.

–Para mí la nota estaba bien. Lo único que le dije a Patricio fue que no me gustaba el título de la nota ni la bajada. “Una gira supuestamente divertida con escritores que escritores argentinos que nunca más volveré a hacer”: un homenaje a un título de David Foster Wallace. Me parecía que no se condecía con lo que habíamos vivido nosotros. Y en la bajada decía que éramos hijos de Borges y de Cortázar. Eso es precisamente lo que nunca quise ser. Yo no soy hijo de nadie, mucho menos de Borges y Cortázar. El me escribió contándome que estaba de acuerdo conmigo, el título lo había puesto el editor y a él tampoco le gustaba. Después me enteré cómo se estaba leyendo la nota acá y del escándalo que se armó. Yo estaba en Barcelona, fuera de toda una esfera de lecturas y de vivencias y de sentimientos. Me preguntaba si estaban todos locos. ¿Leyeron la misma nota que yo?

–Pero es bastante duro con Schweblin. La compara con un ciervo a punto de ser arrollado.

–Me parece que hay un error metodológico fundamental en la nota. Patricio es un escritor de ficciones, de cuentos y novelas, pero no es periodista y sobre todo no es cronista, una especie de subgénero o de suboficio dentro del periodismo. Cometió un error de principiante que lo hubiese salvado de todas las críticas que recibió y que hubiese hecho a la nota muchísimo mejor de lo que fue. El cronista, por lo general, se sorprende con el lector. No encuentra lo que va buscar. El buen cronista se sorprende con lo que encuentra, que es lo que no esperaba. Y el buen cronista nunca tiene que tomarse demasiado en serio a sí mismo. Estas son las lecciones básicas de los grandes maestros de la crónica: tomate en serio tus temas, tomate en serio tus personajes, tomate en serio tu trabajo, pero no te tomes en serio a vos mismo. El grave error que comete Patricio es limitarse a mirar cuando en realidad fue protagonista de la historia. Traiciona su participación en la historia y se pone afuera como si él estuviera del otro lado de la vidriera, como si no hubiera participado. Y lo que es peor: se toma muy en serio a sí mismo. Dice “la verdad la tengo yo, la literatura es esto y todos los demás, que tienen opiniones distintas a la mía, están equivocados”, como si definiera cuál es la verdad y cuál la mentira desde un atril.

Un crítico español le dijo a Tomas que creía que Pron había llegado a Barcelona con la nota ya a medio escribir, con todos los prejuicios a flor de piel y que la realidad se los desmintió. Es una posibilidad que no descarta:

–Porque a la nota –sigue Tomas– se le notan las tensiones. Se le notan las costuras. No terminó de saber del todo qué es lo que quería decir. Patricio es una persona mucho más inteligente de lo que demuestra ese artículo. Si hubiera podido tomarse más tiempo, hubiera escrito otro artículo, lo hubiera corregido más y hubiera sido más cuidadoso. Creo que la escribió muy sobre la hora y creo que no terminó de resolver sus conflictos internos con la historia que quería contar. Todo eso sumado a que el editor le puso un título de mierda y le hizo una bajada al menos incorrecta, generó lo que finalmente generó que son malos entendidos. Lo que pasa es que Buenos Aires es la capital internacional de la mala leche. Pareciera que todo el mundo está esperando que vos hagas algo para criticarte. Hagas lo que hagas. Cómo puede ser que haya tantos tipos con mala leche que estén esperando saltarte al cuello por cualquier cosa, incluso por cosas que no tienen importancia.

*

–Con respecto a la lista de autores: ¿que aparezcan en el libro les dio la visibilidad necesaria para desembarcar en grandes editoriales, o, por el contrario, fue esa agilidad que tenían lo que hizo que los convocaras?

–No puede ser leído como un fenómeno direccionado, aunque viendo el paso del tiempo, estaríamos más cerca de la primera opción. Ya de por sí nadie sabe cómo le va a ir a un escritor cuando publica un primer libro, pretender analizar uno que incluye a 20 autores es imposible. Sí creo que el libro cumplió con una de sus finalidades, que fue la de darle visibilidad a los integrantes. Había escritores que ya tenían cierta difusión (Gonzalo Garcés, Washington Cucurto, Florencia Abate, Gabriela Bejerman) y había otros que no. Hicieron, por los menos, unas diez notas colectivas, hubo fotos, entrevistas, fueron tapa del suplemento ADN. Tiendo a pensar que toda publicidad ayudar a publicar. Seguramente iban a terminar publicando sus obras, pero tal vez les hubiese tomado más tiempo.

–La joven guardia sorprendió a toda una estructura de la cultura: de repente todo era joven guardia o nada era joven guardia. Cinco años más tarde, ¿cómo sentís que fue asimilada?

–Fue un proceso de asimilación mediante el equívoco y la confusión; no podría haber sido de otra manera. Pretender utilizar el título de un libro para nombrar a una generación de escritores es algo raro. Todo lo que tiende a agrupar y a aglutinar está equivocado. La escritura es algo que se hace de manera individual y en soledad, y cada uno de los escritores que figuran en el libro lo demostró. Al mismo tiempo, sin ponerme demasiado colorado puedo decir que no me perdí demasiados autores. El 90% de los mejores escritores argentinos que tienen menos de 40 años está en el libro. Se me ocurren dos autores que no están y que pertenecen a la generación de los nacidos en el ’70: Hernán Ronsino y Matías Capelli. Sin duda me hubiera gustado que estuvieran, pero en ese momento no los conocí. Si tuviera que hacer una edición 2010 de La joven guardia y pudiera agregar nombres, además de los tres incluidos en la edición española, sólo agregaría Matías Capelli y Hernán Ronsino. Después de 5 años no está nada mal, ¿no?

–¿El libro resiste artísticamente el paso del tiempo? ¿Cómo lo ves en otros cinco años o en otros diez?

–Sinceramente no puedo separar los cuentos del libro. No quiero decir que se agoten o que no tengan interés por fuera del libro, pero me es imposible separar los cuentos del conjunto. Como dije antes, fueron elegidos individual y colectivamente para integrar el volumen. No sólo no me arrepiento sino que haría el mismo libro. El libro resiste el paso del tiempo: el año pasado fue publicado en España casi sin variaciones. Logró sus cometidos, qué más se le puede pedir. ¿Va a seguir siendo válido dentro de cinco o diez años? No tengo la menor idea. Ya fue valioso, ya fue válido. Ahora quiero leer ahora a la próxima generación. Quiero leer una antología que tenga el mismo nivel o aún mejor de los escritores nacidos en la década del ‘80. Estoy esperando ese libro.

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